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dissabte, 31 de desembre del 2011

Cuatro versos urgentes

CUATRO VERSOS URGENTES

Si yo fuera un poeta obrero, ahora mismo estaría en el paro como obrero, y quizá como poeta. De la poesía le echan a uno antes que de la fábrica. La poesía es una empresa que, sin consejero delegado ni jefe de personal, hace un ERE diario. Internet está lleno o llena, como ustedes prefieran, de poetas a los que la poesía ha dado el finiquito. El poeta en paro no llama la atención porque carece de representantes sindicales y porque se dedica a la economía sumergida. Escribe cuatro versos en el blog que leen cinco o seis y comentan tres o cuatro, y con esas migajas va tirando. El poeta obrero no suele tener blog porque el poeta obrero es más obrero que poeta. Y ahí es donde nos duele.

Conocemos las cifras generales del paro, pero no tenemos ni idea de los poetas que se han quedado en la calle, no hay estadísticas. Ahí funciona el olfato y lo que dice el olfato es que la poesía se ha ido o se está yendo al carajo, como si fuera cosa de otro tiempo, del mismo modo que se hundieron las fábricas de hielo cuando se popularizó la nevera eléctrica y cada uno devino en dueño de su frío. Da la impresión de que ahora cada uno se tiene que hacer su propio poema. Solo que un poema no es un cubito de hielo. No basta con tener frío para hacerlo. No todo el mundo es capaz de sentarse y escribir cuatro versos que le conmuevan a él y a quien los lea. No hay fábricas individuales de sonetos como no hay fábricas individuales de tartas de cumpleaños. Uno debería tener la tranquilidad de que va a la librería y encuentra el libro de poemas que reclama esta época.

Por eso nos referíamos al poeta obrero, porque nos hace más falta que el aire un poeta obrero cabreado que cuente lo que nos está sucediendo como lo cuentan los poetas. Obreros cabreados los hay por un tubo, pero no son poetas, por eso la patronal está como está de crecida, porque no hay un maldito poeta obrero que les eche en cara un romance, una elegía, una lira, una sátira. Y cuando hablamos de poetas obreros queremos decir también auxiliares administrativos poetas, funcionarios poetas, incluso notarios poetas. La cuestión es que desde la poesía, si la fábrica aún continúa abierta, se expidan poemas aclaratorios sobre la deuda pública, que es lo que estamos esperando los obreros que no somos poetas, ni siquiera obreros.

divendres, 30 de desembre del 2011

Agradecimiento

AGRADECIMIENTO

El nuevo ministro de Economía, ajeno a la euforia inversora prometida por Mariano Rajoy en su programa electoral, nos amenaza con recesión y paro por un tubo. ¿Ignora acaso que no había mitin ni entrevista ni declaración a la prensa donde no se hablara de la confianza mundial que generaría el simple hecho de que el PP gobernara? Que nos lo expliquen, que digan si mentían entonces, si se equivocaron de buena fe o si la realidad ha dado un giro de 180 grados. Y que Sáenz de Santamaría chequee de inmediato la lucidez intelectual del citado Luis de Guindos, responsable en su día de un chiringuito financiero (Lehman Brothers) que le estalló en la cara como al que manipula sin conocimientos una bomba de fabricación casera, provocando una onda expansiva que arruinó a medio mundo. Se trata de saber si con el estallido perdió el poco olfato demostrado entonces o se le activó una zona dormida del cerebro. A veces, un golpe en la cabeza provoca efectos mágicos. Disminuyen unas capacidades pero aumentan otras, hay gente que ve a Dios. Quiere decirse que quizá acierte en su diagnóstico, quizá venga más paro y más recesión y más crujir de dientes, no se lo vamos a discutir a un hombre con ese trauma, pero a efectos éticos estaría bien que confesara si conocía o no conocía el apartado de la euforia del programa electoral al que sirve. Tenemos derecho a saber si nos engañaron o si no vieron las dimensiones de la crisis, que era el reproche que hacían con justicia a Zapatero. De otro lado, agradeceríamos muchísimo a De Guindos que llame paro al paro y recesión a la recesión (al pan pan y al vino vino, también estaba en el programa de Rajoy). No empecemos, por favor, como los de CiU, que llaman "tique moderador sanitario" al cobro de un euro por receta. ¿O es que el estallido de la bomba le dañó también la zona del lenguaje?

El muerto era un sablista

EL MUERTO ERA UN SABLISTA

Amanezco con la tensión baja, como si me hubiera tomado un calmante, y leo el periódico despacio, sin ansiedad, deteniéndome en cada una de sus informaciones, tan dispares. Así, paso de las farmacias de guardia a una noticia sobre el príncipe Felipe de Edimburgo, que acaba de salir del hospital. Ni siquiera sabía que estaba enfermo. Tampoco sé a ciencia cierta quién es este Felipe de Edimburgo, que aparece en la foto tras los cristales de la ventanilla de un coche negro y grande, saludando a la gente. Está un poco triste, un poco pálido. Otro día cualquiera no habría reparado en él. Desde el príncipe salto a una crítica de cine donde me cuentan el argumento de una película que me interesa, aunque no tiene nada que ver con mi vida, quizá por eso. Leo la crítica despacio, deteniéndome en las comas y en los puntos, saboreando el texto, que está bien escrito.

De súbito, regreso unas páginas atrás porque me parece que he visto algo en cuya importancia reparo ahora, unos minutos después. Se trata de un obituario acompañado de la fotografía del muerto, cuyo rostro me había resultado vagamente familiar. Lo reconozco. Es un sujeto al que conocí, aunque apenas traté. Su fallecimiento no me duele, pero me extraña porque no hace mucho me crucé con él en una calle de Madrid. Recuerdo que los dos nos vimos desde lejos y que los dos dudamos si saludarnos o no. Finalmente, mientras avanzábamos el uno hacia el otro, alcanzamos el pacto implícito de fingir que no nos habíamos reconocido.

Me quedo ahí, en el obituario, pensando si actué mal. Tal vez él esperaba que tomara yo la iniciativa. Los que van a morir saben cosas y por lo general están deseando contarlas. Si me hubiera detenido unos minutos con él, quizá conocería un secreto que el fallecido se llevó a la tumba. Era un hombre doce años mayor que yo, de modo que cuando comencé a andar, él ya habría comenzado a masturbarse. No sé porque me viene esta idea absurda a la cabeza, tal vez porque el onanismo y la muerte están oscuramente relacionados. Abandono con extrañeza el obituario, como si fuera el mío, preguntándome una vez más por qué no saludé aquel día a su protagonista. Lo diré: por miedo a que me pidiera dinero. El muerto era un sablista.

dijous, 29 de desembre del 2011

Una erección de silicona

UNA ERECCIÓN DE SILICONA

Viernes. No se puede sentir la misma culpa por lo que uno imagina que hace que por lo que hace, aunque uno sea capaz, como yo, de pensar cosas horribles. Alguien que imagina que mata a su madre, por ejemplo, no está matándola en realidad. Mientras sea capaz de distinguir la diferencia entre una cosa y otra, pisará tierra firme (si hay tierra firme). Cuando pierda esa capacidad, se hundirá en las tinieblas (o en otra clase de tinieblas). Pienso en esto al leer la noticia de una abogada madrileña que pagó a un sicario para que asesinara a su ex marido. Sin duda, había imaginado muchas veces que el hombre la palmaba, incluso que la palmaba entre grandes sufrimientos, pero por qué y en qué momento atravesó la frontera que separa la fantasía del mundo real. ¿Qué ocurrió, si ocurrió algo? Resulta difícil ponerse en su cabeza porque el crimen no fue el resultado de un pronto, sino de una planificación laboriosa. Primero tuvo que contactar con un cliente suyo relacionado con los bajos fondos, que a su vez hubo de buscar a la persona adecuada para cometer el asesinato. Curiosamente, el asesino sigue libre mientras que la mujer ha sido condenada a 22 años, perdiendo la custodia de su hija, por lo que empezó todo. Un asunto de fronteras, en fin, casi todo en la vida es un problema de fronteras.

Sábado. A propósito de la nota de ayer, me pregunto, mientras el cordero se asa en el horno (es Nochebuena), si la realidad nos hace más desdichados que la imaginación o viceversa. Es evidente que resulta más gratificante comerse un cordero que imaginarlo. Aunque comérselo trae sus complicaciones (sobre todo si habitualmente cenas unas verduras) por la digestión y toda la escatología consecuente. No sé, yo he imaginado varias veces que me dan el Nobel de Física y soy muy feliz mientras lo imagino. Me lo dan porque he inventado unas gafas con las que se puede ver un mundo paralelo al nuestro, aunque no accesible a los sentidos. En ese otro mundo todo es idéntico a lo de éste, pero podemos observarlo desde fuera, como una gota de agua al microscopio.

El cordero está en su punto y comienza a llegar la familia, de modo que abandono el ordenador. Hasta mañana.

Domingo. Hoy es Navidad y no hay periódicos (periódicos de papel quiero decir), pero tengo los de ayer, que no leí pensando en hoy. Son las ocho de la mañana y parece que el mundo se ha acabado. Ni un ruido ni una música ni unos pasos en la escalera. Me abrigo y salgo a dar una vuelta a la manzana para disfrutar de esta sensación de soledad. Al poco, veo venir de frente a un tipo como yo, un poco mayor e insomne, también expulsado de la cama por los nervios. Cuando nos encontramos cerca, el otro cambia de acera, como si temiera que yo fuera a darle conversación, o quizá a darle un golpe. ¡Qué raro! Vuelvo a casa dominado por un sentimiento de irrealidad un poco siniestro y abro uno de los periódicos de ayer sobre la mesa de la cocina. Tropiezo con un reportaje sobre unas prótesis mamarias, de nombre PIP y de nacionalidad francesa, que contienen silicona de uso industrial, como la que utilizamos, supongo, para sellar las fugas de agua de los retretes y bidés. La asociación entre las tetas y los sanitarios del cuarto de baño me provoca extrañeza. Entonces recuerdo haber visto por la tele algunas imágenes de estas prótesis que se rompen dentro del cuerpo, liberando un pegamento de ferretería que se introduce en el torrente de los vasos linfáticos. Lo sé, lo sé, no es modo de comenzar un día de Navidad, pero nunca comienzo los días como debo, tengo un problema aquí dentro, en la cabeza, por eso voy a la psicóloga. El fabricante de las prótesis mamarias PIP, ahora en busca y captura, se dedicaba antes a la charcutería, lo que me lleva a preguntarme si es más lógico evolucionar desde los embutidos a la medicina que desde la medicina a los embutidos. También algunos cirujanos dedicados a la cirugía estética tienen algo de charcuteros. De hecho, los he visto, siempre en la tele, manosear los senos de las mujeres como si fueran mera mercancía. Inopinadamente, tengo una erección.

divendres, 23 de desembre del 2011

Personajes

PERSONAJES

Así como los edificios, en la arquitectura contemporánea, han perdido la fachada principal, así los periódicos y las revistas están a punto de perder la portada. La mantienen aún pero en vías de extinción y sin significado, con serias dudas sobre su utilidad. ¿Cómo distinguir, en medio de este desorden, la elocuencia del desparpajo, la brillantez inmediata de la inteligencia de fondo, la crítica aguda del insulto romo? ¿Cómo escoger el rostro de una realidad que parece que solo tiene espalda? ¿Con qué criterio recomendar a toda página un libro, un disco, una película? Se recomiendan, pero por pura inercia, sin fe. Se publican las portadas sin fe y el lector les echa un vistazo sin fe, mientras aguardamos el día en el que también la portada se pueda poner a la venta. En cierto modo, ya lo está, ya está a la venta, aunque aún no se paga con dinero, hay mil modos de cobro. La portada de la revista Time consagrada al manifestante metaforiza esa confusión al pretender reunir en la imagen de un joven (o una joven) con el rostro y la cabeza cubiertos al indignado de la Puerta del Sol, a los protagonistas de la llamada primavera árabe y a los okupas de Wall Street, entre otros. Habría tenido más sentido dedicarla a la Coca-Cola, presente de manera concreta en cada una de las plazas por las que se ha movido esa abstracción llamada el manifestante. Y habrían obtenido unos ingresos pingües de publicidad. Pero los directivos de Time están satisfechos de su perspicacia. Personaje del año, se preguntarían muy serios. El manifestante, respondería, raudo, el director comercial. Y es que en estos momentos, del mismo modo que los edificios carecen de fachada principal, la historia carece de rostro. Quizá en algún sitio haya un personaje del año, pero sería tan difícil dar con él como encontrar la puerta de acceso a un edificio de autor.

