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divendres, 27 de febrer del 2009

Normalidad

NORMALIDAD

Resulta comprensible la alegría con que en la India se ha recibido el éxito de Slumdog millionaire. Parte de la gloria de ese relato tan perverso como ingenuo les pertenece. Parte de la moraleja también. Suyos son los paisajes y la música y los actores; suya es en gran medida la emoción que ha logrado transmitir a millones de espectadores de todo el mundo. Pero la película empieza con un individuo que está siendo torturado minuciosamente en los sótanos de una comisaría de Bombay y al que no ahorran ninguno de los sufrimientos que todas las dictaduras, y algunas democracias, infligen a sus víctimas. Lo cuelgan, lo ahogan, le meten la cabeza en un retrete, le aplican descargas eléctricas... Por si fuera poco, el individuo ha sido detenido de forma irregular. En realidad, ha sido secuestrado por orden del director de un concurso televisivo. El espectador recibe esa información como normal. Del mismo modo que en el Chile de Pinochet te podían arrojar al mar desde un avión o en la Norteamérica de Bush te podían trasladar a una cárcel secreta, en la India actual -según Slumdog millionaire- puedes ser raptado por la policía en medio de la calle y desaparecer. ¿No ha visto nadie esa parte de la película? ¿Han telefoneado los periodistas que cubrían la gala de los Oscar a los embajadores de la India en sus respectivos países para que confirmen o desmientan la veracidad de tal información? ¿Ha habido alguna protesta diplomática por parte de las autoridades de aquel país? ¿El Oscar se ha entregado a lo que la película tiene de denuncia de la tortura o a lo que tiene de exaltación de la pobreza? ¿Ha exigido el Gobierno indio alguna rectificación? Por lo visto, las autoridades se han limitado a retirar temporalmente de la miseria a los niños actores. Queda por saber si han liberado a la gente secuestrada en las comisarías.

El perro fantasma

EL PERRO FANTASMA

Paso todos los días con mi perro por delante de una casa con jardín donde en tiempos vivió otro perro que nos ladraba. Al mío se le erizaban los pelos unos metros antes de llegar a la verja tras cuyos barrotes aparecía el rostro oscuro de su adversario. Una vez cara a cara, se enseñaban los dientes y hacían grandes manifestaciones de odio mientras yo sujetaba al mío de la correa. Se trataba de un rito más o menos inocente al que todos estábamos acostumbrados. Un día, el perro enemigo no apareció tras la verja. Casualmente, esa misma tarde me encontré en el mercado con su dueño, que me dijo que había muerto. Le di el pésame y pedí tres cuartos de kilo de chuletas de cordero.

De eso hace ya un año, más o menos. Sin embargo, cada vez que pasamos por delante de la casa del perro muerto, el mío se eriza como la primera vez y lanza hacia el interior del jardín tres o cuatro ladridos de advertencia. A mí me hace gracia, pues ya le he dicho varias veces y en distintos idiomas (menos en el suyo, evidentemente) que su enemigo está muerto, y que por lo tanto hace un gasto inútil de agresividad y adrenalina.

El otro día, sin embargo, se me ocurrió de súbito la posibilidad de que mi perro ladrara al fantasma del animal fallecido. Es obvio que él no está, pero cómo asegurar que no se ha quedado su fantasma. Se lo comenté a un amigo aficionado a asuntos esotéricos y no le pareció descabellado. El mundo, dijo, está lleno de espíritus que los seres humanos no percibimos porque hemos perdido esa capacidad, si algún día la tuvimos. Mi gato, añadió, juega todos los días en el jardín con el fantasma de otro animal cuya naturaleza no he logrado averiguar.

Fantasmas. Estuve dándole vueltas al asunto y pensé que yo mismo me pongo muchas veces en guardia para defenderme de situaciones irreales. Basta que algo evoque un asunto doloroso de la infancia o de la juventud para que reaccione como si la situación aquella volviera a repetirse. A veces soy yo, sin darme cuenta, quien provoca su repetición, para justificar mi agresividad sin duda. El mundo está, en efecto, lleno de fantasmas. La pregunta es si se encuentran dentro o fuera de nuestra cabeza.

dimecres, 25 de febrer del 2009

¿A qué esperamos?

¿A QUÉ ESPERAMOS?

Sonó con apremio el timbre de la puerta. Me levanté, abrí. Al otro lado estaba mi vecino dando las últimas boqueadas, agonizando. Pálido y sudoroso, logró decirme que le dolía mucho el pecho, que se le estaba rompiendo el corazón. Lo metí en mi coche y salimos pitando al hospital, donde entró en boxes (qué expresión) de inmediato.

