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diumenge, 15 de novembre del 2009

El principio de realidad

EL PRINCIPIO DE REALIDAD

No me pregunten dónde estaba yo cuando mataron a Kennedy, ni el día en que murió Marilyn o llegó el hombre a la Luna, ni la noche en que cayó el Muro de Berlín. Por no saber, no sé ni dónde me encontraba el día de mi primera comunión. Me recuerdo vagamente rodeado de tías y de madres y de abuelas que me arreglaban el pelo o el traje de almirante recién alquilado. Tampoco he olvidado el pánico a manchar aquel traje de militar, asunto incompresible y sobre el que pregunté a mi madre, que no supo contestarme. «Es lo que hace todo el mundo», zanjó ante mi insistencia.

Veo, avanzando hacia el altar, a un tipo que evidentemente soy yo (conservo fotografías de la época en las que me reconozco). Otra cosa es que yo estuviera allí, en el mismo lugar en el que se encontraba mi cuerpo. Ya entonces había adquirido una habilidad diabólica para fugarme de las realidades hostiles y aquella era terrible, sobre todo si pensamos que por la mañana me había tomado involuntariamente un caramelo. Quiere decirse que no estaba en ayunas y que cometería, al comulgar, un pecado mortal. Si muriera esa noche, iría de cabeza al infierno.

«Nosotros no vivimos en la realidad, pero la visitamos», asegura un personaje de John Le Carré al hablar de los espías. Tal es mi caso. Siempre he estado de visita en la realidad, y porque no me ha quedado otro remedio. Conozco más o menos sus leyes, he aprendido lo que significa un semáforo en rojo y sé que al llegar a la pescadería hay que pedir la vez. Aprendí también lo más difícil: a ganarme la vida (de un modo bien raro, por cierto), y voy, mal que bien, tirando, aunque meto la pata, por puro despiste, con más frecuencia de la que desearía. Por eso me producen tanta envidia las personas que viven en la realidad como si la realidad fuera su hogar. Es el caso, sin ir más lejos, de Sarkozy, que no sólo se acuerda de dónde estaba él cada vez que sucedió algo importante, sino que estuvo en todos los sitios donde ocurrió algún suceso histórico, incluyendo la creación del mundo. Ahora sólo le falta aceptar que es bajito, asunto real como pocos, pero que lleva fatal el hombre, según se desprende de las medidas que toma para que no se le note.

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