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dimarts, 28 de febrer del 2006

Nieve

NIEVE

Un día, de pequeño, me desperté en medio de la noche y me asomé a la ventana. La calle estaba nevada. Enfrente de mi casa había una fuente pública, de granito. Me fijé en las formas que la nieve había adoptado en cada una de sus partes y no se me escapó la perfección con que los copos habían cubierto unas, dejando al aire libre otras. El conjunto tenía algo de pintura, como si un artista hubiera pasado su pincel por aquel trozo del paisaje urbano al que daba mi dormitorio. Un gato dejó unas huellas diminutas sobre la superficie blanca de la acera. La calle, pese a la hora, resplandecía. Parte de aquel fulgor se colaba en la habitación. Estuve así, embobado frente al espectáculo, varios minutos, limpiando con la manga de la chaqueta del pijama, cada poco, el cristal, que se empañaba con mi aliento. Finalmente, el frío me hizo volver a la cama.

Pese a la excitación, volví a dormirme enseguida, agradecido por el privilegio de haber visto la nevada unas horas antes que los demás. En el desayuno, cuando todos pronunciaran frases de asombro, yo contaría mi experiencia nocturna. O quizá no: me acusarían de mentir. Tenía pocos años, pero había aprendido que no es bueno mostrar determinadas singularidades en público. Me guardaría aquella experiencia para mí solo, pues. No necesitaba compartirla para que me hiciera feliz. Estaba, por otra parte, habituado al secreto. Se empieza a escribir porque se tiene un secreto que sólo la página en blanco escucha sin juzgar, sin censurar, sin rechazar.

El caso es que al día siguiente, cuando me desperté, fui corriendo a la ventana y no había nieve. Quiero decir que no había nevado. Ustedes dirán que fue un sueño, pero no, no fue un sueño. Sé que estaba despierto cuando lo vi. Fue una de tantas cosas inexplicables que nos pasan a lo largo de la vida y que olvidamos, o negamos, para no complicárnosla. El caso es que de todas formas tuve que guardar el secreto. Y no se lo había desvelado a nadie hasta hoy que, al levantarme, he visto la calle nevada una vez más. Por fortuna, no la he visto yo solo: también el quiosquero y el panadero y el vecino estaban de acuerdo en que había nevado.

diumenge, 26 de febrer del 2006

Fetiches

FETICHES

La llave de la luz, la llave del gas, la cadena del váter: he aquí tres expresiones domésticas que uno escucha millones de veces a lo largo de la vida. La cadena del váter ya no existe, ha sido sustituida por otro mecanismo al que continuamos llamando cadena. Pero las llaves del gas y de la luz continúan ahí, al alcance de la mano. Básicamente, son idénticas a las de nuestra infancia. Mis hermanos y yo, fascinados desde siempre por la electricidad, jugábamos todo el rato a «que se haga la luz».

-Que se haga la luz -decíamos al entrar en una habitación, al tiempo de accionar el interruptor. Y la luz se hacía, milagrosamente. Nunca me he acostumbrado a eso. Todavía hoy pronuncio esa frase para mis adentros cuando entro en un espacio oscuro.

De la llave del gas se hablaba por la noche, en el momento de la retirada. Siempre era mi padre el que hacía la pregunta:

-¿Habéis cerrado la llave del gas?

No es que le diera pereza cerrarla a él, sino que estaba empeñado en transmitirnos su obsesión.

-Moriréis durante la noche -nos amenazaba.

Yo entendía por qué había que encerrar a los perros, pero no al gas. Crecí con la idea de que durante esas horas el gas cambiaba de personalidad y se convertía en un fluido asesino. No les he dicho nada de esto a mis hijos, para no crearles un trauma, pero cada noche, antes de acostarme, cierro la llave del maldito gas. En realidad, la cierra el padre obsesivo que llevo dentro de mí. Mis hermanos me reprochan que no vaya el Día de Difuntos a poner flores al cementerio. Los pobres no se han enterado de que papá está dentro de mi cabeza, y no en la tumba.

