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divendres, 30 de novembre del 2007

Normas locas

NORMAS LOCAS

Llegué al control de seguridad del aeropuerto, me quité el abrigo, la bufanda, el cinturón, la chaqueta, el reloj, el anillo de boda y los zapatos. Coloqué todo disciplinadamente en una bandeja roñosa y me puse a la cola, que era más larga de lo habitual. A los 10 minutos, apenas había avanzado medio metro. Yo tengo la suerte de ser un neurótico, por lo que iba con tiempo de sobra, pero la mayoría de los viajeros comenzó a mirar el reloj con impaciencia. Estirando un poco la cabeza, observé que a una mujer que había olvidado sacar el ordenador de la bolsa, la hicieron volver atrás y repetir toda la operación, incluido el trámite de calzarse las botas para volvérselas a descalzar, pobre.

Personalmente, gracias a mi neurosis, estaba tranquilo, pues mi vuelo no salía hasta al cabo de tres horas, y eso en el caso de que fuera puntual, lo que no es corriente. Me dediqué, pues, a contemplar la enorme variedad de esa rara combinación de biología y conciencia que formamos los seres humanos. Al principio tuve la impresión de que había más biología que conciencia, pero a la media hora de hacer cola, percibí más conciencia que biología. La gente comenzó a protestar en voz baja, con un poco de miedo, pues los aeropuertos han devenido en lugares peligrosísimos. Más de uno y más de dos están en la cárcel por hacer chistes sobre la seguridad. A los 35 minutos, cuando se hizo patente que hasta los neuróticos perderíamos el avión, apareció un guardia civil al que observé realizando discretas gestiones junto al control. Me acerqué y le escuché preguntar qué ocurría, a lo que un sujeto de uniforme respondió que había un loco cumpliendo las normas. El guardia civil se acercó al loco, le dijo que se tomara un descanso y puso en su lugar a una persona normal, sin escrúpulos. En dos minutos estábamos todos en el otro lado.

divendres, 23 de novembre del 2007

Espectáculo

ESPECTÁCULO

Si la esposa del juez Bermúdez hubiera sido repostera, habría creado un postre dedicado al juicio del 11-M. Si hubiera sido guionista de televisión, habría hecho una serie. Si hubiera sido intérprete, habría compuesto una canción. Como es periodista, no ha tenido otro remedio que escribir un libro de actualidad. Beni, que así se llama, explicó el otro día en la radio que habiendo vivido tan de cerca el proceso y estando especializada en temas jurídicos, era muy difícil resistirse a la tentación. Cabe suponer, pues, que quizá luchó contra la idea de llevar a cabo una iniciativa tan turbia. Es posible incluso que acudiera a su esposo en busca de ayuda, y que él, ávido también de protagonismo, lejos de desanimarla, le ofreciera su propia pluma estilográfica. La vida es complicada. Beni tenía el privilegio de escuchar al juez cuando hablaba en sueños, o de observar su gesto grave cuando paseaba por la playa (¿en bañador?, ¿en toga?). Conociéndole como se conoce al cónyuge, y aunque él observara una discreción a prueba de bombas, ella era capaz de distinguir cuándo torcía el gesto porque le dolía un juanete y cuándo porque le dolía el alma. ¿Cómo desperdiciar todo ese material que el destino ponía a su disposición? Dime que no lo escriba, suplicó quizá a su marido. ¿Cómo, si es lo que más deseo?, respondería posiblemente él. Durante el transcurso del juicio, tuvimos con frecuencia la impresión de que Bermúdez adoptaba posturas algo peliculeras que acabamos tomando por un rasgo de carácter. No era eso: es que actuaba como el personaje de un libro que se estaba escribiendo sin que ni nosotros ni las víctimas tuviéramos noticia de ello.

Nos hacemos cargo, la carne es frágil, pero alguien, en este circo en el que ha devenido la realidad, debería permanecer fuera del espectáculo. Los jueces, por lo que vamos viendo, no.

divendres, 16 de novembre del 2007

Cambios

CAMBIOS

Si de mí dependiera, los hombres tendrían voz de mujer y las mujeres voz de hombre. De este modo, las madres, al amamantar a sus hijos, les hablarían con la voz grave con la que nos habla la vida cuando nos hacemos mayores. Los padres, en cambio, atenuarían ese rigor materno con su voz cantarina, para que no todo lo bueno, en esos primeros momentos de la existencia, procediera del cuerpo de las mujeres. Así las cosas, los generales y los sargentos darían las órdenes con voz afeminada, lo que quizá acabara de una vez con los desfiles, y los jóvenes se dirigirían a las chicas, si no con educación, con suavidad al menos. El cambio no tiene, a primera vista, ninguna desventaja. Hasta la ópera, si lo pensamos bien, ganaría con ello, aunque la ópera, dada su inverosimilitud radical, ganaría con cualquier cambio que se le aplicara.