Liberado de la carga, me senté en un banco y me puse a darle vueltas al asunto de a quién o a dónde telefonear, pues la mujer de mi vecino estaba de viaje y no disponía del teléfono de sus hijos. En esas me encontraba, cuando se abrió una puerta y apareció el enfermo completamente recuperado, tan campante. Casi me enfado con él.

-Pero ¿no era un infarto?

-Qué va, sólo un cúmulo de gases. Cuando me tocaron el estómago solté un eructo descomunal y se me pasaron en cuestión de segundos todos los males.

Con síntomas idénticos a los de mi vecino, a Garzón le diagnosticaron un cuadro de ansiedad. La ansiedad está mejor vista que los gases, tiene mejor prensa, no sabemos por qué. Si nos hubieran dicho que lo de Garzón era una flatulencia, habríamos tenido chirigota para rato. Suerte de ataque de ansiedad, o quizá suerte de médicos piadosos que diagnosticaron una cosa por otra. Después de todo, en el fondo de los gases hay con frecuencia un embate de angustia que no encuentra otra forma de manifestarse.

Y ahora, la pregunta del millón: ¿La crisis (la política y la económica y la social, toda) es un infarto o son gases? De momento, se viene diagnosticando como una parada cardiorrespiratoria porque tales son sus síntomas. Pero ¿y si bastara con que soltáramos un eructo brutal?

Imaginemos, por ejemplo, que los precios de la vivienda caen un 50%, y otro 50% el de los coches. Después de todo, hemos reconocido la existencia de la burbuja, o sea, del aire, de los gases. Y quien dice la vivienda o los coches, dice los restaurantes o la ópera. Llevábamos diez años, quizá más, viviendo por encima de nuestras posibilidades. Eso genera estrés, angustia, subida de tensión y gases. Pero se soluciona con una ventosidad. ¿A qué esperamos?

dilluns, 23 de febrer del 2009

Sobra el ministerio de la vivienda

SOBRA EL MINISTERIO DE LA VIVIENDA

En Irán ejecutan a los homosexuales y a los adúlteros, pero también podrían ejecutar a los que miden más de un metro ochenta o a los de ojos azules. Quiere decirse que en Irán ejecutan porque les va la marcha y a continuación lo justifican diciendo que eres homosexual o adúltero o amante de las verduras a la plancha, da lo mismo. Cuanto más absurdo es el motivo, mejor cuela. A lo largo de la historia de la humanidad se ha ejecutado gente por las razones más peregrinas que quepa imaginar y aquí estamos, pellizcando el cruasán mientras por la radio dicen que en Irán se acaban de cargar a 16 personas por homosexuales o adúlteras.

Es una suerte no ser iraní, quién lo duda, pero en todas las nacionalidades cuecen habas o extirpan clítoris, que viene a ser lo mismo. En ocasiones, eres tú mismo el que extirpa los clítoris o cuece las habas. Vamos de un lado a otro dando palos de ciego, o recibiéndolos. Todo esto se debe a que la humanidad no tiene las cosas (sobre todo las cosas buenas) claras, de ahí que lo malo de ayer sea lo bueno de hoy o viceversa. El PP, por ejemplo, va a proponer en su programa electoral la supresión del ministerio de la Vivienda.

-¿Por qué?

-Porque no sirve para nada.

-¿Y no sería más fácil encontrarle alguna utilidad?

-Es usted un idealista.

La propuesta, que para más INRI proviene de las Juventudes del PP, dejará definitivamente en manos del mercado el precio de un producto de primera necesidad. Es una suerte no ser iraní, ya lo hemos dicho, incluso aunque seas heterosexual y fiel a tu esposa, pero ser español también tiene sus inconvenientes, sobre todo los días en los que la Conferencia Episcopal da una rueda de prensa o las Nuevas Generaciones populares paren una idea. Unas juventudes como Dios manda (sean del PP o de cualquier otro partido) deberían pedir la supresión del ministerio de Defensa. Pero eso, que es lo sensato, habría producido un escándalo. No somos nadie.

Armani versus Milano

ARMANI VERSUS MILANO

Estos días, leyendo alguna reseña sobre los bienes del tal Paco Correa, hemos tropezado más de una vez con la expresión «yate de lujo». El encausado era aficionado, por lo visto, a los yates de lujo. Ignorábamos que hubiera yates modestos, o sencillos, yates para pobres, en fin. Pero son tantas las cosas que ignoramos y tantas las sorpresas que nos viene dando la vida, que ya no nos atrevemos a realizar afirmaciones contundentes respecto a nada. Por otra parte, resulta muy consoladora la idea de que un pobre, incluso en estos tiempos de dificultades, pueda aventurarse a la mar con un yate, aunque sea de imitación.

