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divendres, 30 de setembre del 2005

Privatizaciones

PRIVATIZACIONES

Que la muerte sea un negocio resulta triste; que sea un buen negocio, turbador. Las acciones de Funespaña, una empresa funeraria de Madrid con capital mixto, subieron el otro día como la espuma (más del 10%) al detectar los inversores que el Ayuntamiento podría privatizar la parte de la que todavía es dueño. No nos gusta que las pompas fúnebres copien el modelo industrial de las grandes superficies, pero que coticen en Bolsa nos parece excesivo. A este tipo de negocio le viene bien un tamaño familiar, de clase media, que dé para ir tirando. En nuestra imaginación, lo equiparamos a las antiguas mercerías, a los pequeños talleres de reparación de electrodomésticos, a las peluquerías de barrio, donde el trato con el cliente es muy directo, muy personal: todo lo contrario de lo que ofrecen las grandes superficies, a las que no sabes si dirigirte de tú o de usted, sentado o de rodillas.

Deberíamos dejar a la muerte fuera de las leyes del mercado para que los enterramientos no perdieran su significado original de devolver el cuerpo a la tierra, de la que procede. Precisamente religión viene del verbo latino religare, que significa unir o volver a unir. Inhumar los restos de un familiar poseía, en ese sentido, una fuerte carga religiosa. Ahora, con la entrada de los grandes capitales en el sector, el cadáver ha devenido en una inversión, o en una desinversión, depende desde el lado del catafalco que lo mires. Cualquier día de éstos llega una industria cárnica y hace una OPA hostil contra Funespaña o cualquier otra empresa de este tipo. Entre nosotros, y perdonen la dureza de la pregunta, ¿quién se tomaría una hamburguesa de esa marca fúnebre?

A todo esto, los empleados de Funespaña han anunciado movilizaciones contra la privatización, que se traducirá en un recorte de puestos de trabajo. Una vez que la muerte entra en el mercado, hay que enterrar a destajo y dar el pésame en serie. Estamos de acuerdo con los empleados. Si renunciamos a que las funerarias tengan el tamaño correcto, mantengámoslas al menos como servicio público. El Estado es el que mejor representa los intereses de la comunidad, incluso de la comunidad de los difuntos. Suerte.

divendres, 23 de setembre del 2005

Coincidencia

COINCIDENCIA

Coincidencia El País 23.09.2005

Vi a tres personas distintas en tres lugares diferentes leyendo el mismo libro, así que pensé que se trataba de un mensaje y me lo compré. Se titulaba Ven y enloquece y otros cuentos de marcianos. Su autor, Frederic Brown, es un loco que alcanzó cierta fama en los cincuenta con relatos de misterio y ciencia-ficción. El primero contaba la historia de un niño que va con sus padres al teatro, a ver a un mago muy famoso. De camino, entran en la catedral, en cuya pila bautismal, mientras sus padres hablan con el párroco, el niño carga una pistola de agua que le acaban de regalar. Ya en el teatro, el mago reclama la ayuda de algún espectador. El niño se adelanta y el mago, que en realidad es Lucifer, provoca, para acabar en ese mismo instante con el mundo, un extraño fuego que el niño apaga disparando un chorro del agua bendita. Nadie, excepto él, se ha dado cuenta de que el mago es Luzbel.

Al regresar a casa, el padre coge una correa para azotar a su hijo. La madre, angustiada, le pregunta por qué. El marido sacude la cabeza: "¿No recuerdas", dice, "que le hemos comprado la pistola de agua de camino hacia el centro y que después de eso no ha estado cerca de ningún grifo? ¿Dónde crees que la ha llenado? La ha llenado cuando hemos parado en la catedral para hablar con el padre Ryan sobre su confirmación. ¡En la pila bautismal! ¡Ha usado el agua bendita para llenar la pistola!". Al poco se escuchan los aullidos del niño y el golpe de la correa sobre sus nalgas. El relato termina así: "Herbie, que había salvado al mundo, recibía su recompensa".

La lectura me puso los pelos de punta porque yo mismo, de niño, había cargado una vez mi pistola en la pila que había a la entrada de la iglesia. El remordimiento por aquella acción me persiguió durante todo el día. Me desperté varias veces en medio de la noche con un sudor frío, convencido de que me iba a condenar. Pensé en el suicidio. Y me suicidé a la mañana siguiente, disparándome en la sien un buen chorro de aquel líquido sagrado. Había olvidado aquel episodio de mi infancia cuando el azar trajo a mis manos el libro de Frederic Brown. Después de todo, me dije, quizá yo había salvado también al mundo al suicidarme.

divendres, 16 de setembre del 2005

Intransitivos

INTRANSITIVOS

Cuando enciendo mi ordenador portátil, lo primero que hace es buscar una red inalámbrica. Si no da con ella, te lo dice con cierto desánimo: "No se encontró una red inalámbrica a la que conectarse". Vaya por Dios, exclamo yo sintiéndolo más por él que por mí, pues aunque trato de que se sienta útil encomendándole diversos menesteres, también sé que su vida no alcanza un sentido pleno hasta que se conecta a Internet, que es su país, su patria, quizá su corazón o su hígado. Sin Internet, se contagia de la opacidad propia del universo analógico y deviene en un trasto, un cachivache, un chisme. Su necesidad de conectarse es tal que ha desarrollado unos órganos internos capaces de detectar cualquier red, por sutil que sea. En situaciones desesperadas, me propone que nos enganchemos a la del vecino, que lógicamente paga él.

