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divendres, 28 de setembre del 2007

Derechas

DERECHAS

A veces, los poetas tienen la capacidad de resumir en un verso teorías científicas o filosóficas a las que los estudiosos en la materia han dedicado centenares de libros. Lewis Carrol expuso en sus alicias un modelo del Universo que astrofísicos de la talla de Hawking llevan años y volúmenes tratando de representar en ecuaciones. A los ignorantes nos encanta que la intuición gane la batalla al conocimiento racional, porque, una vez aceptadas nuestras limitaciones intelectuales, sólo nos queda confiar en nuestro instinto literario. ¿Quién se atrevería a negarnos la posibilidad de que en un sueño se nos revele la teoría de la unificación?

Con la precisión de un rapsoda en trance, Ana Botella acaba de explicarnos de un disparo en qué consiste ser de derechas: en colocarse siempre a la sombra del matón, lo que vale tanto para el patio del colegio como para el de la cárcel, pero también para el patio de la vida. Al matón le gustan los tipos que le ríen las gracias, que le hacen la pelota, que imitan su manera de hablar y fabrican coartadas jurídicas para sus tropelías. El diálogo entre Aznar y Bush a cuatro días de una de las mayores masacres de la historia, parece sacado de Los Soprano. No son, ni de lejos, dos hombres de Estado negociando un acuerdo o intercambiando opiniones sobre la situación política internacional. Son dos facinerosos planeando con una frialdad increíble un golpe que implicaba acabar con miles de personas inocentes, hacia las que no muestran empatía ninguna. Ser de derechas, según Ana Botella, exige aparecer en la foto en la que el jefe de recursos humanos del planeta te pasa la mano por el lomo con el afecto con el que Bush se la pasa a Aznar en la de Las Azores. A nuestra Ana Botella le encanta esa imagen que sacó a España del rincón de la historia para conducirla a las mazmorras de Abu Ghraib o a las jaulas de Guantánamo. Ser de derechas, ha asegurado la segunda teniente alcalde de Gallardón, consiste en mover el rabo al que tiene una pistola en la sobaquera y juega con un palillo entre los dientes. Quizá haya otros modos de ser de derechas, no decimos que no, pero si es cierto que el que calla otorga, el silencio en torno a las palabras de esta mujer pone la carne de gallina.

divendres, 21 de setembre del 2007

Promesas

PROMESAS

Hemos inventado los notarios, los registradores de la propiedad, los contratos blindados, los depósitos a plazo fijo, los planes de pensiones, los seguros médicos, los de accidentes, el casco de motorista, la puerta blindada, la alarma antirrobo... Pero nadie nos quita la sospecha de que la seguridad sigue basada en pactos imaginarios enormemente frágiles. Si tu banco se va al carajo, por más papeles que hayas firmado con él, tú te vas al carajo. Sabemos que si tiramos una moneda al aire, enseguida regresa a nuestra mano porque llevamos siglos jugando a cara o cruz sin que una sola vez se haya quedado flotando. Esa regularidad no garantiza, sin embargo, que siempre sea así. A lo mejor un día no cae.

Por eso mismo, lo primero que hago cada mañana al salir de la cama es arrojar un euro al aire. Si vuelve a caer, comienzo el día suponiendo que también funcionarán la cafetera y la radio de la cocina, aunque sin olvidar que las leyes físicas más elementales pueden fallar. Voy, pongamos por caso, a hacer una gestión al Ministerio de Hacienda y pido la vez en una ventanilla dando por hecho, como es lógico, que la señorita que hay al otro lado, cuando llegue mi turno, me atenderá en castellano. Pero procuro estar preparado también para la posibilidad de que me atienda en sueco, o en suajili, incluso en esperanto, pues cosas más raras suceden. Veamos el caso de las mujeres: suele decirse que el feminismo ya no tiene razón de ser, porque todas sus reivindicaciones se han cumplido. Pero observas la foto de los ministros de Finanzas reunidos la semana pasada en Portugal y cuesta más dar con una mujer que encontrar a Wally. Y eso que estaban todos juntos en la popa de un barco que debía de oler, por cierto, a rayos, pues la testosterona, en concentraciones muy altas, provoca un tufo insoportable. Por eso los periódicos de aquel día apestaban. Hemos tirado la moneda al aire, en fin, y no cae. Cierras los ojos, los abres, vuelves a mirar la foto de los ministros y continúa llena de tíos, lo que demuestra que no hay nada seguro, aunque unas cosas son más inestables que otras. La ley de la gravedad viene dando lo que promete desde que el mundo es mundo. Lástima que no sea un partido político.

divendres, 14 de setembre del 2007

Especialización

ESPECIALIZACIÓN

Conocidas como "las canaperas", viven en Madrid tres señoras que acuden a las presentaciones de libros en las que se sirven canapés. Da igual que el libro sea de ensayo o de ficción, de derechas o izquierdas, de tapa dura o de bolsillo. Resulta indiferente también que se presente en el Círculo de Bellas Artes, en la Casa de América o en el Thyssen- Bornemisza. Basta con que haya canapés para que aparezcan esas tres gracias, cuya conversación por otra parte es muy instructiva, pues son capaces de evaluar, a tres o cuatro metros de distancia de una bandeja, la calidad de los emparedados. A los escritores nos resultan muy útiles para saber el grado de confianza que el editor ha puesto en nuestra obra.

