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dimecres, 30 de desembre del 2009

Feliz 2010

FELIZ 2010

Creo que la primera vez que escuché que los peces bebían y bebían en el río por ver a Dios nacido era ya un adolescente y había comprendido que la vida era absurda, de modo que no opuse resistencia alguna al hecho de que los peces bebieran de forma compulsiva, como el que se da un chute, por ver al niño Jesús. Lo que hace absurdo al mundo es lo mismo que lo hace hermoso, profundo y excitante. Imaginen un pez bebiendo y bebiendo en el río por ver a Dios nacido. ¿Es o no es fantástico? Es más que fantástico: se trata de una imagen fabulosa que ha hipnotizado ya a varias generaciones. Y lo que te rondaré.

Pero comprender que la vida era absurda y por lo tanto fabulosa no fue sencillo. Requirió un proceso con tramos en los que hubo angustia, inquietud, ansiedad, zozobra. El otro día, en la radio, me preguntaron si me gustaba ese villancico en el que una tal Marimorena no para, la pobre, de caminar porque es la Nochebuena (ande, ande, ande la Marimorena, ande, ande, ande, etc.). De pequeño, imaginaba que la Marimorena era una chica de 15 años ataviada con un vestido regional de no sé dónde (todos se parecen) y condenada a caminar, a caminar, a caminar (camina o revienta). Iba la Marimorena por una especie de descampado, empujada a moverse sin parar por las voces que cantaban ese villancico. En ocasiones, yo abría la boca fingiendo que cantaba, pero no pronunciaba palabra alguna, pues me dolía formar parte de aquella conspiración. Me agobiaba que la chica no pudiera sentarse. ¿Y todo por qué? Porque era la Nochebuena. ¿Qué relación había entre una cosa y otra? Ninguna, pero jamás me atreví a preguntar a mis padres el porqué de aquel destino cruel.

Había otro villancico conflictivo también: el titulado Adeste, Fideles (Acudid, fieles). Lógicamente, en aquella época no sabía latín. Nadie tampoco me explicó que tal era el idioma del Villancico. De modo que yo, para darle sentido, en vez de decir «Adeste, fideles», decía «Al este, Cibeles» señalando con la mano esa posición geográfica. Estas fiestas tan señaladas, en fin, tienen la virtud de recordarnos, por un lado, que la vida es absurda y, por otro, que, por eso mismo, es maravillosa. Feliz 2010.

dilluns, 28 de desembre del 2009

Yo, tú, él

YO, TÚ, ÉL

No existe, que un servidor sepa, una historia del delirio. Ignoramos por tanto cuándo irrumpió en la existencia o de qué modo influyó en la historia del progreso. Sí estamos en condiciones de afirmar, en cambio, que casi todas las grandes obras de arte están tocadas de un modo u otro por esta patología. Quizá, por tanto, en la historia de la literatura o la pintura se encuentre, oculta, una historia del delirio. También sabemos que cuando surge, en torno a un delirio equis, un consenso social de proporciones gigantescas, éste pasa a formar parte de la realidad. Por eso no siempre es fácil diferenciar un delirio de un suceso objetivo. Hay delirios tan bien establecidos que el mero hecho de ponerlos en cuestión puede costar la vida al ponente (véase la historia de las religiones).

En definitiva, que hemos llegado a un punto en el que resulta francamente difícil decir «esto es un delirio, esto no es un delirio», como el que dice «esto es una lenteja, esto es una alubia». La banca mundial (incluso la local), ¿es un delirio? Quizá sí en la medida en que adopta muchas características de la religión. Las sedes centrales de los grandes bancos, por ejemplo, se parecen mucho a los templos por la profusión de mármoles y por el respeto que inspiran al creyente (o impositor). Si usted recibiera una llamada, pongamos por caso, de Emilio Botín o de Francisco González, su turbación sería mayor que si se le apareciera la Virgen (tampoco creemos, con excepciones, a los que aseguran que la Virgen les habla). La banca es un delirio tan potente que cuando se viene abajo todos los gobiernos acuden a apuntalarla. No hay forma de dejar de creer en la banca sin que se derrumbe el edificio entero. No todo el mundo va a misa, pero todos nos confesamos con el cajero automático dos o tres veces por semana.

Viene esto a cuento de que ayer mismo, mientras me tomaba el gin tonic de media tarde, un individuo le aseguraba a otro en la mesa de al lado que el «yo» era un delirio, consensuado desde los tiempos más remotos, sí, pero un delirio. Salí del bar con mal cuerpo porque en el fondo me pareció que llevaba razón. El «yo» es un delirio; el «tú» son dos delirios; y el «él», evidentemente, tres delirios. Mundo de locos.

diumenge, 27 de desembre del 2009

No supo contestarme

NO SUPO CONTESTARME

En la mesa de al lado dos jóvenes (chico y chica) discutían acerca de si una batería de móvil descargada pesaría menos que una cargada.

- Lo lógico es que sí, que pese menos –dijo el chico.

-¿Y por qué hay que verlo a la luz de la lógica? –preguntó la chica.

-Porque lo que es lógico, sucede –dijo el chico–. Si tiras una moneda al aire, lo lógico es que caiga.

-El hecho de que caiga no significa que sea lógico. Suceden muchas cosas que no son lógicas.

-¿Qué cosas?

-No sé, la metamorfosis de los insectos, por ejemplo. ¿A ti te parece lógico que para llegar a mariposa tengas que atravesar todos esos estadios, incluido el de gusano? ¿Qué necesidad hay de hacerlo tan complicado?

-No sé… -dudó el chico.

-Por favor, si es más difícil llegar a mariposa que a notario.

-¿Y los notarios te parecen lógicos? –preguntó el chico.

-¿Qué dices, hombre? ¿Cómo van a ser lógicos los notarios? Mi padre trabaja con varios y son un disparate.

Llegó mi gin tonic, le di el primer sorbo y volví a aplicar el oído. Pero los jóvenes permanecieron en silencio, como si las últimas palabras los hubieran distanciado. Finalmente, al cabo de unos minutos, tomó de nuevo la palabra la chica. Dijo:

-Mira, Ricardo, yo no acabo de ver esto nuestro. Te tengo mucho afecto, pero creo que deberíamos tomarnos un tiempo para reflexionar. Un tiempo en el que cada uno vaya por su lado.

-¿Y qué tiene que ver esto con el peso de las baterías de los móviles?

-No sé, ¿qué tiene que ver?

-Has sido tú la que ha preguntado si una pila descargada pesa menos que una cargada. Lo habrás preguntado por algo, ¿no?

La chica hizo un gesto de hastío, como diciendo que el tema la superaba, y se levantó y se fue, con el chico detrás. Yo acabé el gin tonic, salí a dar un paseo y luego volví a casa. Le pregunté a mi mujer lo de la batería, pero no supo qué decir. Vimos juntos el telediario.

dissabte, 26 de desembre del 2009

Sin vergüenza

SIN VERGÜENZA

Se le ponía a uno la carne de gallina viendo por la tele a todas esas familias tiradas en el aeropuerto de Barajas. Parece que Díaz Ferrán, el presidente de la CEOE, les había vendido billetes de avión falsos para pasar las navidades en Cuba, en Ecuador, en Colombia, en Argentina... Algunos de los pasajeros estafados llevaban en el aeropuerto 24 horas, intentando calmar a sus bebés mientras corrían de un mostrador a otro en busca de una información que no llegaba. Un hombre que se pasa el día dando doctrina acerca de cómo arreglar un país de más de 40 millones de habitantes, debería ser capaz, pensaba uno, de arreglar una emergencia provocada por él y que apenas afectaba a 1.000 familias. De modo que permanecimos atentos a la pantalla, convencidos de que de un momento a otro aparecería Díaz Ferrán vestido de supermán y socorrería a esos pobres inmigrantes de cuyos ahorros y buena fe se había beneficiado sin escrúpulos.

Pero Díaz Ferrán no se manifestó hasta las 48 horas, y disfrazado de sí mismo, para reprochar a los estafados que hubieran pretendido volar en los aviones de una empresa presidida por él. Menos mal que ahí estaba papá Estado para sacarle las castañas del fuego, como a los banqueros. Quizá el Estado tenga que hacerse cargo también de los salarios que el patrón de patronos adeuda a los empleados de Air Comet. Nosotros nos conformaríamos con no pagar a escote los millones que este empresario ejemplar debe a Caja Madrid y por los que ha sido acusado de engaño. Lo que sí sabemos, en cambio, es que los afiliados a la CEOE continúan confiando en él para que los represente donde sea preciso, tal vez porque en su actitud general se resumen las virtudes de nuestro empresariado. Lógico: ha demostrado que sabe enfrentar la crisis sin blandenguerías. Y sin vergüenza. Toma nota, ZP, así se arregla España.

dimarts, 22 de desembre del 2009

Relaciones humanas

RELACIONES HUMANAS

Coincidí en el ascensor del hotel, cuando bajaba a desayunar, como una mujer que hablaba por el móvil. -¿Y dices que los niños han dormido de un tirón? –preguntaba en ese instante. Le debieron de contestar que sí. El interlocutor era, imaginé yo, su marido, que le daba el parte doméstico mientras preparaba el desayuno de los críos antes de llevarlos al colegio.

Tras colgar, la mujer se quedó pensativa. Me pareció que le molestaba que sus hijas hubieran dormido bien. En esto, nuestras miradas se cruzaron y ella consultó una carpeta de trabajo, como para revisar la agenda del día. Entonces abrí involuntariamente la boca y dije:

-No le crea.

-¿Cómo dice?

-Que no le crea. Todos los hombres, cuando su esposa sale de viaje, aseguran que los niños duermen bien, para culpabilizarla. Es como si dijeran: «Duermen mal cuando estás tú porque los malcrías o porque les dejas ver la tele, o porque no les lees, una vez que están en la cama, el cuento adecuado».

La mujer sonrió educadamente, preguntándome si lo decía por experiencia, y le aseguré que sí.

-Mis hijos ya son mayores -añadí-, pero cuando eran pequeños y mi mujer tenía que viajar por razones de trabajo, siempre le decía que habían cenado bien, que habían dormido de un tirón, y que se habían levantado sin protestar.

-¿Y era mentira?

-Siempre era mentira.

-¿Entonces?

-No sé, está en nuestra naturaleza molestar a las madres.

Entramos juntos en el comedor y compartimos mesa. Ella trabajaba en el área de marketing de una empresa de electricidad y tenía que viajar mucho, lo que fastidiaba a su marido, que se vengaba asegurándole que los niños dormían bien cuando ella faltaba. Se quedó más tranquila una vez que la convencí de que habían dormido mal. Por mi parte, llamé a casa para ver cómo estaba el perro y se había pasado la noche vomitando.

divendres, 18 de desembre del 2009

El Olvido

EL OLVIDO

Dos científicos de la Universidad de Nueva York acaban de inventar el alzhéimer, que viene a ser como descubrir la gasolina. Por lo visto, son capaces de borrar de la memoria los malos recuerdos, no hemos comprendido muy bien cómo. Lo importante es que vas a consulta, pides que te borren la Guerra Civil española de la cabeza y te la borran. Quien dice la Guerra Civil española, dice el armario de tres cuerpos de la habitación de tus padres, la adolescencia entera, la primera pálida o el último gatillazo. La limpieza dura un año, por lo que albergamos dudas acerca de si se trata de un borrado auténtico o de una represión. Tampoco hemos entendido cómo eliminan las bisagras que articulan los malos recuerdos con los buenos. En la oración gramatical "no hay mal que por bien no venga", resulta difícil, por ejemplo, separar el mal sin cargarse el bien. Los malos recuerdos crean, con los buenos, alianzas sintácticas de complicado desmontaje.

