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dimarts, 31 de gener del 2006

Arrepentíos

ARREPENTÍOS

Por fin hemos pescado a Zapatero en un renuncio importante, y gracias a uno de sus socios: durante la negociación del Estatuto con Artur Mas, y según este último, se pasaron las horas fumando dentro del despacho. Ahí es nada. ZP, te has caído con todo el equipo. El pueblo español no reaccionó frente a las amenazas de desintegración de España, ni frente a la afirmación de que se estaba robando a todos los españoles un dinero que se iba a entregar a los catalanes. El pueblo español es lento de reflejos. Les dijimos por activa y por pasiva que Zapatero era preso de Carod Rovira, que el Estatuto era un plazo de la hipoteca que tenía que pagar a cambio del apoyo de los radicales. No nos creyeron (y quizá con razón, puesto que finalmente ha firmado con CiU). De acuerdo, nos equivocamos, la hipoteca era con otro. Pero en lo del Apocalipsis no retrocedemos ni un paso. Creednos, el fin del mundo está cerca. Hay señales de sobra: Mena, Tejero, Monseñor Blázquez, la encíclica de Benedicto XVI sobre el sexo sin amor. Pero si todo eso no os basta, ahí tenéis la confesión de que Zapatero fuma en la Moncloa. ¿Acaso no es la Moncloa un centro de trabajo? ¿Qué se puede esperar de un individuo que no cumple las leyes que él mismo impulsa?

Ahora sí que sí. Estamos preparando un referéndum con la siguiente pregunta: «¿Considera usted que la Moncloa es un centro de trabajo y que por lo tanto ninguno de sus trabajadores, aunque se trate del mismísimo presidente del Gobierno, debe fumar en su interior?» Como tenemos experiencias en mesas petitorias, puesto que nuestras señoras llevan años presidiendo las de la Cruz Roja, llenaremos las aceras del país de señoras con abrigos de visón, solicitando la firma de los españoles de bien. Quizá no logremos parar el Estatuto. Quizá no se rompa España. Quizá el fin de los tiempos no esté tan cerca como presumíamos, pero Zapatero tendrá que salir a fumar a la calle. Eso, si no le obligamos a dimitir por prevaricar de forma tan escandalosa. Nuestro Rajoy no se ha fumado un solo puro en Génova desde la promulgación de la ley antitabaco. Sólo por eso merecería gobernar. Arrepentíos.

diumenge, 29 de gener del 2006

Un respeto

UN RESPETO

De tanto oír hablar de la mosca Drosophila, ha empezado a parecerme un nombre familiar. Drosophila tiene la sonoridad del nombre de esa cuñada que vive en el piso de arriba y a la que pides de vez en cuando un huevo (frito).

-Oye, Drosophila, que me he quedado con la nevera vacía. ¿Podrías invitarme a cenar?

Drosophila es la típica cuñada a la que le puedes dejar el niño mientras vas al híper. En Navidad, se ocupa de asar el cordero y de conseguir los langostinos más baratos porque tiene un amigo que trabaja en el mercado de abastos. Drosophila es una institución familiar de la que ninguna sociedad puede prescindir. Es limpia, dispuesta, biempensante y siempre está de buen humor. Cuando tu hermano, que es un cerdo, abandona a Drosophila, ella continúa manteniendo la amistad contigo y llevándote los niños al colegio. Todas esas virtudes se concentran en su nombre. Si la mosca Drosophila se hubiera llamado musca cacae o diptera vomitoria, jamás la habríamos confundido con un ser humano. Hay que llevar mucho cuidado con los nombres que se ponen a las cosas, porque luego pasa lo que pasa.