Obsesivo como soy, continúo dándole vueltas al asunto y no logro imaginar un yate modesto, la verdad. Pongamos que el capitán vaya vestido como un mendigo, vale. Y que el cocinero sólo sepa hacer filetes con patatas, de acuerdo. Y que la cubierta del barco, en vez de ser de maderas nobles, sea de baldosas baratas, bueno. Y que en vez de metros, tenga centímetros de eslora. Y que careza de popa, tal vez de proa. Y que el casco sea de formica, y que no funcionen la ducha ni la brújula ni el gps. Podemos continuar quitándole atributos (o poniéndoselos, según se mire) hasta convertirlo en un yate de pobre, pero entonces ya no es un yate, es otra cosa. ¿Por qué, pues, esta insistencia en afirmar que Correa se moría por los yates de lujo?

Sin embargo, un presidente, de confirmarse las informaciones en circulación, era aficionado a los trajes de Milano. Te presentas en un yate de lujo con un traje de Milano y te corren a gorrazos, como si recibes un Oscar vestido de Zara. En los trajes se dan graduaciones militares que nos cuesta percibir en las embarcaciones de recreo. Hubo un delincuente llamado Camacho (Gescartera, ¿recuerdan?) que tenía más de cien trajes de Armani en el armario. Con lo que vale un Armani te compras diez Milanos. Las informaciones hablan de 30.000 euros en trajes de Milano. Muchos trajes modestos nos parecen, incluso para el presidente de una comunidad. Hay que ser un loco de los trajes modestos para gastarse cinco millones de pesetas en ellos. Casi nos parece más normal la obsesión por los yates de lujo.

divendres, 20 de febrer del 2009

¿Sí o no?

¿SÍ O NO?

Durante los días que precedieron a la huelga de jueces, seguimos por distintos medios las declaraciones de la portavoz del CGPJ sin lograr deducir de sus palabras si el paro era legal o ilegal, si habría o no habría sanciones, si se le descontarían las horas no trabajadas a los revoltosos. Gabriela Bravo parecía la teleoperadora del servicio al cliente de una empresa de telefonía. Le preguntaras lo que le preguntaras, recitaba una letanía indescifrable que fue sumiendo a los sucesivos entrevistadores en una parálisis perpleja. De modo que no sabemos si sí o si no. Claro, que tampoco hemos logrado averiguar si Benjamín Martín Vasco ha dimitido o lo han dimitido, ni si Belloch es numerario del Opus o simpatizante. Tampoco tenemos ni idea, pese a las numerosas comparecencias del ministro del Interior, de en qué ha quedado el asunto relacionado con las detenciones masivas de inmigrantes. Por un lado, parece que existió la famosa instrucción que ordenaba perseguir a los negros y, por otro, que no, lo mismo que las torturas llevadas a cabo en los centros de detención de menores. Hay épocas en las que la realidad se comporta como los prospectos médicos, donde lo que es bueno para el dolor de cabeza provoca cefaleas, lo que quita los espasmos produce temblores y lo que alivia la colitis promueve descomposición. Al final no sabe uno si tragarse la pastilla o convivir con el dolor. Por abundar en el galimatías, aún ignoramos si Rajoy está dispuesto a poner la mano en el fuego por Esperanza Aguirre. Él asegura creer en su inocencia, pero se niega a expresarlo con una frase hecha, lo que sorprende en un hombre que presume de convencional, de previsible y de refranero. O sea, que lo más probable es que no las tenga todas consigo. En cuanto a lo de Bermejo, ¿por qué llamamos inoportuno a lo que es directamente impresentable?

IncreÍble naturalidad

INCREÍBLE NATURALIDAD

Tengo desde hace años un trabajo cuya primera actividad consiste en leer la prensa. Parece un privilegio, y venía siéndolo, la verdad, hasta hace poco. Me gustaba el paseo hasta el quiosco, la breve conversación con Alfredo. Me sentía bien regresando a casa con los periódicos debajo del brazo, con la realidad -toda la realidad- debajo del brazo. Si era primavera porque era primavera; si verano, porque verano; si invierno, porque invierno. Luego llegaba a casa y comenzaba el rito del café. Mientras el agua hervía, hojeaba la última página de los diarios, leyendo los artículos en diagonal, como un aperitivo, como calentando motores. Y volvía a sentirme un privilegiado.

Ahora hay días en los que la lectura de los periódicos empieza a parecerme una condena. ¿Soy yo o son los periódicos? ¿Soy yo o es la realidad? Vean, por ejemplo, el caso de ese chico, el asesino de Marta. Siempre ha habido crímenes horrorosos. Uno cuenta con ellos, forman parte del balance diario. Asumimos que hay criminales, que hay mal. Ahora bien, ¿cómo logró este asesino convencer a su hermano y a dos amigos de que le ayudaran a deshacerse del cadáver?