En Olvídate de mí, una extraña película de Michel Gondry, con guión de Charlie Kaufman e interpretada, entre otros, por Jim Carrey y Kate Winslet, una pareja conflictiva, de las de ni contigo ni sin ti, acude a un doctor que practica el alzhéimer selectivo para que borre a cada uno el recuerdo del otro. El problema es que pasado el tiempo vuelven a encontrarse por casualidad y se enamoran de nuevo por necesidad. Los oncólogos todavía buscan el modo de eliminar las células malas sin dañar las buenas y los cocineros no han logrado aún hacer una tortilla sin romper el huevo. Si a Tiresias le hubieran curado la ceguera, habría perdido con ella, paradójicamente, la videncia. Al mismo Dios le quitas el diablo y se queda prácticamente en nada el pobre. Quizá sea posible eliminar los malos recuerdos, pero ya me dirán por dónde cortar para que no se venga abajo el tinglado entero.

diumenge, 13 de desembre del 2009

Ojo con la automedicación

OJO CON LA AUTOMEDICACIÓN

Es conocido que sólo tomamos conciencia del cuerpo cuando nos duele algo. Carecemos de cabeza, por citar un órgano, hasta la aparición de la primera migraña (o de la primera idea obsesiva). Personalmente, prefiero que me duela algo. No que me duela mucho, se entiende, pero sí lo bastante como para que me resulte imposible olvidar que soy frágil, que tengo que morir, que la plenitud no es de este mundo (ni de ningún otro, que se sepa). Una pequeña dolencia crónica, no demasiado molesta, le obliga a uno a relativizar las cosas y lo mantiene atado a la tierra, al polvo (es decir, al cuerpo). Por alguna razón, yo soy mejor persona cuando me duele algo que cuando no me duele nada (no descarto, que estos ataques de bondad estén relacionados las medicinas, sobre todo las que incluyen alguna porción de codeína, una sustancia que me inclina al bien).

En cualquier caso, tampoco es habitual que no duela nada. Un cuerpo estándar de hombre (1,75 de estatura y 70 kilos de peso) posee más complejidades que un rascacielos de doscientos metros. Los rascacielos disponen de un servicio de mantenimiento preparado para reparar en el acto cualquier desperfecto. Los cuerpos tienen la Seguridad Social, que no es tan solícita como los fontaneros o los albañiles de de los hoteles de 400 habitaciones. De ahí la automedicación y, en general, la autoayuda. ¿Qué hay una migraña en el último piso? Pues analgésico al canto (mejor con codeína). ¿Dolor en las lumbares? Ibuprofeno a toda pastilla (y perdón por la redundancia). ¿Dificultades con el sexo? Viagra a granel. Y así, mal que bien, vamos tirando. Con los países sucede algo parecido a lo que ocurre con los cuerpos: que no los notas hasta que no te duelen. Y España lleva una temporada que, con perdón de Unamuno, no deja de dar la lata. Que nos duela un poco no está mal, así somos conscientes de ella. Pero lo de los últimos tiempos, por unas cosas o por otras, es un sinvivir. El problema es que acudes a los médicos (o sea, a los políticos) y a la segunda frase adviertes que no tienen ni idea de nada (ni del diagnóstico ni de las soluciones), están tan desconcertados como uno. Lo malo es que la automedicación, en lo que se refiere a la patria, es verdaderamente peligrosa.

divendres, 11 de desembre del 2009

Conferencias de un minuto

CONFERENCIAS DE UN MINUTO

Fui al centro de la ciudad y estaba a rebosar, lo que me molestó, sin darme cuenta de que yo era uno de los que la rebosaban. Quiere decirse que los que rebosan son siempre los otros. Al darme cuente, frente a un gin tonic, de que también yo era un rebosador, me convertí momentáneamente en otro. Yo era uno de esos tipos que habían acudido al centro a comprar lotería, o libros, o a ver los adornos horteras del ayuntamiento. Yo era uno más. Molesto por este asunto, cuando el camarero pasó cerca de mí le pedí que me cambiara los hielos, pues los que me había puesto se deshicieron en seguida aguándome el gin tonic y la tarde.

-La culpa –dijo- la tiene el agua, que es de muy mala calidad.

Jamás se me habría ocurrido pensar en el agua en términos de calidad. Para mí todas las aguas son iguales. Pero el camarero me explicó que no, que hay aguas que hacen mejor hielo que otras.

Como el asunto me resultara curioso, el hombre me dio una conferencia, breve, porque el bar estaba lleno, pero conferencia al fin. Me pregunté si el término conferencia implicaba duración y deduje que no, pues si uno tenía habilidad para ello podía dar conferencias de uno o dos minutos, como la que me acababa de largar el camarero. Busqué el término «conferencia» en el diccionario de la RAE, que llevo siempre encima gracias al iPhone y encontré lo siguiente: «Disertación sobre algún asunto doctrinal». No aludía para nada a la duración. Quiere decirse que todas esas conferencias de hora y media en las que hemos perdido la vida podrían haber sido de diez minutos sin salirse de la definición. Repasé someramente (qué rayos querrá decir someramente) las conferencias a las que había asistido a lo largo de mi existencia y me arrepentí de la mitad de ellas (las que yo había dado). Salí a la calle convertido en uno de esos tipos que habían decidido invadir el centro de la ciudad precisamente aquel día y al poco empecé a disfrutar de la situación. La gente tenía su gracia. Como yo me había vuelto gente, tenía mi gracia también. En esto me crucé con un tipo malhumorado, un tipo como mi «yo» anterior, molesto por la cantidad de personas, y me pareció un idiota. Felices fiestas.

Violaciones

VIOLACIONES

Muchos padres de familia se ven estos días obligados a explicar a sus hijos qué significa la expresión "problema saharaui", puesta de actualidad por el drama que vive (y del que quizá muera) Aminetu Haidar en el aeropuerto español de Lanzarote. No es habitual que los hijos intenten informarse de las cuestiones de la vida en la misma casa de la que, por razones naturales, quieren largarse cuanto antes. Pero cuando se interesan le ponen a uno en un brete (qué rayos significará brete), o sea, que meten el dedo en la llaga (para eso, para meter el dedo en la llaga, están, entre otras cosas, los hijos). De modo que muchos padres se ven en la circunstancia de relatar sucintamente la historia de ese territorio desgraciado y el papel impresentable que España ha jugado en él. Los hijos, lógicamente, se escandalizan y miran a los progenitores como si tuvieran alguna responsabilidad en esa cadena de despropósitos. Y alguna quizá tengan si pensamos en el esfuerzo que un par de generaciones políticas (y ciudadanas por tanto) vienen llevando a cabo desde la descolonización (o lo que fuera aquello) para no enterarse de lo que le ocurre a ese pueblo y de las violaciones de las que viene siendo víctima con la complicidad de la antigua colonia. La última de estas violaciones, todavía sin explicar por el Gobierno (y ya va siendo hora), consistió en secuestrar (literalmente) a Aminetu, que llegó a Lanzarote contra su voluntad y sin papeles (con el miedo que nos dan los sin papeles). Quiere decirse que para que los medios den a un suceso el estatus de noticia, hay que dejarse morir, lo que ha comprendido increíblemente bien Haidar. Ninguna ingenuidad en el futuro, pues, sobre el "problema saharaui". Ahora, gracias a una huelga de hambre de consecuencias imprevisibles, ya sabemos lo que hay: violaciones y fosfatos, quizá no en ese orden.

dimecres, 9 de desembre del 2009

Lo idiota es lo contrario

LO IDIOTA ES LO CONTRARIO

Leo en el suplemento cultural de La Vanguardia que el arquitecto Óscar Tusquets está preparando una guía de hoteles con ventanas, pues por lo visto comienzan a ser una excepción. No sabe cómo se lo agradezco. He pasado las peores horas de mi vida en habitaciones de hoteles herméticamente cerradas, sin otra salida que la que daba a pasillos kilométricos por los que corrías y corrías sin llegar a ninguna parte, como en los malos sueños. Los hoteles sin ventanas (o sin ventanas practicables, que viene a ser lo mismo) suelen poseer en cambio una gran cristalera que evoca la que en los museos de ciencias se aplica a los cortes de los hormigueros o guaridas de zorros. Y así se siente uno dentro, como una hormiga observada por gente que no tiene otra cosa que hacer. Una vez, en Miami, estaba echado en la cama de mi habitación sin ventanas, situada en el último piso de un hotel muy alto, cuando descubrí a un grupo de zopilotes volando en círculo al otro lado de la cristalera. Me habían tomado por un cadáver.

Si la lógica que ha eliminado las ventanas tiene éxito (y parece que sí), no tardarán mucho en prohibirse las puertas. Dirán ustedes que una casa sin puertas es un sin Dios, pero también nos parecían un sin Dios las casas sin pasillos y ya ven. Del mismo modo que han desaparecido las ventanas y los pasillos pueden desaparecer perfectamente las puertas. Cuando mis hijos eran pequeños, les regalaron un recipiente de cristal sin abertura alguna en cuyo interior vivían unos bichos a los que no era preciso dar de comer, entre otras cosas porque resultaba imposible. Los animalitos vivían, crecían, se reproducían y morían sin poder abandonar aquella especie de tubo diáfano. El oxígeno y los nutrientes puestos a su disposición daban para varias generaciones, no recuerdo ahora cuántas.

A mí me proporcionaba una angustia infinita la observación de aquellos seres vivos. El problema es que si cuando te invitan a viajar pones como condición que te alojen en un hotel con ventanas, te miran como si fueras un excéntrico o un caprichoso o un idiota, cuando lo idiota, lo caprichoso y lo excéntrico sería lo contrario. Es lo que digo en muchas ocasiones: que está todo patas arriba.

dilluns, 7 de desembre del 2009

Elegancia y agudeza

ELEGANCIA Y AGUDEZA

Qué ocurre en mi cabeza cuando la misma persona que me da las noticias por la tele me recomienda un yogur o un banco? ¿Dejo de creer en las noticias? ¿Creo más que antes en las virtudes del yogur o del banco? ¿Dejo de creer al mismo tiempo en las noticias, en el yogur y en el banco? Pues no estoy seguro, la verdad. Lo cierto es que cuando aparece Susana Griso en la pantalla no soy capaz de escuchar lo que dice. Sólo pienso en su aparato digestivo. Está hablándome, ahí, a dos metros de distancia, pero yo no presto atención a sus labios ni a su mirada ni a su pelo, sólo tengo ojos para su estómago y sus intestinos. ¿Irá con regularidad al baño, me pregunto, gracias al Actimel?

Todo este proceso mental resulta muy desagradable, pero es imposible de evitar si uno posee cierta capacidad asociativa. Ya no puedo, por ejemplo, ver el telediario de Matías Prats porque me trae a la memoria la cuenta naranja de ING Direct y no encuentro manera de concentrarme en lo que dice. En el caso de Prats, no se me imponen sus intestinos, lo que es de agradecer. Perdí a José Coronado como actor debido también a estos problemas gástricos. No importa el papel que represente, yo siempre veo a un señor con dificultades para obrar. Lo de Concha Velasco ni lo menciono, pues aún no le he perdonado las pequeñas pérdidas de orina.

La credibilidad, tal es la base del asunto. Todas estas personas son reclamadas por los anunciantes porque poseen credibilidad, de modo que cuando dicen que tienen pérdidas, tú te crees que tienen pérdidas. Personalmente, no acabo de entenderlo, sobre todo aplicado a los presentadores de noticias. Si ha habido un incendio, ha habido un incendio. Nadie me tiene que convencer de ello. Y si ha habido un terremoto, ha habido un terremoto.

La realidad no necesita ser creíble porque tiene a su favor el hecho de haber sucedido. ¿Han chocado dos trenes? Pues han chocado dos trenes. Lo ininteligible es la relación entre el choque de trenes y las virtudes digestivas de la cuenta naranja. Todo esto acaba creando en la conciencia de la gente (de la gente como yo al menos) una confusión tal que impide distinguir las churras de las merinas o los galgos de los podencos. Susana Griso, por cierto, tiene la elegancia de los galgos y Matías Prats la agudeza de los podencos.

diumenge, 6 de desembre del 2009

Desasosiego y alminares

DESASOSIEGO Y ALMINARES

Prohibir los minaretes es en principio tan absurdo como prohibir los campanarios o las cúpulas. O como prohibir el cuscús o el pan con tomate. Casi habría sido preferible que prohibieran las terrazas acristaladas, pues cada uno la acristala de su padre y de su madre y al final la fachada queda hecha un cristo, con perdón. También se deberían prohibir los edificios con escaleras exteriores, que afean el conjunto. Otra cosa es que no hayan prohibido los minaretes por razones arquitectónicas, sino por motivos literarios o religiosos, no sé. Los suizos son muy suyos. Supongamos (es un decir) que los han prohibido por razones religiosas. ¿Por qué entonces permiten la mezquita? No tiene una explicación fácil, la verdad. Es como si se autorizaran las catedrales pero no las cúpulas. ¿Imaginan una catedral sin cúpula o sin ábside o sin coro? Una vez que se legaliza el capitalismo, por poner otro ejemplo, no se puede prohibir la economía de mercado. Una cosa va con la otra, por favor.

