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dilluns, 30 de juny del 2008

Espacios respirables

ESPACIOS RESPIRABLES

Dos chicas discutían en la mesa de al lado. Una aseguraba que cabían más cosas en la realidad que en el interior de la cabeza. La otra, que cabían más cosas en el interior de la cabeza que en la realidad. Una llevaba el pelo largo. La otra corto.

- Pero si es que no tienes más que abrir los ojos para ver que la realidad está llena de cosas -dijo la del pelo largo. Fíjate, aquí mismo: la mesa, nosotras dos, las sillas, las botellas de Coca Cola, el servilletero, lleno de servilletas, el donut, tu paquete de tabaco, tu mechero, tu pinza para el pelo, tu cuaderno, el mío, los bolígrafos?

- No sigas -cortó la del pelo corto-todo esto cabe también dentro de mi cabeza. De hecho está dentro de mi cabeza. Tengo dentro cualquier cosa que seas capaz de mencionar. ¿Quieres un ornitorrinco?, tengo varios en mi cerebro. ¿Quieres una vaca?, hay manadas enteras de vacas trotando entre las paredes de mi bóveda craneal.

- ¿Y a dónde van? -preguntó la otra.

- ¿Cómo que a dónde van? A ningún sitio. No necesitan ir a un lugar concreto para existir. Por cierto, que levantan una polvareda increíble. Parece niebla, pero es polvo.

- ¿Y no hay ningún vaquero?

- Hay varios. Trotan también con sus caballos alrededor de las vacas. Llevan lazos y látigos en las manos. A uno se le acaba de caer el sombrero, pero lo recoge sin necesidad de desmontar, agachándose al pasar al trote junto a él.

- La verdad -concedió la chica del pelo largo- es que es alucinante que dentro de una cabeza quepa una ganadería entera.

- Y eso -apuntó la otra- que tanto las vacas como los hombres tienen un tamaño normal, no son diminutos como cabría esperar.

- Pues es un misterio.

- ¿Caben o no caben más cosas en la cabeza que en la realidad?

- Me rindo, llevabas tú razón. La realidad es más pequeña que un ascensor.

De súbito, sentí un ataque de claustrofobia, de modo que cerré los ojos y huyendo de la realidad mezquina me metí dentro de la cabeza, donde había espacios amplios, respirables.

divendres, 27 de juny del 2008

Otro enigma

OTRO ENIGMA

Un amigo mío volvió de México con un desodorante a medio gastar en la maleta. Lo había comprado en una de las tiendas del hotel en el que se había hospedado y le gustaba por su suavidad (era de los de crema) y por su olor a pino. Aunque los desodorantes son neutros, pues su función no es producir olor, sino evitarlo, aquél, por lo visto, olía a pino. Pues bien, me llamó para decirme que en España no le funcionaba.

- ¿Cómo que no te funciona?

- Como lo oyes. Y tampoco me funciona una botella de tequila que compré en Oaxaca. Bebo y bebo como si nada.

Pensé que se había vuelto loco. ¿Por qué si no iba a contarme aquellas tonterías, incluso aunque fueran ciertas? Colgué el teléfono con gesto de indiferencia, pero se me quedó en la cabeza la idea de que los desodorantes mexicanos no funcionaban en España. Quizá en México no tuvieran efecto los españoles.

A los pocos días, mi amigo se murió de un tumor en el cerebro. En el entierro me enteré de que se lo habían detectado hacía un mes en un estado bastante avanzado, pues no había dado síntomas. Pregunté por qué se había ido a México en tales circunstancias y me dijeron que había sido algo así como una última voluntad. Durante aquel mes cambió de hábitos. Se volvió zurdo, por ejemplo, y comenzó a encontrar un gran placer en escuchar ruidos de la naturaleza. En internet hay bancos de todas clases de ruidos: el de una cascada, el de un río, el del ala de una gaviota cortando el aire, el del zumbido de una mosca, etc. Mi amigo grabó cientos de estos sonidos y se los llevó a México, donde al parecer descubrió también el universo de los desodorantes.