Le entiendo porque lo primero que hago yo cuando me despierto es asomarme a la ventana para conectarme a la realidad exterior. Todavía en pijama, veo si está nublado, si hace viento, si la chica que toma el autobús en la parada de enfrente se encuentra ahí, como todos los días a esta hora, o ha cogido la primera gripe del otoño. No puedo ni imaginar que una mañana, al levantarme, no fuera capaz de encontrar la ventana. Me asfixiaría o me daría un ataque de angustia. Algo así le ocurre a mi portátil cuando no logra dar con una ranura desde la que asomarse al universo digital. Se niega a trabajar, se cuelga, se ralentiza, se le viene abajo la tensión.

Por fortuna, algunos hoteles que ya ofrecían ventanas para los seres humanos, han creado redes inalámbricas para los portátiles. Si hay gente que no está dispuesta a viajar sin su perro, muchos nos negamos a salir de casa sin nuestro ordenador. El problema es que el ejemplo no cunde. La mayoría de los aeropuertos aún no dispone de este servicio, lo que es como si hubiéramos inventado los pulmones antes que el aire o el sacacorchos antes que el corcho. Escribo estás líneas desde Barajas, pero quizá no pueda enviarlas al periódico porque el ordenador no ha detectado ninguna red inalámbrica. Estamos encerrados él y yo en nosotros mismos. En estos instantes, somos completamente intransitivos. ¿Hay alguien ahí fuera?

divendres, 9 de setembre del 2005

Armas

ARMAS

El modelo económico de Estados Unidos es el nuestro, de modo que a la revelación de que los Reyes Magos son los padres y que los niños no vienen de París habrá que añadir en seguida la de que el Séptimo de Caballería no existe. El Séptimo de Caballería era el Estado, que llegaba con su mano (o con su espada, si ustedes lo prefieren) a donde no alcanzaba la del individuo. Cuando uno estaba rodeado por los indios, aislado por la nieve o tirado en medio de la calle por falta de recursos, llegaba el Estado y le rescataba, le lanzaba víveres desde el aire o lo conducía urgentemente al hospital. Todo eso es pura fantasía. Pertenece a una época en la que se aspiraba a alcanzar un equilibrio entre la iniciativa privada y la pública en la convicción de que tenían intereses comunes.

A menos Estado, más pánico, de ahí que en Estados Unidos esté permitida la posesión individual de armas. Cuando nosotros, a base de competir por ver quién es el partido político que baja más los impuestos, tengamos un Estado famélico, también exigiremos que nos permitan guardar una pistola debajo de la almohada y un rifle detrás de la puerta, si no para defendernos frente a eventualidades como la del Katrina, para suicidarnos antes de que nos violen contra las letrinas de un estadio. Y no nos engañemos: vamos hacia una organización económica insolidaria, atroz, injusta, antidemocrática, nazi en más de un aspecto, porque nuestro modelo es un país en el que se ha privatizado todo menos la guerra. Los médicos, los ingenieros, los fármacos, los hospitales de campaña se encuentran en Irak, instaurando la democracia, como es bien sabido.

Pero no todo es malo en el pensamiento económico de la extrema derecha: ya se anuncian los beneficios de la reconstrucción de Nueva Orleans, bien es cierto que en términos de oportunidad de negocio más que en términos de reparación moral. Las imágenes de los damnificados agitando los brazos desde la azotea del Superdome mientras en los pisos inferiores se producían violaciones y crímenes sin cuento evocaban las de los motines carcelarios. Y es que eran presos, en efecto, de una Constitución cuyo primer artículo debería decir: Sálvese quien pueda.

divendres, 2 de setembre del 2005

Fútbol

FÚTBOL

La Liga de fútbol es un regulador intestinal, un tonificador cardiaco, un estimulante muscular. Comienza a finales de agosto para atenuar los efectos colaterales del 1 de septiembre en el cuerpo social. Es posible que durante el verano hayamos descubierto que no amamos a nuestra esposa, o que ella nos detesta; tal vez en ese raro instante de lucidez que proporciona la siesta veraniega, nuestra vida nos haya parecido un desastre; es posible que ni siquiera tengamos el proyecto de iniciar una colección de fascículos. Pero nos sentamos frente a la tele, y aparece la Liga como una referencia moral imperturbable. Siempre es la misma, no importa quién gobierne ni el precio del barril de petróleo. Por si fuera poco, en el Madrid ha brotado Robinho como en otras temporadas brotaron a Beckham o Ronaldo. Robinho no es un jugador, es un hechicero. No jugó, hizo magia negra.

Crecí convencido de que odiaba el fútbol. Y resulta que me estremece. ¿Puede uno equivocarse tanto y durante tantos años? Es evidente que sí, y en varias direcciones. Un pintor de éxito me confesó este verano que aborrecía el arte. Se había dado cuenta al despertarse de una siesta, en la playa, y ver que el mar real era idéntico a una pintura abstracta. Me gusta el fútbol, aunque todavía no sé lo que me dice. De momento, me ha ayudado a instalarme en septiembre como en el interior de un suéter viejo y protector. Desde ese espacio, escucharé el mensaje del balón hasta que haya logrado descifrar su sentido. No me avergüenza confesar que este cambio tiene todas las características de una conversión religiosa, por lo que me empaparé también de los textos sagrados sobre la materia, bajo cuya luz los partidos alcanzarán un resplandor inédito.

No será un camino de rosas. Al fútbol, como a Dios, se puede llegar a través del éxtasis o de la ascesis. Yo soy asceta. Todo lo he conseguido a fuerza de privaciones, de trabajo, de estudio. Sospecho que tampoco en este ámbito del conocimiento se me regalará nada. Desde aquí me encomiendo a Segurola y a De la Morena, cuya guía espiritual me ayudará, una vez que la verdad me haya sido completamente revelada, a saber a qué equipo pertenezco.