Y lo que pasa es que acabamos de leer una información según la cual una científica española ha encontrado el nexo entre las causas del cáncer. Nos parece muy bien, sobre todo porque la científica en cuestión es una chica joven que trabaja en unas condiciones que convierten su hallazgo en un acto heroico. Se llama María Domínguez y dirige un pequeño laboratorio en el Instituto de Neurociencias de Alicante. Hasta aquí todo bien, nuestra enhorabuena. Pero si te adentras en la información, se te ponen los pelos de punta cuando ves las cosas que hacen en ese laboratorio con la Drosophila, desde provocarle tumores dolorosísimos a estimular la aparición de una metástasis. No nos importaría si la mosca sobre la que se investiga tan cruelmente fuera la cojonera, especializada en tocar las pelotas, como todos sabemos. Pero la Drosophila, la Drosophila? Por Dios, si el mismo nombre lo dice. Pronuncias Drosophila y estás viendo a tu cuñada volver cargada del mercado. Un respeto con la familia, ¿no?

divendres, 27 de gener del 2006

La diferencia

LA DIFERENCIA

Lo mejor del arte es su capacidad para hablar de una cosa cuando finge hablar de otra (o quizá al mismo tiempo que habla de otra). Eso explica que algunos libros en apariencia dirigidos a minorías se conviertan en superventas, o que algunas películas pensadas para circuitos reducidos invadan las salas comerciales. No es previsible que los productores de Brokeback Mountain pensaran que podían ganar cuatro Globos de Oro con una historia de vaqueros gays en una sociedad puritana e intolerante, donde se puede aplicar la inyección letal a un reo sordo, ciego y paralítico sin que ocurra una conmoción social. En la propia película, uno de los personajes recuerda con espanto el día en que su padre le llevó a ver, de niño, para que aprendiera, cómo había acabado sus días un vecino sospechoso de comportamiento homosexual. Y había terminado mal, muy mal, pues la gente virtuosa del pueblo (quizá su propio padre) se habían ensañado con él, antes de asesinarlo y arrojarlo a las alimañas del desierto. A priori, en fin, el guión de Brokeback Mountain no tenía muchas posibilidades de salir adelante ni de triunfar como lo que está haciendo.

Pero es que no es una historia de vaqueros gays, o no es sólo eso. Cualquier persona un poco más evolucionada que Swarzenegger puede haber sentido la soledad de esos dos vaqueros, pues lo que la película muestra es el odio de los biempensantes a la diferencia. Narra una historia, sí, pero a través de esa anécdota cuenta las relaciones del que se siente distinto frente al poder establecido, a la costumbre, a las normas sociales. Curiosamente, las escenas más desgarradoras de esos dos hombres condenados a ocultar su amor, son aquellas con las que más fácilmente se puede identificar (y se identifica sin duda) el espectador heterosexual. Ésa es su virtud. Ése es su secreto: su capacidad de representación. Venderla o hablar de ella como una historia de homosexuales es (aunque también lo sea) reducirla, hacerla más pequeña, condenarla a ser una mera historia de costumbres. Cuando una película tiene la capacidad de trascender su peripecia argumental, como es el caso, el público la consagra como está consagrando la de Ang Lee.

Hojear

HOJEAR

"Un médico noruego lleva cinco años publicando datos absurdos", rezaba el otro día un titular de este periódico. Fíjense que no decía datos falsos o poco contrastados, sino absurdos, o sea, disparatados, sin sentido. El último era una afirmación según la cual la utilización habitual de antiinflamatorios reducía el riesgo de padecer cáncer de boca. A nadie se le ocurriría, me asegura un médico amigo, recetar una dosis diaria de antiinflamatorios a un fumador para reducir ese riesgo. Frente a esta clase de noticias, cabe pensar dos cosas: o bien que la frontera entre lo absurdo y lo razonable es ya invisible, o bien que nadie leía los trabajos de este señor. Me inclino por las dos explicaciones: no hay frontera y nadie lee.

De hecho, el médico noruego, de nombre Jon Subdo, fue descubierto porque un día de las pasadas navidades, la directora del Instituto Noruego de Salud Pública estaba hojeando perezosamente un número atrasado de la revista donde apareció el artículo absurdo y vio que citaba una base de datos controlada por ella y a la que el noruego no podía haber tenido acceso. Cayó, en fin, por utilizar herramientas ajenas, no por decir tonterías. Si se hubiera inventado la fuente, tampoco habría pasado nada, primero porque no hay nada más probable que lo absurdo y, segundo, porque no vivimos en una sociedad de lectores, sino de hojeadores.