Teniendo asociadas de este modo las llaves del gas y de la luz, no me extrañan los intentos de asociación entre las empresas que se dedican a una cosa y a la otra. Los padres de sus presidentes tenían, sin duda, manías idénticas a las del mío. La infancia marca mucho. Lo que me llama la atención es que no intenten poseer asimismo el suministro del agua, para controlar la cadena de váter, otro objeto fetiche de nuestra época.

divendres, 24 de febrer del 2006

La vida virtual

LA VIDA VIRTUAL

En una tele de Cataluña han sacado un meteorólogo virtual sin que el gremio se sintiera ofendido. Este curioso hombre del tiempo da las previsiones de lluvias, de nieves, de granizo y anuncia con total naturalidad las temperaturas. Los espectadores están encantados con él. Y no se ha producido ninguna reacción corporativa, pese a la amenaza laboral que representa. ¿Por qué? Quizá porque los meteorólogos no están organizados, pero tal vez también porque se considera que el tiempo es una cosa menor. ¿Qué más da si el frente frío, en vez de entrar por la Cornisa Cantábrica, entra por el Mediterráneo? Craso error: si hay en la actualidad un asunto que nos concierne es el del cambio climático. Lo que ocurre es que nos excita más el desmembramiento de España. Vi por la tele un glaciar abierto por la mitad, rompiéndose con un crujido que le ponía a uno los pelos de punta. Ni España cruje así cuando se rompe ni los estatutos de autonomía hacen que crezca el nivel de mar. Decía un científico que dentro de 50 años la mayoría de las playas del Cantábrico Oriental habrán desaparecido bajo las aguas por culpa del deshielo. Eso sí que es un Apocalipsis y no lo que nos anuncia Rajoy cada mañana.

Pero estábamos en lo virtual. Hay gremios que no se ofenden por nada. Imagínense que sustituyen a Matías Prats por un locutor virtual. Pondríamos el grito en el cielo. Las noticias, diríamos, requieren un rostro que dé credibilidad a lo que dice. La credibilidad es el parámetro más utilizado en la cocina de los telediarios. Hay gente que tiene los músculos del rostro colocados de tal manera que te crees todo lo que te cuentan. Y lo que no te cuentan, porque en las noticias es más importante lo que se queda fuera. De momento, tenemos asociada la credibilidad a la carne, pero eso es un atavismo que ha empezado a quebrar el hombre del tiempo virtual de Cataluña. Si hay algo que miente (además del mundo y el demonio) es la carne. Llevo un año a pescado y verduras y me he quedado sin colesterol, además de haber recuperado mi peso. Los locutores de carne y hueso provocan más colesterol que las grasas saturadas. No nos vendría mal un régimen de noticias virtuales.

Inversiones

INVERSIONES

Recuerdo que estaba en el sofá, con las piernas apoyadas en la mesa, perdido en alguna ensoñación inconfesable, cuando dijeron por la tele que en Asia, víctima de la gripe del pollo, había muerto una niña. Hace de eso tres, cuatro, siete años, no sé, pero era la primera vez que oía hablar del virus de la gripe aviar y la verdad es que ni se me pasó por la cabeza llamar al banco para dar la orden de comprar acciones de Pescanova. "Por Dios, si era evidente que iban a subir como la espuma", me dice un vecino con el que juego al futbolín y tomo el vermú los domingos por la mañana. Hay gente con un olfato especial para establecer este tipo de asociaciones mercantiles, y sin haber olido la Teoría del Caos. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Usted puede saber mucho acerca del caos y no tener ni idea de cómo se practica. Se practica invirtiendo.