Es sabido que cuando uno está de mal humor, la paga con lo primero que encuentra a mano. Los suizos estaban cabreados por la crisis, supongo, como el resto de los europeos, y la han pagado con los minaretes, vaya por Dios (o por Alá). Si el referéndum hubiera sido sobre la paella valenciana, habría pagado el pato la paella valenciana. Los partidos de extrema derecha son expertos en canalizar el malestar ciudadano. Estás desasosegado, inquieto, en guerra contigo mismo y con el mundo, cuando llega un señor gordo y te propone acabar con los minaretes. A lo mejor te tienes que enterar primero de la forma que tiene esa construcción y para qué sirve (en Suiza sólo hay cuatro y no se utilizan), pero una vez que te enteras le coges al minarete un odio cerval (qué rayos querrá decir cerval) y no paras hasta acabar con ellos.

Primero vinieron a por los minaretes, pero yo no era minarete. Luego vinieron a por las cúpulas, pero yo no era cúpula. Después vinieron a por los balcones, pero yo no era balcón. Etcétera. Quiere decirse que cuando uno está de mal humor, debería reflexionar un poco sobre lo que pasa y no pagarlo con la arquitectura porque sí, sobre todo con la arquitectura clásica. En fin.

divendres, 4 de desembre del 2009

Como ahora

COMO AHORA

Cuando los ordenadores sean tan pequeños que se puedan implantar detrás de una ceja, nos conectaremos a Internet en cualquier momento del día o de la noche y sin que nadie de los que nos rodean se dé cuenta. Así, estaremos en el sofá del salón, viendo aparentemente la tele, pero nuestro cerebro estará jugando con Google Earth, buscando quizá el barrio de una amante, localizando su casa, haciendo un zoom sobre su azotea o sobre la ventana de su dormitorio. Podrá uno ir en el autobús al tiempo que entra y sale de las páginas web preferidas u odiadas o lee la Wikipedia por orden alfabético. Bastará un ligero movimiento de la ceja, quizá un pensamiento, para navegar por la Red, pues la Red estará entonces dentro de nuestra cabeza. Parpadearemos y saldremos de una carpeta o de un archivo para meternos en otro sin que a nadie le sea posible revisar nuestro historial ni nuestros correos electrónicos ni nuestras direcciones digitales favoritas.

A lo mejor estará uno junto a su esposa, atendiendo aparentemente al telediario, pero sus neuronas permanecerán enganchadas a una página pornográfica en la que una chica está desnudándose para meterse en la ducha. Y será imposible saber en dónde se encuentra cada uno en realidad. El carnicero te dirá buenos días, buenas tardes o en qué puedo ayudarle, mientras por el interior de su cráneo desfilan imágenes que no podemos ni sospechar. En esa situación, el marido, excitado por lo que tiene dentro de la cabeza, pondrá la mano sobre el muslo de la esposa, excitada por lo que tiene dentro de la suya, pues los dos se habrán conectado a Internet mientras fingían escuchar a Ana Blanco, y así, cada uno con su página web preferida dentro de la bóveda craneal, se arrancarán la ropa y se revolcarán en el sofá y consumarán una cópula inesperada. O sea, todo exactamente como ahora.

dimarts, 1 de desembre del 2009

Complicaciones

COMPLICACIONES

Cómo tener la conciencia tranquila en un mundo donde, entre otras obligaciones morales cotidianas, están las de reciclar la basura, la de recoger la caca del perro, la de ayudar a una ONG, la de no comer carne de animales en peligro de extinción, la de no gastar más agua o más electricidad de las debidas, la de comprar sólo en tiendas de comercio justo…?

Además, si quieres ser un buen ciudadano, has de formarte una opinión sólida sobre la Ley de Economía Sostenible. Todo ello por no hablar de un sinfín de situaciones políticas a las que no se pueden cerrar los ojos sin sentir una puñalada en la conciencia.

Pero supongamos que has reciclado, que has recogido la caca del perro, que has subvencionado a una ONG, que no has comido atún ni anguila, que no has tirado de la cadena más veces de las debidas ni te has recreado en la ducha, donde sólo utilizas, por cierto, jabones ecológicos.

Supongamos, en fin, que llevas un comportamiento ejemplar desde que te has levantado de la cama. Pero hete aquí —qué rayos querrá decir hete aquí— que llegas al semáforo y tropiezas con un pobre concreto, y no una mera abstracción, vendiendo pañuelos de papel. Es tu oportunidad de ayudar a un ser humano con ojos y con boca y quizá con barba de tres días y con nombre. Le puedes preguntar su nombre. Resulta que se llama Pablo, como tu hijo pequeño, y que viene de Ecuador. Dale un euro y lárgate, coño, no te compliques la vida. Pero es que yo, de joven, pensaba que a los pobres no había que darles limosnas, sino armas. De joven pensabas muchas tonterías, muchacho, porque tenías todo el tiempo del mundo para lavar la conciencia.

Ahora has de ganarte la vida y reciclar las basuras y recoger las cacas del perro, etc. Todo eso sin contar con que el crío pequeño, Pablo, va fatal en el colegio —seguro que porque no le prestas la atención que requiere— y que la madre de tu mujer ha sufrido un ictus y que en los últimos años, sin darte cuenta, te has metido en más deudas de las aconsejables.

Qué difícil, ¿no?, levantarse con la conciencia tranquila y mantenerla en ese estado durante todo el día. Qué difícil la relación con el mundo, con la realidad. Si para la declaración de Hacienda precisas de un asesor, ¿qué necesitarías para entender al Gobierno entero?

diumenge, 29 de novembre del 2009

Rutinas

RUTINAS

Escuché un frenazo, me asomé a la ventana y vi a un grupo de personas detenidas junto al morro de un coche. Miraban al suelo, donde presumiblemente había un cuerpo que la aglomeración de curiosos no me permitía distinguir. Me puse la chaqueta y bajé no tanto por asistir al espectáculo como por dejar de trabajar. La víctima era un gato que yacía junto a las ruedas delanteras del coche. El conductor trataba de justificarse asegurando que el animal se había arrojado debajo del automóvil con una determinación suicida. En esto, una mujer se abrió paso y, tras identificar al felino, se puso a llorar con desesperación.

Yo permanecía pasivo, aunque preguntándome qué rayos hacía allí cuando debía de estar arriba, trabajando. Observé que el conflicto conmigo mismo no me permitía empatizar ni con el gato muerto ni con su dueña, de la que alguien dijo que convenía administrarle un calmante.

–¿Hay algún médico? –preguntó el espontáneo que se había hecho cargo de la situación.

Me he visto a lo largo de la vida en varias ocasiones en la que se necesitaba un médico y siempre sale uno de entre la gente. Una de dos, pensé, o hay médicos por todas partes, o hay mentirosos por todas partes. Después de todo, no se arriesga uno a nada levantando la mano. Estuve a punto de levantarla, pero me reprimí temiendo que hubiera algún conocido entre la gente, cada vez más numerosa. Dos hombres –uno de ellos médico (o eso dijo)– arrastraron a la mujer a la farmacia de la esquina mientras otro reordenaba el tráfico. Daba la impresión de que todo el mundo sabía qué hacer, como si hubieran vivido esa situación en otras ocasiones. Sólo yo permanecía pasivo, pues no me encontraba allí, como la mayoría, ni por solidaridad con el gato (o con su dueña) ni porque disfrutara espectáculo, sino porque no me apetecía trabajar. Cuando llegó la policía, subí de nuevo y me enfrenté a la novela que tenía entre manos. Había abandonado al protagonista en una habitación, sin saber qué hacer con él. Entonces decidí que escuchara un frenazo y que al asomarse a la ventana viera a un grupo de personas detenidas frente al morro de un coche. Etcétera.

dissabte, 28 de novembre del 2009

Un gran invento

UN GRAN INVENTO

El lío organizado en torno al Estatuto de Catalunya no nos ha hecho más sabios respecto a los catalanes, pero sí respecto a los tribunales de justicia. Resulta que el Constitucional está formado por 12 miembros de los que sólo 10 podrán votar (de los otros dos, uno ha muerto sin ser sustituído y el otro se encuentra recusado por hacer cosas feas). De estos diez, cuatro se mantienen en el puesto de un modo irregular, gracias a maniobras políticas que desacreditan las actuaciones de esas instancia. No es todo, pero es suficiente para hacerse una idea, en especial si añadimos que esos diez sabios llevan tres años dándole vueltas al asunto y cobrando un dinero del erario por cada una de esas vueltas, que hasta ahora no han conducido a ninguna parte. Clarividencia en estado puro, en fin, de ahí el respeto que infunden a la ciudadanía.

En las condiciones señaladas, no es que los diez sabios estén inhabilitados para manifestarse sobre la constitucionalidad del Estatuto, es que no podrían opinar con autoridad ni sobre la viabilidad de la tortilla de patatas. Cualquier veredicto que ese grupo de marcianos emitiera sobre asuntos que afectan a los terrícolas estaría viciado en su origen porque ellos se mueven en un universo que no tiene nada que ver con el nuestro. Es como si los extraterrestres conquistaran la Tierra (en el caso de que no lo hayan hecho ya sin que seamos conscientes de ello) y nos obligaran a caminar a cuatro patas porque no les pareciera constitucional que lo hiciéramos erguidos.

Pues los seres humanos somos bípedos, mire usted, le guste o no le guste al Alto Tribunal de extraterrestres. Tendrían que poner a un policía detrás de cada bípedo para que renunciáramos a la posición empinada. Y aún así, mucha gente preferiría morir de pie a vivir a cuatro patas. No resulta grata, la verdad, la imagen de una población de hombres y mujeres dirigiéndose como perros a la oficina. Además, cuando llegáramos a casa, practicaríamos en familia nuestra postura natural, quebrantando la norma extraterrestre. En definitiva, que el Tribunal Constitucional fue sobre el papel un gran invento, no decimos que no, pero quién iba a pensar que se nos llenaría de marcianos.

divendres, 27 de novembre del 2009

Materias oscuras

MATERIAS OSCURAS

La masa de dinero negro atribuida a Jaume Matas me hizo pensar en la antimateria. Cada euro negro, una antipartícula. ¿El dinero negro se cuenta o se descuenta? En todo caso, sólo podría descontarlo una antipersona. Tener una fortuna en dinero negro equivale a poseer una antifortuna. No sabemos cuántas antifortunas hay, quizá más que fortunas. Después de todo, la mayor parte del universo está compuesto de materia oscura. El palacete de Matas es en cierto modo un antipalacete en cuyo interior sólo se puede llevar una antivida, quizá una antivida repleta de antifiestas y de anticaviares y de antiVegas Sicilias y de antiangulas diarias, pero una antivida. Aunque hay antividas mejores que muchas vidas, la antivida aspira a la vida como el dinero negro suspira por ser blanqueado, aun perdiendo algo de su valor. La antimateria se encuentra en todas partes y en ninguna. El propio Estado dispone de cantidades notables de dinero negro sin el que el sistema no funcionaría. Según la Wikipedia, "en física y química se conoce como antimateria a las agrupaciones organizadas de antipartículas". Parece una definición del hampa, de la mafia. Del encuentro entre la materia y la antimateria surgió el universo. Quizá si introduces un euro blanco y otro negro en un acelerador de partículas y los haces chocar a gran velocidad, aparece una caja de ahorros. Cuando Matas adquirió y reformó su antipalacete, él era el Estado, o quizá el antiEstado disfrazado de Estado. Quiere decirse que tenemos un problema de fronteras. Menos mal que ahí está el Tribunal Constitucional para decirnos dónde termina la realidad y comienza la antirrealidad. Por cierto, que cuando a una nación se le niega el estatus de nación deviene inevitablemente en una antinación (o sea, pura materia oscura). ¿Es preferible tener de vecina a una nación o a una antinación?

Como si lo supieran

COMO SI LO SUPIERAN

Vivimos en un cuerpo que no entendemos, aunque lo sabemos manejar. Por eso andamos y corremos y nos llevamos cosas a la boca. Por eso vamos al baño cuando toca ir al baño y a la cocina cuando toca ir a la cocina. Tampoco entendemos las tripas del automóvil, que sin embargo podemos conducir, o los intestinos del ordenador, que de tantos apuros nos saca. Ahora bien, nada es comparable a vivir dentro de un cuerpo de la complejidad del nuestro y sobre cuyo funcionamiento lo ignoramos casi todo. ¿Qué se sabe del cerebro? Aún no hemos explorado ni el 5% de la totalidad de su territorio, y eso que apenas mide unos centímetros.