Permaneció en la capital mexicana diez días que nadie sabe a qué se dedicó exactamente. Hablaba todos los días con su mujer y enviaba correos electrónicos a sus hijos (todos mayores). No dejó notas de ninguna clase, no llevó ningún diario. Lo único que sabemos es que se volvió zurdo, que descubrió que cosas que funcionaban en México no funcionaban en España, y que finalmente se murió. Un enigma, en fin, otro más en una existencia que, a medida que avanza, se va llenando de ellos.

El burdel

EL BURDEL

Ser decente es una lata. Implica creer en la dignidad del ser humano y todo eso. Hay cosas (explotar a un semejante, por ejemplo) que una persona honorable no puede permitirse. ¿Pero a quién no le apetece echar de cuando en cuando una cana al aire? Los padres de familia tradicionales (ejemplares, por lo general) tenían para desahogarse el burdel, donde azotaban el culo de las chicas o pedían a las chicas que azotaran el suyo. ¿Por qué no hay burdeles para que las personas virtuosas descansen de su ejemplaridad? Pues sí los hay: ahí está el Parlamento Europeo, donde llegas un día agobiado por las obligaciones morales características de un político honesto, y te puedes permitir el lujo de votar una jornada laboral de 60 horas semanales. Sesenta horas semanales de trabajo son una perversión, como practicar el sexo con correas y lavativas. Equivalen a 12 horas diarias, sin contar los desplazamientos. Porno duro, en fin. ¿Pero a quién no le apetece de vez en cuando despendolarse un poco? ¿Quién no alberga en el fondo de su alma fantasías sadomasoquistas? Pues ahí está el Parlamento Europeo para dar salida a todas estas necesidades. Pongamos que usted, pese a ser un individuo cabal, ha soñado en alguna ocasión con tener en un sótano a un niño, jugar con él durante equis meses y luego abandonarlo en cualquier país. Pues eso lo puede votar ahora mismo en el Parlamento Europeo. Y quien dice un niño dice un hombre hecho y derecho. Coger a un negro, qué maravilla, y encerrarlo una temporada por hambriento, para que aprenda, sin consecuencias de ninguna clase. El burdel es una institución absolutamente necesaria. Reconocer su existencia significa reconocer el lado oscuro del hombre. Si bien no tenemos nada contra sus clientes, nos gustan las personas que, como Borrell u Obiols, se niegan a utilizar sus servicios.

dimecres, 25 de juny del 2008

Consumidores sin sentido

CONSUMIDORES SIN SENTIDO

Buscaba un taxi cuando vi algo que brillaba en el suelo. Era una llavecita que guardé en el bolsillo. Más tarde, al observarla detenidamente, advertí que, pese a ser de plata, parecía de verdad. Quiero decir que algo se abría y se cerraba con ella, aunque no se me ocurrió qué. Me recordaba, por su forma, una que había en casa, perteneciente al estuche de la máquina de coser de mi madre. Pero las llaves de estos estuches eran de metales humildes. También se parecía a la de los plumieres antiguos, pero la que había encontrado era más grande. Durante el resto del día atendí con diligencia a mis obligaciones. En ocasiones, mientras hablaba con la gente, metía la mano en el bolsillo y recorría sus formas. Tenía la cabeza en dos sitios a la vez, lo que tampoco es raro.

Por la tarde, al abrir la última novela de Juan Cruz, en cuya lectura andaba engolfado, tropecé con un pasaje en el que el narrador describe la redacción de un periódico de los años setenta. Cuenta que un compañero llegaba cada día, se sentaba ante su mesa y sacaba del bolsillo una llavecita con la que abría el estuche de su máquina de escribir. ¡La llavecita!, me dije. Se trataba, en efecto, de la llave del estuche de una máquina de escribir. Quizá, dado lo valiosos que eran simbólicamente aquellos artefactos, hacían sus llaves de plata. De repente, adquirió sentido el hallazgo de la mañana, se cerró un círculo. Pude por tanto meter la llave en un cajón cualquie ra y olvidarme de ella.