Estuve escuchando en la radio los comentarios sobre Endesa y la empresa alemana que la quiere engullir. Pero no saqué en claro si debo comprar acciones de Gas Natural o de velas de cera. Mucha gente, en EE UU, se arruinó cuando sustituyeron la cámara de gas por la silla eléctrica: no vendieron a tiempo. Pero algunos de los que se forraron adquiriendo eléctricas tampoco supieron desprenderse de ellas cuando apareció la inyección letal, que puso por las nubes las acciones de los laboratorios farmacéuticos. La pena de muerte, y la muerte en general, es determinante en los movimientos de la Bolsa. Lo que pasa es que hay que estar muy atento.

El otro día, Schwarzenegger no se pudo cargar a un reo, porque un par de médicos hipocráticos, dos gilipollas, se negaron a colaborar. Se quedó con la jeringuilla en la mano, como si fuera un pene flácido. Si el ejemplo cunde, las farmacéuticas podrían caer en picado. Quizá sea el momento de volver al gas, y a las eléctricas. Pero primero tendrían que gasear o electrocutar a una niña. La Bolsa parece indescifrable, aunque si le dedicas tiempo acabas comprendiendo sus sutilezas. Las sutilezas de la Bolsa son lo que en otros ámbitos llamamos rudimentos. Si escuchas que un pollero ha muerto en Asia y, en lugar de venirte a la cabeza Pescanova, te pones a pensar en los misterios de la vida, estás perdido.

dimarts, 21 de febrer del 2006

El caballo de vapor

EL CABALLO DE VAPOR

Leo con asombro que un clérigo pakistaní ha ofrecido un coche y 14.000 euros, por este orden, a quien asesine al caricaturista de Mahoma. Sorprende la vigencia del automóvil. Era el premio más preciado del Un, dos, tres (hasta que apareció el apartamento en Torrevieja) y sigue siéndolo en el ámbito de las creencias religiosas. Ni huríes, ni vírgenes, ni Cristo que lo fundó (con perdón): dennos un Seat Toledo y moveremos el mundo. He dicho un Seat Toledo al buen tuntún, pues el clérigo no ha especificado marca alguna. Todos sabemos que no es lo mismo un Twingo (¿se escribe así?) que un Mercedes. Pero lo importante es el concepto coche; la materialización resulta secundaria.

Parece mentira que a nadie se le haya ocurrido todavía fundar una religión basada en la adoración al profeta Automóvil, o al dios Tráfico. La marcha de nuestra economía depende, en gran medida, de las ventas medias de automóviles. Ninguna otra actividad, excepto la construcción, produce tantos empleos indirectos. Ni tantos muertos de fin de semana. Una industria que proporciona prosperidad económica y cadáveres debería ser admitida en el club de las religiones históricas. Hay nichos de mercado a los que no se presta ninguna atención. Van a tener que venir los musulmanes a hacernos comprender la importancia de esta industria. El coche lo tenía todo, pero quizá le faltaba el toque místico que acaba de darle el clérigo pakistaní. Si usted mata al caricaturista de Mahoma, nosotros le damos un cuatro por cuatro. Cuatro por cuatro no quiere decir, sorprendentemente, dieciséis, pero eso es materia para otra columna.

Resulta evidente que el Islam no está en la Edad Media. Conocen las ventajas del caballo de vapor. Ahora les falta descubrir el apartamento en Torrevieja, que es una religión menor (una secta si ustedes quieren) de gran penetración en las clases medias cristianas. El día en el que por matar a un caricaturista te entreguen las llaves de un apartamento en Torrevieja, el Islam y la Cristiandad se habrán encontrado. Tal vez el coche sea el profeta del apartamento, con perdón de los profetas (y de los apartamentos). Lo que hace falta es que sea para bien.

diumenge, 19 de febrer del 2006

Un mentiroso

UN MENTIROSO

Un tipo, en el restaurante, alababa la silueta de su compañero de mesa.

-Estás estupendo, de verdad. ¿Cómo consigues mantenerte?