Me piden a veces que hojee libros o revistas y que informe sobre ellos. Cuando digo que para informar necesito leer todo el texto, me miran con piedad, como a un tonto. Nadie lee un libro entero en la actualidad. No hay tiempo, es para ayer, por Dios, ábrelo por tres o cuatro sitios para hacerte una idea. El problema es que los libros siempre se abren por donde no deben, para engañarte. Por eso tienen tanto éxito los antiinflamatorios. Nunca se habían consumido en las cantidades actuales, pese a sus efectos secundarios. Pero es que los efectos secundarios vienen en letra pequeña, como las noticias verdaderamente importantes de los periódicos. La de Jon Subdo, sin embargo, incluía una foto a dos columnas en la que aparecía sonriente, como un autor de teatro en pleno éxito. Era una foto absurda, desde luego, de ahí que pareciera razonable.

dimarts, 24 de gener del 2006

Trastornos alimenticios

TRASTORNOS ALIMENTICIOS

La interpretación general acerca de esa serpiente del zoo de Tokio que no se ha comido su ración de hámster es que se ha enamorado del ratón. Nos gustan las historias de Navidad incluso en enero, cuando deberíamos poner toda la atención en las rebajas. Lo cierto es que el zoo se ha encontrado, sin comerlo ni beberlo, con una campaña de publicidad fabulosa. No habrá padre que se resista a pagar la entrada para mostrar a los niños el extraño y moralizante caso de la serpiente que perdonó la vida al roedor y se hizo amiga de él. Lo que no hemos conseguido averiguar es la moraleja de toda esta historia, pues ya hay miles de niños que perdonarían la vida al pollo asado de los domingos a cambio de que le permitieran tenerlo en su habitación, para jugar con él. Seguramente, el pollo hubiera preferido ser asado a tiempo (no olvidemos lo crueles que son los niños y las serpientes). Quizá el inocente ratón (lo de inocente es otra interpretación ingenua) hubiera preferido que se lo tragaran el primer día a soportar este sufrimiento diario.

Si quieren que les diga la verdad, estoy convencido de que los responsables del zoo han untado al ratón con alguna sustancia repelente para el olfato del reptil. De este modo, podían montar la historia de la amistad entre un bicho de sangre fría y otro de sangre caliente que Walt Disney no tardará en llevar al cine. En las cárceles (y el zoo lo es) ocurren, de todos modos, las historias más raras que quepa imaginar. Recuerdo una película en blanco y negro -El hombre de Alcatraz- en la que un asesino salvaba la vida a un gorrión que descubría congelado en el patio. Con el tiempo, el preso se convertía en un ornitólogo mundialmente famoso. La historia estaba basada en un caso real, como la de Aochan y Guhan, que así se llaman, respectivamente, la serpiente y el ratón. Pero si a usted le dan repelús los ofidios, podemos ofrecerle la historia de una ballena despistada que apareció en el Támesis y a la que un grupo de voluntarios intentaron devolver el sentido de la orientación, en lugar de comérsela. Guardamos unas relaciones rarísimas con la comida, incluso cuando nos la comemos, que es lo suyo. Lo que hace falta es que sea para bien.

divendres, 20 de gener del 2006

El arroz

EL ARROZ

El buen acosador sabe que los insultos tienen un límite. Si no se pasa a las manos en el momento justo, el matón pierde prestigio, autoridad, reputación, influencia. Tal comienza a ser el caso del PP. Por Dios, han llamado a Zapatero cobarde, bobo, terrorista, traidor, loco, esbirro de ETA, triturador de la Constitución, golpista... ¿A qué esperan para pegarle? No pedimos que le rompan las piernas, pero tampoco le vendría mal una tanda de empujones. En el Congreso hay un patio parecido al de los colegios (el colegio, por lo que vemos, continúa siendo una excelente representación de la vida) donde podrían esperarle Acebes, Zaplana y Rajoy un día cualquiera. En principio, se trataría de darle un susto, de pasárselo de mano en mano mientras le mientan a la madre y Martínez Pujalte suelta dos o tres siniestras carcajadas desde la ventana de la clase. Nada de dejarle señales, sólo la humillación de que se vea zarandeado y comprenda quién manda.

El PP prepara estos días un homenaje a Fraga, que ha pedido perdón por los errores que pudiera haber cometido durante la democracia, pero no por las barbaridades que perpetró, como sicario de Franco, bajo la dictadura. Lo bueno de las dictaduras es que uno sólo es responsable de sus actos ante Dios y ante la historia. Se puede matar y torturar y encarcelar sin problemas de ningún tipo. Cada sistema tiene sus pros y sus contras, pero la gente lista los atraviesa todos sin romperse ni mancharse. Es el caso de Fraga, que habiendo salido de la nada en un coche oficial, logró alcanzar la más profunda de las miserias morales sin bajarse de él.