Si de mí dependiera, la alopecia sería una característica de las mujeres, y no, como hasta ahora, una exclusiva de los hombres. De ese modo, los coroneles y los tenientes coroneles lucirían, incluso a edades muy provectas, hermosas melenas de todos los colores, lo que, unido a la cuestión ya señalada de la voz, quizá les animara a dedicarse al cabaré. Claro que, si de mí dependiera, colocaría en el pecho de los hombres los senos turbulentos de las mujeres, redondeando de paso sus hombros, alargando su cuello y ensanchando ligeramente sus caderas. Para compensar tanto alboroto, trasladaría al cuerpo de las mujeres las formas secas y lineales que caracterizan al cuerpo masculino. Si de mí dependiera, para no extenderme más y evitar hablar de los bajos, que por alguna razón no está bien visto, convertiría a los hombres en mujeres y a las mujeres en hombres. No sé si arreglaríamos algo, pero a lo mejor, mientras se realizara la mudanza, estaríamos más tranquilos, que falta nos hace.

divendres, 9 de novembre del 2007

Pan y cine

PAN Y CINE

No se puede vivir sin comida, claro. ¿Y sin fábulas? Quizá tampoco. Los periódicos llevan hablando con auténtica alarma de la huelga de guionistas que comenzó el lunes pasado en EE UU. Se refieren a ella como si fuera a provocar la falta de un producto esencial para la vida cotidiana. Algunos, para explicar su magnitud, recuerdan la de 1988, que duró 22 semanas y costó a la industria norteamericana 350 millones de euros. La actual podría duplicar esa cifra. Pero los números siempre esconden, o disimulan, un pánico moral. ¿Qué ocurriría si esa panda de locos -los guionistas- se pasaran un año sin inventar historias? ¿En qué nos afectaría a usted y a mí? ¿Será verdad que esta gente, al urdir los argumentos de las series de televisión, escribe también, sin que seamos conscientes de ello, el argumento de nuestra vida?

¿Es imaginable un mundo sin ficción? Definitivamente, no. Somos tan hijos de la carne y de la sangre como de las caperucitas rojas, de las blancanieves, de las madrastras, de los pulgarcitos, de los gatos con botas, pero también de las madames bovarys y de las anas ozores y de los raskolnikofs y de los batlebys, por no hablar de los soprano y de los fraziers, de los seinfelds, o de los doctores houses. Desde que el mundo el mundo, mientras unos amasan el pan que comemos por la mañana, otros urden las historias que devoramos por la noche. Estamos hechos de pan y de novelas. El problema no son, pues, los millones de euros que podría perder la industria, sino las disfunciones que en el cuerpo social provocaría un desplome brusco de la ficción. Imaginen un mundo sin cine, sin novelas, sin cómics, si series de televisión, sin culebrones; sólo realidad a palo seco, o sucedáneos de las fábulas como los que nos sirven los políticos. Ese señor tan raro que se acuesta cuando usted se levanta es guionista. Un respeto.

divendres, 2 de novembre del 2007

Miedo

MIEDO

Recojo frases sueltas por ahí como otros recogen perros abandonados de la calle. Muchas tienen problemas morfológicos o sintácticos que procuro arreglar antes de soltarlas de nuevo. Si están muy deterioradas, las desmonto y aprovecho algunas de sus partes. De dos o tres frases inservibles logro a veces obtener una sana. El otro día, en un callejón del periódico, encontré la siguiente: "El PP nunca ha mantenido la teoría de la conspiración". Era, a primera vista, una frase vigorosa. Sencilla, sí, pero muy directa, muy clara, muy rotunda y también muy fácil de memorizar. Me dio sin embargo la impresión de que, pese a su excelente aspecto formal, se trataba de una frase enferma. Le tomé el pulso, la desmonté y la volví a montar. Hasta le coloqué el termómetro, por si tuviera fiebre, pero no hallé nada que justificara sus dificultades respiratorias.

Así las cosas, fui al médico de frases y pedí la vez. La sala de espera de la consulta estaba llena de gente con oraciones indispuestas, algunas en un estado deplorable por culpa de una mala utilización del tiempo verbal o de la concordancia. Cuando me llegó el turno, se la mostré al doctor que, tras una breve exploración, se volvió y me dijo que no podía hacer nada por ella. ¿Pero tiene algo o no?, pregunté. Tiene problemas psicológicos, respondió, y aquí sólo nos ocupamos de las enfermedades físicas. Al pedirle que matizara el diagnóstico, añadió que se trataba de una frase completamente desquiciada, loca. Dudo, concluyó, que el mejor psiquiatra de frases del mundo pueda hacer algo por ella. Salí de la consulta, llegué a casa, la puse sobre la mesa, escuché atentamente su sentido y la verdad es que me dio un poco de miedo. "El PP nunca ha mantenido la teoría de la conspiración". ¿Cuánta realidad, me pregunté, construimos al día con oraciones completamente esquizofrénicas?