-Por odio a mi mujer –respondía el interpelado-. Cada día está más gorda y cada día se lamenta más de ello. Me he comprado un peso para el cuarto de baño. Cuando salgo de la ducha diciendo que he adelgazado cien gramos, le amargo el día, je,je.

El tipo tenía pinta de jefe de departamento. Me pareció que llevaba un peluquín, pero no estoy seguro. Hay cabellos que acaban adquiriendo la textura de una prótesis, del mismo modo que hay labios que parecen operados sin haber pasado por el quirófano. El tipo delgado presumía, además de haber dejado de fumar. Su compañero de mesa le preguntaba cómo.

-También gracias a mi mujer –respondía-. Vi que ella era incapaz de dejarlo, aunque lo deseaba, y me apeteció darle una lección. Ahora, cada vez que enciende un cigarrillo la miro con lástima y la pobre lo pasa fatal. A veces, se esconde para fumar, pero siempre me las arreglo para sorprenderla.

Empecé a imaginarme a la esposa del susodicho y me excité: una mujer que fumaba con culpa, que comían sin desearlo… Quizá vivía también a su pesar. Esa mujer y yo, me dije, somos almas gemelas.

-Lo mejor –añadió el hombre delgado- es que he comenzado a escribir poesías gracias también a mi mujer. Un día, habiendo gente en casa, comentó que no entendía la poesía, que sólo era capaz de leer novelas. Esa noche me puse a ello y me salieron unos versos que presenté a los juegos florales. Y los gané.

Una mujer gorda que fumaba y que no entendía la poesía, como Platón. Aquello era demasiado. Habría dado cualquier cosa por conocerla en ese mismo instante.

-Me voy –dijo el poeta-, he quedado con ella, con mi mujer, para ir al cine y no soporta que sea puntual, porque ella siempre llega con diez o quince minutos de retraso.

Pedí la cuenta y le seguí. Pero todo era mentira, porque se metió en un cine cualquiera, más solo que la una, y se pasó la película durmiendo.

divendres, 17 de febrer del 2006

Verosímil

VEROSÍMIL

Unos vecinos me confiaron a su hijo de ocho años mientras iban al Carrefour a hacer la compra. Senté al niño frente a la tele y yo me puse en el otro extremo del salón con un libro, fingiendo que leía. De cuando en cuando nos mirábamos de reojo, pues cada uno desconfiaba profundamente del otro. Al fin, para romper esa tensión, fui a la cocina y regresé con unas galletas que le ofrecí. El niño las tomó y empezó a desmigarlas, más que a comerlas, sobre el sofá. De súbito, me hizo una pregunta extraordinaria: "¿Tú te comes a tu mujer?". Me quedé atónito, sin saber qué decir. ¿Que si me comía a mi mujer? ¿Se trataba de una pregunta con connotaciones sexuales o meramente caníbal? "¿En qué sentido balbuceé al fin?". "Digo que si te la comes", insistió él. Entonces tuve una iluminación y respondí con otra pregunta: "¿Tu padre se come a tu madre?". "Sí, todas las noches". "¿Estás seguro?" "Seguro. Se la come, pero sólo hasta los huesos. Luego coloca el esqueleto a su lado y se duerme. Mientras él duerme, a mi madre le vuelve a crecer la carne. Cada día se la come y cada día le vuelve a crecer".

Imaginé el esqueleto de mi vecina sobre la cama, con el marido al lado, durmiendo plácidamente mientras los músculos y las vísceras y la piel de su cónyuge se regeneraban, y me quedé espantado. Al ver el pánico escrito en mi cara, el niño me juró que él mismo había visto el esqueleto de su madre un día que entró por sorpresa en el dormitorio del matrimonio. "Mi padre estaba dormido y no se enteró", añadió muy serio. Estoy hablando de una familia normal, de clase media, sin ninguna psicopatía aparente. Él es experto en resistencia de materiales y construye puentes. Ella, que estudió Veterinaria, trabaja en unos laboratorios farmacéuticos.