Pero es que Fraga supo combinar los insultos con los golpes. Cuando se tenía que quitar la chaqueta para amedrentar a un contrincante, se la quitaba y le invitaba a salir a la calle. Y si eran más de uno llamaba a los antidisturbios. Lo que no se puede, una vez que uno ha decidido ir por la vida de matón, es quedarse sólo en el registro del insulto, o en el de la porra. Conviene alternarlos, modularlos, armonizarlos. De acuerdo, Zapatero es un cagón, un idiota, un terrorista, un loco, un compañero de viaje de Bin Laden... Pues habrá que hacer algo, y ya, que a Rajoy se le está pasando el arroz.

dimarts, 17 de gener del 2006

Héroes

HÉROES

Qué imagen imborrable, la de Carlos Sainz en el París-Dakar, gritando indignado a unos nativos perezosos: «Push, push, push», mientras su copiloto, con más experiencia que él y sabedor de la presencia de las cámaras, intentaba calmarlo. Se había atascado en una duna y exigía a los negros que le ayudaran a salir del trance con maneras increíblemente coloniales. Habríamos dado cualquier cosa por ver cómo pedía ayuda a los transeúntes si el coche le hubiera dejado tirado en una avenida de París. Y no es una crítica a Carlos Sainz. Él éramos nosotros. ¿Qué hacen ahí, quietos, esos negros indolentes, cuando se les ha concedido el privilegio de empujar un deportivo europeo?

Decidí este año, sobrecogido por la aureola de aventura que le precede, seguir el París-Dakar. Al final, empezaron a atraerme más los detalles periféricos que la carrera. A su paso por Mauritania, un grupo de nativos contemplaba el espectáculo desde un árbol, sorprendidos quizá de que esos blancos locos hubieran logrado convertir algo tan cotidiano para ellos como la muerte en un asunto heroico. En África no necesitas jugarte la vida para perderla; la muerte forma parte del menú de cada día. De hecho, los participantes atropellaron a un par de niños, pero no hemos logrado averiguar sus nombres ni la cantidad que han pagado por ellos las aseguradoras. Son datos que no forman parte del quién, cómo, cuándo y dónde del periodismo clásico. Nos hemos quedado sin saber a cuánto sale el kilo de niño negro.

En un programa de TV-1 sobre la carrera, algunos de sus responsables y participantes aseguraban estar muy preocupados por la cultura y el medio ambiente de los lugares por los que pasaban a cien por hora. Lo decían completamente en serio. La organización del París-Dakar mueve aviones de vigilancia, camiones de abastecimiento, hospitales ambulantes, funerarias. Es una locura, pero no mucho más grande, la verdad, que el resto de nuestras actividades. Acabo de enterarme de que a Sharon le ponen a Mozart para ayudarle a despertar. Conociendo la biografía de Sharon, y la de Mozart, resulta extraordinario. Lo que hace falta es que sea para bien.

divendres, 13 de gener del 2006

Qué confuso es todo

QUÉ CONFUSO ES TODO

Al parecer, el homicida de Correos culpaba a sus compañeros de impedirle librar los días de caza. «Las cacerías eran su obsesión», han dicho sus vecinos a quien quisiera oírlo. Ahora, cuando no tiene remedio, como siempre, nos preguntamos qué controles pasan los vigilantes de seguridad para obtener esa calificación profesional. Mucho nos tememos que ninguna. Los hemos visto allá donde vamos, y los hay gordos y delgados, incluso famélicos, realizando tareas administrativas detrás de los mostradores que hay en los vestíbulos de las empresas. La mayoría, con toda franqueza, no tienen cara ni músculos de seguratas. Dirán ustedes que tampoco Francisco Hernando tiene cara de presidente del Tribunal Supremo, ni se comporta como tal. Pero es que para llegar a ese puesto hay que haber hecho decenas de oposiciones que le dejan a uno el encéfalo como un tarugo. Lo de confundir los idiomas con los bailes regionales es una tontería para lo que podía haber ocurrido.