Paciencia de santo

PACIENCIA DE SANTO

Al mismo tiempo que las autoridades médicas aseguran que la homeopatía y las medicinas alternativas en general son un placebo, desde las autoridades financieras se lanza la idea de un nuevo producto laboral, el minijob, que es al trabajo lo que la acupuntura a los dolores de espalda: un placebo. Sale uno del minijob como del acupuntor, diciéndose qué bien, qué alivio, pero cuando llegas a casa has de tomarte un paracetamol o un ansiolítico porque ni las agujas han curado la enfermedad ni el minijob te ha solucionado la vida. Por si fuera poco, la palabra con la que hemos bautizado esta nueva modalidad de homeopatía laboral, minijob, lleva dentro de sí una contradicción gigantesca, pues para soportar lo que significa debemos llevar dentro un gran Job, el santo bíblico de la paciencia.

Otro placebo que alivia mucho las dolencias del espíritu y algunas cefaleas de origen nervioso es el consumo, el ir de compras. El problema es que sale por un ojo de la cara y ya no nos quedan ojos, que se los llevó la hipoteca o el último plazo del monovolumen. Así que lo del minijob estaría bien en una minirrealidad donde se practicara un miniconsumo. Una realidad, por ejemplo, en la que las tiendas tuvieran un metro de altura y en las que hubiéramos de entrar, lógicamente, agachados. Una realidad en la que hubiera una mininochebuena y un mininavidad y unos minirreyes magos. No es probable que el minijob funcione como una de esas reducciones de estómago gracias a las que uno se sacia con un par de aceitunas y un yogur.

Por el contrario, el minijob podría estimular las ganas de tener un trabajo como Dios manda, expresión que tanto le gusta utilizar a Rajoy. En el mundo de las falsificaciones y de la homeopatía han tardado mucho en encontrar el trabajo falso y el salario falso y el horario falso, pero aquí está, por fin, y en inglés, que es el idioma en el que en España se cometen todas las estafas. Échenle un vistazo, si no, a las empresas de la trama Gürtel o las fundaciones sin ánimo de lucro de Urdangarín. Parece que si una institución se llama De Goes Center Stakeholder Management SL no puede ser fraudulenta, ni tóxica. Pues el minijob lo reúne todo.

dijous, 22 de desembre del 2011

Crímenes de estado

CRÍMENES DE ESTADO

Lunes. El Museo de Cera es una de las instituciones más rápidas del Estado. Posee una agilidad que para sí quisiera el Ministerio de Hacienda en su lucha contra el fraude. Despidió de su nómina a Marichalar a la velocidad del rayo y llevó a cabo la expulsión a la vista de todos, en una carretilla idéntica a aquella en la que se sacaron de Salamanca los papeles de su famoso archivo. Muchos avances electrónicos, pero en España, para las cosas fundamentales, se sigue utilizando la carretilla. Ancestrales que somos. Ya entonces, cuando lo de Marichalar, nos preguntamos si un muñeco de cera cobra tanto como para acelerar de esa forma un ERE. No es que nos gustara el muñeco del duque, o lo que fuera, pero quizá habría sido más caritativo trasladarlo de sección y rebajarle el sueldo. En cambio, lo echaron y luego lo fundieron. Quizá con la misma cera obtenida de su fusión moldearon el muñeco de Urdangarín, ahora mismo no sabemos cuál de los dos entró a trabajar antes en el museo. En cualquier caso, los muñecos se reencarnan. En una vida pueden ser duques y en la otra bandoleros de Sierra Morena. He ahí las ventajas de la cera frente a la carne, que se pudre y no sirve más que para abono, coño. Ahora le ha tocado el turno a Urdangarín, pero con este yerno ha sido la institución más cariñosa. Lejos de retirarle la nómina, lo ha cambiado de negociado. Dicen que se encuentra ya en la sección de deportes, disfrazado con un chándal. He ahí un muñeco afortunado. La vida ha sido muy injusta con Marichalar.

Martes. Se pregunta uno si tienen sentido los museos de cera tras la invención del látex, que aporta mayor realismo y no precisa de tanto mantenimiento. Una vecina mía, de ocho años, juega en el portal con un muñeco de látex que pone los pelos de punta porque te lo crees de arriba abajo. Se trata de un bebé recién parido, con sus arrugas, sus ojos achinados, su cráneo ligeramente así… A veces pienso que la muñeca es ella, la niña, porque la calidad de su piel es muy inferior a la de su hijo artificial. Por otro lado, piensa uno también que la cera aporta lo cerúleo, una característica específica del cadáver humano. La cerulez, si me permiten la palabra, se le escapa al látex, que envejece de un modo distinto. Luego está el olor también, claro. Los museos de cera huelen sin excepción a tanatorio. Así que quizá esta materia continué teniendo sentido frente al látex. Si hicieran una réplica de mí, Dios no lo permita, preferiría la cera al látex. Acabo de descubrir que es más humana.

Miércoles. Los crímenes de Estado son secretos de Estado. Conviene meterse bien esto en la cabeza. Cuando el Estado mata, hay que silbar y hacer como que no has visto nada, porque si lo revelas te asesinan legalmente. Es lo que le ocurrió al soldado Manning, que sacó a la luz cientos o miles de crímenes de Estado y ahora está en el banquillo. Seguramente, le juzgan los mismos que cometieron los crímenes revelados por él, lo cual es un sindiós o un contradiós, como ustedes prefieran. Manning se presentó en el juicio, suponemos que por orden de sus jefes, con su uniforme de camuflaje, lo que no es un detalle menor. A los EE UU les encantaría que este juicio, que tiene mucho de crimen de Estado, pasara inadvertido para que la gente no pierda la fe en las instituciones, de ahí el vestuario. Por cierto, que el juicio coincide con la salida de las tropas norteamericanas de Irak. Obama dijo que salían con la cabeza alta. Vale. No le refrescaremos la memoria, ni refrescaremos la nuestra, por asco. La cabeza alta, dice.

Jueves. Siete de cada diez españoles consideran que el euro les jodió la vida. Lo que no dicen es si volverían a la peseta. Hay en los aeropuertos unos pasillos con dos puertas en forma de esclusa en los que figura la leyenda: “Pasillo sin retorno”. Siempre me da miedo atravesarlos porque la vida consiste, básicamente, en volver. Una persona que no ha vuelto, aunque sea para contarlo, es una persona que no ha vivido. Del único lugar del que no se vuelve es de la muerte (y del euro). De ahí mi aprensión a esos pasillos. Y a la moneda única.

dilluns, 19 de desembre del 2011

La pila voltaica

LA PILA VOLTAICA

Lunes. Llevo días sin escuchar ninguna conversación de interés en la cafetería donde tomo el gin-tonic de media tarde. Me pregunto si el problema está en los otros o en mí. Tal vez he perdido sensibilidad para escuchar lo que se dice por debajo de lo que se dice. Hoy, por ejemplo, me coloqué al lado de una pareja de novios que solo hablaban de lo que hablaban. En otras palabras, hablaban sin doble intención. Cuando él señalaba que se les iban a echar las fiestas encima sin haber comprado ningún regalo, solo quería decir que se les iban a echar las fiestas encima sin haber comprado ningún regalo. No había en su observación ningún otro matiz, tampoco sentimiento de culpa o de agobio. Y ningún reproche, por supuesto. Pero si ella respondía que este año le daba más pereza que otros, solo pretendía señalar eso, que este año le daba más pereza que otros. Tenían algo de robots, pues se manifestaban sin sentimiento alguno, como si llevaran la cinta de la conversación grabada dentro de sí. Me desazonó escucharlos, pues me pareció que, de repente, el mundo era únicamente lo que veíamos de él. Salí a la calle y comprobé que los edificios solo eran edificios y las personas solo personas y los escaparates solo escaparates. Y yo un tipo opaco que recogía conversaciones sin sustancia, sin fondo, sin magia. En cuanto a los adornos de Navidad, no eran más que bombillas de colores.

Martes. Veo por la calle a dos niños de nueve o diez años que caminan solos, de la mano, sin dar la sensación de haberse perdido. Van muy bien trajeados, con abrigos de paño idénticos, de color azul, y unos zapatos negros muy relucientes. Me pregunto si solo los veo yo, porque nadie los mira pese a que son objetivamente raros. Son dos niños que no son dos niños, lo que por un lado me alegra (la realidad, al contrario de ayer, ha dejado de ser lo que parece), y por otro me inquieta. Más que inquietarme, estos críos me dan miedo. Los sigo por Gran Vía hasta Callao, donde se meten, por improbable que parezca, en un sex shop. No me atrevo a seguirles (jamás he reunido el valor suficiente para entrar en uno de estos establecimientos), pero aguardo un rato en la acera, esperando que de un momento a otro los devolverán a la calle, cosa que no sucede. Vuelvo sobre mis pasos mordiéndome la cara interior de la mejilla, cuya sangre sabe a electricidad, y pensando en los niños. ¿Habrán sido una alucinación de mis sentidos?

Miércoles. Tengo invitados a comer. Preparo colas de cangrejos de río con vinagreta. Las colas de cangrejo de río vienen ya peladas, en salmuera. Se trata de un aperitivo con el que por lo general triunfo. En esta ocasión, uno de los invitados (editor de libros científicos) dice que el cangrejo le sabe a batería.

—¿Cómo que sabe a batería? –digo yo un poco molesto.

—Más exactamente –dice él–, a pila de un voltio y medio, de las del mando a distancia de la tele.

La cosa queda ahí, pero cuando se van busco en Google la palabra salmuera y averiguo que en 1800 Alessandro Volta usó la salmuera junto al cobre y al cinc para crear la pila voltaica. Desde entonces, tengo en la boca un sabor como a electricidad que no logro quitarme con nada y que me trae a la memoria a los niños que el lunes desaparecieron en un sex shop de la Gran Vía. Busco en Google la expresión “niños solos cogidos de la mano”, y aparecen casi siete millones de entradas. En una de ellas se asegura que esas parejas infantiles, relativamente frecuentes en las calles de las grandes ciudades por esta época, son demonios de Navidad.

Jueves. Resulta que estoy debajo de la ducha, con los ojos cerrados, cuando veo dentro de mi cabeza a los dos niños o los demonios de los que hablábamos ayer. Al principio no le doy mucha importancia, ya se irán, me digo frotándome el pelo con el champú. Pero como los niños no solo no se van, sino que comienzan a hacerme muecas, abro asustado los ojos y veo al otro lado de la mampara traslúcida una silueta que los evoca. Corro en un movimiento nervioso la mampara y al otro lado no hay nada. Los ojos me escuecen, por el champú. Los tendré irritados el resto del día.

Federalizar

FEDERALIZAR

No sabemos si el euro es benigno o maligno, pero todo el mundo habla ya de él como de un tumor pendiente de análisis, aunque con una pinta francamente mala. Los países europeos con moneda propia ni se acercan a él por temor al contagio, de modo que le estamos tomando un poco de asco, qué pena, con lo que nos gustaba al principio la idea tonta de comprar en Francia con el dinero que utilizábamos en España, nos hacía ilusión, ya ves, que los alemanes nos pagaran por fin con la misma moneda que nosotros a ellos, y parecía que sí, que el euro germano era idéntico al español, pero solo por fuera, tal como Merkel y la realidad están demostrando. El caso es que ahora te dan las vueltas del billete de 20 en la carnicería y las coges como el que recibe unas muestras de tejido que hay que llevar corriendo al departamento de anatomía patológica. Los céntimos de euro parecen pólipos de esos que salen en el colon, vegetaciones de la nariz, rugosidades orgánicas que conviene vigilar no vayan a ser que.

El problema, con independencia de que el tumor resulte finalmente maligno, ya lo dirá el laboratorio, es que se ha manifestado en un lugar donde si lo extirpas malo y si no lo extirpas peor. Entre dos vértebras se encuentra el maldito, entre dos vértebras del espinazo de Europa, a la que uno creía que estábamos desmantelando, porque era lo que se apreciaba a primera vista, cuando el otro día escuchó en la radio, que nada de eso, que al contrario, que le estamos dando consistencia a base de federalizarla, signifique lo que signifique federalizar, que parece uno de esos eufemismos médicos utilizados para revelar al paciente que le ha salido un euro, perdón un tumor, entre la quinta y la sexta empezando por abajo.