Digo que vivimos en un cuerpo extraño (extraño en la medida en la que sólo parcialmente somos dueños de él), pero sería más propio afirmar que somos el cuerpo en el que nos hacemos la ilusión de vivir. Somos algo que no entendemos, por lo tanto, algo que nos supera, que nos extraña y en lo que no nos reconocemos del todo. Hemos construido, a lo largo de la historia, mecanismos para atenuar esa contradicción, y así ahora mismo cada uno de nosotros es Fulano de Tal o Mengano de Cual. No tenemos ni idea acerca de nuestros orígenes ni de nuestro destino ni de nuestra verdadera identidad, pero cada uno lleva en el bolsillo un carné capaz de certificar que se llama así o asá, que es hijo de Fulano y Mengana y que tiene una profesión.

La situación no puede ser más cómica ni más dramática, pero es lo que hay. A veces, cuando intento comprender qué rayos es Europa, me pasa algo parecido a lo que me ocurre cuando intento entender qué rayos es Juan José Millás. Soy tan usuario de Europa como de este cuerpo y esta identidad denominados Juan José Millás. Pero tanto Europa como Millás me resultan extraños. Tienen un lado práctico, no lo niego, sirven para esto o para lo otro, mas no hay forma de acceder a su caja negra. Y si ser Millás o ser europeo resulta complicado, ser español es la bomba, como ser catalán, o vasco, o andaluz. Parece que el Tribunal Constitucional está a punto de emitir una sentencia en la que los magistrados explican en qué consiste la catalanidad. Como si lo supieran.

dimarts, 24 de novembre del 2009

Ni gota (ni idea)

NI GOTA (NI IDEA)

El ser humano es un mamífero que además de sus extremidades, sus vísceras, sus apéndices, y todo lo demás, posee ideas. ¿Cuántas? No lo sabemos, pues están sin catalogar, lo que no deja de resultar sorprendente dada nuestra afición a los inventarios. Las ideas tienen sus propios sistemas de canalización. Uno abre el grifo invisible que llevamos todos dentro de la cabeza y comienzan a salir ideas al modo en que sale el gas cuando abrimos la llave de paso. A veces salen las mismas ideas disfrazadas de maneras diferentes, para que parezcan distintas. Pero no se dejen engañar, son la misma. Hay personas capaces de vivir una existencia larga con una o dos ideas que entran y salen de la cabeza al modo del agua en esas fuentes que poseen un circuito cerrado y que están tan de moda. Las venden en los supermercados y centros de jardinería y poseen la fascinación de lo que no deja de moverse sin ir a ningún sitio. Los niños se preguntan por qué el agua no se acaba nunca, o por qué no se llena el pequeño estanque sobre el que cae. Conviene no revelarles muy pronto que el asunto tiene trampa. Una vez que uno descubre los circuitos cerrados, pierde la fe en más cosas de las deseables.

El otro día asistí a una conferencia en la que el ponente logró hablar durante hora y media manipulando dos ideas a las que se veía perfectamente salir de su boca y volver a entrar por sus oídos. A veces salían en un orden distinto al que habían entrado, pero las reconocías enseguida. Mucha gente se durmió a la tercera o cuarta vuelta, pero yo seguí fascinado todo el proceso. Ahí es donde se me ocurrió la posibilidad de hacer un catálogo con todas las ideas que circulan por el áspero mundo. No son muchas, créanme, en ninguno de los órdenes en los que actuamos. Se podrían entregar por fascículos, a través de los periódicos o regalar en las cajas de los supermercados, al pagar la cuenta. Su lectura nos colocaría frente a nuestros límites, nos haría más humildes, nos empujaría a producir más, para escapar de la monotonía dominante. Todo ello sin contar con que en la canalización de los circuitos cerrados, por bien aislados que estén, se producen pérdidas. Quiere decirse que si no se renuevan, acaban por secarse. Qué miedo, abrir el grifo y que no salga ni una gota (ni una idea).

dissabte, 21 de novembre del 2009

Miedo y catástrofes

MIEDO Y CATÁSTROFES

Ver y escuchar a todo el mundo equivale prácticamente a no ver ni escuchar a nadie debido a que los extremos se tocan, a veces se abrazan. Aznar y Anguita, si se acuerdan, estuvieron en tiempos muy unidos. Cuanto más se iba Anguita a la izquierda y más se desplazaba Aznar a la derecha, más cerca estaban el uno del otro. De hacer seguido esa deriva, se habrían atravesado, como el que atraviesa el espejo, y Aznar se habría convertido en Anguita y Anguita en Aznar. No son una excepción. En ocasiones veo actitudes mías en personas que detesto. Las detesto tanto que me alejo de ellas con violencia y cuando quiero darme cuenta, como la Tierra es redonda, me he colocado en su lugar. Me odio cada vez que caigo en una de esas trampas, pero incurro en ellas con una frecuencia indeseable. Internet, al ser un territorio tan extenso, ofrece una amplísima gama de conductas en las que nos podemos mirar para hacernos la autocrítica. Yo leo con frecuencia en la red a personas que no me gustan para ver hasta qué punto, huyendo de su estilo, lo perpetro. Y lo perpetro más de la cuenta, ésa es la verdad.

El otro día, a la hora del gin tonic, me felicitaron por una actuación pública en la que no me había gustado. Se lo dije a mi comunicante:

-No me gusté, no me gusto cuando me pongo así.

-Pero si estuvo usted muy bien —insistió él.

-Pues ya le digo que desapruebo ese tipo de conducta, sobre todo en mí.

El hombre me observó como si me hubiera vuelto loco. El problema de que a los demás les guste de ti lo que tú odias en ti, es que puedes acabar haciendo lo que a los otros les gusta por miedo a no ser aceptado. Ese miedo ha provocado catástrofes sin cuento a lo largo de la historia.

Pero volvamos al principio: decíamos que ver y escuchar a todo el mundo equivale a no ver ni escuchar prácticamente a nadie. Por eso, yo no creo que el sistema ese de moda, Sitel, sea tan eficaz como aseguran. A ningún paranoico como Dios manda puede gustarle que nos espíen a todos. La paranoia exige un grado de exclusividad.

divendres, 20 de novembre del 2009

Pavos en celo

PAVOS EN CELO

Del mismo modo que leyendo atentamente los anuncios por palabras se pueden interceptar mensajes de los extraterrestres, que utilizan este medio para dar órdenes a sus contactos, si se presta atención a los anuncios a toda página, descubre uno disputas soterradas entre organizaciones poderosas. Endesa viene colocando en los periódicos una publicidad encabezada por la siguiente leyenda: "En Endesa, cuando hablamos de eficiencia energética, no vendemos pájaros y flores". Lo sabíamos, vende kilovatios, y a precio de oro, para decirlo todo, de ahí que no tengamos relación alguna de afecto con sus directivos, por más que se empeñen en mostrarnos fotografías de gente feliz pronunciando con naturalidad frases artificiales: "Para mí decir domótica es decir comodidad", por ejemplo. ¿Pero por qué esa puntualización absurda respecto a las flores y los pájaros?

Acabo de descubrirlo. Trata de prevenirnos sobre los falsos encantos de otra empresa, Acciona, que pretende hacerse pasar, con otra campaña carísima, por una ONG dedicada al medio ambiente. Si no conociéramos las dificultades económicas de las ONG, quizá habría colado, pues Acciona vende, en efecto, los pájaros y las flores como nadie. No sabemos quién ganará esta batalla librada a golpe de talonario, pero Acciona tiene una desventaja frente a Endesa, y es que no hemos logrado, ni siquiera después de entrar en su página web, averiguar a ciencia cierta a qué se dedica (aparte de hacer el bien, lo que resulta sospechosísimo en gente tan rica). En cualquier caso, hay unos perdedores fijos: usted y yo, que tendremos que pagar esos movimientos de pavo real en celo a través de los recibos del agua o de la luz del mismo modo que sufragamos los gastos del ejército de coches oficiales de los que entra y sale todo el día gente que cada día nos inspira menos confianza.

diumenge, 15 de novembre del 2009

El principio de realidad

EL PRINCIPIO DE REALIDAD

No me pregunten dónde estaba yo cuando mataron a Kennedy, ni el día en que murió Marilyn o llegó el hombre a la Luna, ni la noche en que cayó el Muro de Berlín. Por no saber, no sé ni dónde me encontraba el día de mi primera comunión. Me recuerdo vagamente rodeado de tías y de madres y de abuelas que me arreglaban el pelo o el traje de almirante recién alquilado. Tampoco he olvidado el pánico a manchar aquel traje de militar, asunto incompresible y sobre el que pregunté a mi madre, que no supo contestarme. «Es lo que hace todo el mundo», zanjó ante mi insistencia.

Veo, avanzando hacia el altar, a un tipo que evidentemente soy yo (conservo fotografías de la época en las que me reconozco). Otra cosa es que yo estuviera allí, en el mismo lugar en el que se encontraba mi cuerpo. Ya entonces había adquirido una habilidad diabólica para fugarme de las realidades hostiles y aquella era terrible, sobre todo si pensamos que por la mañana me había tomado involuntariamente un caramelo. Quiere decirse que no estaba en ayunas y que cometería, al comulgar, un pecado mortal. Si muriera esa noche, iría de cabeza al infierno.

«Nosotros no vivimos en la realidad, pero la visitamos», asegura un personaje de John Le Carré al hablar de los espías. Tal es mi caso. Siempre he estado de visita en la realidad, y porque no me ha quedado otro remedio. Conozco más o menos sus leyes, he aprendido lo que significa un semáforo en rojo y sé que al llegar a la pescadería hay que pedir la vez. Aprendí también lo más difícil: a ganarme la vida (de un modo bien raro, por cierto), y voy, mal que bien, tirando, aunque meto la pata, por puro despiste, con más frecuencia de la que desearía. Por eso me producen tanta envidia las personas que viven en la realidad como si la realidad fuera su hogar. Es el caso, sin ir más lejos, de Sarkozy, que no sólo se acuerda de dónde estaba él cada vez que sucedió algo importante, sino que estuvo en todos los sitios donde ocurrió algún suceso histórico, incluyendo la creación del mundo. Ahora sólo le falta aceptar que es bajito, asunto real como pocos, pero que lleva fatal el hombre, según se desprende de las medidas que toma para que no se le note.

dissabte, 14 de novembre del 2009

Las cacas de Jaume Matas

LAS CACAS DE JAUME MATAS

Cuántas veces al día hay que mirar la hora para amortizar un reloj de más de doce mil euros? ¿Cuántas veces a la semana hay que limpiarse la suela de los zapatos para rentabilizar un felpudo de 800 euros? ¿Cuántas horas al mes hay que pasarse frente a la tele para que resulte rentable la compra de un aparato de dos millones de pesetas? Podríamos prolongar esta cadena de interrogaciones si pensamos que Jaume Matas, además de relojes caros, televisores de lujo y felpudos aparatosos, tenía (y tiene presumiblemente) un verdadero almacén de bolsos de marca, una auténtica bodega de vinos exquisitos y unas cortinas cuyos flecos costaban lo que a usted le cuesta la hipoteca.

El almacén al que nos referimos no era una nave situada en el extrarradio de Palma de Mallorca, sino un palacio de piedra que, aun a precio de saldo (como él asegura que lo compró), costaba un ojo de la cara. Entre las riquezas acumuladas por este insigne hortera, hay que incluir —según ha revelado en Público Ignacio Escolar— un número indeterminado de escobillas de retrete que valían la friolera de 375 euros la unidad. ¿Cuántas veces al día, y con qué fuerza, hay que limpiar el retrete para que merezca la pena una inversión así?

Cuando nos imaginamos al pobre Matas intentando rentabilizar todos esos gastos, lo vemos yendo histéricamente de un lado a otro del palacio, ora para observar la tele de dos millones, ora para consultar compulsivamente la hora de un reloj de péndulo, ora para descorchar nerviosamente una botella de Vega Sicilia, ora para limpiarse el culo con las cortinas de raso, ora para quitarse los excrementos de los perros de lujo en los felpudos de oro. Y lo que es peor: lo vemos agachado sobre la taza del retrete dándole a la escobilla de 375 euros para limpiar una caca vulgar, pues su caca, no por ser presidente, era más cara que la de cualquiera. Es posible incluso que oliera peor que la de un ser humano normal. De momento, todas las noticias relacionadas con ese palacete de millones de euros, adquirido milagrosamente con un sueldo de 84.000 euros anuales, echan una peste que mata.

divendres, 13 de novembre del 2009

Onanismo

ONANISMO

La histeria mediática desatada en torno a la celebración de la caída del muro de Berlín nos ha recordado a aquella otra de la que fuimos víctimas con ocasión de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos. De hecho, una vez recogido el decorado, nos hemos vuelto a quedar un poco tristes, como el onanista tras la eyaculación. ¿Somos más sabios después de tantos artículos, tantos telediarios, tantos reportajes? No lo parece, la verdad, ni siquiera somos más felices. El consumo excesivo (sea de noticias, de trajes de Milano o de angulas) jamás proporciona la dicha que promete. Jaume Matas, después de hacerse con un palacio que atiborró de tesoros dignos de un sultán, tuvo que huir a Nueva York en busca de una paz que no hallaba en la utilización compulsiva de unas escobillas de váter que le habían salido a 375 euros la unidad.