Los vigilantes de seguridad lo tienen más sencillo. Tan sencillo, que los dos agentes muertos ni siquiera disponían de la autorización que expide el Ministerio del Interior, que es como si va usted a la consulta y le atiende un señor disfrazado de médico, pero que no ha pasado por la facultad. Se da la circunstancia de que el único que disponía la titulación de Interior era el homicida. O sea, que había superado las pruebas, incluso las psicotécnicas. ¿No detectó nadie esa tendencia a la manía persecutoria? ¿No hay modo de olfatear un delirio paranoico? ¿Se puede obtener la licencia de armas, y el título de vigilante de seguridad, sin pasar por serios controles físicos y psíquicos?

Todo son preguntas. Lo cierto es que la noticia de que las dos víctimas mortales carecían de la autorización para ejercer el oficio ha pasado sin pena ni gloria, en letra pequeña, como si se tratara de un asunto menor, de carácter administrativo. Pero esa gente se estaba jugando la vida, en un puesto de mucha responsabilidad, sin preparación ninguna para hacer frente a una emergencia. Claro que a nadie se le iba a ocurrir que el que la provocara fuera precisamente un titulado. Qué confuso es todo.

¡Coño!

¡COÑO!

El general Mena se ha pronunciado en Sevilla al mismo tiempo que la gripe aviar en Turquía: aquí mismo como el que dice. Insistir en que son casos aislados, cuando sus portavoces mediáticos aseguran lo contrario, es esconder la cabeza debajo del ala. Hay malestar en los cuarteles y en los reservorios virales. Eso no quiere decir que la pandemia esté a la vuelta de la esquina, ni lo contrario: las mutaciones genéticas son imprevisibles. Uno no es partidario de los virus, pero tampoco de provocarlos. Ante la posibilidad de un golpe de Estado no nos crucemos de brazos, por favor. Quizá no haya modo de solucionar el problema, pero sí de retrasarlo, o de aliviar el síntoma: rindámonos, en suma. Fuera estatutos, fuera tribunales constitucionales, y leyes de educación y partidos políticos y matrimonios homosexuales y política exterior. No creemos un caldo de cultivo favorable a la plaga para arrepentirnos después.

Lleva razón Rajoy: algo ha tenido que pasar para llegar a este estado de cosas. Si no hubiera ganado las elecciones la izquierda, por ejemplo, viviríamos tan tranquilos, con los generales en Irak, haciendo la guerra, que es lo suyo, y los obispos en la sacristía, que es lo suyo también. Pero nos empeñamos en votarlos, porque no tenemos arreglo. Y no era suficiente con que volvieran al poder tan sólo a las dos legislaturas de haberlo perdido, no, además tenían que gobernar y tocar las narices, en definitiva, a la gripe española (la más mortífera de todas) con esas mariconadas de la justicia histórica y de la apertura de las fosas de la Guerra Civil. Lo milagroso es que el virus no haya mutado ya con el ruido de sables que hay en los cuarteles y las condiciones higiénicas de los humedales.

Ríndanse, señores del PSOE. ¿Qué les cuesta entregarse al virulento Martínez Pujalte? Uno no es golpista, y condena la gripe venga de donde venga, lo que no le impide preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí: quizá en la respuesta esté también la solución: hemos llegado hasta aquí porque el golpe de Estado homeopático de Tejero nos había hecho creer invulnerables al mal español. Pero ya van a las manifestaciones, juntos, los militares y los curas, y ya tienen su brazo PPolítico, que es alargado. ¡Se sienten, coño!

divendres, 6 de gener del 2006

Endocrinos

ENDOCRINOS

Así que Putin cierra un grifo en Rusia y provoca un ictus en Ucrania. El mundo está hecho a imagen y semejanza del cuerpo, donde las relaciones diplomáticas entre las vísceras son con frecuencia mejorables. El caso es que estamos friendo un huevo y nos quedamos sin gas. ¿Qué hacer? Llamar a la compañía. ¿Qué nos dicen? Que hay un conflicto entre Moscú y Kiev. A lo mejor no sabemos dónde está Kiev, ni Moscú, pero tampoco sabemos de dónde viene la tiroxina, que es una hormona que regula el crecimiento. La ignorancia de la anatomía no te pone a salvo de las enfermedades. Si la hipófisis cierra el grifo, estás listo. Las razones del PP para que no prospere la OPA de Gas Natural contra Endesa parecen de orden glandular más que económico, pero es un decir porque uno no tiene ni idea de economía, ni de glándulas.