Le da uno cincuenta céntimos de euro al pobre del semáforo y parece que le está transmitiendo una enfermedad, y quizá sí. Ahora mismo nos duele el euro más de lo que le dolía España a Unamuno. Circula ya una leyenda urbana según la cual esta moneda en apariencia única no salió de las cabezas de los próceres europeos, sino de Silicon Valley, al modo de esos virus artificiales con los que de vez en cuando se diezma a la población mundial, para despejar un poco el panorama.

diumenge, 18 de desembre del 2011

A dos velas

A DOS VELAS

La reunión del Consejo Europeo, si se llama así, de la pasada semana ha hecho correr ríos de tinta y ríos de palabras en los que la mayoría de los ciudadanos europeos, indefensos ante tanta sintaxis hueca, hemos chapoteado como náufragos en altamar. Viene a ser lo mismo que si hubieran dicho una misa en latín. Y lo de la misa viene a cuento también de la solemnidad de la que se han rodeado y de los adornos florales de las mesas en las que comían o cenaban. El Vaticano marca tendencia no sólo desde el punto de vista teológico, sino desde el protocolo ceremonial. Hay una teología del euro tan incompresible como la teología de Dios y que está provocando ateos de la moneda única por un tubo. En cuanto a los rituales de salvación de Merkozy y Cía., hay que tener mucha fe para tragárselos.

A fin de cuentas, qué. Que han salvado el euro de una muerte segura. Bueno, pues muchas gracias, pero no tenemos ni idea de por cuánto tiempo ni con qué objetivos, la verdad. En cuanto a los usuarios de la dichosa moneda agonizante, llevamos semanas con hipotermia y sin saber a ciencia cierta qué va a ser de nuestros ahorros porque nadie se corta ya de mencionar el corralito, que creíamos que iba a ser un corralito a plazos, aunque quizá nos lo hagan pagar de golpe. Total que no sabemos nada. La próxima misa, la hagan ustedes en castellano, por favor. Y dígannos a la cara lo que se dicen al oído. Pensamos, por ejemplo, en Rajoy, que ha contado fuera su programa oculto en esperanto mientras que aquí nos tiene a dos velas en castellano. Sólo le hemos oído decir que va a llevar a cabo una «reforma laboral profunda». ¿Qué significa «reforma laboral profunda»? ¿Por qué no ancha o alta? ¿A qué alude con lo de la «profundidad»?

También nos hemos enterado del «aislamiento británico», como si bastara quedarse solo para quedarse aislado. Pues no es así ni de lejos, amigos. Quienes de momento parecemos aislados en el sentido metafórico del término, que es el que vale, somos los países del euro. De modo que han hecho ustedes un acuerdo histórico, sí, y han celebrado varias misas negras, también, pero los fieles, intelectualmente hablando, nos hemos quedado a dos velas.

dissabte, 17 de desembre del 2011

Física y metafísica

FÍSICA Y METAFÍSICA

El otro día, en El hormiguero, el programa de Pablo Motos, Luís Piedrahita hizo un juego de manos que me dejó atónito (búsquenlo en la web). Consistía en hacerle cuatro agujeros a una carta de una baraja, uno en cada esquina, con una perforadora de papel. Luego colocaba el dedo alternativamente sobre cada uno de los agujeros y los iba cambiando de lugar dentro de la carta. Ninguno de los agujeros acabó en su sitio de origen. Todo ello con una limpieza tal que parecía un milagro. Los magos nos tienen acostumbrados a que un objeto que se encontraba aquí aparezca allí. Unos lo hacen a base de polvos mágicos y otros en base a telequinesia, según su temperamento narrativo. Pero nunca habíamos visto trasladar un agujero. Hablamos de un asunto muy serio, muy inquietante, incluso algo aterrador.

El agujero, según el diccionario, es una abertura más o menos redondeada en alguna cosa. Quiere decirse que un agujero es una ausencia de materia en un punto de la materia. Un agujero en medio de la pared, o en medio de un cuerpo, constituye una pausa, a veces de dolor, a veces de excitación, no sé, pero siempre, siempre, se trata de una pausa misteriosa. Por eso somos tan dados a meter el dedo en los agujeros, o a mirar por ellos, o a recrearnos en el tacto de sus bordes. El agujero es una interrogación, un refugio, una propuesta, una pérdida, una metáfora. Hay agujeros negros y agujeros contables y agujeros presupuestarios y agujeros sin fondo, pero todos, sin excepción, pertenecen más al mundo de la metafísica que al de la física.

Un jarrón contiene un agujero, pero no es agujero. Para cambiar de sitio el agujero del jarrón has de cambiar de sitio el jarrón en su totalidad, porque no es posible separarlos. No hay forma de coger un agujero con la mano, se te escurre entre los dedos, a menos que lo hagas dentro de una película de dibujos animados, como en Yellow Submarine, donde le personaje de John Lennon mostraba en la mano un agujero del bolsillo que luego colocaba en distintos lugares. Es lo que hizo el mago Piedrahita el otro día, a la vista del público, con una sencillez pasmosa. He de llamarle para ver si me quita un agujero de angustia (quizá un tumor inverso) que tengo aquí, en el pecho.

divendres, 16 de desembre del 2011

Cocido escocés

COCIDO ESCOCÉS

Aquella chica venía de llorar como otros vienen del trabajo. Coincidíamos en el metro, cuando yo volvía a casa de la oficina. Me pasaba el viaje observándola disimuladamente, fantaseando sobre las razones por las que había llorado esa jornada, en el caso de que no llorara siempre por las mismas. Ella permanecía abstraída en un rincón, siempre el mismo, ajena a todo, a todos, hasta que una voz interior la avisaba de que había llegado a su estación. Entonces abandonaba el tren y se diluía entre la gente como la columna de humo de un Camel. Tuvo un abrigo gris que le duró seis inviernos y una falda escocesa que solo se ponía los viernes, el día en el que en mi casa se hacía cocido para comer, de modo que los cocidos me saben aún a falda de cuadros y las faldas de cuadros a cocido. Cuando cambió de abrigo, yo le di la vuelta al mío, que tenía cinco años, porque me pareció que era el momento de renovarse o de morir y no tenía una pistola a mano, ni siquiera un maldito frasco de somníferos. Creo que nunca reparó en mí ni en mi pena, mi pena por ella y por todos los que veníamos a aquellas horas (las nueve de la noche) de ganarnos la vida, o de perderla. Cómo saber si aquello era esto o lo otro, aún no lo sé.

Un día dejó de aparecer y no volví a verla, aunque la busqué por todo el convoy, por si hubiera cambiado de vagón, que es como cambiar de costado cuando no coges el sueño. En cuanto a mí, también la vida me condujo a otras líneas del metro y así pasaron los años. La semana pasada, volví a encontrarla, en la línea 5. Pese a los años transcurridos (30 o más), la reconocí al primer golpe de vista, pues de cara al menos no había cambiado demasiado. Noté que también venía de llorar, lo que me proporcionó una desazón enorme. Me pareció que llevábamos los dos toda la vida en el metro, casi con los mismos abrigos.

diumenge, 11 de desembre del 2011

Escalafones y escalafones

ESCALAFONES Y ESCALAFONES

Si los médicos de familia van a trabajar de especialistas, lo lógico es que los sacristanes administren la confesión y que el portero haga de inquilino. Podría darse el caso de que uno acudiera al oftalmólogo y que éste lo derivara al de medicina general.

—Oiga, pero si lo que me duele es el ojo.

—Como si le duele el culo, ¿no se ha enterado de que hay crisis?

La crisis, de momento, se va a tratar con más crisis, que es como curar el ardor de estómago con cayena. Todo el mundo ascenderá un puesto en el escalafón, para acercarnos más a nuestro nivel de incompetencia. El profesor de primaria dará clases de bachillerato y el de bachillerato de universidad. El ayudante de cocina pasará a cocinero y el aprendiz de sastre a sastre. El modelo médico se puede exportar a casi todas las actividades de la industria. Así, el copiloto de los aviones actuará como piloto y el subsecretario de secretario. Con el tiempo, cuando nos hayamos acostumbrado a vivir manga por hombro, desparecerán las especialidades, que cuestan un ojo de la cara, así como los puestos para los que antes se exigía una cualificación específica. Si el comandante puede ejercer de coronel y el coronel de general, ya me dirán ustedes para qué vamos a mantener un cuerpo de generales, que solo en medallas nos salen por un pico. Le he preguntado a mi psicoanalista si, siguiendo esta lógica, yo debería ocupar su puesto, cobrando la mitad de lo que cobra ella. No es por nada pero a base de observarla durante los últimos 20 años me he ido quedando con los trucos del oficio.

—¿Cree usted que está preparado para tener pacientes?

—Pacientes como yo, que solo buscan un poco de compañía, sí.

—¿Entonces cree que su problema es de soledad?

—No estábamos hablando de mi problema, sino del suyo, y del de los generales y los oftalmólogos y los dentistas, que nos salen muy caros en tiempos de crisis.

Mi psicoanalista me ha dado la razón, pero me ha citado con toda naturalidad para el jueves que viene. Hay escalafones que no corren.

divendres, 9 de desembre del 2011

Mañana más

MAÑANA MÁS

Lunes. Me llama Luis, un amigo de la infancia. Dice que el otro día se quedó dormido en el tren y se despertó en el avión. El tren iba a Sevilla y el avión a Barcelona. Se trata de un relato arquetípico que a veces sucede en la vida real, como el mendigo que sueña que es príncipe (o viceversa) y la mariposa que sueña que es gusano (o al revés). Quiere decirse que el hecho de que despertara en el avión no significaba mucho. Por lo visto, fue un falso despertar, un despertar soñado, porque donde acabó finalmente fue en Sevilla. A mi amigo le turbó mucho esta historia. Es un hombre práctico, que generalmente no entiende las cosas que escribo (ni siquiera las lee) y de repente aquella confusión le hizo pensar que quizá en la vida había algo de misterio.

—Lo hay –le dije yo–, hay misterio, pero el misterio no la hace más llevadera, sino más confusa.

Martes. Le cuento a mi psicoanalista la historia de mi amigo Luis, lo que me conduce a hablar de los mundos paralelos, los multiversos, que dicen los científicos, pues he leído antes de acudir a sesión un reportaje sobre el tema. La idea de llevar mil vidas idénticas en mil dimensiones diferentes me agobia un poco.

—¿Qué es lo que le agobia del asunto? –dice mi psicoanalista.

—La repetición –digo yo–.

—¿No le gustaría estar repetido?

—La verdad, no.

—¿Puede eso traducirse por que le gustaría ser único?

—Tal como lo dice usted parece que se trata de una cuestión vanidosa. En realidad, preferiría ser desúnico.

—¿Qué significa desúnico?

—No tengo ni idea.

Permanezco en silencio y pienso en los libros con cuya reedición soñamos los escritores. En cierto modo, los libros llevan vidas paralelas. El mismo título, con idéntico formato, puede ocupar las estanterías de un palacio o de una casa modesta. Un libro mío puede estar siendo leído en estos instantes, de forma simultánea, en un hospital o en una biblioteca pública. La idea me inquieta. Imagino un lector de hospital, mejor dicho, una lectora. La han operado hace dos días de un pólipo en las cuerdas vocales y las cosas se han complicado un poco, no mucho, pero lo suficiente como para que se retrase la salida del hospital. Ahí está, leyendo una novela mía, la misma, y en idéntica edición, que lee una adolescente en la biblioteca pública de su barrio. Imagino que la mujer del hospital da una cabezada y sueña que es una chica joven que se encuentra en una biblioteca pública leyendo la misma novela que ha abandonado sobre su vientre al cerrar los ojos. La adolescente de la biblioteca tiene por su parte un microsueño en el que se ve de mayor, sobre la cama de un hospital donde la acaban de operar de las cuerdas vocales. ¿Cuál de las dos es más real? ¿Quién sueña a quién?

—¿Qué piensa? –dice mi psicoanalista sacándome del ensueño.

—Nada –digo yo y nos da la hora.

Por la tarde, al llegar a casa, busco en Google las palabras “descripción del universo” y aparecen más de ocho millones de entradas. Casi todas ellas se refieren al tamaño, al color, a la forma del mundo. Se describe, claro, lo tangible, lo que se puede medir. No localizo ninguna en la que se hable de los sueños. Comienzo un relato sobre alguien que se duerme en el diván de su psicoanalista y despierta en la cama de su juventud, con fiebre, una fiebre que le hunde en un sueño según el cual acabará, de mayor, en el diván de una psicoanalista. El asunto me desasosiega y lo abandono. Mañana más.

Miércoles. Mi vecino ha instalado en su casa una alarma que suena cuando le da la gana y nos tiene en un ¡ay! Pero no puedo dejar de llamarle cada vez que salta, por si acaso.

—¿Te están robando, violando o arrancando las uñas para que confieses dónde se encuentra la caja fuerte que no tienes?

—Qué va, es que esta alarma es muy sensible.

—¿Sensible en qué sentido?

—En el de que se asusta por nada.

—Yo también me asusto por nada y son las tres de la mañana.

Mi vecino se enfada y dice que no tengo por qué llamarle cada vez que suena. Vuelvo a la cama, pero ya no cojo el sueño hasta la hora de levantarme.