Al poco, mis vecinos regresaron del Carrefour. Charlamos un poco, me dieron las gracias y recogieron al niño. Desde entonces, miro a esa familia de otro modo y procuro no coincidir con ninguno de sus miembros en el ascensor. No es que me haya creído la historia, pero se trata, conociéndolos, de una invención tan verosímil que me pone la carne de gallina. Se lo he contado a ustedes porque sólo olvido lo que soy capaz de escribir. Disculpen el atrevimiento.

dimarts, 14 de febrer del 2006

Recelos españoles

RECELOS ESPAÑOLES

Hace poco, uno de los arquitectos que había participado en la construcción de la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, escribía a un periódico quejándose de que en los días posteriores a su inauguración se hubieran resaltado los retrasos, las pérdidas de maletas, etc., en vez de la magnificencia arquitectónica de la obra, la mayor de Europa. Quizá llevara razón. Tal vez los desajustes que la prensa enumeró fueran pasajeros y no imputables al edificio en sí. Pero no nos faltan motivos para temernos lo peor. Somos demasiado aficionado a construir cosas que no funcionan.

-De acuerdo, no funciona, pero no me negará su belleza.

-La belleza de un reloj consiste en dar la hora exacta. La de un barco, navegar, y así sucesivamente.

-Por Dios, qué temperamento más práctico.

Y es que aquí hemos construido auditorios hermosísimos sin condiciones acústicas, que es como fabricar un paraguas con agujeros. La lista española de disparates arquitectónicos llenaría siete guías telefónicas de Pekín, de manera que la gente está a la que salta. Y ha saltado, lógicamente, con la T-4, porque tiene nombre de virus. Hablando de arquitecturas fallidas, fíjense en la del cisne, que posee una elegancia insuperable. Sin embargo, ya tenemos, en Grecia e Italia, varios casos de estas aves infectadas por el H5N1, que no es, pese al nombre, una obra pública, sino el microorganismo de la gripe aviar. Pues no será tan elegante ni estará tan bien hecho el cisne cuando puede morir como un pato, el arquetipo de la torpeza. O como una gaviota, que se alimenta de basura.

En cuanto a que la T-4 es la obra pública más grande de Europa, no nos conmueve porque estamos acostumbrados a lo grande. Aquí, siempre que se construye algo -sea un centro comercial o un puentees lo más grande de Europa. Pobre Europa, cuánto tiene que envidiarnos. Quiere decirse que el recelo español, por injusto que sea, está justificado. Vean, si no: somos el único país del mundo que ha invertido miles de millones de pesetas (perdón por la tristeza) en construir un tren de alta velocidad que va despacio. Otro día hablaremos de los ruidos.

divendres, 10 de febrer del 2006

La rueda

LA RUEDA

Bush ha subido los presupuestos de Defensa y Seguridad a costa de los de Justicia, Transporte, Vivienda y Cultura. También han pagado el pato las ayudas médicas para ancianos y jubilados. No sé, resulta un poco incongruente. Es como si decidiéramos aumentar los bíceps y los tríceps a costa del encéfalo.

- Mira, me he rebanado el cerebro para tener más fuerza bruta.

El caso es que las conquistas realmente importantes del ser humano no provienen del uso de la fuerza bruta, sino del pensamiento. El oso puede quebrarte la caja craneal de un golpe, pero jamás podría inventar la rueda. Y la rueda es importante, oiga, no habríamos hecho nada sin ella. Bush está en contra de la cultura, que es tanto como estar en contra de la rueda. Así que nada, ni justicia, ni vivienda, ni sabiduría, ni desarrollo urbano. Tanques, misiles, escopetas, pistolas, todo, en fin, lo que tenga que ver con nuestros instintos más primarios. Alguien debería decirle que los presupuestos son un invento cultural, por lo que no debería emplearlos en contra de la cultura.