Deshacerse de un cadáver (si la chica estaba muerta antes de ser arrojada al río, pues parece que hay dudas) no es una cosa cualquiera. No es como echar una mano para limpiar el garaje o para hacer una mudanza. Sin embargo, con tal naturalidad parecieron aceptarlo los cómplices. Te llama un amigo, te dice que ha asesinado a su exnovia y que vengas con el coche y una manta para deshacerte de su cuerpo, y tú dices que sí, que terminas de tomarte el café y vas para allá.

No me cabe en la cabeza, la verdad. Esos tres individuos que ayudaron al asesino deberían explicar por qué no dieron aviso a la policía, por qué no se espantaron, por qué aceptaron con esa naturalidad la demanda que les hacía el criminal. De un tiempo a esta parte, vivimos el horror con la sencillez que en los sueños aceptamos las cosas más extrañas. ¿Dónde ha quedado la perplejidad moral? ¿Dónde los escrúpulos de conciencia? ¿Dónde el límite entre lo que se puede hacer y lo que de ninguna manera es aceptable? Y estoy aún en la primera página del periódico.

dimecres, 18 de febrer del 2009

Qué pena de todo

QUÉ PENA DE TODO

El otro día leí en el periódico la historia de una pequeña empresa familiar dedicada a la fabricación de billetes falsos de 50 euros. No producían muchos, sólo los necesarios para ir tirando. Además del matrimonio, la empresa estaba compuesta por los dos hijos de éste y las dos nueras. Todos vivían modestamente, en pisitos de clase media. Nada de lujos o de extravagancias, nada de caprichos. Trabajaban con una impresora del montón, pero el cabeza de familia había logrado dar con un papel cuya textura era semejante a la del papel moneda. Los billetes, tras su fabricación, eran sometidos a un proceso de envejecimiento que los dejaba como nuevos (valga la paradoja). La empresa familiar funcionaba sin problemas desde el año 2002.

El colocado de los billetes falsos corría a cargo de los hijos y sus mujeres. Por las mañanas, se montaban en sus utilitarios desplazándose a localidades alejadas de su lugar de residencia (Valencia). Elegían establecimientos modestos, de los que no cuentan con detectores, donde adquirían productos de escaso valor, para obtener el cambio. Así, en una gasolinera podían comprar unos chicles y una botella de agua; en una mercería, unos carretes de hilo; en un estanco, un paquete de tabaco. Limpiaban el dinero, pues, sin necesidad de irse a Andorra o de montar complicadas sociedades instrumentales. Tras su jornada de trabajo, volvían a casa, donde se ocupaban de las labores familiares. Sus vecinos decían que eran personas normales, no al modo de los asesinos normales, sino a la manera sencilla de quien no mata a nadie ni pone la música a todo volumen.

Casi da pena que los hayan detenido después de tantos años. Siente uno cierta piedad por ellos. En los últimos tiempos han hecho más daño a la economía los que traficaban con dinero verdadero que los que movían dinero falso. Pero los que traficaban con dinero de verdad están casi todos en la calle. Quiere decirse que se puede ser mejor persona siendo malo que siendo bueno. Curiosa contradicción. Tras leer la noticia, me pareció que había leído en realidad un relato de Simenon, quizá por la atmósfera menesterosa de esa familia. Tal vez por su ambigüedad moral. Qué pena de todo.

dilluns, 16 de febrer del 2009

Desdoblamiento

DESDOBLAMIENTO

Volaba por el salón de mi casa a bordo de un helicóptero del tamaño de un pájaro. El aparato disponía de un mando para subir o bajar y otro para ir hacia delante o hacia atrás, también a derecha e izquierda. Podía quedarme detenido en un punto, aunque cualquier corriente de aire, por pequeña que fuera, afectaba a los movimientos del vehículo. Lógicamente, y en proporción con el tamaño de éste, yo era también un ser diminuto. Procuraba volar a medio metro del techo, para no chocar con él, aunque a veces ascendía hasta casi rozarlo para observar lo que había sobre los muebles, además de polvo. Descubrí en una lámpara de difícil acceso tres cadáveres de mariposas polillas cuya pasión por la luz les había provocado la muerte. Tenían el abdomen tostado, como un pollo recién sacado del horno. El cadáver de una mariposa no llama la atención a menos que tenga tu tamaño y los de estos insectos tenían el mío, de modo que me impresionaron vivamente.