Somos consumidores insaciables de sentido. Reconocemos una coincidencia a dos leguas de distancia. Las familias en las que nace un niño a los pocos días de morir la abuela interpretan el hecho como un buen augurio. No es que crean exactamen te que el espíritu de la abuela se haya encarnado en el del nieto, pero sienten que algo que se había abierto con aquella muer te se cierra con este nacimiento. Nos gustan las películas que terminan de este modo por las mismas razones que a mí me tranquilizó encontrar en el pasaje de una novela una llave que me había encontrado horas antes en la calle. Sobre eso, no tengo ninguna duda: era la misma. A veces, se desprenden de la ficción cosas que van a parar a la realidad. Y viceversa. A ver si se lo cuento a Cruz.

dilluns, 23 de juny del 2008

No hay mal que por bien no venga

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

Si antes de la subida de la luz, por leer un rato en la cama, pagabas a la compañía eléctrica equis, ahora pagarás equis más el 11%. Así que en cierto modo se han encarecido los libros, me decía un vecino. Y no me fastidia por el dinero, añadía, sino porque me pasaré el tiempo de lectura haciendo cálculos económicos y no me concentraré en la novela. Todo está preparado para quitarnos la concentración de las cosas importantes, le dije por darle la razón. Mientras pensamos en el 11% de aumento del recibo de la luz, no pensamos en la muerte. Y la muerte es un asunto trascendental. Deberíamos darle más vueltas.

Mi comunidad de vecinos, en reunión solemne celebrada el pasado martes, ha decidido que, para no notar la subida, reduciremos en un 11% el tiempo que permanecen encendidas las luces de las escaleras y el portal desde que se presiona el interruptor. El del Tercero C ha calculado que si las comunidades de toda España hicieran lo mismo ahorraríamos el equivalente a la luz que gasta en un mes un pueblo de 4.000 habitantes. Le pregunté a qué pueblo se refería y dijo que daba lo mismo, un pueblo cualquiera.

-Si se trata de un pueblo cuyos habitantes leen mucho en la cama -aduje-, la cosa cambia. Leer en la cama se está poniendo en un pico.

Les expliqué mi caso y en seguida hicieron un cálculo de las líneas de las que me tenía que privar cada día para gastar lo mismo que antes: dos y media. Procuro llevarlo a rajatabla al objeto de concentrarme en el argumento de la novela y no en la economía. El mundo es maravilloso porque estamos completamente locos. Si estuviéramos cuerdos, tendríamos que pensar en la muerte y nos volveríamos sombríos, aunque nos sobrara la luz. No hay nada como una crisis económica para sortear un apuro moral. Cuando podíamos leer en la cama todo el tiempo que nos diera la gana, porque nos costaba un 11% menos, nos atacaba con frecuencia el insomnio. Ahora dices leo hasta aquí y lees hasta aquí. Y en el portal hablas menos con los vecinos, porque en seguida se apaga la luz. No hay mal que por bien no venga.

divendres, 20 de juny del 2008

La conciencia

LA CONCIENCIA

Dos chicas, en la mesa de al lado, hablaban del monstruo de Astetten, ese individuo de 73 años que guardaba en el sótano, con fines meramente utilitarios, a una hija de la que tuvo varios críos que resultaron ser hijos y nietos de forma simultánea. Las chicas, de unos quince años, tomaban cada una un batido de distinto color. Una iba en camiseta y vaqueros y la otra de uniforme: blusa blanca, jersey azul de pico y falda gris de tablas. La de la camiseta confesó a su amiga que tenía dentro de sí un sótano con un esclavo.

-¿Cómo es eso? -preguntó la de uniforme.

- Todos vivimos en la cabeza, ¿no?

- No sé, si tú lo dices.