Pánico

PÁNICO

Dios mío, esta semana llena de domingos, saturada de tardes, parece una sopa de pelos, una estación de tren de ningún sitio, un huevo podrido de dos yemas, un parto de septillizos prematuros, parece una muerte con moscas retroactivas, un entierro sin deudos, una noche polar, una hora eterna, una madrugada inoxidable, unos pantalones de tergal, una vajilla de duralex, un descampado con condones, una tienda de muebles de la periferia de Valladolid, un establecimiento de lámparas de un suburbio de Atenas, parece un alma de repetición, un temor cerebral, un tanatorio continuo, un hotel de tres estrellas de provincias, una floristería cerrada por defunción, parece un almacén de enciclopedias afligidas, esta semana llena de domingos, saturada de tardes, es como el departamento de contabilidad de una funeraria, como la sala de espera del fracaso, como la víspera de una biopsia, como una esquela desplegable, como una adolescencia infectada, como una mano con seis dedos o un ojo con 18 dioptrías, en eso ha devenido esta semana llena de domingos, saturada de tardes, en un cuarto de baño de hospital, en un corazón con el doble de sístoles que de diástoles, en una de maleta que pesa más cuanto más vacía, en un bidé a plazos, en un pánico con intereses, en una carta con matasellos del infierno, en una familia a su pesar, en un sexo sin ganas, en una citación judicial, en una bragueta de botones, en una idea opaca, en una derrama por obras, en unas sábanas con olor a ganado, en una reunión de vecinos de Seseña, en un desahucio, un desalojo, un ascensor sin espejo, un zumo de albañal, unos parientes de Zamora, un parchís sin fichas, un pasillo de la muerte, un libro leído y releído, un poema agotado, una reencarnación, un bulto en el pecho, una caída. Esta semana llena de domingos, saturada de tardes, es una verdadera mierda.

¿Debo retomar la medicación?

¿DEBO RETORMAR LA MEDICACIÓN?

Veo desde el tren lugares en los que no viviría nunca y en los que sin embargo he vivido. El paisaje está repleto de tumores sobre los que se alzan cuatro casas. Trato de imaginar cuán horribles serán allí los domingos por la tarde y al tratar de imaginarlo me doy cuenta de que lo sé porque los he pasado. ¿Se puede haber vivido en un lugar sin haber vivido en él? Parece que sí, y tal es mi caso. Tengo una memoria de otro que sin embargo era yo y recuerdo que ese otro se asomaba a las ventanas de esas viviendas colocadas sobre un tumor del paisaje y se decía: «Dios mío, ¿la vida es esto?». Y me recuerdo yendo a la pequeña escuela de aquel conjunto de casas maltrechas, como cajas de cartón mojadas. Puedo sentir el frío del aula y veo al profesor de bigote mal recortado y jersey de cremallera intentándonos explicar el mundo, como si él lo conociera. Recuerdo que ese profesor (de geografía, por cierto) apareció una mañana colgado del techo de la cocina de su casa. Jamás viví en ese pueblo, jamás tuve ese profesor, pero de algún modo, misteriosamente, viví allí y lo tuve.

El tren, que avanza veloz, está deficientemente aislado, de modo que llega dentro el ruido que produce, fuera, al desgarrar el aire con su morro. Va creando, con su embestida, vacíos que se vuelven a llenar a medida que avanza. Esos vacíos podrían succionar un rebaño entero de ovejas que pastara muy cerca. Jamás he visto algo semejante y sin embargo tengo un recuerdo muy preciso de ello. Si cierro los ojos, puedo ver volar, patas arriba, a los animales, estrellándose algunos contra los vagones, rompiéndose otros las patas contra las traviesas de las vías, puedo escuchar el ruido de sus duros cráneos al quebrarse contra las vías de acero.

Tengo una idea aproximada de quién soy y no ignoro que lo soy de manera harto provisional, por eso me sorprende que pueda ser al mismo tiempo ese sujeto que en el asiento de delante al mío, repasa los correos electrónicos de su ordenador. Sé que él no puede ser yo, jamás lo será, ni siquiera ha reparado en mí, nunca se le pasará por la cabeza la idea de ser ese tipo con el que coincidió en el tren. ¿Por qué entonces yo sí puedo, de alguna forma extraña, ser él? ¿Por qué he podido vivir en alguno de estos pueblos por los que atravesamos y que jamás pisé? ¿Debo retomar la medicación?

diumenge, 4 de desembre del 2011

Una pregunta

UNA PREGUNTA

Estamos torpes, lentos, aturdidos, de otro modo no se entiende que hayamos creado una comisión de expertos para decidir si conviene o no sacar los huesecillos de Franco del Valle de los Caídos y entregárselos a su familia como el que devuelve el rosario de la madre. Si por mí fuera, quitaría el monumento y dejaría el cadáver, porque lo que rompe el paisaje es la cruz mastodóntica de hormigón y sus servicios anejos. Da pena, cuando conduces por la zona, tropezar con ese pecado visual (y seguramente religioso) que parece salido de una mente estaliniana. Quiere decirse que observado con perspectiva histórica es más soviético que franquista, los extremos se tocan. Quizá cuando se desclasifiquen los documentos de la época descubramos que fue diseñado en secreto por algún arquitecto moscovita. Un modo de devolvernos el famoso oro de Moscú.

Donde haya una buena empresa dedicada al desescombro, que se quite la comisión de expertos. En el caso del Valle de los Caídos, se está tratando con microcirugía un asunto más propio de excavadoras que escalpelos. Y no es que nos importe demasiado, la verdad, pero se pone uno a buscar temas ajenos a la crisis, tan explotada ya, y no encuentra tantos. Hay ahora mismo una ausencia temática escandalosa. Lo de José Blanco mola y lo de Undargarín también mola, pero hay mucha gente ocupándose del uno y del otro. Y el asunto de la sanidad pública en Cataluña da un poco de miedo, la verdad, porque es como una premonición de lo que nos espera aquí.

Total, ¿qué queda? Queda el Valle de los Caídos, y no por el Valle en sí, que está más sobado que la momia de Lenin, sino por lo de la comisión de expertos, que da un poco de risa, es un soplo de de humor entre tanta catástrofe. No sabemos en qué eran expertos, si en historia o en pompas fúnebres, pero ellos mismos debían de morirse de la risa en sus reuniones, que han necesitado no sé cuánto tiempo para llegar a la conclusión de que quizá convenga extraer al Caudillo del hormigón. Lo mejor es que luego han añadido que debería autorizarlo la Iglesia. O sea, que sí pero no. Una pregunta: ¿estos señores ha cobrado por su informe como Undargarín, otro experto, cobraba por los suyos?

Metamorfosis. Las razones por las que Zapatero dedicó uno de sus últimos consejos de ministros a indultar a un banquero son las mismas por las que reformó la Constitución a espaldas de Rubalcaba (y en complicidad con Rajoy) y las mismas también por las que congeló las pensiones y le hizo la campaña electoral al PP. Razones de peso, de peso pluma, queremos decir. Ahora bien, no se le puede negar que desde su cambio de identidad, producido de un día para otro en mayo de 2010, ha demostrado una coherencia enorme. Dentro de un año trabajará para Botín, quizá para Murdoch, y desayunará con Aznar, a quien parece haber descubierto también en esta nueva etapa de su vida. Cada vez que se acuerda de sus visitas a la fieta de Rodiezmo, le da la risa floja.

Aquel «cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste» con el que anunció la mutación fue en realidad un «sentaré la cabeza». Parece que por fin, después de ingenuidades sin cuento, ha comprendido quién manda y dónde debe hacer sus nuevas amistades. En estos momentos, y mientras no se produzca el congreso del PSOE, es un topo, un infiltrado, y esto deben saberlo Rubalcaba y Cía., que todavía dicen que entre lo que le convenía a su partido y lo que le convenía a España, eligió lo que le convenía a España. No es cierto, eligió lo que le convenía a la España a la que se acaba de apuntar, que desde muchos puntos de vista, no lo negamos, es un chollo.

Hay gente que cuando cambia de identidad se deja la anterior debajo de la nueva, al modo de una camiseta de tirantes. De ese modo, la camiseta actúa a modo de conciencia, añadiendo un punto de acidez a la identidad nueva. Es un modo de no disfrutar del todo con lo que uno ha conquistado. Pero hay gente que cuando cambia de identidad cambia de identidad, gente que no conserva de la anterior ni el cepillo de dientes. Tal parece el caso de Zapatero, porque es que hay tener una personalidad muy fuerte para perpetrar sarcasmos como el del indulto mencionado anteriormente. Sus exadmiradores (yo mismo) no dan crédito, no damos crédito, a esta metamorfosis espectacular. Lo raro es que Iker Jiménez no se haya ocupado todavía del asunto en su programa.

divendres, 2 de desembre del 2011

Los discursos

LOS DISCURSOS

Una mañana pusimos la radio y no había argumentos nuevos, pero tampoco a veces hay calcetines limpios, qué le vamos a hacer, y tienes que tirar de los del cesto de la ropa sucia. Es lo que hicieron los tertulianos y analistas: sacaron los argumentos viejos del armario, los sacudieron un poco y resultó que estaban muertos, muchos de ellos en avanzado estado de descomposición. Pero, como decía el otro, el espectáculo debe continuar, de modo que tomaron los cadáveres, les dieron un barniz de formol, los maquillaron un poco, los revolvieron luego sobre la mesa de mármol del forense, como se revuelven las fichas de dominó antes del reparto, y tomándolos al azar fueron exponiéndolos al público con naturalidad, y sin que nadie protestara, como si la audiencia hubiera fenecido también. En la televisión y los periódicos ocurría lo mismo: programas muertos, por un lado, editoriales muertos por otro, artículos de opinión muertos a granel, ideas muertas en cada titular, hasta las necrológicas, el género más vivo de la prensa, parecían muertas. Y cuando se conoció la composición del nuevo Gobierno, resultó que estaba formado, sin excepción, por cadáveres. Pongan al menos un ministro de Economía vivo, se atrevió a solicitar un loco, pero lo hizo sin argumentos frescos en los que apoyar su petición. Así que ni el de Economía, ni el de Cultura, ni el de Fomento, ni el de Trabajo..., ninguno de ellos estaba vivo, todos muertos, lo que a la población viva, en vías de extinción, y dadas las características del presidente elegido, tampoco le extrañó demasiado. Así fue como un país entero siguió tomando el autobús y formando colas en las pescaderías y haciéndose transfusiones de sangre, y viendo la tele por la noche sin advertir que era un país de muertos. La enfermedad había empezado por las palabras, es decir, por los discursos.

Una revelación vacía

UNA REVELACIÓN VACÍA

Jueves. Querida Gorda de Acciona, yo soy el sufrido viajero que iba el otro día a su lado, en el AVE, dirección Córdoba, cuando usted mantenía una conversación telefónica insoportable en la que cada dos minutos repetía a su interlocutor o interlocutora: “Y me importa un pito que me llamen la Gorda de Acciona”. A mí también me importaba un pito que la llamaran a usted la Gorda de Acciona, incluso que trabajara de Gorda en Acciona, es decir, que hubiera sido fichada como Gorda por la empresa Acciona. Pero usted, querida Gorda de Acciona, no tuvo piedad conmigo ni con nadie. Nos obligó a tragarnos la conversación entera, llena por cierto de amenazas veladas a su interlocutor o interlocutora, cuando había una plataforma a la que se podía haber retirado para no molestar.

Llegué a Córdoba algo sonado por culpa de la Gorda de Acciona y al poco de entrar en el hotel tuve una experiencia mística, pues se trataba de un establecimiento en el que para bajar tenías que subir y para subir tenías que bajar. De hecho, la recepción se encontraba al nivel de la calle (piso cero) y mi habitación en el piso menos uno, o sea, un sótano. Pues bien, llegado que hube a mi habitación resultó que estaba por encima de la recepción. Supuse que el piso menos dos estaría todavía más alto. Es decir, que cuanto más caías en las profundidades del hotel, más cerca te encontrabas de su azotea. No encontré explicación alguna al fenómeno, que dejo registrado aquí, para quien desee comprobarlo. El hotel, muy céntrico, se llamaba Alfaro.