En esto, noté que los mandos no me obedecían. Miré hacia abajo para calcular la caída y me descubrí sentado en el sofá (a tamaño normal), manejando un mando a distancia característico de los helicópteros de juguete. El helicóptero, de hecho, siguió funcionando perfectamente, salvando los obstáculos y efectuando graciosos giros en el aire, sólo que ahora conducido desde abajo. Entonces entró alguien en el salón y abrió una ventana, para ventilar. El helicóptero se dirigió hacia ella y salió al jardín, donde casi somos arrollados por un pájaro. Ya sin el límite del techo, el aparato se elevó hasta ofrecerme una perspectiva inédita del barrio. Tomé los mandos, para regresar, pero no me respondían.

Tras volar un buen trecho, y a una altura considerable, el aparato se posó suavemente sobre la azotea de un edificio muy alto, que no reconocí, y detuvo sus motores, como si hubiéramos llegado a destino. Entre tanto, el helicóptero y yo habíamos recuperado nuestros tamaños normales. Descendí, busqué una puerta y salí al interior del edificio que tenía varios ascensores. Bajé a la calle y me enfrenté a una ciudad desconocida. Me desperté desdoblado, incómodo, sin saber si era el del sofá o el otro. Las siestas, como no las controles, son terribles.

divendres, 13 de febrer del 2009

Lo de todos

LO DE TODOS

El problema de abominar de la eutanasia, para el PP, es que no puede hacerse el haraquiri y refundarse una vez más tras dejar de sufrir. Ahí lo tenemos, en plan vegetativo, respirando de manera mecánica mientras la necrosis devora cruelmente todos y cada uno de sus órganos. De no tomar pronto una decisión, la gangrena acabará atacando aquellas zonas que todavía presentan un aspecto saludable. Nos referimos, por poner un ejemplo, a la boda de la hija de Aznar, que podría sucumbir a la agonía generalizada de un cuerpo que no responde ya a estímulo alguno. Pero esa boda no es patrimonio del PP ni de la Conferencia Episcopal. Nos pertenece a todos. Se trata de uno de los símbolos de la posmodernidad que ha inspirado obras de arte y piezas teatrales y que merecería en el futuro ser el argumento de alguna zarzuela. Nadie, hasta el advenimiento de Agag, se había atrevido a mezclar a Felipe II con el género chico. Nadie había encontrado el modo de reunir a los Austrias con Berlusconi. Tal hallazgo estilístico y formal debería permanecer intacto para las generaciones venideras. Resulta patético ver cómo uno de los actos sociales más importantes del siglo, y que contribuyó a sacar a España (y quizá a Europa) del rincón de la historia, se ve contaminado por la repetición de esas imágenes en las que Francisco Correa y señora, entre otros, avanzan con paso decidido hacia la puerta del monasterio en el que reposa gran parte de nuestra historia patria. Mientras el cadáver del PP continúe vivo, valga la paradoja, los medios adictos al PSOE no dejarán de recordarnos que entre los testigos de la boda, junto al gran Berlusconi, figuraban delincuentes de medio pelo y comisionistas del tres al cuarto. El PP puede hacer con su cuerpo lo que quiera, pero debería respetar las gallinejas que pertenecen a la historia común. Ya basta.

Perra vida

PERRA VIDA

Preguntar cuánto pesa la tinta de un libro es tanto como preguntar cuanto pesa su alma. Calculo que poco. Imagine ese volumen de doscientas páginas que hay sobre su mesilla de noche. Tómelo al peso. Suponga ahora que le quitan el texto, dejándolo en un libro mudo. Vuelva a sopesarlo y le costará notar la diferencia. El texto no pesa y sin embargo es lo que da sentido al libro. Misterios de la vida. Supongamos ahora que usted está triste. Pésese. La báscula marca 70 kilos, por ejemplo. Póngase alegre y vuelva a pesarse. Continuará en 70 kilos. Las emociones, pese a que determinan nuestra vida, son imponderables. Vivimos en un mundo en el que sólo cuenta lo cuantificable (valga la redundancia), cuando las cosas fundamentales no lo son.

Qué misterio, esa alianza entre alma y cuerpo, entre texto y libro, entre música y letra. Todo ha de expresarse a través de un vehículo. Sin vehículo, no hay espíritu. ¿Pero por qué rayos esta obligación de tener cuerpo, con todas las necesidades que comporta? El pensamiento de Platón está muy bien, nadie lo niega, pero resulta una crueldad que necesitara vehicularlo a través de un cerebro incrustado en un cráneo que a su vez dependía de un cuerpo que sudaba y hacía digestiones. Y estamos hablando de Platón, una de las cumbres de la filosofía universal. Pero piensen ustedes en Francisco Correa, por poner un ejemplo de actualidad. Todo ese coste energético, toda esa complejidad anatómica al servicio de un deseo tan triste como el de obtener comisiones y plusvalías indecentes.