- Pues yo imagino que en mi cabeza, donde paso la mayor parte del día, hay una escalera de caracol que desciende por mi cuerpo hasta la conciencia, que está por aquí abajo. Bien, al llegar a la conciencia abro una trampilla imaginaria y bajo a un sótano lleno de medidas de seguridad donde tengo encerrado a un chico de 28 años que conozco del autobús.

- ¿Y desde cuándo lo tienes ahí?

- Desde hace tres o cuatro años ya. Lo he convertido en mi esclavo. Hace todo lo que le pido.

- ¿Y qué le pides?

- Eso es un secreto. El caso es que desde que salió en los periódicos lo del monstruo de Astetten me da mal rollo bajar al sótano.

- Pues deja abierta la puerta de la conciencia y que se escape.

- No me apetece que se escape. Me ha costado mucho obligarle a cumplir mis deseos. Además, no creo que a estas alturas quisiera escapar. Tiene el síndrome de Estocolmo y se ha enamorado de mí locamente.

- Pues yo voy a pedir otro batido.

- Yo también, ahora de fresa, por cambiar de color.

Una chica que elegía los batidos por el color, pensé, no podía ser mala, aunque tuviera un esclavo en la conciencia. La gente guarda cosas increíbles en la conciencia. Por mi parte, no me habría importado que aquella cría me tuviera en la suya.

Paz espiritual

PAZ ESPIRITUAL

Un matrimonio mayor, que no había perdido sin embargo la facultad de hablar, conversaba en la mesa de al lado acerca de la ecuanimidad. Ambos opinaban que no era posible ser de izquierdas y ecuánime ni de derechas y ecuánime. De ahí, apuntó él, los problemas de los ecuánimes a la hora de votar, pues no hay partidos que recojan lo mejor de cada tendencia. La personas objetivas nunca han llevado una vida fácil, dijo ella limpiándose el carmín de los dientes (muy grandes, por cierto) con la punta de la servilleta. Tras unos instantes de silencio meditativo, él hizo una pregunta sobre la ecuanimidad de los vegetarianos. Son una peste, dijo ella, no como nosotros, que nos gusta la carne pero comprendemos a los naturistas. Es más, preferiríamos ser vegetarianos, pero aceptamos nuestras limitaciones.

Pregunté al camarero qué bebían, por si guardara alguna relación con aquella paz oriental en la que parecían instalados, y me dijo que vodka con tónica. Yo, idiota de mí, había pedido un té verde, antioxidante, sí, y todo lo que quieras, pero inhábil para aminorar esta necesidad enfermiza de tomar partido (síntoma de una impotencia emocional crónica). Tras cambiar de postura para escuchar mejor, averigüé que tenían en literatura y cine gustos eclécticos, qué envidia. En cuanto a la religión, consideraban que no se podía ser mahometano sin odiar a los católicos ni católico sin odiar a los mahometanos. Ellos, en cambio, respetaban a todos y creían en Dios de un modo vago, al modo en que creían en las urnas, que, para ser ecuánimes, no siempre acertaban (Hitler, etc.). Inmediatamente pedí un vodka con tónica, que en vez de proporcionarme la paz espiritual anhelada me puso agresivo, por lo que me echaron de la cafetería. Estoy muy arrepentido y por un lado me gustaría pedir perdón, pero por otro me cago en todo.

dimecres, 18 de juny del 2008

El malestar en el lenguaje

EL MALESTAR EN EL LENGUAJE

Estos días, y a propósito de los miembros y las miembras de la ministra Aído, hemos asistido a un episodio más del malestar en el lenguaje. No estamos a gusto con la gramática. Y lo que importa ahora no es el caso concreto de las miembras, sino la cuestión de fondo. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué los vascos y las vascas, por qué todos y todas, por qué los licenciados y las licenciadas, etc.? Da la impresión, por la virulencia con la que unos y otros exponen sus argumentos, de que en realidad se habla de otra cosa. Y, en efecto, se habla de otra cosa. Se habla, por ejemplo, de si las normas gramaticales transmiten ideología, de si fijan comportamientos, de si reflejan posiciones.