Viernes. Regreso a Madrid, tras la experiencia cordobesa, lleno de aprensión, por si volviera a coincidir en el viaje de vuelta con la Gorda de Acciona. Pero no. Como he pasado mala noche, me acomodo para dar una cabezada cuando mis ojos ven, debajo del asiento de delante, un cuaderno de notas. Lo tomo por curiosidad, lo abro, y leo lo siguiente: “Un señor escribe al director de un periódico una carta que le publican. Dicha carta es leída por el presidente de una asociación cultural de Cuenca, que localiza al autor de la misiva y le invita a dar una conferencia en su ciudad. El invitado, de 55 años, jamás ha dado una conferencia. Si ha sido suficiente, piensa, escribir una carta al director para que le llamen de Cuenca, es que ha tirado su vida por la ventana. De haber empezado a escribir cartas al director a los 20 años, ahora mismo estaría dando conferencias en Nueva York. El hombre prepara concienzudamente su intervención, que versará sobre aislantes térmicos. La lee a las ocho de la tarde frente a un auditorio de diez personas, cinco de las cuales dormitan. No obstante, él abandona la sala de la asociación cultural con la autoestima por las nubes. Ya en la habitación del hotel, para celebrarlo, se pone una copa de coñac del minibar y enciende un Camel de un paquete de tabaco que ha encontrado allí mismo (cortesía del hotel u olvido del anterior ocupante). Jamás antes había fumado ni bebido, por lo que se marea un poco, aunque se trata de un mareo agradable, incluso creativo. Hacia la mitad del cigarrillo, se da cuenta de que está teniendo una revelación, aunque ignora de qué tipo, como si se tratara de una revelación sin revelación, al modo de una materia sin materia (la materia oscura, por ejemplo). De algún modo misterioso, el hombre alcanza entonces la certidumbre de que el mundo está al servicio de algo. Al día siguiente, tras regresar a su ciudad, se despide de la oficina donde se ganaba la vida y comienza a escribir cartas al director, calculando que cuando haya publicado cinco o seis más, se convertirá en un conferenciante famoso. Pero no le vuelven a publicar ninguna. Un día, mientras se afeita, comprende que la carta publicada y lo de Cuenca fueron un par de golpes de suerte que le indujeron a una percepción distorsionada de la realidad. La vida no era así. Entonces pide el reingreso en la oficina, donde por fortuna lo aceptan de nuevo y nunca se le vuelve a ocurrir la idea loca de que podría haber llegado a ser más de lo que era. He ahí la revelación sin revelación, se dice”.

¡Hostias!, me digo yo.

dilluns, 28 de novembre del 2011

Un hombrecillo a escala

UN HOMBRECILLO A ESCALA

Lunes. El domingo pasado, después de que se cerraran los colegios electorales, me acerqué a un tanatorio cercano a mi casa, para ver el ambiente, y estaba muy caldeado también. No por los muertos, a quienes importaba un pito ya quién había ganado, sino por los vivos que preguntaban en voz baja por las primeras encuestas. Parecía la noche de los transistores, pues muchos deudos andaban con el pinganillo en la oreja. Por primera vez en mucho tiempo, los protagonistas, excepto para los deudos muy cercanos, no eran los muertos, ya ves tú, sino los vivos. Lo de los vivos es un decir, pues tanto el perdedor como el ganador de las elecciones tenían cara de difuntos, el fracasado por fracasado y el triunfador por triunfador. Rajoy debe de estar llamando todavía al infierno para que le digan a las órdenes que quién debe ponerse, pues ya está demostrado que los políticos electos mandan lo que mandan, o sea, nada. Confiemos en que el diablo no tarde demasiado en atenderle.

Martes. La resaca electoral es peor que la de nicotina, de modo que me voy al baño turco, que es lo mejor para combatir las resacas, y me acurruco en mi rincón preferido, en postura fetal. No hay nadie más. En esto la maquinaria se pone en marcha y empiezan a salir cantidades ingentes de vapor que parecen proceder del fondo de la Tierra. No se ve nada a dos palmos, qué bien, me dejo llevar. Al poco, escucho el ruido de la puerta y sé, por sus voces, que las que entran son dos mujeres jóvenes que se instalan en el rincón más alejado del mío. Debido a la niebla y a mi silencio creen que están solas y empiezan a hablar sin censura alguna de sus cosas.

—He empezado a inyectar cortisona al perro de mi madre, a ver si la palma de una vez.

—¿Y eso?

—Le he cogido asco. ¿Querrás creer que quiere más al perro que a mi hermano y a mí?

—Bueno, pasa más tiempo con él que con vosotros.

—Es que nosotros no podemos estar todo el día en su casa.

—Por lo que sea, pero pasa más tiempo con él.

—Parece que te pones del lado de ella.

—No me pongo del lado de ella, Gloria, me pongo del lado del perro, porque a mí me pusieron cortisona durante una temporada y lo pasé fatal, por los efectos secundarios. Ya sabes que la cortisona afecta al sistema inmune. Me parece una crueldad lo que estás haciendo con el animal.

—Pero no te pareció mal que te ayudara a envenenar al hámster de tu hijo.

—No es lo mismo un hámster que un perro.

Aterrorizado por la conversación, carraspeo un poco, para que se den cuenta de que no están solas, y se callan en seco. Luego miran hacia mi rincón y ven mi silueta porque la niebla ha comenzado a disminuir, y yo veo la de ellas. Los tres estamos sudando a chorros, en parte por el calor y en parte por el miedo. Me levanto y salgo de la cabina.

—Buenas tardes –digo educadamente al abrir la puerta.

—Buenas tardes –responden al unísono.

¡Qué mundo!, pienso luego bajo la ducha.

Miércoles. Le digo a mi psicoanalista que tengo, desde hace unos días, un hombrecillo dentro de la cabeza.

—¿Qué clase de hombrecillo? –pregunta.

—Una versión reducida, aunque a escala, de mí mismo.

—¿No escribió usted una novela con ese argumento?

—Sí –respondo–, pero entonces era ficción. Ahora es real, un hombrecillo real que se mueve con enorme habilidad entre mis pliegues cerebrales. Ahora mismo se encuentra en este lado, en el área del lenguaje, creo que buscando una palabra.

—¿Qué palabra?

—¿Cómo voy a saberlo si no la ha encontrado todavía?

—¿Le da órdenes ese hombrecillo? –pregunta preocupada.

—Se las doy yo a él, pero no siempre me obedece.

—¿Ha dejado usted la medicación? –pregunta.

—No, pero creo que le hace más efecto al hombrecillo que a mí. Con los somníferos, por ejemplo, yo ya no me duermo. En cambio, él cae fulminado y ronca de tal modo que no me deja pegar ojo.

—Quizá convenga cambiar la medicación –dice ella.

—Quizá –digo yo, y permanezco un rato más en el diván, sin decir nada, hasta que mi psicoanalista dice que ha llegado la hora.

—¿La hora de qué?

—Usted lo sabe, la de irse.

diumenge, 27 de novembre del 2011

Media metáfora

MEDIA METÁFORA

El cigarrillo que se apaga solo todavía no es obligatorio, pero casi. De momento, ya está inventado y si bien es cierto que no todos los inventos se imponen hasta ese punto, éste tiene todas las cartas para establecerse porque guarda relación con la seguridad. La seguridad, dada la inconsistencia propia del ser humano, es el gran negocio de todas las épocas. De ahí las estadísticas sobre las vidas que salva el cinturón cuando los coches se estrellan o sobre las fábricas que arden por falta de extintores. La seguridad debería ser obligatoria y de hecho lo es en muchísimos casos. He ahí el seguro obligatorio del automóvil y el ierrepeefe y etcétera.

Ahora viene el cigarrillo que se apaga solo, al que han implantado una pequeña conciencia para que deje de arder cuando los amantes, al caer en el sopor consecuente al esfuerzo amoroso, vuelquen sin querer el cenicero entre las sábanas. En ese instante, el cigarrillo, en vez de aprovechar la oportunidad para incendiar la cama y la casa, que sería lo suyo, pues tal es su vocación, se dice a sí mismo: apaguémonos para evitar la catástrofe. El cigarrillo que se apaga solo ha de luchar contra su propia naturaleza, de ahí el mérito del invento. Podríamos decir que se trata de un cigarrillo moral en la medida de que es capaz de poner el interés de los otros por encima del suyo. Se trata de un cigarrillo empático, como el que dice. Es como si un jilguero dispusiera de un resorte anímico que le impidiera escapar de la jaula que la ancianita a la que hace compañía se ha dejado abierta por descuido. En principio, la obligación del pájaro es escapar como la del cigarrillo es abrasar.

Servidor de ustedes conserva la cicatriz de una quemadura en el muslo derecho por haberse quedado dormido una vez, sin amante al lado, en la cama, con el cigarrillo entre los dedos. Si aquel cigarrillo hubiera tenido un poco de conciencia, se habría apagado voluntariamente, como los que parece que vienen. Ahora solo nos falta inventar el cigarrillo que se encienda solo. Sería la metáfora perfecta de la vida, que se enciende sola y se apaga sola, cuando le da la gana, sin pensar en lo que nos conviene a nosotros, que navegamos por ella como un barco a la deriva. El cigarrillo actual no llega a media metáfora, y eso no es.

divendres, 25 de novembre del 2011

Gansterismo

GANSTERISMO

Díganme, por favor, si es que uno no entiende nada o si el asunto es como sigue: tenemos un Estado visible y otro invisible, paralelos entre sí. Dos cuerpos, como el que dice. El Estado visible posee los poderes que se esperan de un Estado, cada uno con su correspondiente cacharrería. No nos falta de nada, ni Rey ni presidente del Gobierno ni ministros ni magistrados ni cámaras de representación... Que necesita usted un subsecretario, los tiene a docenas; que una ventanilla para hacer cola, en Hacienda las hay a centenares. Lo mismo cabe decir de las pólizas, de los impresos por triplicado y de los vuelva usted mañana. Todo lo que se puede esperar de un Estado normal, en fin, del mismo modo que de un cuerpo normal esperamos su cabeza, su tronco y sus extremidades. Ahora bien, y aquí empieza lo raro, el Estado visible recibe órdenes de otro Estado invisible. Aun sin haber tomado posesión, Rajoy ya está recibiéndolas por teléfono, por carta y personalmente. En previsión de que saliera díscolo, el Estado paralelo ha hecho coincidir su triunfo electoral con unos cuantos destrozos económicos. Si no te portas bien, han venido a decirle, te rompemos las piernas. El Estado invisible, como el subconsciente, no se anda con bromas. Suele guardar las formas para hacernos creer que aquellos a los que votamos toman decisiones, pero a veces actúan a cara descubierta. Ya se lo dijeron a Zapatero: ni democracia ni hostias, ahora mismo congelas las pensiones y reformas la Constitución porque nos sale de aquí. El Estado paralelo, como el subconsciente, tiene algo de gánster, de modo que si Rajoy o Artur Mas se presentan en su negocio de usted exigiéndole una pasta a cambio de una supuesta protección, ya sabe lo que tiene que hacer, apoquinar. Y cuando a los mercados les parezca bien, montamos otras elecciones, por el qué dirán.

dilluns, 21 de novembre del 2011

El aparato urinario es de risa

EL APARATO URINARIO ES DE RISA

Lunes. En la mesa de al lado donde me inyecto en boca el gin-tonic de media tarde, una mujer le dice a su hijo adolescente:

—El pulpo está carísimo, pero él no lo sabe. A veces uno es muy querido y no se da cuenta.

—¿Qué quieres decir? –pregunta el chaval con expresión de extrañeza.

—Pues que te queremos mucho, hijo, aunque tú no te des cuenta.

—¿Y qué tengo yo que ver con el precio del pulpo?

—No es que tengas que ver, es que esta mañana, en el mercado he visto que el pulpo estaba muy caro y he pensado: pobre animal, no tiene ni idea de lo que cuesta.

—¿Pero yo os cuesto mucho?

—No es que cuestes, es que eres carísimo en el sentido del queridísimo.

—¿Entonces una cosa cara y querida es lo mismo?

—En algún sentido, sí, hijo.

La madre estaba evidentemente angustiada por los problemas de su hijo, que se encontraba a su vez confuso por esta introducción del pulpo y del precio de las cosas en relación al amor. Al final, el muchacho dijo:

—Pareces mi profesora de lengua.

Al llegar a casa, todavía con los efluvios del gin-tonic en el encéfalo, tomé nota de la conversación entre la madre y el hijo y luego escribí un artículo sobre el aparato urinario para una revista de humor. A las revistas de humor, no sé por qué, les hace mucha gracia el aparato urinario. Me salió un artículo un poco tétrico, pero al poco de enviarlo me llamó el redactor jefe diciendo que se había “meado de la risa”.

—Es lo que tiene escribir sobre el aparato urinario –dije yo y ahí quedó todo.

Martes. Me llaman de la revista de humor y me piden ahora un artículo sobre el aparato excretor, a lo que les digo que no. Me da miedo escribir sobre el aparato excretor y que me salga algo gracioso, jamás me lo perdonaría. Entonces me proponen como alternativa el aparato pulmonar:

—¿Pero qué os pasa con el cuerpo humano? –pregunto ya un poco molesto.

—Pues que nos hace gracia.

—Ya –digo.