Qué desproporción, Dios mío, entre la complejidad del continente y la futilidad del contenido. Pensemos en un partido político. ¿Cuánto pesa, por ejemplo, el PP con todos sus militantes, todas sus sedes, todos sus muebles, todos sus automóviles? No lo sé, una barbaridad. ¿Y qué es lo que tiene dentro? ¿Cuánto pensamiento político canaliza una organización de esas dimensiones? Tampoco lo sé, pero muy poco en relación a su masa somática. Y quien dice el PP dice el PSOE, Izquierda Unida, o Ezquerra Republicana. Y un servidor de ustedes, claro, perra vida.

dimecres, 11 de febrer del 2009

Se merecen la cárcel

SE MERECEN LA CÁRCEL

Las personas que dominan varios idiomas suelen otorgar a cada uno una finalidad práctica. Utilizan éste para el amor; este otro para los negocios; aquél de más allá para la escritura. Lo contaba muy bien Elías Canetti en un texto autobiográfico memorable. Da la impresión, en fin, de que las lenguas no pueden convivir dentro del mismo cuerpo sin especializarse en una actividad, como si a medida que llegan se las destinara a una función. Entre todas ellas suele haber una lengua franca, que sirve para salir adelante en todos los puertos (y aeropuertos). La lengua franca de nuestros días es el inglés, que a veces cumple un destino semejante al que aspiraba a desempeñar el esperanto. Los esperantistas eran muy románticos, pero tenían una imaginación limitada. Creían que hablar consiste básicamente en preguntar dónde está el servicio (cosa inútil, pues siempre está al fondo a la izquierda).

Nos preguntamos por qué los detenidos por Garzón y sus adláteres (qué rayos querrá decir adlátares) llamaban a sus empresas con nombres como Orange Market, Special Events, Thecnology Consulting Management, Easy Concept o Good and Better. Después de todo, eran gente de aquí y trabajaban con ayuntamientos castizos. Creo que Orange Market, por ejemplo, se forró en Valencia, donde las naranjas se siguen llamando naranjas y no oranges. Lo cierto es que todas estas personas, bilingües o no, habían decidido que el idioma para los negocios (para los negocios sucios, convendría añadir) era el inglés. Pobre inglés, qué les habrá hecho una lengua en la que escribieron Shakespeare y Norman Mailer, por citar dos casos. A ver si Garzón investiga también este asunto que no deja de resultar doloroso.

Ahora bien, por lo que ha transcendido del sumario, estos presuntos delincuentes utilizaban el español para el amor. He aquí unos ejemplos: «Le pusimos ahí y está subidito, se le ha olvidado que ha estado en la mierda». O bien: «Si doy la cinta que tengo de él se caga, pero voy también al trullo». En otras palabras, que además de robar, y tras las agresiones señaladas a la lengua de Shakespeare, apuñalaban también la de Cervantes. Sólo por ese doble crimen se merecen la cárcel.

dilluns, 9 de febrer del 2009

Agujeros

AGUJEROS

En la mesa de al lado, a la hora del gin tonic, hablaban un hombre y una mujer, quizá compañeros de oficina. Él decía que continuamente se le ocurrían ideas absurdas.

-¿Qué clase de ideas? -preguntaba ella.

-Ayer, por ejemplo, en el avión, me dio por calcular cuántos dedos reuníamos entre todos los pasajeros. Volábamos 120 personas, incluida la tripulación, de modo que me salieron 1.200 dedos.

-Sin contar los de los pies, claro -matizó ella.

-Es que yo a los de los pies no los considero dedos en sentido estricto porque no sirven para nada.

La mujer asintió con alguna reserva, pero le animó a continuar.

-1.200 dedos -añadió él- son muchos dedos, ¿no te parece? Estamos hablando de 1.200 uñas y de 3.600 falanges, si no hice mal los cálculos. Total que me dio por imaginar qué habrían hecho esos dedos a lo largo de su vida.

-Pellizcar pan -dijo ella.

-Y pezones -añadió él.

-Sujetar lápices.

-Moldear plastilina.

-Sostener cucharas y tazas de café.

-Pasar páginas de los periódicos.

-Desabrochar camisas, blusas, sujetadores...