El metabolismo ha alcanzado tal punto de complejidad que muchos estómagos digieren pitanzas que no han pasado por sus bocas. ¿Y por qué tienen que descomponer mis jugos biliares un caviar del que no han disfrutado mis papilas? Porque los conductos están mal colocados, qué le vamos a hacer. Los intestinos no saben ya para quién trabajan ni el cerebro para quién piensa. Los médicos dicen "mi paciente ha hecho un infarto" o "una úlcera de estómago" como si las úlceras y los infartos pertenecieran al ámbito de la voluntad. Y quizá sea así, aunque no de la voluntad consciente, porque hay más de una, incluso más de dos. Este divorcio se expresa con el dicho popular de que el corazón tiene razones que la razón desconoce. Es evidente que por el alma de Yúshenko no pasan las mismas cosas que por el encéfalo de Putin, pero los argumentos de uno y las pasiones del otro pueden, llegado el caso, impedir que usted fría un huevo en Guadalajara.

Algunos médicos aseguran que cuando nos duele la cabeza debemos hacernos ver el hígado. ¿Qué relación hay entre la cabeza y el hígado? Pues la misma que entre Guadalajara y Moscú. Quiere decirse que los analistas políticos deberían estudiar endocrinología, porque proporciona una visión global del funcionamiento del cuerpo. Además, a los endocrinos da gusto oírles.

El chivo expiatorio

EL CHIVO EXPIATORIO

Una organización mafiosa, un jefe de personal, un director de recursos humanos, una empresa de demoscopia, no sé, alguien ha calculado que las pausas por dejar de fumar costarán a cada empresa 14 jornadas por empleado y año. Un periódico de tirada nacional lo llevó el otro día como titular principal a su portada. Catorce jornadas son muchas jornadas. Medio mes. Esas criaturas repugnantes, los fumadores, tendrán medio mes más de vacaciones que el resto del personal. ¿Es o no es para enfadarse? ¿Es o no es para tomar medidas? Venga usted fumado de su casa, por favor, que el trabajo es sagrado y aquí le pagamos por producir, no por echar humo.

Dejé de fumar hace años. No se me ocurriría hacer apología del tabaco, no es bueno para la salud ni para la creatividad ni para los nervios, esa es la verdad. Una vez que logras desengancharte, los beneficios se perciben enseguida: Se afila el olfato, mejora la sinapsis, subes las escaleras sin agobios. Pero llevamos cinco siglos mamando humo y no lo vamos a dejar en cuatro días. Démonos un poco de tiempo. Y no hagamos, por favor, cálculos miserables sobre el tiempo que el fumador detrae de la jornada laboral. Sé de mucha gente que va a la oficina con catarro, incluso con fiebre (yo mismo lo he hecho en más de una ocasión), pero todavía no he visto ninguna encuesta en la que se calculen los beneficios que obtienen las empresas de estos empleados que cumplen cuando podrían estar de baja. Tampoco he visto ningún cómputo acerca de las plusvalías que obtiene el capital de la gente con empleos precarios, con contratos basura, con empleos a tiempo parcial.

No seamos mezquinos, pues. Pero, sobre todo, no establezcamos falsas ecuaciones. Fumar no equivale a rendir menos. Hay personas muy virtuosas que no dan un palo al agua. Una cosa es la ley antitabaco y otra la búsqueda de chivos expiatorios. El fumador es un ser tan inocente como usted o como yo. No tiene la culpa del la subida del IPC ni del aumento de la inflación ni de la caída del consumo. Si su empresa de usted va mal, no eche las culpas a quien no debe. Y buenos beneficios.

dimarts, 3 de gener del 2006

Escala de valores

ESCALA DE VALORES

Estoy en una oficina cualquiera, guardando cola frente a una ventanilla para llevar a cabo una gestión. Para entretenerme, observo a las personas, tomo noto de sus reacciones, anoto mentalmente sus palabras. Dos mujeres hablan a mis espaldas. Una de ellas dice de súbito en un tono perfectamente inteligible:

-Pero es que ésa es tu escala de valores.