Como se trata de una revista que paga muy bien, me pongo a ello y me sale un artículo fúnebre que, aunque sin mearse de risa, porque no va de uréteres, también les gusta. Cuanto más tétrico me pongo, más gusto a este tipo de publicaciones. Cuanto más me desprecio, más me aprecian los otros. Todo esto es muy sutil y muy brutal al mismo tiempo.

Miércoles. Decido desprenderme de un montón de libros que ya no sé dónde meter porque mi casa, como mi cabeza, tiene sus limitaciones. Llamo a la biblioteca de mi barrio, para ofrecérselos gratuitamente, como una donación, pero no los aceptan. Me digo que es como si en el banco no te aceptaran el dinero. Sería absurdo. O como si fueras al Museo del Prado con un Goya y te dijeran que gracias, pero que les crea muchas complicaciones, pues hay que ficharlo, clasificarlo, colgarlo y cuidar de él. Llamo a otras bibliotecas públicas y tropiezo con idéntica negativa pese a que les estoy ofreciendo autores de primera calidad. Entiendo que las bibliotecas son las únicas instituciones que reniegan de lo que hacen. Tienen los libros por obligación, porque no les queda más remedio, porque lo que les gustaría de verdad es convertirse en bancos. De hecho, estoy seguro de que si en lugar de las obras completas de Shakespeare encuadernadas en piel les ofreciera un millón de euros envueltos en papel de periódico, los aceptarían con una sonrisa de oreja a oreja.

Jueves. Como no sé qué rayos hacer con los malditos libros que me impiden circular normalmente por el pasillo de mi casa, los meto en el maletero del coche y los llevo a un punto blanco, solo que en vez de abandonarlos en el contenedor de papel los meto en el de vidrio. Me gusta la idea de que Baudelaire, Tolstoi, Dostoievski, Cervantes y compañía se reciclen en botellas de vino. Algo de sabor le darán.

Viernes. Dolor de cabeza y malestar de conciencia. Me arrepiento un poco de haberme desprendido de los libros. Además, no encuentro uno de Rilke que creía tener repetido. Buscaba aquel epitafio que ahora no tengo más remedio que citar de memoria: “Rosa, oh pura contradicción, voluptuosidad de no ser el sueño de nadie bajo tantos párpados”.

diumenge, 20 de novembre del 2011

Malas noticias

MALAS NOTICIAS

Bajo al comedor del hotel para desayunar y pregunto al camarero si han llegado los periódicos. Me dice que no, pero que están a punto. Tomo mi zumo de naranja, mi fruta, mis cereales y ocupo una mesa junto a un tipo rubio, nórdico sin duda, que se está comiendo un par de huevos fritos con beicon, transgresión dietética que no practico desde hace años, los mismos que llevo sin fumar aproximadamente. Pido un té verde a la camarera y el hombrecito que se mueve por el interior de mi cabeza (yo mismo a tamaño escala) intenta recordar los sueños de esta noche. El hombrecito se mueve con dificultades entre la niebla de la bóveda craneal, que es como de puré de guisantes, la que más temen los pilotos de avión. En esto, en lugar de dar con un sueño, el hombrecito da con un recuerdo: el de la primera vez que estuve en un hotel y lo que disfruté con el bufé. Iba con un amigo que me aconsejó probarlo todo para ahorrarnos la comida, pues estábamos haciendo un viaje cultural con muy poco dinero y cuando había una oportunidad de comer, nos hartábamos. Dado que no estaba acostumbrado a desayunar aquellas barbaridades, caí enfermo y se arruinó la mitad del viaje.

En éstas, se acerca el camarero y me dice:

-Ya han llegado los periódicos, pero traen malas noticias. Usted verá.

Permanezco atónito durante unos segundos, igual que el hombrecito a escala del interior de mi cerebro. Jamás nos había ocurrido nada semejante. Tampoco se detecta en el camarero un tono de broma que pudiera justificar su salida.

-Tráigamelos de todos modos, por favor.

Al rato, vuelve con un par de periódicos deportivos. En efecto, en la primera página de los dos viene que la selección española de fútbol ha empatado un partido, pero no pensé, tal como está el patio, que se refiriera a ese tipo de malas noticias. Tampoco se me pasó por la cabeza que me trajera periódicos deportivos. O sea, que el hombrecillo y yo estamos francamente desconcertados.

El nórdico se ha levantado y ha vuelto con un par de salchichas. ¿En qué ciudad estamos?, pregunto, extrañado, al hombrecillo. No me acuerdo, dice él.

dissabte, 19 de novembre del 2011

Madrid me mata

MADRID ME MATA

Dicen algunos ecologistas que vivir en Madrid acorta la vida dos años, debido a la contaminación. Servidor está en contra de la contaminación (y algunos lunes en contra de la vida), pero también está en contra de este tipo de cálculos basados en no sabemos qué. Cuando uno era pequeño, se decía que cada cigarrillo acortaba la vida 20 minutos. No explicaba si la acortaba por delante o la acortaba por detrás, pero si fuera por detrás, que es lo lógico, o bien uno tendría que haber muerto hace veinte años o bien uno es Matusalén. En el patio del colegio, a veces, nos fumábamos solo medio cigarrillo para acortar la vida diez minutos en lugar de veinte. Nos pasábamos el día haciendo cálculos de este tipo. Dos calada venían a ser cuatro o cinco segundos.

El problema es que tú dices que vivir en Madrid acorta la vida dos años y la gente te oye como el que oye llover, o sea, que no sirve para hacer campaña de nada. Hay que denunciar la contaminación, de acuerdo, pero de otras maneras: la duquesa de Alba no es que viva en Madrid, es que vive en el puro centro, en la zona más contaminada de la ciudad, y ya ven, acaba de casarse a sus años con la ilusión de una veinteañera. Durante la movida había una revista, creo, o un eslogan, ahora no caigo, que decía así: «Madrid me mata». Pero se trataba de un titular irónico, de los que expresan lo contrario de lo que dicen. Madrid, lejos de matarnos, nos daba una vida que ya la quisiéramos para nuestros descendientes. O sea, que nos divertíamos.

Los ecologistas, en general, nos caen muy bien, pero si por ellos fuera no saldría uno a la calle, ni comería carne de vacuno, ni pescados con metales pesados. A un servidor, los pescados que más le gustan son los que contienen metales pesados, en parte porque le gusta la expresión «metal pesado» y en parte porque le gusta el atún, que últimamente parece que lleva bastante mercurio en sus entretelas. Con el mercurio del atún me tomo la temperatura. Quiere decirse que cuando no me apetece un tartar, es que tengo fiebre. Si juntamos lo que matan la carne, el tabaco, el pollo de granja, los peces metalizados y vivir en Madrid, resulta que no nos daba tiempo a nacer, y eso es imposible.

divendres, 18 de novembre del 2011

Lava volcánica

LAVA VOLCÁNICA

Fíjate en ese señor, quizá tu propio padre, tu hermano o el vecino de abajo. Son gente ya madura, de mediana edad, que lleva una existencia homologada, como la de cualquiera de nosotros. Gente que sale a trabajar y que vuelve de trabajar y que los sábados va al supermercado y los domingos al fútbol y que educa como buenamente puede a sus hijos, etcétera. Gente también con sus manías, claro: el que guarda los chasis de los rollos de papel higiénico, por ejemplo, o el que cada vez que escucha la palabra cáncer cruza los dedos a escondidas, o el que mete barcos en botellas de cristal. Todo eso forma parte de la normalidad, ahí el volcán no ha actuado todavía, ni siquiera sabes si hay volcán. Pero un día estás tomándote una cerveza en casa con una de estas personas y resulta que tienes la televisión encendida, con el telediario. Entonces tu padre, o tu hermano, o el vecino de abajo, quien quiera que sea aquel al que que has invitado, se vuelve y te dice: ¿por qué el locutor me acusa de haber huido? Tras recuperarte del estupor consecuente y antes de que te dé tiempo a hablar, el otro, confuso, como advirtiendo que se le ha escapado algo que no debía, cambia de conversación. He ahí una primera emisión de lava del volcán que ese hombre lleva dentro. ¿Por qué el locutor me acusa de haber huido? Quizá no se produzca en años otra manifestación de esa naturaleza. O sí, no lo sabemos. A veces el volcán de locura sobre el que permanecemos en pie estalla y no deja títere con cabeza. Tú mismo habrás notado en alguna ocasión el ascenso de materias intrusivas, al rojo vivo, en dirección a tu cerebro. Quizá hayas escuchado voces que abrasan. Vienen de las profundidades que nos constituyen. Somos de origen volcánico y estamos llenos de cráteres invisibles. Que permanezcan en reposo o no depende de variables que apenas controlamos.

dimarts, 15 de novembre del 2011

El eterno retorno

EL ETERNO RETORNO

Un día, en la campaña del 82, que ganó el PSOE, le preguntaron a Felipe González en qué consistía el cambio, que era su lema. "En que España funcione", respondió a la velocidad del rayo. La frase tuvo fortuna porque veníamos de un mundo en el que los coches no arrancaban por la mañana, los semáforos se fundían por la noche y las puertas que debían abrir hacia dentro abrían hacia fuera. No funcionaba nada, ni la policía, ni los jueces ni la Seguridad Social ni el tostador de pan. De ahí el éxito de la respuesta. Nos parecía imposible que de un día para otro dejaran de gotear las cisternas de los retretes, que Hacienda recaudara lo que tenía que recaudar o que el ministerio de Agricultura se dedicara a la agricultura. Pero bueno, González ganó las elecciones y Guerra pronunció aquella frase de que a España, tras el paso por el socialismo, no la reconocería ni la madre que la parió. Fue cierto. Con reconversiones industriales y todo, el país se puso a funcionar y eso lo reconocen incluso aquellos a los que la mera mención de Guerra les provoca urticaria.

Por eso, todo programa electoral debería poderse resumir en una frase. Se cuenta que cuando el productor de Los Soprano preguntó a su creador de qué iba la seire, éste respondió: "De las relaciones de un gánster con su psicoanalista". Y se la compró en el acto porque con ese argumento se la habría comprado cualquiera que se dedicara a la tele y que tuviera pasta. Por eso los electores compraron en su día la frase de González, porque prometía un huevo, con perdón. Triunfó con ella varias temporadas en cartel y con una audiencia masiva. Hasta mis padres llegaron a votar al PSOE, y no solo por las vacaciones del INSERSO, con eso está dicho todo.

Ahora Rajoy ha copiado el lema que usó el PSOE en aquella campaña: Por el cambio. Pero nadie le ha preguntado en ninguna rueda de prensa (entre otras cosas porque no las da) en qué va a consistir el cambio. Pero nosotros lo sabemos: en que España no funcione. De hecho, ya empieza a no funcionar en las comunidades donde gobiernan los suyos. O sea, el eterno retorno.

diumenge, 13 de novembre del 2011

A ver qué haces

A VER QUÉ HACES

Maldita sea, si mi cuerpo fuera un Guggenheim o un Niemeyer, o un Musac, si mi cuerpo fuera un museo de última hora, levantado por un arquitecto de prestigio, la exposición permanente serían los intestinos, el estómago, el corazón, el hígado, el bazo… Tengo todo lo que se espera de un museo del cuerpo humano como el Museo del Prado tiene todo lo que se espera del Museo del Prado. Pero lo que da vidilla a estas instituciones son las exposiciones temporales. La gente hace colas para las temporales porque piensa que lo permanente estará ahí toda la vida y que ya irá mañana o pasado, aunque luego no vaya nunca. Para que acudamos en masa a ver las exposiciones permanentes han de convertirlas en temporales, ya ves tú lo contradictorio del caso.

Si mi cuerpo fuera un museo, y en alguna medida lo es, todos los son, qué clase de exposición temporal podría exponer en él ahora mismo. Ninguna. No tengo nada en la cabeza, paso por unos momentos de terrible sequía mental. Me levanto por las mañanas, me siento en el borde de la cama, cierro los ojos, penetro en la sala de exposiciones temporales de mi cuerpo, situada en la bóveda craneal, y no veo un solo cuadro colgado, no veo una sola fotografía, una sola instalación, no veo nada más que un vacío enorme, un silencio atronador, como si fuera un hombre hueco, un edificio sin amueblar, un bosque recién talado, una nave industrial clausurada por el juzgado, una urbanización fantasma.