Jamás he tropezado con estas señoras en ambientes que no fueran los descritos. Ni en la cola del cine, ni en el autobús, ni en las ventanillas del Ministerio de Hacienda, ni en las escaleras de El Corte Inglés... Solamente las encontrarás donde haya canapés gratis, como si la selección natural las hubiera preparado para sobrevivir única y exclusivamente en ese medio, donde actúan con una habilidad que tiene fascinado al mundo de la cultura. Tal fascinación no significa, sin embargo, que si se presentaran a las próximas elecciones salieran elegidas. Un excelente catador de fiambres puede resultar un pésimo presidente del Gobierno. Cada uno a lo suyo. Rajoy, Zaplana y Acebes comparten con nuestras canaperas su alto grado de especialización: sólo se les ve donde ha ocurrido una desgracia. Que ETA pone una bomba, ahí están; que se hunde un petrolero, a los tres minutos se manifiestan en la tele; que la economía da un traspiés, se aprestan a vaticinar el fin de todo. Jamás los encontrarás en una boda, en un bautizo, en un lugar donde haya motivos de alegría. Si el empleo aumenta, el terrorismo se toma unas vacaciones o la renta nacional se dispara, desaparecen del mapa como las moscas en enero. Cabe pensar, en fin, que si estos tres cenizos ganaran las elecciones generales, se sintieran biológicamente impelidos a crear un mundo donde sólo hubiera entierros del mismo modo que las canaperas, si les fuera posible, vivirían en un universo donde únicamente hubiera canapés.

divendres, 7 de setembre del 2007

Inventos

INVENTOS

Muchos creíamos que el cajero automático se había desprendido de la filosofía bancaria con la naturalidad con la que la baba se desprende del cuerpo del caracol. Ni se nos pasó por la cabeza que hubiera que inventarlo. Pero lo cierto es que se le ocurrió a un tal John ShepherdBarron, mientras sesteaba en la bañera, igual que a Arquímedes el principio homónimo. Cabe preguntarse en qué estaría pensando Shepherd-Barron para que se le viniera a la cabeza un aparato con tantas ranuras, unas para dar y otras para tomar. Fantasías eróticas que en apariencia no van a ningún sitio se concretan luego en artefactos enormemente útiles para la humanidad. A estas alturas, no podríamos vivir sin el cajero automático (ni sin la licuadora de frutas, que es una representación mecánica de perversiones como la coprofilia y la lluvia dorada).

Tampoco podríamos vivir sin el fotomatón. El fotomatón compite en número de ranuras con el cajero automático y de los dos aparatos obtienes una imagen de ti mismo. La diferencia entre uno y otro es que el cajero te da conversación y te pregunta, por ejemplo, en qué idioma deseas copular con él. Según algunos estudios, mucha gente pide el saldo en francés, porque la respuesta, tanto si es buena como mala, suena mejor que en castellano. Nunca -aconsejan estos estudios- se debe pedir el saldo en alemán, porque si tienes mucho suena como si tuvieras poco y, si tienes poco, parece que te insulta al tiempo de darte la información. El segundo idioma más solicitado es el gallego, también por su capacidad para dulcificar las malas noticias. Es el que uso yo. Lo cierto es que, al final, tanto el fotomatón como el cajero te retratan. Y por lo general sacan lo peor de ti: el fotomatón, ese rictus de hiena que los años no han hecho sino acentuar; el cajero, esa nómina tísica con la que no vas a ningún sitio. Quiere decirse que de la relación con las rendijas casi siempre salimos mal parados (y peor cuanto más orgánicas parecen). Tendríamos que inventar un aparato sin boca, sin oídos, sin culo... Una especie de caja hermética en la que no pudiéramos meter nada ni sacar nada. Un objeto absolutamente puro, un poema. Lo difícil sería comercializarlo.

diumenge, 2 de setembre del 2007

El chocolate

EL CHOCOLATE

En el momento de despertarme, una frase absurda atravesó mi cabeza como un relámpago: «El chocolate no respira bien en la nevera.» Me olvidé del asunto mientras desayunaba, pero unas horas más tarde, al abrir el frigorífico, vi una tableta de chocolate y me pareció que jadeaba, por lo que la metí en el cajón del pan. El problema de las frases que te vienen a la cabeza cuando tienes un pie en el sueño y el otro en la vigilia es que no hay manera de saber si son ocurrencias tuyas o mensajes de la realidad. En cualquier caso, era muy evidente que el chocolate se encontraba más a gusto en el cajón del pan y allí se quedó. Por la tarde, mi mujer preguntó que quién lo había sacado de la nevera y yo puse cara de no saber. «A quién se le ocurre -dijo-, con el calor que hace», mientras volvía a colocarlo en su sitio.

Esa noche no lograba dormirme pensando en la pobre tableta de chocolate. Tenía la impresión de que había utilizado el 100% de las posibilidades de su alma pequeña para pedirme que la liberara, de modo que cuando la respiración de mi mujer se hizo más pausada, me levanté, fui a la cocina y la saqué otra vez de la nevera. Estaba un poco deformada por las horas que había pasado en el cajón del pan, pero me pareció que su tendencia natural era la disolución y que el frío de la nevera hacía lo que las máquinas de los hospitales, que nos mantienen cruelmente aferrados a la vida cuando ya no tenemos arreglo. Durante el desayuno, mi mujer volvió a descubrir el cambio y esta vez se limitó a mirarme con paciencia. Sabe que cuando me obsesiono con algo es mejor darme por imposible.

Durante los días siguientes, cada vez que iba a casa de un amigo me colaba furtivamente en la cocina y liberaba al chocolate del frío. Empezaron a hablar de mí y cuando mi mujer me apretó las tuercas, le dije lo que me había pasado y se rió. «De modo -dijo- que ahora oyes voces que te mandan sacar el chocolate de la nevera. Tú no estás bien.» Y es verdad, no estoy bien. Tampoco hay que ser una eminencia para darse cuenta de que me pasa algo, pero, a pesar de todos mis problemas, soy el único de la familia que se ha dado cuenta de que el chocolate no respira bien en la nevera.