Estamos tan rodeados de nada que una noticia sin histeria no es noticia. Sucede en todos los ámbitos, también en el de los libros, el del cine, el del arte y el de la gastronomía, por no hablar de las necrológicas, cada día más infladas. Pero la sensación de plenitud de la histeria dura lo que un orgasmo triste. La virtud del fútbol es que nos garantiza varios orgasmos por semana, todos igual de inanes y por lo tanto perfectamente repetibles. Cuando no es que el Alcorcón ha humillado al Real Madrid, es que Guti ha mandado a tomar por el culo a su jefe (sin dejar por eso de cobrar una pasta) o que a Ronaldo le ha echado mal de ojo un brujo. Pero volviendo al Muro, hemos echado en falta el testimonio de las mujeres del Este a las que la caída del telón permitió establecerse como putas en Occidente, garantizando así nuestra libertad de elección. El problema es que ese testimonio habría rebajado la histeria informativa y la buena conciencia que tanto placer nos produjeron mientras duraron.

dimecres, 11 de novembre del 2009

Vísperas de la boda

VÍSPERAS DE LA BODA

Estaba tomándome el «gin tonic» de media tarde cuando en la mesa de al lado un hombre le preguntó a una mujer si era capaz de imaginarse una libélula gorda.

—Pero gorda gorda -añadió-, como tu madre.

—¿Estás comparando a mi madre con una libélula? –preguntó la mujer.

—Si hubiera libélulas gordas -dijo él-, estoy seguro de que se parecerían a tu madre.

—¿Pero qué tiene mi madre de libélula?

—No sé, la expresión de la cara, los movimientos de las piernas… Además, cuando riega las plantas, se acerca y se aleja de ellas con movimientos semejantes.

La mujer cortó un trozo de su tortita, que untó con nata, y se lo llevó a la boca pensativa, como tratando de decidir si el hombre trataba de piropear o de insultar a su progenitora. Por fin, pasados unos segundos, preguntó:

—¿Te imaginas un hipopótamo delgado?

—¿Cómo de delgado?

—Pues que se le notaran las costillas.

—No es fácil, pero sí.

—Pues si hubiera hipopótamos delgados serían igual que tu madre.

Aunque me pareció advertir en las palabras de la mujer una intención ofensiva, lo cierto es que el hombre no se dio por enterado.

—A mi madre —se limitó a señalar— no se le notan las costillas.

—Pero actúa como un hipopótamo. La ves avanzar en toda su delgadez por el pasillo y te dices: ahí viene un hipopótamo famélico.

Yo di un sorbo a mi gin tonic e imaginé una escena de documental de La 2 en la que una libélula gorda se posaba sobre el cuerpo de un hipopótamo delgado. Parecía una escena surreal, un regalo onírico. Mientras me perdía en estas ensoñaciones potenciadas por el alcohol, la pareja se hundió en un silencio hosco que rompió ella preguntando si invitaban o no invitaban a su boda al «ministro». Vale, dijo él, y eso fue todo.

divendres, 6 de novembre del 2009

¡Viva Italia!

¡VIVA ITALIA!

Antes que nada, nuestra enhorabuena a Rato. Dado que Caja Madrid ha demostrado a lo largo de los últimos meses que puede sobrevivir sin dirección, sin imagen, sin estabilidad y sin estrategia comercial, el ex ministro podrá dedicar su tiempo a decidir en qué medios amigos coloca la publicidad, a qué asociaciones beneficia y con qué criterio de rentabilidad política concede los préstamos (nada parecido al coñazo del FMI, de donde se tuvo que ir porque le obligaban a trabajar en serio). Conste que son los medios cercanos a Rodrigo Rato los que dan por hecho que ha aceptado dirigir la Caja no para dirigir la Caja, sino para saltar desde ella a la política. De ahí también, siempre según esos medios, que no le importe perder un poco de dinero respecto a los ingresos de que disfruta ahora. Lo de "perder dinero" da un poco de risa, pero les juro por Dios que lo he leído.

En cuanto a las personas encargadas de legitimar la maniobra con su voto, ningún problema. Llegado el momento, fingirán que eligen al candidato idóneo entre los presentados por quienes debían hacerlo. No les resultará difícil engañarse si piensan en sus salarios, en sus bonos, en sus dietas, en sus regalos de Navidad, en sus coches oficiales. Quizá en los días previos a la votación discutan incluso sobre la idoneidad del aspirante nombrado por Rajoy, como si les cupiera la posibilidad de rechazarlo. Y fingirán también que se ha cumplido a rajatabla la condición impuesta por las partes de que el nuevo responsable de la institución careciera de perfil político. Lo mejor de todo, amigos, es que esto no es corrupción, sino salud democrática, pujanza financiera, capacidad de negociación, demostración de autoridad, lo que ustedes quieran menos podredumbre política, miseria pública, asalto a mano armada o navajeo. No tenemos palabras, en fin, ¡Viva Italia!

dijous, 5 de novembre del 2009

Hacerse el loco

HACERSE EL LOCO

Juan Bravo Rivera, concejal de Hacienda del ayuntamiento de Madrid, le preguntaron si el nuevo impuesto de basuras con el que Gallardón ha castigado al personal tenía que ver con la deuda de siete mil millones que dicha ciudad ha contraído minuciosa e inútilmente a lo largo de los últimos años y dijo que no. Pero lejos de limitarse a la negación, la argumentó con las siguientes palabras: «El problema que tiene el ayuntamiento es un déficit estructural de su financiación que no tiene nada que ver con el volumen de la deuda». Muy hábil, el tal Bravo Rivera. Madrid se ha metido en un lío económico gordísimo por culpa de las ansias de grandeza de su alcalde, pero eso no es un problema. El problema es el déficit estructural etcétera.

Dado que los políticos son muy aficionados a comparar la economía colectiva con la doméstica, supongamos que usted, por su mala cabeza, se ha endeudado en cantidades a las que no puede hacer frente. Entonces va al banco a pedir un crédito (uno más) para salir del apuro, y el banco, tras estudiar su expediente, se lo niega.

-¿Pero por qué? –preguntará usted al señor de la ventanilla.

-Porque está usted hasta el cuello de deudas.

-Pero el crédito que ahora les pido –responderá usted astutamente- no tiene nada que ver con mi deuda, sino con un déficit estructural de financiación.

Llegados a este punto, lo más probable es que el señor de la ventanilla le mire a usted como si usted estuviera loco, o como si se lo estuviera haciendo por lo menos. ¿Cómo deberían mirar los madrileños al concejal de Hacienda de su ayuntamiento, como si le hubiera dado un brote o como si lo fingiera? Pues no es fácil de decidir, mire usted, porque la raya entre el fingimiento y la realidad tampoco está tan clara. Hay gente que empieza haciéndose la loca y acaba loca de verdad. La política actual, desde Berlusconi a Sarkozy, pasando por quienes ustedes quieran señalar, está llena de personajes raros, sobre los que no sabe uno qué decir. Pero volviendo a Gallardón, empezó fingiendo que era Napoleón y ha acabado creyéndoselo (a cargo del erario, claro).

divendres, 30 d’octubre del 2009

Enjuagues

ENJUAGUES

El espectáculo al que estamos asistiendo con Caja Madrid de protagonista no es nada, piensa uno, con lo que ocurrirá una vez que el afortunado jure el cargo de presidente y se dedique a devolver favores. Usted y yo somos unos ingenuos y no nos enteramos de nada, pero a lo mejor resulta normal poner un piso en la Gran Vía a quienes te proporcionaron la bicoca. Lo mismo tienes que meter todos los días la mano en la caja para pagar esa deuda de gratitud. Vaya usted a saber a qué se compromete el agraciado. Si te entrego la Caja, ¿serás mi esclavo el resto de tu vida, regalarás hipotecas a mis hermanos, colocarás a mi cuñado, recogerás a los hijos de mi hermana de la guardería, sacarás a pasear al perro de mi madre?

Para presidir una Caja has de tener una vocación de servicio a prueba de bombas, pues las tentaciones de pillar, dadas las facilidades aparentes, deben de ser continuas. Ignoramos cómo funcionan las demás, pero Caja Madrid tiene la pinta de ser lo más parecido a la caja de la farmacia de la señora de Camps, donde todo el mundo metía mano sin control, fuera para hacerse unos trajes o para tomarse unas cañas. O sea, un chollo, de otro modo no se entiende esa lucha a muerte por conquistar su presidencia. Es muy fuerte que un partido político con posibilidad de gobernar se rompa por ver quién manda ahí. O los beneficios personales son muy altos o los contendientes son idiotas. Como llevan toda su vida viviendo de los Presupuestos Generales, muy idiotas no son. Quiere decirse que el que logre encaramarse a ese sillón se forra. En otras palabras, que esto huele fatal. Y no nos referimos a la guerra entre Gallardón y Aguirre, que tiene su lado pintoresco, sino a esa paz que tarde o temprano ha de sobrevenirle y bajo cuyo manto se llevarán a cabo enjuagues económicos que ahora no podemos ni imaginar.

No tenemos ni idea

NO TENEMOS NI IDEA

A estas alturas resulta ya imposible decidir qué hay de ficción y qué de realidad en todo lo que nos han contado sobre la gripe A y sus remedios. La historia ha evolucionado con tantos altibajos, tantas versiones, tales cambios de definición y de abordaje que cualquiera de las versiones en circulación, incluidas las más delirantes, nos parece igual de verosímil. Y menos mal que está resultando benigna porque de haber sido tan agresiva como se preveía al principio, el descontrol narrativo al que asistimos sería de risa. Frente a los excesos de realidad, la literatura retrocede. Es lo que ocurrió, por poner un ejemplo doméstico, en la España de 1936, donde la novela se fue al carajo y no volvió hasta unos años después de que terminara la guerra. Es un hecho, en cambio, que donde la realidad se ahíla engorda la ficción. Y eso es lo que ocurre en estos momentos, que frente a una realidad sosa la imaginación ha tomado al asalto las estructuras narrativas de la gripe A para que alguien se forre a su costa. Y con ello no queremos negar la existencia de la enfermedad, sino subrayar la dificultad para separar en ella el polvo de la paja.

Total, que la ciencia se acerca cada vez más a la literatura, aunque se sigue ganando más dinero con las vacunas y el Tamiflu que con las novelas, incluso cuando venden. Si el responsable de los prospectos del Tamiflu cobrara derechos de autor, Dan Brown sería un paria a su lado. No hay libro en el mundo cuyas tiradas puedan equipararse a las de esos medicamentos fabricados bajo una ola de pánico. Lo que no hay manera de averiguar es si la ola de pánico fue natural (y lógica) o creada artificialmente, como uno de esos virus sintéticos que, según la leyenda, se fabrican en laboratorios de la CIA.

Debemos agradecer, en fin, al virus de la gripe A que nos haya dado la oportunidad de conocernos un poco mejor, aunque el conocernos incluya la certidumbre de que no tenemos ni idea de nada, ni siquiera de si conviene vacunarse o no. Lo malo es que ha dejado de ser una opción científica para transformarse en una decisión literaria. Si todavía no hemos logrado averiguar algo tan sencillo como si Ricardo Costa ha cesado o no, ¿con qué criterios decidir si esta fiebre procede de la gripe estacional o de la otra?

dijous, 29 d’octubre del 2009

Reconciliación nacional

RECONCILIACION NACIONAL

Las cartillas que dan los periódicos para apuntarse a sus promociones poseen la tristeza pegajosa de las de racionamiento. La sola idea de rescatar un cupón diario y pegarlo disciplinadamente en la cartilla para obtener a bajo precio un juego de sartenes o una cubertería, encoge el alma. Quiere decirse que estas iniciativas compensan económicamente, pero no emocionalmente. Cuando ceno en casa de un amigo cuya vajilla procede de una promoción periodística, se me pone la carne de gallina. Por lujoso que sea el plato, me parece que tomo la comida de una escudilla. De súbito, la casa de mi amigo se convierte en campo de concentración.