Voy por la calle, me fijo en las personas que se cruzan conmigo y noto que, en el peor de los casos, tienen la cabeza llena de pájaros. Las sigo, a ver si se les escapa uno de esos pájaros y se mete en la mía. Quien dice pájaros dice ideas, si no ideas para exponer, ideas de andar por casa, por favor, ideas que le ayuden a uno a levantarse y a acostarse y a soportar con humor la campaña electoral. Todos los museos del mundo pueden vivir durante más o menos tiempo de sus fondos permanentes, pero de vez en cuando deben ofrecer a los visitantes los tesoros del Hermitage, por poner un ejemplo. Pero cuando la cabeza dice que no dice que no. Y la mía está en esas, a ver qué haces.

dissabte, 12 de novembre del 2011

La locura anda suelta

LA LOCURA ANDA SUELTA

Carmen Martín Gaite me contaba un día la perplejidad que le había producido, de pequeña, ver a su padre leyendo unlibro titulado Elogio de la locura. Se refería, claro, al volumen de Erasmo de Rotterdam, también traducido en otras ediciones como Elogio de la estupidez. El padre de Carmen Martín Gaite era notario y los notarios, ya se sabe, son un poco el paradigma de la cordura extrema, que constituye también un modo de extravío. Le dije si no se le había ocurrido preguntar a su padre por qué leía aquello y me respondió que le dio miedo. Pensaba que bajo la apariencia de persona convencional, quizá su padre pudiera ocultar a un desequilibrado. Se trata de una sensación que padecen todos los niños con una vida feliz: la de que debajo de esa normalidad acecha un mundo de tinieblas y que lo que nos separa de ese mundo es frágil como una membrana. El niño feliz posee pruebas de la existencia de ese submundo. Un día se levanta y sus padres le dicen que no irá al colegio.

-¿Por qué?

-Vamos al médico, a que te vea la garganta.

El niño se regodea ante la jornada de asueto que le regala el destino. El día es soleado y él camina de la mano de sus mayores, protegido de todo lo malo. Llegan a la consulta, donde el olor a fármacos le pone un poco en guardia, y al poco es arrastrado por un par de enfermeros a una habitación donde un loco, sin mayores explicaciones, le coloca un hierro en la boca y le mete unas tenazas en la garganta, arrancándole las amígdalas. El niño regresa llorando a los brazos de sus padres que le reciben con todo el amor del mundo, per él ya sabe que tienen un lado enemigo, un lado peligroso, ya sabe que no se puede fiar al cien por cien de ellos. Fingirá, incluso ante sí mismo, que los quiere como antes, pero en el futuro vigilará sus movimientos, por si acaso. Esta escena de la operación de amígdalas la cuenta magistralmente Arthur Koestler en el primer tomo de sus memorias. Dice que desde ese día comprendió que el mundo estaba dominado por dos fuerzas, una de ellas terrible, que actuaba al azar, provocando desgarrones inesperados en el tejido de la normalidad. Uno nunca sabe cuándo le va a partir un rayo.

divendres, 11 de novembre del 2011

Gasolineras y loterías del estado

GASOLINERAS Y LOTERÍAS DEL ESTADO

Lunes. Esta mañana, cuando iba por el periódico, me falló el tobillo derecho, y caí cuan largo era, casi sin darme tiempo a parar el golpe con las manos. Me golpeé en la mejilla izquierda y escuché el ruido de mi calavera contra el suelo. Aunque apenas me ha quedado señal, me obsesiona la idea de haberme astillado un poco el hueso. Me falla el tobillo con una frecuencia preocupante. He tenido en los últimos meses un par de episodios parecidos. Lo peor es la sensación de ridículo. Cuando me caí, pasaba cerca de un colegio en el momento en el que los críos entraban. Algunos de los padres vinieron a echarme una mano, pero yo rechacé su ayuda de un modo, creo, un poco grosero. Mañana, por si acaso, compraré el periódico en otro quiosco.

Martes. Estaba poniendo gasolina, cuando llegaron dos coches juntos que se detuvieron en la zona donde se inflan las ruedas. El conductor del segundo se bajó y se subió al primero, donde intercambió unas palabras con la persona que lo ocupaba. Luego regresó a su automóvil y partieron los dos como habían venido. Me recordó la cita de José Blanco con el tal Dorribo en una gasolinera. De repente, la gasolinera me pareció un microcosmos raro. Me demoré por si veía algún otro movimiento sospechoso, pero no pasó nada. Al pagar, el de la caja intentó venderme un décimo de lotería de Navidad, pero dije que no porque el recargo me pareció excesivo (tres euros). Dijo que era para ayudar a un equipo de fútbol de un colegio cercano.

—No me gusta el fútbol –dije zanjando la cuestión.

Luego me sentí culpable pensando que no había actuado con cordialidad. Estuve antipático, como ayer con las personas que me ayudaron a levantarme cuando me falló el tobillo. A ver si se me está agriando el carácter, me dije preocupado, y noté un pinchazo en la calavera, donde el golpe. Lo malo es que por una de esas rarezas de la memoria se me quedó grabado el número del décimo. Era el 3012. ¿Qué hacer? Regresé a la gasolinera por la tarde y el hombre, rencoroso, me dijo que los había vendido todos, aunque yo los estaba viendo expuestos detrás de él. La vida está hecha de pequeñas miserias de este tipo y las gasolineras son lugares especialmente aptos para su manifestación. Calculo, por ejemplo, que es imposible enamorarse en una gasolinera, por eso José Blanco hizo muy mal en citarse allí con su primo y con el amigo de su primo. Por mi parte, casi me alegro de no haber comprado el 3012: aunque tocara, sería un dinero maldito. Que le den.

Miércoles. He ido al médico para contarle lo del golpe del lunes y mi sensación de que tengo la calavera astillada. El hombre me ha tocado la mejilla y dice que a simple vista no aprecia nada, pero que me pueden hacer una radiografía. La idea de sacarme una radiografía de la cabeza me espanta, de modo que le digo que vamos a esperar, a ver qué pasa, y me da la razón. Al salir de la consulta tropiezo con una administración de lotería, donde entro y pregunto si tienen el número 3012. La lotera, que se está comiendo una ración de calamares, me dice que no, pero me ofrece un número también muy bajo que termina en 2. Me lo enseña y se me queda grabado, es el 102. Como estoy francamente autodestructivo, y porque me revienta que la mujer coma calamares mientras atiende al público, lo rechazo también. De modo que estas navidades no juego ya a dos números, el 3012 y el 102. Bien pensado, se trata de un modo inverso de jugar a la lotería, lo que es muy propio de mi puto carácter, con perdón.

Jueves. Me llaman de una revista de fumadores pertinaces solicitándome un artículo de 40 líneas sobre el papel de fumar y no digo que no. Cuando cuelgo el teléfono, me pregunto por qué rayos no he dicho que no y soy incapaz de darme una respuesta satisfactoria, de modo que para liquidar el asunto cuanto antes entro en Google, escribo los términos “papel de fumar” y me sale, como siempre, y busque lo que busque (es mi destino), una página de pornografía (quizá por lo de “cogérsela con papel de fumar”). Total, que me sale un artículo guarro y me lo devuelven diciendo que no era eso lo que esperaban. Un día perdido.

Ironías

IRONÍAS

Entre parado y preparado no hay más que un prefijo, distancia que, si nunca fue excesiva, con la crisis se ha reducido hasta extremos insoportables. De hecho, ahora todos los trabajadores somos, en potencia, preparados. La recomendación tradicional de los padres ("hijo, debes formarte para estar preparado") ha devenido en una ironía sangrienta, igual que la expresión "jamás hemos tenido una juventud tan preparada". En efecto, nunca hemos tenido una juventud tan cerca de quedarse en el paro; la mitad de los que acaben sus estudios este año se encuentran ya en situación de preparados. El significado se desliza por debajo de las palabras con el sigilo de una sombra asesina. Estar preparado, que en otro tiempo quiso decir haber estudiado dos carreras y cuatro idiomas, significa hoy encontrarse en la situación previa al desempleo, en el umbral del paro, en la frontera de la desesperación laboral. Ahora que habíamos logrado vivir como si no fuéramos a morir nunca, vamos a la oficina con la certidumbre de que nuestro empleo es la antesala del desempleo. Por eso hay también más trabajadores prejubilados que jubilados y contribuyentes más preocupados que ocupados. Hubo un tiempo, ¿recuerdan?, en el que el prefijo de moda fue pos: nos encontrábamos de súbito en la posmodernidad, en la poshistoria, en la era posindustrial o posanalógica. Parece mentira que un cambio de prefijo implique un cambio tan grande de cultura. Ahora todo es más premeditado que meditado, hay también más prejuicios que juicios y presentimos las cosas antes de sentirlas. Perdido su prestigio el pos, nos hemos dado de bruces con el pre. Pero no imaginábamos, la verdad, un pre tan duro, un pre de premonición, sobre todo sabiendo como sabemos desde el principio de los tiempos que no hay presentimientos buenos, pues no existen los profetas de la dicha.

diumenge, 6 de novembre del 2011

La pregunta del millón

LA PREGUNTA DEL MILLÓN

Resulta difícil no odiar a Papandreu con lo que los periódicos y los tertulianos dicen de él estos días. Ayer mismo, en una comida de trabajo (hay más comidas de trabajo que trabajo), salió a relucir el tema del referéndum griego y todo el mundo se posicionó en contra a cien por hora. De súbito, parecía que habíamos encontrado al responsable de nuestras desgracias. Por fin, ahora que había que compadecer a Madoff debido al suicidio de su hijo y al libro autobiográfico de su nuera, teníamos un chivo expiatorio de recambio, Papandreu, pobre, al que se le ha puesto una cara de opositor a notarías que da asco. Pero el odio sale o no sale, y a mí no me sale. Por alguna razón incomprensible, me resulta más fácil odiar a Merkel o a Sarkozy que a Papandreu. Se lo dije a mi psicoanalista:

-Soy un desplazado.

-¿Y eso?

-Porque no odio a quien debo.

-¿Y a quién debería odiar?

-A Papandreu, ¿no lee usted los periódicos ni ve los telediarios?

Mi psicoanalista permaneció en silencio, como si el asunto no fuera con ella. Jamás confesaría sus odios a un paciente, pero vive en el mundo y digo yo que a la hora de la cena repetirá, como todos, lo que lee en los editoriales o escucha en la radio. Esto es lo que me fastidia de odiar a Papandreu, que no lo siento como un odio personal, propio, sino como un odio vicario. Lo odiamos de oficio, igual que el que ficha por las mañanas al entrar en la oficina. Lo odiamos de nueve a una y media y de cinco a siete, excepto en los grandes almacenes, donde lo odian en horario continuo. Por si fuera poco, lo odiamos gratis, aunque hay un montón de gente que se forra con ese odio del mismo modo que un día se forraron con el odio a Madoff. Obama tiene de asesores a todos los ricos que nos ordenaban odiar a Madoff. No sé, no sé, hay algo en estos odios inducidos que huele a hipoteca basura. La pregunta del millón es qué votaría yo en ese referéndum griego que está hundiendo nuestras bolsas. Y la pregunta del medio millón es qué votaría Angela Merkel.

divendres, 4 de novembre del 2011

¿Tiene usted gato?

¿TIENE USTED GATO?

Martes. Sueño que un chino, mientras duermo, me manipula la cabeza colocándome el ojo izquierdo en la cuenca del derecho y al revés. Al levantarme, pierdo el equilibrio y estoy a punto de caer al suelo. Luego, durante el afeitado, dudo lógicamente del lado del espejo en el que me encuentro. Ver desde el lado izquierdo lo derecho y lo derecho desde el izquierdo, si lo piensas, complica la vida. No me abandona en todo el día la sugestión de que tengo los ojos cambiados de lugar, quizá también los testículos por algo que prefiero omitir.

Miércoles. Ha amanecido lloviendo y la temperatura ha bajado de golpe cinco o seis grados, así que decido encender la calefacción. Llegada esta época, siempre es un misterio saber si funcionará o no. También es un misterio saber si yo me acordaré o no de cómo se programa. Ni me acuerdo ni encuentro el libro de instrucciones, de modo que llamo a mi hermano Lucio, experto en problemas domésticos de esta naturaleza, y me recomienda que busque las instrucciones en internet, donde las encuentro enseguida. Descubro al mismo tiempo que en la Red están publicados todos los folletos de instrucciones de todos los aparatos del mundo, y en varios idiomas. El hallazgo, que me parece asombroso, me tiene entretenido el resto del día. Me fascina, no sé por qué, este tipo de literatura práctica imposible ya de almacenar en su versión papel. Por cierto, que la calefacción funciona a pleno rendimiento, lo que me proporciona un sentimiento de orgullo absurdo, como si fuera mérito mío.

Jueves. Sobre el mediodía suena el teléfono fijo, lo cojo, digo diga y no dicen nada. Pregunto entonces quién es y tampoco se manifiestan. Cuelgo y al rato vuelve a sonar.

—¿Tiene usted gato? –pregunta ahora una mujer.

—No –respondo.

—Entonces, nada –dice y cuelga.

