ONANISMO
La histeria mediática desatada en torno a la celebración de la caída del muro de Berlín nos ha recordado a aquella otra de la que fuimos víctimas con ocasión de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos. De hecho, una vez recogido el decorado, nos hemos vuelto a quedar un poco tristes, como el onanista tras la eyaculación. ¿Somos más sabios después de tantos artículos, tantos telediarios, tantos reportajes? No lo parece, la verdad, ni siquiera somos más felices. El consumo excesivo (sea de noticias, de trajes de Milano o de angulas) jamás proporciona la dicha que promete. Jaume Matas, después de hacerse con un palacio que atiborró de tesoros dignos de un sultán, tuvo que huir a Nueva York en busca de una paz que no hallaba en la utilización compulsiva de unas escobillas de váter que le habían salido a 375 euros la unidad.
Estamos tan rodeados de nada que una noticia sin histeria no es noticia. Sucede en todos los ámbitos, también en el de los libros, el del cine, el del arte y el de la gastronomía, por no hablar de las necrológicas, cada día más infladas. Pero la sensación de plenitud de la histeria dura lo que un orgasmo triste. La virtud del fútbol es que nos garantiza varios orgasmos por semana, todos igual de inanes y por lo tanto perfectamente repetibles. Cuando no es que el Alcorcón ha humillado al Real Madrid, es que Guti ha mandado a tomar por el culo a su jefe (sin dejar por eso de cobrar una pasta) o que a Ronaldo le ha echado mal de ojo un brujo. Pero volviendo al Muro, hemos echado en falta el testimonio de las mujeres del Este a las que la caída del telón permitió establecerse como putas en Occidente, garantizando así nuestra libertad de elección. El problema es que ese testimonio habría rebajado la histeria informativa y la buena conciencia que tanto placer nos produjeron mientras duraron.
La histeria mediática desatada en torno a la celebración de la caída del muro de Berlín nos ha recordado a aquella otra de la que fuimos víctimas con ocasión de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos. De hecho, una vez recogido el decorado, nos hemos vuelto a quedar un poco tristes, como el onanista tras la eyaculación. ¿Somos más sabios después de tantos artículos, tantos telediarios, tantos reportajes? No lo parece, la verdad, ni siquiera somos más felices. El consumo excesivo (sea de noticias, de trajes de Milano o de angulas) jamás proporciona la dicha que promete. Jaume Matas, después de hacerse con un palacio que atiborró de tesoros dignos de un sultán, tuvo que huir a Nueva York en busca de una paz que no hallaba en la utilización compulsiva de unas escobillas de váter que le habían salido a 375 euros la unidad.
Estamos tan rodeados de nada que una noticia sin histeria no es noticia. Sucede en todos los ámbitos, también en el de los libros, el del cine, el del arte y el de la gastronomía, por no hablar de las necrológicas, cada día más infladas. Pero la sensación de plenitud de la histeria dura lo que un orgasmo triste. La virtud del fútbol es que nos garantiza varios orgasmos por semana, todos igual de inanes y por lo tanto perfectamente repetibles. Cuando no es que el Alcorcón ha humillado al Real Madrid, es que Guti ha mandado a tomar por el culo a su jefe (sin dejar por eso de cobrar una pasta) o que a Ronaldo le ha echado mal de ojo un brujo. Pero volviendo al Muro, hemos echado en falta el testimonio de las mujeres del Este a las que la caída del telón permitió establecerse como putas en Occidente, garantizando así nuestra libertad de elección. El problema es que ese testimonio habría rebajado la histeria informativa y la buena conciencia que tanto placer nos produjeron mientras duraron.
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