A todo esto, Aznar va a Washington y propone crear un puente de prosperidad entre Europa y Estados Unidos. Pero no explica a qué llama prosperidad. De hecho, en un momento dado dice que no puede haber prosperidad sin seguridad, con lo que da la impresión de estar de acuerdo con los presupuestos de Bush en contra del pensamiento. Bush y Aznar llaman prosperidad al crecimiento desmesurado de los bíceps. La época en la que los vimos más felices fue en los días previos a la invasión de Iraq. Las fiestas se reconocen por las vísperas. Estaban, frente a los bombardeos, más excitados que un amante de teatro frente a la posibilidad de ver un Shakespeare. Miedo da oírlos hablar de prosperidad.

Como la semana es muy larga, vino Putin y nos dio una lección moral sobre la lucha antiterrorista. Se basaba en su propia experiencia, que le pone a uno los pelos de punta. También a Putin le gustan más los músculos que el cerebro. No es probable que haya empleado la palabra cultura más de tres veces en su vida. Es como para preocuparse, en fin.

Cristaleros

CRISTALEROS

La historia de Kándido Azpiazu se ha convertido en un clásico porque parece difícil acumular tanta degradación, tanta ignominia, tanta brutalidad, pero también tanto matonismo, en un solo individuo. Este sujeto, ya lo saben ustedes, asesinó fríamente a un hombre (que para más inri le había salvado la vida) y al salir de la cárcel puso una cristalería en los bajos del edificio donde vive la viuda de su víctima. Parece la historia de la humanidad resumida en siete líneas. Y es que el mundo está lleno, en efecto, de cristaleros a quienes, con una frecuencia preocupante, aplaudimos, votamos, apoyamos, justificamos, protegemos. Tienen derecho, bla, bla, bla, a rehacer sus vidas, bla, bla, bla, bla. Qué intolerantes son las víctimas, exclaman los pobres, protegidos cobardemente tras la seguridad de que éstas jamás emplearán sus métodos.

Fíjense en la Bachelet, huérfana de un hombre asesinado y ella misma torturada por algunos de los militares de los que luego fue una ministra cabal. Su cristalero vivía en el piso de abajo, a veces coincidían en las escaleras. El cristalero cuenta con la decencia de la víctima. Si la víctima fuera como él, se iría con la música a otra parte. Nosotros mismos, y como consecuencia de aquella Ley de Punto Final a la que otros llaman Transición, tuvimos que aguantar que en un Parlamento democrático se sentaran más de uno y más de dos cristaleros pertenecientes a una banda armada que había hecho lo que las bandas armadas: asesinar, extorsionar, torturar, robar... Al más gritón de aquellos cristaleros le han hecho ahora un hueco en el Senado con el aplauso de sus cómplices, pero también de sus víctimas. Un caso de reinserción ejemplar.

Aunque, para cristalero masivo, Dios. Ha producido más muertos, más guerras y más infelicidad a lo largo de la historia que la suma de todas las catástrofes naturales de las que tenemos recuerdo. Y ahí está, ahí está, en la parroquia de la esquina, a dos pasos de la panadería, felizmente desactivado entre nosotros, pero todavía muy virulento en otros ámbitos. "Al menos dos mujeres muertas por sus parejas en 24 horas", reza un titular de un día cualquiera. Hay cristaleros a los que hacemos un hueco en la cama.

dimarts, 7 de febrer del 2006

Habitaciones

HABITACIONES

Una mujer pobre, objeto de un reportaje en una publicación dominical, confiesa al periodista que su mayor deseo, ahora que ya tiene una chabola, sería hacer tabiques, para convertir en habitaciones lo que le parece un espacio informe. En la misma revista, o quizá en la de al lado, veo un reportaje sobre la casa de un actor famoso: ha echado abajo todos los tabiques, creando espacios abiertos. La tendencia actual es la de los espacios abiertos. Las habitaciones empiezan a ser una vulgaridad, cuando no la representación de una mente estrecha, excesivamente compartimentada, dividida. Las propuestas de las revistas de decoración pasan por unir lo que antes estaba separado. Hace poco visité la casa de campo de un amigo, construida sobre un antiguo establo. Me dio la impresión de entrar en un auditorio. Casi no había horizonte sobre el que descansar la vista. No digo que no me gustara, pero me desconcertó.