La llamada me ha roto la concentración, de modo que ya no puedo seguir trabajando. Me inclino hacia atrás y trato de imaginar qué habría ocurrido de responder que sí tenía gato. Quizá habrían tratado de venderme una comida especial, un collar, no sé. Pero la mujer no tenía voz de vendedora. Parecía insegura, como si me preguntara algo demasiado privado. El caso es que cojo el teléfono, doy a la rellamada y digo:

—En realidad, sí tengo gato.

La mujer se pone contenta y me ofrece lo que ella llama una “especie de mando a distancia para manipular al animal”. Cuando le digo que no me gusta manipular a nadie, ni siquiera a los gatos, asegura que me equivoco, pues a estos animales, pese a su apariencia, les gusta ser sometidos por sus dueños.

—Nada crea más estrés a un felino –añade– que la libertad absoluta. Lo que pasa es que no todos los medios de sometimiento son de su gusto.

Enganchado a la conversación, doy cuerda a la vendedora y me explica que es preciso implantar al animal una especie de chip comunicado inalámbricamente con el mando a distancia. Luego no hay más que darle a un botón o a otro para que el gato haga pis, coma, se siente, corra o salte.

—Se trata de una tecnología nueva, japonesa, que tarde o temprano se utilizará también en las personas, especialmente en los niños y ancianos.

La mujer insegura empieza a darme un poco de miedo, así que le digo que no me interesa y cuelgo, pero soy incapaz de volver al trabajo. Casualmente, por la noche me llama una amiga cuya gata ha tenido hijos, para ofrecerme uno. Dice que ha logrado colocar a toda la camada, menos a éste, que tiene un defecto en la oreja derecha. Le digo que se me ha manifestado recientemente una alergia al pelo de gato (mentira). Al colgar, sé que el sacrificio del animal, de producirse, caerá sobre mi conciencia, pero mi conciencia lo resiste sin mayores problemas.

Viernes. La novela en la que llevo trabajando seis o siete meses no avanza. Peor aún: retrocede. Me pregunto si este retroceso podría ser su argumento. Hay muchas novelas que cuentan el proceso de escritura de una historia, pero ninguna, que yo sepa, que cuente un proceso de desescritura. La idea me gusta y justifica el día, así que cierro el ordenador y enciendo la tele, que es un modo de desescribirme a mí mismo.

Difuntos

DIFUNTOS

A los 60 años de edad, a los 75 años de edad, a los 81 años de edad, a los 93 años de edad... Las calles del cementerio repiten como una cantinela la edad de los ocupantes de los nichos y tumbas que si de algo carecen ya es precisamente de edad. Desde que expiraran, cumplen los años al revés. Fallecido a los 70 años de edad, a los 55 años de edad, a los 35 años de edad... De súbito, el ritmo se quiebra y aparece un muerto de 20 años de edad, o de dos años de edad, incluso de unos meses o unos días de edad. Se libraron de la vida, o se la perdieron, no hay forma de adivinar qué habría sido de ellos o de nosotros si hubieran resistido hasta los 95 años de edad y hubieran tenido descendencia de equis años de edad...

Abundan las flores de plástico, que no presuponen un muerto artificial, ni siquiera un dolor falsificado. Tampoco las frescas son la prueba de un difunto auténtico o de unos deudores genuinos. La arquitectura mortuoria, tan monótona y pese a ello tan diversa, genera también diseños emocionales tópicos e inauditos a la vez. Se va uno volviendo de mármol a medida que recorre los callejones de la necrópolis.

Tú mueres extrañamente en los difuntos mientras ellos reviven extrañamente en ti. En cuanto a los nombres, muchos evocan el de algún familiar o amigo, el de algún adversario, muchos muertos se llaman como tú y tuvieron de vivos las edades por las que tú has pasado.

Llama la atención sin embargo que una mujer, de nombre Prudencia, falleciera a los 18 años. Quizá no era tan cuerda como sugiere su nombre.

Por encima de la tapia asoma de pronto el cartel de una autopista en el que aparece escrita, sobre el fondo azul característico de estas señales de tráfico, la siguiente leyenda: "Todas las direcciones". ¿Todas?

dilluns, 31 d’octubre del 2011

Siempre hay un agujero

SIEMPRE HAY UN AGUJERO

Piensa uno en un volcán submarino como el de El Hierro, cuyo cráter tiene, por lo visto, 120 metros, y le vienen a uno a la cabeza todos los monstruos con los que ha soñado de niño y de mayor, con los que todavía sueña. Se dice pronto, una boca irregular gigante, sin labios, que respira desde las profundidades del océano, arrojando con su aliento gases y fluidos de diversa naturaleza y de colores llamativos, entre los que predomina el verde, como en el vómito de una comida de Navidad. Si una boca de esas características da miedo en un cuento de tapa dura, imaginarla en el fondo del mar produce pánico. Aun sabiendo que se trata de un fenómeno natural, de carácter geológico, piensa uno en ella como si se tratara de una boca humana, o inhumana, pero de carne, en fin, pura biología al servicio del terror. Para añadir más desasosiego al asunto, resulta que esta boca se encuentra en una zona llamada Mar de las Calmas. Todo cuadra. El infierno se manifiesta con frecuencia en el pasillo de la propia vivienda. Cuando en una película policiaca no pasa nada, o es muy mala o está a punto de ocurrir algo atroz. Ignoro si el nombre Mar de las Calmas es irónico, pero merecería serlo, dada la situación.

Las profundidades marinas se han utilizado con frecuencia como metáfora del mundo subconsciente. No nos extraña. También en ese Mar de las Calmas de la geografía psíquica aparecen a veces cráteres de una actividad inusitada que acaban conduciéndole a uno al diván del psicoanalista o a la consulta del psiquiatra. Por las rendijas del subconsciente llegan a las superficie consciente gases, materiales y fluidos que alteran la existencia cotidiana de cada uno como el cráter de El Hierro ha alterado la vida colectiva de los habitantes de La Restinga que era, hasta el momento, un lugar paradisíaco para los aficionados al buceo. ¿Qué habrá ahí abajo?, se preguntaban estos exploradores submarinos ante la belleza de lo que atisbaban. Pues ahí tienen lo que había. Es lo mismo que se pregunta el espectador ante el rostro impasible de algunos personajes de Hitchcock tipo Marnie la ladrona. ¿Qué habrá ahí debajo? Pues un cráter, siempre hay un cráter, un agujero, el agujero que nos constituye.

diumenge, 30 d’octubre del 2011

El espacio de la imagen

EL ESPACIO DE LA IMAGEN

Dos hombres, en la mesa de al lado, hablaban de la diferencia de peso entre el texto y la imagen en el disco duro del ordenador. Se ve que uno era fotógrafo y el otro escritor. El fotógrafo se quejaba de las continuas ampliaciones de memoria que debía ejecutar en la memoria de su PC, a lo que el escritor, perplejo y feliz, respondía que él llevaba cinco años con el mismo portátil y no había llenado ni el 25%.

-Es que el texto apenas ocupa sitio —sentenció el otro— el texto es humo.

De modo que el texto es humo, me dije mientras daba el primer sorbo a mi gin tonic de media tarde. El texto es humo. El texto apenas necesita memoria, quizá la memoria sea hasta un estorbo para el texto. Precisamente, estaba leyendo las declaraciones de Mariano Rajoy sobre el reciente comunicado de ETA y me pareció que había dado un giro de 180 grados respecto a su discurso anterior sobre el mismo asunto. Ahora se refería a la cuestión como un hombre de Estado, signifique lo que signifique ser un hombre de Estado. Es más, reprendía con dureza a quienes en su partido se habían quedado atascados en los argumentos de la semana pasada. Pero los periódicos apenas daban cuenta de este cambio espectacular de posición porque el texto, en efecto, ya sea hablado o escrito, apenas ocupa espacio en la memoria. El texto es humo.

Pero cuidado con la imagen. Figúrense que después de haber visto a Gadafi destrozado por las hordas, apareciera una foto del dictador libio tomando café al día siguiente de su muerte. ¡Pero si lo hemos visto muerto ayer mismo!, diríamos, y no pararíamos hasta dar con una explicación razonable. La imagen ocupa mucho espacio en la memoria. Todos tenemos en la cabeza, por ejemplo, el cadáver de Che Guevara, pero ni idea de lo que se dijo entonces acerca de su muerte. Por eso los americanos no publicaron foto alguna sobre el ajusticiamiento, o lo que fuera aquello, de Osama Ben Laden, porque la imagen pesa mucho en la memoria. Quiere decirse que el fotógrafo y el escritor de la mesa de al lado, creyendo hablar de informática, estaban departiendo sin embargo de política.

divendres, 28 d’octubre del 2011

Brazos cortos

BRAZOS CORTOS

Lunes. Huelo la depresión como un buitre la carroña. He ahí un hombre deprimido. Se encuentra en la estación de Atocha, en Madrid, a unos pasos de mí, que finjo leer el periódico mientras le observo. Tiene en los párpados la pesadez que proporciona un cóctel de ansiolíticos. Se ha levantado a las siete de la mañana (ahora son las diez), se ha sentado en el borde de la cama y ha observado el día que tenía por delante como si fuera un túnel negro, negro, negro, cuya luz, paradójicamente, aparecería al cerrar de nuevo los ojos, por la noche. Lleva un traje gris que se le ha quedado estrecho (está un poco hinchado por la medicación) y sostiene en la mano izquierda (es zurdo) una cartera absurdamente amarilla. El hombre va de un lado a otro, sin separarse más de tres o cuatro metros del panel de información, al que consulta con ansiedad en cada una de las vueltas, como si no se fiara de él. También mira el reloj cada poco, como si recelara de su modo de dar la hora. Desconfía del reloj, del panel de información y de su propia capacidad para sincronizar los movimientos de su cuerpo y de su mente con los de una realidad que se ha tornado líquida, aunque espesa, como el mercurio, una realidad mercurial. Todo a su alrededor se mueve con la pereza de un metal blando, a punto de fundirse en frío. En esto anuncian la salida de mi tren y abandono el seguimiento.

Martes. Regreso de Barcelona, donde he participado en una mesa redonda titulada Literatura e infierno. El tipo al que se le ocurrió el título nos llevó a cenar después del acto y nos dio su propia conferencia sobre el asunto de la mesa redonda. Se notaba a la legua que estaba deprimido, como el de la estación de Atocha, pero en este caso se trataba de una depresión eufórica, valga la contradicción. Sus invitados le escuchábamos sin intervenir porque daba un poco de miedo su grado de desesperación. En los postres se vino abajo y nos pidió consejo acerca de su madre, a la que no sabía si ingresar o no ingresar en una residencia. Comprendí que el mundo está mal, muy mal, y me juré (en vano) que el mundo no lograría contagiarme su malestar. En el tren ponen una película sin gracia con la que mi compañero de asiento se muere sin embargo de la risa. Me pregunto qué rayos habrá fumado.

Miércoles. Si todas las mangas de todas las chaquetas te están largas, lo más probable es que tengas los brazos cortos. Las mangas se pueden arreglar; los brazos, no. Sin embargo, creo que nos empeñamos en arreglar los brazos, lo que ocasiona un sufrimiento innumerable. A propósito de sufrimiento, en California acaban de prohibir el foie porque un hígado graso es una crueldad. Hay crueldades que con un poco de mermelada de grosella están para comérselas. La idea del foie me abre el apetito y decido comer fuera, en un restaurante cercano donde lo sirven con mucho gusto, se me hace la boca agua. Al ponerme la chaqueta para salir, veo que las mangas me quedan largas. Lo advertí al comprármela, pero me dio pereza solicitar que la arreglaran, lo que significaba volver a recogerla. Quiere decirse que arreglar las mangas tampoco está al alcance de cualquiera.

Jueves. Me deja un mensaje mi psicoanalista. Está enferma y no podrá atenderme hoy. Tengo un amigo cuya psicoanalista falleció en mitad del tratamiento. No es lo mismo, pero también molesta, claro. Le resta omnipotencia y yo, hoy por hoy, necesito una psicoanalista omnipotente, como mi madre. Sé que lo analizaremos en la próxima sesión, si no se muere (cruzo los dedos), y que ella me dirá por qué necesito recordar a mi madre como una mujer que lo pudiera todo. Yo le diré que mi madre lo podía todo y ella me preguntará si estoy seguro de lo que digo y entonces yo diré, al borde de las lágrimas, que no, que en realidad mi madre era muy frágil, pero que reconocerlo me fragiliza a mí. Para sustituir la sesión, me voy al baño turco, donde permanezco más tiempo del aconsejado. El baño turco, conmigo desnudo dentro, me recuerda el útero materno. Procuro ir una o dos veces por semana y salgo nuevo, aunque con la tensión baja, lo que me ayuda a relativizar las cosas.