-¿Qué te pasa?

-No, nada, qué cubertería tan original, por cierto.

-La conseguí en una promoción del «Abc».

Lo bueno de las promociones es que seducen de forma trasversal a los votantes de todo el espectro político. Un periódico de izquierdas con una oferta adecuada puede ser comprando disciplinadamente por un lector de derechas, y viceversa. Frente a un buen juego de sartenes, no hay ideología que valga. Y eso está muy bien, sobre todo en un país, como el nuestro, donde se practica un periodismo de trincheras. El menaje de cocina, obtenido con este sistema de cartillas y cupones, ha hecho por la reconciliación nacional más que las campañas llevadas a cabo durante la transición. Si en un mismo hogar pueden convivir las soperas del «Abc o «La Vanguardia» con los tenedores de «El País» o «El Mundo», es porque aquí ya no hay dos Españas.

Pese a todo, a mí las promociones, como los fascículos, me dan cierta tristeza, ya digo, porque me remiten a épocas de menesterosidad, de agobios económicos, de indigencia. Como mi quiosquero lo sabe, jamás me ofrece una cartilla, pero me entrega los periódicos con los cupones recortados. Si no los quiero yo, pensará el hombre, que le aprovechen a otro. Y eso me molesta porque lo siento como una mutilación. Me gusta llegar a casa con el periódico entero, aunque no sé cómo decírselo sin parecer un egoísta o un excéntrico. Total, que en una de ésas me apunto yo también a las sartenes. Aunque luego me dé pena usarlas.

diumenge, 25 d’octubre del 2009

Un sueño en la cabeza

UN SUEÑO EN LA CABEZA

Pasqual Maragall sigue arriesgando: "Hicimos los Juegos Olímpicos, hicimos aprobar y refrendar el Estatuto y ahora iremos a por el Alzheimer". El que fue alcalde de Barcelona y presidente catalán le planta cara al reto más importante. Ha creado el Fondo Alzheimer Internacional para abordar la enfermedad desde nuevas perspectivas. Es lo que mejor hizo siempre: creer en los sueños. Hemos convivido dos días con él, en su casa, con su familia, sus amigos, en su querida ciudad, con sus objetos más próximos. Y este personaje entrañable ha logrado descolocar al autor con su sentido de la vida y del humor.

Si decir de alguien que fue alcalde de su ciudad y presidente de su comunidad puede parecer mucho, en el caso de Pasqual Maragall no es nada. Habría que añadir que fue el alcalde de los Juegos Olímpicos de 1992 y el presidente del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. Los Juegos modificaron el rostro de Barcelona, quizá también sus huesos, además de colocarla en la lista de las ciudades más hermosas del mundo. La aprobación del Estatuto marcó un antes y un después en la historia política catalana. Piensa uno que ambas realizaciones (puras quimeras en el momento de imaginarlas) fueron el producto de un "delirio" al modo en que también lo son las conquistas artísticas. Es cierto que para que un delirio se lleve a cabo es preciso añadirle planificación, racionalidad, talento práctico, recursos humanos y económicos..., pero si no hay delirio (el delirio es el alma) todo lo demás es pura exterioridad. La torre Eiffel o el Empire State Building no podrían haberse levantado sin planos ni sin raíces cuadradas, pero tampoco sin delirio. Son dos ejemplos extrapolables a cualquier otro ámbito de la actividad humana. La diferencia entre el político "delirante" y el pragmático es la que va de Maragall a Gallardón. Aunque que el alcalde de Madrid (ejemplo de voracidad política desnuda, mera ambición sin sueño) consiguiera los Juegos de 2016, haría de ellos los más convencionales de la historia.

de maragall habría que decir, pues, que, además de eficaz, fue un gestor insólito. Quizá fue eficaz por ser insólito. Su singularidad le salvó de caer en los desenfrenos propios de la corrección política, pero constituyó un arma que sus adversarios más mediocres utilizaron con vigor, y a veces con resultados prácticos inmediatos; a la larga, sin embargo, ninguna de las infamias con las que se intentó socavar su prestigio ha quedado en pie. Incluso el término "maragallada", inventado como sinónimo de algo sin pies ni cabeza, ha adquirido con el tiempo unas connotaciones amables. Nacido en enero de 1941, y tercero de una familia de ocho hermanos, pertenece a una saga entre cuyos miembros podemos encontrar empresarios, políticos, deportistas, pintores, escultores y escritores (es nieto del poeta Joan Maragall).

A nadie extrañó, por tanto, la repercusión de la rueda de prensa que ofreció el 20 de octubre de 2007 para informar públicamente de que padecía Alzheimer. Acompañado por Diana Garrigosa, su mujer, confirmó ante los medios el diagnóstico y anunció que dedicaría todas sus fuerzas a combatir esa enfermedad. "Hicimos los Juegos Olímpicos, hicimos aprobar y refrendar el Estatuto y ahora iremos a por el Alzheimer", aseguró.

"Ahora iremos a por el Alzheimer". Dicho así parece otro delirio, pero lo cierto es que la fundación que lleva su nombre ha puesto en marcha un proyecto enormemente ambicioso que aspira a convertirse en una referencia universal sobre la investigación de esta enfermedad neurodegenerativa. El Fondo Alzheimer Internacional de la Fundación Pasqual Maragall, que así se llama, está dirigido por el doctor Jordi Camí y pretender abordar el estudio de la enfermedad con nuevas técnicas y desde una mirada multidisciplinar. Dados las energías, el talento y la originalidad (el delirio, en suma) que Maragall y su entorno están poniendo en el proyecto, no sería raro que diera alguna sorpresa antes de lo previsto.

Fue una vez clausurada su etapa al frente de la Generalitat, y al percibir que algo no funcionaba como debía, cuando decidió ir al médico. La exploración no reveló nada anormal, por lo que los síntomas con los que acudió a consulta se atribuyeron a las presiones sufridas durante su mandato. No obstante, y como él insistiera en que no se encontraba bien, se le hizo un test de memoria que, sin ser determinante, levantó sospechas. Pasado el tiempo, y tras un viaje familiar a Argentina en cuyo transcurso se acentuaron algunos síntomas, el matrimonio Maragall decidió consultar de nuevo. Lo hicieron en un hospital de Nueva York, por miedo al revuelo que podría organizarse en España de producirse alguna filtración. Allí, en palabras de Diana, su mujer, "un polaco de dos metros, frío como el hielo", confirmó el diagnóstico temido.

En julio de 2007 el matrimonio volvió a EE UU, esta vez a Boston, en busca de una segunda opinión. Tras la toma de una muestra del líquido cefalorraquídeo, y a la espera de los resultados, la pareja visitó a algunos amigos e hizo turismo. Entre tanto, y dado que albergaban pocas esperanzas acerca del diagnóstico, en Maragall fue creciendo y tomando forma la idea de colocar a Barcelona en el mapa de la investigación mundial sobre el Alzheimer. Por aquellos días, según cuenta en su libro de memorias (Oda inacabada), apareció en el periódico USA Today un artículo acerca de Richard Taylord, un psicólogo víctima del Alzheimer y autor de un libro titulado Alzheimer?s from the inside out, en el que relata su experiencia y se refiere a las virtudes de compartirla con la sociedad. "El artículo", escribe Maragall, "me impactó y me convenció definitivamente del acierto de nuestra intuición: salir del armario, declarar públicamente mi nueva condición de enemigo de una enfermedad por ahora intratable, plantarle cara, buscar ayuda para los que vendrán".

nuestro encuentro con el ex alcalde de Barcelona y ex presidente de la comunidad catalana se produjo a lo largo de los días 21 y 22 de julio pasados, es decir, dos años después del viaje a Boston. Dos años, en el progreso de esta enfermedad, pueden ser mucho o poco, dependiendo de factores de toda clase, incluidos los ambientales. A lo largo de este tiempo, Maragall ha permanecido activo, dividiendo su tiempo entre la familia y sus dos despachos (el de ex presidente de la comunidad y el de la Fundación Pasqual Maragall). Ha publicado un interesante libro de memorias y está a punto de aparecer España y el federalismo, que reúne buena parte de sus escritos políticos. Tiene una agenda intensa, anotada en unas hojas pequeñas (a hoja por día de la semana), grapadas entre sí, a modo de un cuaderno, que lleva siempre en el bolsillo y que consulta con frecuencia. A petición propia, forma parte de un grupo de enfermos de Alzheimer sometidos a una terapia experimental, aunque dado que el método por el que se realiza es el denominado "doble ciego", no sabe si lo que se le administra es el preparado real o un placebo. Soporta esta ignorancia con humor e ironía, en la convicción de que si le ha tocado ser sujeto del placebo no tendrá tiempo de probar el tratamiento verdadero. El de Maragall es un caso de diagnóstico precoz y de intervención también temprana, pues su médico de cabecera, cuando los síntomas por los que acudió a consulta se atribuyeron al estrés, le administró, "por si acaso", un tratamiento que no le haría daño si no era Alzheimer, pero que de serlo aminoraría sus efectos.

Primera jornada: Los juicios previos. Nos encontramos por primera vez en un restaurante de Barcelona donde tras las presentaciones, y después de que nos liberara de darle el tratamiento de presidente, proponiendo que nos tuteáramos, comimos un arroz mientras evocábamos su trayectoria política y vital. Quince años intensos de alcalde de Barcelona y tres años turbulentos de presidente de la comunidad dan mucho de sí, de modo que el tiempo pasó volando. Al llegar a los postres, y como hubiera hecho una demostración increíble de buen juicio y de excelente memoria, me pregunté dónde estaba la enfermedad. Yo había acudido a aquel encuentro como quien viaja a un territorio fronterizo denominado Alzheimer. Esperaba encontrar en él a un individuo con un pie en el lado de acá y otro en el de allá, pues me gustaba la idea de que el recuerdo y el olvido, la memoria y la desmemoria, fueran regiones vecinas, comarcas colindantes, pero claramente diferenciadas. Y pretendía que ese hombre me contara la relación entre esos territorios, que me relatara cómo se desplazaba de uno a otro y qué ocurría en el momento de atravesar sus límites. Yo había acudido a aquel encuentro, en fin, lleno de juicios previos (de prejuicios) a los que, como se verá, no estaba dispuesto a renunciar así como así. Muchacho, no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje.

-¿Dónde está el Alzheimer? -le pregunté entonces directamente (quizá brutalmente), sin ser capaz, creo, de reprimir un tono de decepción, de queja.

Maragall sonrió y continuamos hablando de política hasta la llegada del café. Entonces, confortados nuestros cuerpos por la comida, y ya entrados en confianza, sacó del bolsillo un móvil que acababan de conseguirle en el mercado de segunda mano y que era, según dijo, idéntico al que había venido usando hasta que se le estropeara. Estaba feliz con él porque se ajustaba perfectamente a sus necesidades y a sus aptitudes. Me pidió que sonriera, sonreí, y me sacó con el móvil una foto que en ese mismo instante envió por SMS al mío, donde sonó enseguida la alarma. Abrí el mensaje, vimos el resultado y no nos gustó, por lo que repetimos la operación. Ahí estaba yo, en fin, viajando de un móvil a otro, quizá también de un lado a otro del Alzheimer. Se trataba de un juego inocente con el que pasamos un buen rato, pero me pareció advertir en él (¡por fin!) un aspecto sutilmente inquietante, también un punto de desinhibición atribuible, según el gusto del consumidor, al carácter de Maragall o a su enfermedad (cada uno encuentra lo que busca). Tras esa breve excursión a lo que decidí que era el otro lado de la frontera, regresamos a éste, donde insistí en que me hablara de su relación con la enfermedad:

-Una cosa que yo he descubierto -dijo con paciencia- es que la actividad es buena. Crear nuevos proyectos, moverse. Cuando tú estás diagnosticado de algo, ¿qué hace la gente? Etiquetarlo, clasificarlo. Éste es un demente, éste es un tipo sin memoria, etcétera. Pero todos estamos un poco locos, un poco sin memoria. Esa manía clasificatoria hace que se pierda una de las cosas claves del pensamiento: la interacción. Los problemas no están aislados, se relacionan. ¿Son todos los enfermos de Alzheimer iguales? No, cada persona es cada persona. Los que tratan las enfermedades tienen que catalogarlas, homologarlas, hacer paquetes. Pero no hay dos enfermos iguales. Los especialistas, y el Alzheimer tiene muchos, ponen fronteras en su estudio. La especialización es un sistema de progreso con muchas limitaciones, porque las cosas ocurren a la vez. Yo intento que la especialización no mate el problema. A mí me gustaría que al lado de los físicos hubiera químicos, porque yo tengo, por ejemplo, sensaciones físicas de inmaterialidad, pero si le pregunto a mi médico no sabe nada de eso, ni le interesa. Con la especialización se avanza, pero se produce una pérdida.

