COMPLICACIONES
Cómo tener la conciencia tranquila en un mundo donde, entre otras obligaciones morales cotidianas, están las de reciclar la basura, la de recoger la caca del perro, la de ayudar a una ONG, la de no comer carne de animales en peligro de extinción, la de no gastar más agua o más electricidad de las debidas, la de comprar sólo en tiendas de comercio justo…?
Además, si quieres ser un buen ciudadano, has de formarte una opinión sólida sobre la Ley de Economía Sostenible. Todo ello por no hablar de un sinfín de situaciones políticas a las que no se pueden cerrar los ojos sin sentir una puñalada en la conciencia.
Pero supongamos que has reciclado, que has recogido la caca del perro, que has subvencionado a una ONG, que no has comido atún ni anguila, que no has tirado de la cadena más veces de las debidas ni te has recreado en la ducha, donde sólo utilizas, por cierto, jabones ecológicos.
Supongamos, en fin, que llevas un comportamiento ejemplar desde que te has levantado de la cama. Pero hete aquí —qué rayos querrá decir hete aquí— que llegas al semáforo y tropiezas con un pobre concreto, y no una mera abstracción, vendiendo pañuelos de papel. Es tu oportunidad de ayudar a un ser humano con ojos y con boca y quizá con barba de tres días y con nombre. Le puedes preguntar su nombre. Resulta que se llama Pablo, como tu hijo pequeño, y que viene de Ecuador. Dale un euro y lárgate, coño, no te compliques la vida. Pero es que yo, de joven, pensaba que a los pobres no había que darles limosnas, sino armas. De joven pensabas muchas tonterías, muchacho, porque tenías todo el tiempo del mundo para lavar la conciencia.
Ahora has de ganarte la vida y reciclar las basuras y recoger las cacas del perro, etc. Todo eso sin contar con que el crío pequeño, Pablo, va fatal en el colegio —seguro que porque no le prestas la atención que requiere— y que la madre de tu mujer ha sufrido un ictus y que en los últimos años, sin darte cuenta, te has metido en más deudas de las aconsejables.
Qué difícil, ¿no?, levantarse con la conciencia tranquila y mantenerla en ese estado durante todo el día. Qué difícil la relación con el mundo, con la realidad. Si para la declaración de Hacienda precisas de un asesor, ¿qué necesitarías para entender al Gobierno entero?
Cómo tener la conciencia tranquila en un mundo donde, entre otras obligaciones morales cotidianas, están las de reciclar la basura, la de recoger la caca del perro, la de ayudar a una ONG, la de no comer carne de animales en peligro de extinción, la de no gastar más agua o más electricidad de las debidas, la de comprar sólo en tiendas de comercio justo…?
Además, si quieres ser un buen ciudadano, has de formarte una opinión sólida sobre la Ley de Economía Sostenible. Todo ello por no hablar de un sinfín de situaciones políticas a las que no se pueden cerrar los ojos sin sentir una puñalada en la conciencia.
Pero supongamos que has reciclado, que has recogido la caca del perro, que has subvencionado a una ONG, que no has comido atún ni anguila, que no has tirado de la cadena más veces de las debidas ni te has recreado en la ducha, donde sólo utilizas, por cierto, jabones ecológicos.
Supongamos, en fin, que llevas un comportamiento ejemplar desde que te has levantado de la cama. Pero hete aquí —qué rayos querrá decir hete aquí— que llegas al semáforo y tropiezas con un pobre concreto, y no una mera abstracción, vendiendo pañuelos de papel. Es tu oportunidad de ayudar a un ser humano con ojos y con boca y quizá con barba de tres días y con nombre. Le puedes preguntar su nombre. Resulta que se llama Pablo, como tu hijo pequeño, y que viene de Ecuador. Dale un euro y lárgate, coño, no te compliques la vida. Pero es que yo, de joven, pensaba que a los pobres no había que darles limosnas, sino armas. De joven pensabas muchas tonterías, muchacho, porque tenías todo el tiempo del mundo para lavar la conciencia.
Ahora has de ganarte la vida y reciclar las basuras y recoger las cacas del perro, etc. Todo eso sin contar con que el crío pequeño, Pablo, va fatal en el colegio —seguro que porque no le prestas la atención que requiere— y que la madre de tu mujer ha sufrido un ictus y que en los últimos años, sin darte cuenta, te has metido en más deudas de las aconsejables.
Qué difícil, ¿no?, levantarse con la conciencia tranquila y mantenerla en ese estado durante todo el día. Qué difícil la relación con el mundo, con la realidad. Si para la declaración de Hacienda precisas de un asesor, ¿qué necesitarías para entender al Gobierno entero?
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