Estuvieron un rato compitiendo por ver a quién se le ocurrían más cosas. Yo, que andaba por el segundo gin tonic, enumeré para mí mismo unas cuántas (dejar huellas dactilares, hacer agujeros en la masa de las empanadas, electrocutarse en los enchufes). Luego comenzaron a imaginar dónde se habrían metido algunos de aquellos dedos. La mujer habló de los agujeritos de la pared sin especificar a qué agujeritos se refería. El mencionó la entrada de los hormigueros. Por mi parte, recordé haber metido los míos en los bolsillos de la chaqueta de mi padre. A continuación él mencionó las narices y ella se ruborizó. De modo que no siguieron hablando de los agujeros corporales, pero a los tres se nos ocurrieron unos cuantos. Pedí otro gin tonic.

divendres, 6 de febrer del 2009

Asombro

ASOMBRO

Tiempos raros, difíciles, como todos por otra parte. La normalidad es una quimera, un sueño, un desvarío. Los trámites exigidos por la naturaleza para alcanzar la condición de insecto son alucinantes, aunque no menos que los necesarios para llegar a rata o a hombre, por no mencionar las fases que es preciso atravesar, desde esta condición, para obtener el estatus de juez, de registrador de fincas, de subsecretario o de poeta de la experiencia. Qué mérito, vivir como normales todos estos sucesos portentosos. Ahora mismo, en plena crisis económica, con un invierno de perros y cientos de miles de familias al borde de la desesperación, pues se acuestan con el mismo horizonte con el que se levantan, llama a la puerta de casa un señor de morado que asegura representar a Dios y no hay otro remedio que recibirle, que agasajarle, que darle la razón, que invitarle a comer. Es tal el terror que nos inspira, que lo recibe el presidente del Gobierno y la vicepresidenta y el ministro de Asuntos Exteriores y los Reyes y el Príncipe... ¿Estamos fumados o qué? ¿Qué hay que meterse en las venas o en la cabeza para participar de ese delirio? Ni el peyote, por lo que uno ha leído, produce estragos semejantes. Pues nada, el señor de morado se va con sus subvenciones debajo del brazo y ahora toca rogar a los banqueros (que metafóricamente van también de púrpura) que restablezcan el flujo crediticio. No sé ustedes, pero uno escucha esa expresión, "flujo crediticio", y piensa lógicamente en piernas abiertas, en sábanas arrugadas, en ropa interior húmeda, en movimientos hormonales. O sea, que tenemos que excitar a los banqueros, como si no lleváramos toda la vida haciéndolo con nuestras nóminas y nuestras tarjetas de crédito y nuestras comisiones y nuestros créditos personales o hipotecarios. Luego nos asombra la vida de los insectos.

Una tontería

UNA TONTERÍA

Estaba trabajando cuando escuché una tos de mujer que no procedía de ningún sitio. Quiero decir que si hubiera venido de donde parecía, la mujer tendría que haber estado emparedada en el muro, cosa poco probable, pues la tos no denotaba angustia. Recordaba más bien uno de esos ruidos orgánicos que producimos para aclararnos la garganta. Una especie de ejem, ejem, vaya. En mi madre, ese mecanismo era un tic. Carraspeaba mucho, sobre todo en misa. Los domingos asistíamos a la misa que se oficiaba en mi colegio, el de los padres claretianos. Los chicos nos poníamos en los bancos de delante y los adultos en los de atrás. Yo permanecía intranquilo hasta que escuchaba la tos de mi madre, que se transmitía a lo largo de toda la iglesia gracias al efecto bóveda provocado por su arquitectura. A veces intentaba responder, pero de mi garganta salía una especie de suspiro ahogado, que no llegaba ni a mi compañero de banco.

La garganta. Pienso ahora en los problemas que he tenido con ella a lo largo de mi vida. Primero fueron las anginas, después la faringitis crónica (el tabaco). Ahora, el miedo. La garganta me da miedo, es un conducto demasiado estrecho y demasiado decisivo. A través de ella pasa todo (el aire, el agua, la comida, la polución, las medicinas, el alcohol, la angustia, las palabras). La tos que escuché al otro lado de la pared, mientras trabajaba, era idéntica a la de mi madre. He vuelto a oírla ahora mismo, mientras escribo estas líneas, como cuando estábamos en misa. Mi madre carraspeaba por culpa del incienso. Yo carraspeo por culpa de la sintaxis. Cuando un texto se atranca, toso un poco y la maquinaria de la escritura se pone de nuevo en marcha.

Estamos sometidos todo el día a estímulos extraños, provocaciones que no reciben de nosotros la atención adecuada. Da miedo escuchar lo que no se entiende, por eso se censura. Yo no entiendo esta tos, pero tampoco logro censurarla. Sigo adelante, pues, con mi artículo y en esto suena el teléfono. Es mi hermano. Me recuerda que estos días es el aniversario del fallecimiento de mamá (así dice él, mamá). Precisamente, le digo, acabo de oírla toser. ¿Cómo?, pregunta él. Nada, una tontería, digo yo.

dimecres, 4 de febrer del 2009

¿Dónde están los filósofos?