Otra de las cuestiones que le llamaban la atención, y que no lograba explicarse, eran los ataques de "déjà vu". Precisamente, yo había copiado en mi cuaderno un párrafo de sus memorias relacionado con este asunto (y con el de las sensaciones de inmaterialidad). Lo busqué y lo leí en voz alta. Decía así: "Estos días, a veces, recuerdo la depresión que me causó regresar de Estados Unidos, un verano en Empuries, atravesando en diagonal el campo de alfalfa entre Ca L?Eugasser y Can Rubert, con una extraña sensación de estar y no estar, andando maquinalmente".

Maragall reconoció el párrafo y evocó la situación que lo había provocado, pues se trataba, dijo, del primer "déjà vu" (acompañado también de cierta sensación de inmaterialidad) del que tenía memoria. Hablamos, asimismo, de las paradojas de la memoria que señala con detalle en su libro: el hecho, por ejemplo, de que un camino conocido le sorprendiera a veces como nuevo. En ocasiones, y debido a la enorme fuerza de la memoria remota, tenía, al regresar a lugares antiguos, la sensación de regresar a la infancia. Experiencias extrañas, en fin, desconcertantes y con frecuencia incómodas, que él observaba con curiosidad. Quizá, pensé, gracias a esa curiosidad fuera capaz de obtener también algún placer de ellas.

para el manejo de la memoria reciente había ido adquiriendo un repertorio de trucos que denominaba "anti-Alzheimer". Así, por ejemplo, para no olvidar la chaqueta, la dejaba colgada en una silla que situaba en medio del pasillo, de modo que no tenía más remedio que tropezar con ella al salir. Y consultaba cada poco el cuadernillo que contenía su agenda semanal. Para recordar los nombres de las personas, repasaba todo el abecedario, si era necesario dando más de una vuelta; en la segunda recitaba mentalmente, ab, ac, ad... En un momento dado, hablando de un cómico recientemente fallecido cuyo nombre no nos venía a ninguno de los presentes, Maragall apuntó de súbito: Rubianes.

-He repasado todo el abecedario -explicó- y no me ha venido, pero lo he rozado, de modo que al llegar a la zeta me he dado cuatro segundos de espera y, de repente, ha saltado.

Le preocupaba la idea -muy extendida- de que la pérdida de memoria fuera acompañada de una pérdida de sensibilidad. "El Alzheimer", me diría más de una vez, "borra la memoria, no los sentimientos". De ahí su interés por programas que cuidaran los aspectos emocionales del paciente.

-Ahora -me dijo hablando de la importancia de los pequeños gestos cotidianos- yo tengo una pelea, porque hay estudios según los cuales con Alzheimer no puedes conducir, y mi hijo, con ese argumento, me ha robado el Ford Escort.

Se refería a un viejo automóvil que le ha acompañado a lo largo de media vida y al que profesa un apego casi cómico. Al hablarme de él en los términos en los que lo hizo, tuve por un momento la sensación de que en esos instantes se dirigía a mí desde el otro lado de la frontera, sobre todo porque propuso que yo telefoneara a su hijo a fin de averiguar con cualquier excusa dónde se encontraba el Ford Escort, para ir a buscarlo. Me reí por la propuesta, y él conmigo, pues incluso cuando se manifestaba el Alzheimer (si se trataba del Alzheimer) lo hacía en un registro maragalliano, pleno de ironía, de humor.

En cualquier caso, me pareció que el asunto del coche tenía un significado especial, en la medida en que conducir simbolizaba la capacidad de conducirse. Un coche propio proporciona autonomía personal; no había nada raro, pues, en que alguien cuyo horizonte era la dependencia acumulara, mientras le fuera posible, las herramientas de independencia que aún era capaz de controlar. Y aunque afirmaba de sí mismo que era un enfermo atípico porque tenía un entorno muy sólido, ya que todo el mundo lo conocía e iba con escolta a todas partes, admitía también que en esas ventajas había algo de prisión. De ahí, pensaba uno, su empeño en conducir, en recuperar su mítico Ford Escort y también en escapar de la vigilancia de los escoltas, pues se pasaba el día haciendo planes de fuga que indefectiblemente fracasaban. Me relataba estos planes con ironía, como si se trataran de un ejercicio retórico más que de un propósito real, pero no dejaba de hacerlos.

Hubo otro aspecto que también me llamó la atención en esta primera jornada. Me refiero a ciertas "ausencias" que se daban cuando alguna reunión o alguna situación se prolongaban demasiado. Entonces tenía uno la impresión de que había en el interior de la cabeza de Maragall una puerta que comunicaba la parte de delante con la de detrás (la tienda -podríamos decir- con la trastienda), de modo que, a ratos, sin dejar de estar contigo, notabas que había cruzado esa puerta, refugiándose en la parte de atrás. Cuando se encontraba en ese lado aparecía en su rostro una especie de vacío, un punto de tristeza. No logré averiguar lo que pasaba en la trastienda, pero sí que el cambio de actividad le hacía regresar de allí con bríos renovados, dispuesto a cualquier cosa.

Segunda jornada: "Este hombre es muy nervioso". La jornada empezó a las nueve de la mañana en el servicio de rehabilitación del hospital de La Esperanza, adonde Maragall acude tres veces por semana a que le den un masaje que forma parte de su tratamiento anti-Alzheimer. Habíamos quedado allí porque quería presentarnos a la masajista, Loli Díaz, de modo que los acompañé durante un rato en la estrecha cabina de masaje, donde apenas cabíamos los tres. Sin dejar de amasar el cuerpo del paciente, tumbado sobre una camilla, Loli me explicó que Maragall había llegado al servicio de rehabilitación fatigado y tenso. Le hacía, entre otros, unos estiramientos cervicales beneficiosos para la actividad mental. Maragall, por su parte, y pese a las dificultades que tenía para hablar debido a su postura (boca abajo, con el rostro introducido en un orificio de la camilla desde el que sólo veía el suelo), logró resumirme la historia del barrio en el que nos encontrábamos y me habló de una casa de okupas cercana en cuya fachada había pintadas de contenido anarquista que le hacían gracia.

al abandonar el hospital decidió que iríamos andando hasta su casa, donde habíamos quedado con Diana para desayunar. El calor aún no era excesivo, y Maragall, estimulado por el reciente masaje, se encontraba pletórico (aún no nos habíamos dado cuenta de que ése era su estado natural), de modo que comenzamos a caminar en la creencia ingenua, por nuestra parte, de que haríamos el recorrido de un modo lineal y en un tiempo razonable. Pero andar con Maragall por las calles de Barcelona es una aventura, no ya porque todo el mundo se acerca a hablar con él como si se tratara de un amigo, sino porque él mismo puede detenerse frente a una anciana y reconvenirla cariñosamente por ir tan cargada, ofreciéndose a echarle una mano con las bolsas de la compra. Daba la impresión de que se sentía responsable de cuanto ocurría cerca de él. Según íbamos calle abajo, por ejemplo, apareció una furgoneta montada sobre la acera que estorbaba el paso a los peatones. Al llegar a su altura, Maragall introdujo la cabeza por una de las ventanillas y, dirigiéndose al conductor, que permanecía al volante, exclamó cargado de razón: "¡Hombre!". El hombre miró a Maragall como si fuera un aparecido y soltó un "Hostias" contrito al tiempo que ponía la furgoneta en marcha.

Un poco más abajo se detuvo junto a nosotros un automóvil conducido por una señora que bajó la ventanilla y gritó:

-¡Presidente!, ¿cómo se encuentra?

-Muy bien -dijo Maragall-, vengo del hospital, de darme un masaje.

-Pues yo acabo de dejar allí a mi marido -dijo la señora.

-¿Podemos subir? -preguntó Maragall.

-Cómo no -dijo la señora.

De modo que subimos al coche. Maragall ocupó el asiento del copiloto, y Jordi Socías (el fotógrafo), uno de los escoltas y un servidor de ustedes, el de atrás. Le dijimos hacia dónde nos dirigíamos y la señora dijo hasta dónde nos podía acercar. Como nos pareciera bien a todos, se puso en marcha, y durante el trayecto averiguamos que se llamaba Lolet y que era de Mataró. Dos o tres días a la semana traía a su marido al hospital para un tratamiento ambulatorio. Era simpatiquísima y muy habladora. Maragall se interesó por su vida poniendo en la escucha una tensión singular, como si sus problemas le afectaran de un modo inexplicable. Al llegar a nuestro destino nos bajamos todos del coche y nos hicimos fotos mutuamente felicitándonos por aquel encuentro que presagiaba una mañana feliz. Pero no habíamos dado más de siete pasos cuando en un semáforo se nos acercó una muchacha filipina que quería que Maragall le firmara un autógrafo para sus padres. Era muy simpática también, de modo que nos sentamos en las sillas de la terraza de un bar y nos contó su vida. Se llamaba Evangelina.

Como ya he señalado que yo iba detrás del Alzheimer como un cazador tras su presa, inmediatamente atribuí esta sociabilidad extrema a la enfermedad. Qué peligro, pensé más tarde, tiene la mirada del observador, incluso la del observador informado. Todos vemos lo que esperamos ver, de modo que si uno busca en otro el Alzheimer, encontrará el Alzheimer (pero sólo el Alzheimer). He ahí los riesgos de etiquetar a los que se había referido Maragall el día anterior. Si te dicen que este señor está loco, sólo verás en él su locura; si que tiene cáncer, sólo su tumor; si que está ciego, sólo su ceguera... La sociabilidad de Maragall constituía un rasgo de carácter que la enfermedad, por fortuna, no había aminorado. Recordé que el día anterior, un taxista al que habíamos solicitado su opinión sobre el ex presidente nos dijo que en Barcelona se le sentía muy cercano.

-Tengo un primo -añadió- que es mosso d?esquadra y que perteneció a la escolta de Maragall cuando era presidente. Siempre dice que aquélla fue la época más feliz de su vida porque cada día era distinto. Nunca sabían lo que iban a hacer, ya que Maragall no respetaba las agendas.

siendo alcalde de barcelona, Maragall inició una práctica inusual para conocer de cerca los problemas de determinados barrios: de vez en cuando hacía las maletas y se iba a vivir unos días, junto a Diana, a la casa de uno de los vecinos de la zona. Se lo recuerdo mientras troto a su lado (lleva una velocidad endiablada), pues intento entender frente a qué clase de talento estoy, y me responde que si eres nieto de un poeta catalán y de un zapatero valenciano, ese tipo de iniciativas carecen de mérito. Cuando le voy a dar la réplica, porque el asunto me interesa en la medida en que guarda alguna relación con los procesos creativos, se acerca alguien de nuevo para preguntarle cómo está. Y es que la enfermedad de Maragall se vivía en la calle como un asunto comunitario. Muchas de las personas con las que hablábamos tenían también un familiar que padecía Alzheimer y nos contaban su caso, estableciendo comparaciones entre el proceso de su padre o su abuelo con el de Maragall, que escuchaba a todos sin paternalismos de usar y tirar, incluso, sin paternalismos a secas. Sus expresiones eran siempre de solidaridad, de apoyo, también de optimismo.

-Es increíble -dije- el cariño que te tiene la gente.

-Tú -respondió con un escepticismo en el que no había amargura- me coges en un momento de mi vida en el que soy un ex. Ser ex es cojonudo. Si estás en ejercicio, la gente te odia, te ama o te teme. Si eres ex, eres adorable porque no tienes poder. Además, en mi caso, yo recuerdo a muchas personas su juventud, sus mejores momentos, que coincidieron con la época de los Juegos Olímpicos.

Milagrosamente, logramos llegar a su casa, un piso acogedor y modesto en el que sólo vivía la pareja, ya que los tres hijos están independizados. A Diana no le extrañó que hubiéramos tardado tanto, pues estaba acostumbrada a estos plantones (hace años preparó para el cumpleaños de su marido una fiesta a la que el único que no acudió fue él, porque se puso a ordenar papeles en el despacho y se le fue el santo al cielo).