-¿Dónde están las habitaciones? -pregunté.

Estaban escondidas, ocultas. A mi amigo le daba vergüenza tener habitaciones. Imaginé un test de una sola pregunta para reconocer si uno tiene alma de pobre o de rico: «¿Prefiere usted un piso con tres habitaciones o una habitación que sea la suma de las tres?» Me di cuenta, al responder, de que tengo mentalidad de pobre. Me gustan las habitaciones, incluso las celdas (las de los conventos, no las de las cárceles). Me gustan las puertas, que unen y separan a la vez lo privado de lo público, incluso lo público de lo íntimo. Me pareció un error arquitectónico sacrificar el pasillo, porque tenía una carga simbólica que no ha sido sustituida por ningún otro invento espacial.

Por todo ello, me identifiqué con la respuesta de la mujer pobre, que no está al tanto de las nuevas tendencias decorativas. Comprendo que en los apartamentos de 40 metros, en los que la mayoría de la gente se ve obligada a vivir, la cocina y el salón compartan el mismo espacio. Pero donde esté una cocina independiente, por favor, que se quite ese engendro. Tirar tabiques no siempre es un síntoma de liberación. Puede serlo de pánico a la soledad, a la independencia, al aislamiento.

divendres, 3 de febrer del 2006

Mala leche

MALA LECHE

Rajoy podría haber jugado en estos dos años de oposición a la tolerancia, al centrismo, al juego limpio, al saber hacer, lo que le habría proporcionado simpatía y votos en sectores distantes del PP. Pero es de esas personas que se preguntan por qué estar bien pudiendo estar mal, convicción que lleva a todos y cada uno de los actos de su vida diaria. Ha renunciado a un futuro político interesante por ser fiel a la úlcera de estómago, a la pirosis, a la irritación gástrica. Cualquier otra persona, en su lugar, pensando que bien vale la Moncloa una sonrisa, habría hecho la vida más agradable a sus contemporáneos. Pero él no, él tiene una fe inquebrantable en el mal sabor de boca, en el prurito, en las digestiones pesadas.

Y no nos vayamos a creer que sus eructos obedecen a principios políticos. Si su partido (con otro al frente, él está liquidado) ganara un día las elecciones por una diferencia tal que necesitara, para gobernar, el apoyo de los nacionalistas, hablaría catalán en la intimidad de rodillas, y euskera con los brazos en cruz, y gallego a la pata coja, y cedería a estas nacionalidades el 200% del IRPF. Si lo dudan, acudan ustedes a las hemerotecas y comparen lo que decía Aznar antes y después de ganar por los pelos las elecciones del 96. No se trata, pues, de una cuestión de orden moral, sino de una fidelidad inquebrantable al colon irritable, a la mala leche. Cuando uno cree en la mala leche por encima de la inflación y del PIB y de la patria, no sobra el apoyo de nadie, sea un general de división loco, un teniente coronel golpista de la Guardia Civil o un presidente cutre de la Conferencia Episcopal.

El referéndum para el que tan acertadamente está pidiendo firmas ahora, desengáñense ustedes, no es para averiguar si estamos de acuerdo con que llueva, sino para remover un poco la bilis ciudadana, increíblemente adormecida. Lo hace porque es un hombre que cree profundamente en la amargura, en la caspa, en las tinieblas, en el crujir y rechinar de dientes. Y el empeño que pone en su fe le honra y nos solaza. No se deje seducir, señor Rajoy, por la bonhomía relajante de Acebes ni por las felices digestiones económicas de Zaplana. Viva el rencor, la pena, viva el odio.