¿DÓNDE ESTÁN LOS FILÓSOFOS?

Todos los lugares físicos representan, sin excepción, un espacio moral. La cueva metaforiza una cosa y el desierto otra. Lo mismo podríamos decir de la selva o del mar. No podemos instalarnos en un sitio sin atribuirle inmediatamente connotaciones anímicas. No huele igual mi casa que la de mi vecino porque el aliento moral que impera en cada una es diferente. Todo tiene un alma. La de las palabras, por ejemplo, es su significado. Si se lo quitas, el término más hermoso del idioma deviene en una mera sucesión de sonidos. Lo físico y lo anímico (lo mental, si ustedes prefieren llamarlo de ese modo) se trenzan de una manera diabólica. Pero lo anímico se vehicula siempre a través de lo físico (¿a través de qué, si no?).

La crisis empieza a configurarse como un sitio infernal en el que acechan seres desconocidos u olvidados. Al principio se hablaba de ella como de un ciclo inherente al sistema. Para sobrevivir, bastaba pues con aguantar un poco la respiración, ya que tarde o temprano saldríamos de nuevo a flote, veríamos la luz. La supervivencia resultaría desde luego más fácil para quien tuviera mayor capacidad pulmonar o dispusiera de botellas de oxígeno. Pero para aquellos a quienes faltara el aire antes de tiempo, ahí estaba el Estado, que disponía de reservas casi ilimitadas. No había que ponerse dramático, en fin, sino cubrirse mientras pasaba el chaparrón. El asunto era duro, pero controlable. En lo que la crisis tenía de alma («la economía es también un estado de ánimo», dijo el presidente), deberíamos tratarla con fortaleza de espíritu, sin entregarnos.

Bien, después de Davos, da la impresión de que este desastre no se corresponde exactamente con uno de esos ciclos del capitalismo irresponsable (y perdón por la redundancia), sino que hemos colocado el pie en un espacio nuevo, como cuando descubrimos América (espacio anímico por excelencia). No sabemos nada de este lugar denominado Crisis, pero ignoramos, sobre todo, si tiene puerta de salida. Lo que sí parece evidente es que se trata, una vez más, de un espacio moral de cuyo significado tampoco estamos muy seguros. En tal situación, ¿no deberían hablar más los filósofos que los economistas?

dilluns, 2 de febrer del 2009

Cifras confusas

CIFRAS CONFUSAS

Dicen que el 96,5% de los españoles con carné de conducir no pasaría en la actualidad el examen teórico si tuviese que repetirlo. De ser verdad, cabría deducir que o bien el examen teórico no sirve para nada, o bien que hay poquísimos accidentes en relación a los conocimientos que se requerirían para conducir. Lo primero es raro; lo segundo, paranormal. Las cifras sirven a veces para ocultar y a veces para escandalizar. Si leemos que una bomba, en Irak, ha matado a doscientas personas, decimos vaya por Dios y volvemos a mojar el cruasán en el café con leche. Doscientos muertos no conmueven, ni mil, ni doscientos mil. Creo que muere de hambre un niño al minuto o al segundo, ahora no caigo, y aquí no pasa nada. Si usted quiere llegar al corazón del lector, no le hable de doscientos muertos, háblele de uno, pero póngale nombre y apellidos, póngale padre y madre o hijos e hijas. Conviértalo en un espejo de lector.

Pero si es verdad que doscientos muertos no conmueven, el hecho de que el 96,5% de los conductores no fueran capaces de aprobar el carné de conducir, si tuvieran que repetirlo, le deja a uno turulato. Se trata de un tema de conversación perfecto para la oficina, para el bar y para la comida del domingo con los cuñados. El problema, como decíamos, es que a poco que profundices en el asunto llegas a conclusiones inquietantes (los conocimientos teóricos no sirven para nada), o paranormales (no hay más accidentes porque tenemos ángel de la guarda). Complicado jardín.

Ahora bien, ¿qué porcentaje de médicos en activo aprobarían, de tener que presentarse de nuevo, la oposición para obtener el puesto que ocupan? Nos podríamos hacer la misma pregunta respecto a los jueces, a los abogados del Estado, a los notarios y a los funcionarios de prisiones. También respecto a los periodistas, desde luego. Los porcentajes, seguramente, serían escandalosos a primera vista, pero poco significativos en el fondo. En cuanto a mi mujer, ¿volvería a enamorarse de mí si comenzáramos a salir ahora? ¿Volverían a tenerme mis padres después del resultado que les he dado? ¿Me metería, visto lo visto, en una hipoteca para pagar un piso sobrevalorado? Todo son preguntas.