Jordi Socías y yo tomamos posesión de la vivienda al modo de esos parientes un poco pesados que viven cerca y que pasan de vez en cuando a matar el tiempo, pues enseguida vimos que Pasqual Maragall y Diana Garrigosa practicaban una hospitalidad en la que la frase "estás en tu casa" tenía un significado literal. A nuestros anfitriones les importaban un pito las apariencias o el qué dirán (en este caso, el qué escribirán o qué fotografiarán), pues nos dejaron libertad para movernos por la casa (por toda la casa) a nuestro antojo. Diana se ocupó del café y las tostadas, y luego desapareció porque tenía que trabajar.

-Esta casa -dijo Maragall cuando nos instalamos en la terraza- es la mejor de España, y eso se debe a que tiene una señora que se llama Diana a la que se le ocurren ideas como ésta.

la idea como "ésta" era un gran recipiente de cristal lleno de avellanas, almendras y nueces junto al que encontramos una tabla y una maza de madera para partirlas, a lo que se puso con entusiasmo. Al poco se levantó, fue al interior y volvió con un aparato de radio encendido.

-Adoro esta radio -dijo mostrándonosla- porque la compré en mi época de América y me ha acompañado media vida. Es una Sony, y esto que estáis oyendo es Radio Gladys Palmera, que va cambiando de frecuencia porque es ilegal. Me encanta porque ponen música cubana. Las letras de la música cubana son mejores que Bécquer.

Como un servidor de ustedes es un poco idiota, en vez de disfrutar del bolero que sonaba en esos instantes y de la situación, que era inédita, se dedicaba a hostigar a su anfitrión con preguntas supuestamente interesantes para su reportajito de mierda sobre el Alzheimer. Uno había ido a Barcelona a por el Alzheimer de Maragall y no estaba dispuesto a que se le escapara (de nuevo la maldita etiqueta). Pero por Dios, si el reportaje estaba ante mis ojos. Tantos años de oficio y aún no había aprendido que escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices (véase La carta robada, de Poe). Maragall llevaba con paciencia al reportero de mierda que les habla, hasta que en un momento dado se volvió a Socías y dijo señalándome:

-Este hombre es muy nervioso, no se da cuenta de que para que se dé la circunstancia del conocimiento tiene que haber tranquilidad.

Yo me sonrojé, como pillado en falta. Entonces Maragall me miró con afecto, sonrió y dijo:

-¡Estos madrileños!

En cualquier caso, la alusión a mis nervios tuvo la virtud de poner un poco de orden en mi cabeza. Una vez que comprendí que para que se diera la "circunstancia del conocimiento" tenía que haber, en efecto, tranquilidad, bajé la guardia, comencé a disfrutar de la música cubana y me di cuenta de la importancia que tenían los objetos familiares para este hombre aquejado del Alzheimer. Primero fue el móvil (tuvieron, si se acuerdan, que buscarle uno idéntico al anterior en el mercado de segunda mano). Después fue el Ford Escort que le había acompañado a lo largo de media vida y que le había "robado" su hijo. Ahora era la Sony que compró en su época americana. Por si fuera poco, Maragall estaba sentado en una mecedora -otro objeto familiar, quizá otro fetiche- que se había traído de un viaje a Costa Rica y sobre la que se balanceaba con placer asegurando que quitaba el Alzheimer. No era todo: la casa en la que nos encontrábamos era la misma en la que había nacido 68 años antes. Desde la azotea, adonde nos condujo mientras nos contaba la historia del edificio, pudimos ver, tres o cuatro pisos más abajo, el patio en el que Maragall jugaba al fútbol de pequeño con sus primos y hermanos, así como las puertas que desde ese patio daban acceso a la casa museo del poeta Joan Maragall, su abuelo. Su biografía personal y su historia familiar estaban concentradas en aquel bloque, donde también vivían su hermana pequeña y sus hermanos Jordi y Ernest, este último, actual consejero de Educación del Gobierno de la Generalitat, de quien se dice con frecuencia que es el auténtico Pasqual Maragall. No había más que subir o bajar tres o cuatro pisos, en fin, para ascender o descender por el tronco de su árbol genealógico.

-Al otro lado de ese muro -dijo señalando una tapia que había a la izquierda- había un colchonero que nos amenazaba con la vara de sacudir la lana cuando colábamos el balón en su patio.

Entonces cobró sentido otra de las frases que había pronunciado el día anterior, al contarnos la historia de una amiga enferma de Alzheimer a la que había visitado aquella misma mañana en una residencia: "Si a una persona con problemas de memoria y de identidad la sacas de su entorno y la metes en un almacén de enfermos, la estás acabando de matar".

Cuando regresamos al piso, Maragall volvió a ocupar la mecedora anti-Alzheimer y dijo que esa noche había tenido un sueño divertido del que no se acordaba.

-Cuando me despierto -añadió- intento capturar los sueños, pero no consigo retenerlos. Tendría que anotarlos.

Por un momento nos quedamos callados, a la espera de que el sueño divertido aflorara a la superficie y nos lo pudiera relatar. Pero no afloró, así que, tras unos segundos de tensión onírica, Maragall se dirigió a Socías y le preguntó si quería una Coca-Cola o media.

-Pues media -dijo Socias.

-Si dice "pues"-añadió Maragall volviéndose hacia mí-, es que la quiere entera. ¡Estos catalanes!

antes de que el fotógrafo terminara su Coca, Maragall consultó la agenda y dijo que había que salir pitando, pues tenía algo que hacer en su despacho. Pero decidió de nuevo que fuéramos andando (aunque no se encontraba cerca) porque seguía pletórico.

-La calle es un festival -exclamó con entusiasmo al pisar la acera.

Si las dependencias de su casa le servían para ir de un sitio a otro de su historia familiar, las calles de Barcelona le servían para moverse por el interior de sí mismo, como si hubiera entre su cuerpo y el cuerpo de la ciudad una extraña identificación. Conocía cada esquina, cada fachada, casi cada registro de la luz o del agua, cada boca de riego, cada edificio, cada portal, cada esquina... Nos explicaba la ciudad y la relación entre sus partes como el que explica el funcionamiento de un artefacto complejísimo a cuya construcción ha contribuido.

-Fíjate -dijo señalándome el cartel de la calle de Lincoln-, sólo tienes que ver los nombres de las calles para darte cuenta de lo grande que es esta ciudad.

A la velocidad del rayo atravesábamos plazas, cruzábamos avenidas, fotografiábamos graffitis, traspasábamos mercados y tomábamos notas de aquel viaje al corazón de Barcelona, quizá al corazón de Maragall. De repente, en una esquina, se detuvo, miró a su alrededor y sentenció de forma misteriosa:

-Esta ciudad tiene algo de japonés, de chino, fíjate en la aglomeración de comercios, en la densidad...

de vez en cuando se volvía indicándome que no dejara de controlar los coches aparcados, por si apareciera su viejo Ford Escort. ¿Lo decía desde el lado de acá o desde el lado de allá? Imposible saberlo porque acompañaba la frase con una mirada maliciosa, con una sonrisa ladina, como si le divirtiera confundir a este idiota cuyos nervios estuvieron a punto de impedir que se diera "la circunstancia del conocimiento". Por fortuna, a estas alturas, tampoco nos importaba saber desde qué lado hablaba (si había dos lados), pues ya no nos interesaba el Alzheimer de Maragall, sino Maragall, un personaje cuya compañía creaba adicción, cuya seguridad desbordaba, cuya vitalidad provocaba envidia.

Durante el resto del día, Socías y yo le acompañaríamos, más que como reporteros, como cómplices, pues también poseía la habilidad de ganarte para su causa, para sus causas, tuvieran el tamaño que tuvieran. Quizá porque fuimos capaces de adaptarnos a su ritmo vital (frenético) no huyó a la trastienda de su cabeza ni una sola vez a lo largo del día. Sólo volvimos a verle ese gesto de tristeza, quizá de desconcierto, por la noche, en su casa de Rupiá, adonde nos había invitado para que conociéramos al resto de su familia. Sucedió que un nieto le leyó delante de nosotros un cuento que acababa de escribir. A Maragall le gustó y felicitó al niño. Pero a los cinco minutos, como el cuento continuara encima de la mesa, pidió a su nieto que se lo leyera.

-Pero si te lo acabo de leer -dijo el pequeño.

Entonces Maragall se retiró desconcertado a la trastienda y cambió de conversación. Recordé que esa misma tarde yo le había preguntado qué se sentía al pertenecer a una saga familiar tan particular como la suya.

-Al final, te olvidas -dijo

Mejor la prevención

MEJOR LA PREVENCIÓN

La idea de la píldora poscoital o del día siguiente resulta muy consoladora. Tendrían que inventarse píldoras del día siguiente que sirvieran para enmendar aquello que dijiste en la cena de ayer, aquello que viste por la tele, aquellos versos que escribiste antes de irte a la cama.

-Buenas, ¿me da una píldora del día siguiente?

-Dígame qué quiere usted enmendar.

-Un soneto que perpetré antes de acostarme.

El farmacéutico, que está para ayudar, te serviría la píldora no sin advertirte de que hay métodos para no llegar esta situación, o sea, para no escribir por la noche sonetos de los que uno se arrepiente por la mañana.

-Yo también quiero una de esas pastillas.

-¿Qué hizo usted ayer, caballero?

-Estuve viendo a Belén Esteban por la tele.

-¿Mucho tiempo?

-Pues sí, bastante, la verdad.

-Bueno, ya sabe usted que esta píldora, no es abortiva, sino que impide la fecundación. Quiere decirse que lo que usted vio no se lo quita nadie. Lo que la píldora hace es evitar que Belén Esteban le haya hecho un hijo mientras la veía por la tele.

-Con eso me conformo.

-De todos modos, es mi obligación aconsejarle que utilice usted más los métodos preventivos que los curativos.

-Gracias.

De vez en cuando, no decimos que no, acudiría a la farmacia alguien que ha copulado sin preservativo, pero serían los menos. El problema que tenemos no es la copulación. De hecho, si copuláramos más, cometeríamos menos errores en el resto de las facetas de la vida. Pero somos como somos y llegamos a donde llegamos.

Una vez liberada la píldora poscoital del trámite de la receta, que nadie se crea que es como ese cigarrillo que se enciende tras el amor. Ese cigarrillo, por cierto, no se podrá fumar dentro de poco en ningún lugar cerrado. Tal vez empiecen a darlo con receta hasta comprobar que no embaraza.

Noticia y espectáculo

NOTICIA Y ESPECTÁCULO

Yo, como los de Freixenet, tampoco he escrito un libro este año por culpa de la crisis. Pero me gustaría que se hablara del que publiqué el año pasado con el entusiasmo con el que estamos jaleando el anuncio caducado de Freixenet. No digo que un corto con burbujas y deportistas de élite carezca de mérito. Vi el anuncio y me gustaron mucho las nadadoras que hacían de burbujas doradas. Y aunque no entendí muy bien el argumento, he decir que, formalmente hablando, el vídeo era irreprochable. No sé si podría decir lo mismo de mi libro del año pasado, pero trabajé mucho en él, créanme, y me molesta que haya desaparecido de las librerías tan pronto. De acuerdo en que donde esté el cava que se quite la literatura (y los toros), pero deberíamos, de vez en cuando, promocionar los productos de la cultura con la misma pasión que los de la mesa.

«Todo lo hicimos por el "show"», confesó a los periodistas el chaval norteamericano cuyo padre aseguró que viajaba a la deriva en un globo de fabricación casera. Al traducir uno el término show al castellano, comprende hasta qué punto las noticias han sido sustituidas por el espectáculo. Todo el mundo está ahora de acuerdo en que lo del globo y el niño no era una noticia, pero todos cayeron en la tentación de interrumpir sus telediarios para conectar en directo con el show. Quizá el espectáculo no sea aún noticia, pero convengamos en que toda noticia ha de tener un lado espectacular para que le hagamos un hueco. Lo de Freixenet, como noticia, carecía de sustancia, pero como show funcionaba muy bien, de modo que ha colado.
Quizá no sea noticia que un servidor publicara un libro el año pasado, pero también es cierto que si encontrara el modo de convertirlo en un show, se transformaría inmediatamente en noticia. La piedra filosofal de nuestros días no es la que convierte todo en oro, sino la que convierte todo en espectáculo. Que a Aznar, por ejemplo, lo nombren catedrático de Ética resulta tan espectacular que no hay redactor jefe que se resista a darlo. El show, el espectáculo, he ahí el secreto de la vida. El individuo del globo aerostático acabará de director en una escuela de periodismo.