Hacía años que no escuchaba tal expresión, «escala de valores». En mi juventud se usaba mucho. Implicaba que había valores y que estaban jerarquizados. Podías enumerar diez de esos valores, ordenados del primero al último. Nos gustan los decálogos. Hoy, la expresión «escala de valores» está desgastada por el uso. No significa nada. Sólo una persona muy ingenua se atrevería a utilizarla. Disimuladamente, vuelvo la cabeza para localizar a la dueña de la voz. Es una chica como de 20 años. Habla con una mujer de cuarenta y tantos que quizá sea su madre. Dos escalas de valores enfrentadas en el interior de una oficina del Estado, adonde hemos ido para realizar una gestión burocrática.

Al volver la cabeza a su posición original, me llama la atención el lema de un cartel de Unicef colgado de la pared. Dice así: «Envía una tarjeta, salva una vida. De venta aquí.» Intuyo que se trata de tarjetas postales navideñas, los beneficios de cuya venta se dedican a la infancia. Probablemente sea verdad que por el precio de una de esas tarjetas se pueda salvar una vida. Sin embargo, la noticia no nos ha movilizado a ninguno de los que hacemos cola. Ello no quiere decir que, si tuviéramos la oportunidad de salvar una vida en ese instante, no lo hiciéramos, incluso corriendo cierto riesgo. Pero necesitamos, quizá, que sea una vida concreta, con rostro. Eso es lo que pienso. De otro modo, seríamos unos monstruos de no comprar cien o doscientas tarjetas cada uno. Pero nadie las compra. Hay una perversidad, bien en el mensaje, bien en la forma en la que lo recibimos. Finalmente, me llega el turno. El funcionario me informa de que me faltan unos requisitos, así que tendré que volver mañana. Salgo a la calle, hace una hermosa mañana de frío y sol. Durante el resto del día, la expresión «escala de valores» se repite en mi cabeza, como un estribillo.

dilluns, 2 de gener del 2006

Y él sin enterarse

Y ÉL SIN ENTERARSE

Llamábamos a Alfredo di Stéfano Alfredo Diestéfano. Debemos al jugador el descubrimiento de que algunas palabras se decían de un modo y se escribían de otro. El mundo, en fin, comenzaba a mostrar alguna complejidad. Fue también la época de los efectos ópticos. Había muchos juegos dirigidos a demostrar que el ojo engaña, puesto que entre lo que uno ve y lo que ocurre en la realidad hay con frecuencia una distancia insoportable. Recuerdo una moneda en una de cuyas caras había un pájaro y en la otra una jaula. Haciéndola girar, el pájaro se metía dentro de la jaula. Un día descubrimos al padre de un amigo saliendo de un prostíbulo. Era un tipo excelente, muy bien considerado por los vecinos, pero llevaba una doble vida. Debió ser por entonces cuando descubrimos la expresión doble vida. Doble moral llegó más tarde, en la universidad. Significaba hacer lo contrario de aquello en lo que creías o decías creer.

A mí no me gustaba el fútbol, pero me volvían loco las palabras. Cuando vi en un cromo que Alfredo Diestéfano se escribía Alfredo di Estéfano comprendí que también las palabras tenían una vida doble, a veces triple. Luego resultó que Richard Taylor se decía Teilor y que significaba sastre. Qué curioso que alguien tan famoso tuviera un apellido tan modesto. En mi barrio había un sastre cojo, un teilor cojo, si ustedes lo prefieren, que no tenía ningún glamour. La vida secreta de las palabras, en fin, que además de escribirse de un modo distinto al que se pronunciaban, tenían más prestigio en un idioma que en otro.

Siempre miré a Di Estéfano, que era un ídolo hasta para aquellos a los que no nos gustaba el fútbol, como un sujeto con dos vidas. Habría dado cualquier cosa por conocer la otra, pero no la encontré ni en la colección de cromos ni en aquella película sobre su existencia titulada La saeta rubia. Ahora, que aparece todos los días en el periódico por sus problemas cardíacos, me acuerdo de aquella época y del hallazgo de que las cosas no son como se pronuncian como uno de mis primeros deslumbramientos literarios. Y él sin enterarse. Que vaya todo bien, viejo.