La mayoría de los entendidos en cuestiones gramaticales aseguran que la lengua no es sexista. Cuentan para demostrarlo con una cantidad notable de argumentos. Quienes afirman lo contrario, también. Estos días circula por Internet una demostración irónica de que la lengua castellana «no es machista en absoluto», basada, entre otros, en los siguientes ejemplos: Un zorro es un espadachín justiciero; una zorra es una puta. El perro es el mejor amigo del hombre; la perra es una puta. Un aventurero es un tipo valiente, osado, un hombre de mundo; una aventurera es una puta. Un hombre público es un personaje prominente; una mujer pública es una puta. Un adúltero es un hombre infiel; una adúltera es una puta. Un hombre que vende sus servicios es un consultor; una mujer que vende sus servicios es una puta. Y así sucesivamente. El diccionario, por su parte, está lleno de perlas sexistas que describen la realidad con la voluntad de que la realidad no cambie.

Afirmar que el machismo no se refleja en el lenguaje es como decir que la condición de gángster no se percibe en las manifestaciones verbales. Los pistoleros no se expresan como los obispos ni los investigadores como los carreteros. Es imposible que el machismo del que venimos, y en el que en gran medida continuamos instalados, no tenga su repercusión en el habla. Todo lo que pasa por la realidad se manifiesta en las palabras. Bastaría el reconocimiento de la incomodidad a la que nos referíamos al principio para comenzar a entendernos.

dilluns, 16 de juny del 2008

Lo que no olvidaremos

LO QUE NO OLVIDAREMOS

Un ganadero decía en la radio que había tenido que tirar la leche de sus vacas por la alcantarilla debido a que los camiones de recogida no llegaron. Eran las ocho de la mañana y yo estaba desayunando. Afortunadamente, tomo té. Aun así, lo dejé y me fui a pasear. La imagen de la leche mezclada con las aguas fecales era demasiado fuerte para esas horas, para cualquier hora. Los humanos somos los únicos seres que continuamos tomando leche tras el destete, quizá como nostalgia de aquella época feliz. Exigimos, pues, que se la trate con el debido respeto, aunque sea de vaca. La de la leche en las alcantarillas es una de las imágenes que me quedará de esta huelga.

Pero hay más. La de ese hombre cuyo camión fue quemado (no sabemos si por un piquete de huelga o por un piquete a secas) con él dentro. Salió a duras penas de la litera donde pasaba la noche y fue auxiliado por la policía. Tiene quemaduras de segundo grado. No me pregunten ustedes qué rayos reivindicaban los camioneros porque no he logrado retenerlo frente a tanta barbarie. De modo que hay gente capaz de prender fuego a un camión en el que duerme un compañero. ¿Qué importan lo que pidieran frente al modo en que lo pedían? Estas personas vociferantes y agresivas se han cargado la imagen del camionero amable que telefonea a los programas de radio nocturnos para dar cuenta del estado de la carretera y de su alma. Durante los próximos cinco o diez años cada vez que veamos a un camionero cambiaremos de acera, o de carril. Ese 12 ó 15% de activistas ha acabado con el honor del 85% restante.

Y es que no hemos terminado. Los camioneros irresponsables convirtieron ciudades como Madrid o Barcelona en ratoneras. No era preciso ser claustrofóbico para abandonar el coche y salir corriendo. Yo vi llorar en la M-40 a una señora a la que habían llamado de la guardería porque su hijo estaba enfermo. La gente atrapada en el atasco te contaba situaciones desesperadas a las que los activistas eran totalmente insensibles. Pasarán los días y olvidaremos el porqué de esta huelga (cierre patronal, para llamar a las cosas por su nombre). Pero quedarán en nuestra memoria imágenes de situaciones que jamás debieron ocurrir.

divendres, 13 de juny del 2008

Sin manos

SIN MANOS

Una cosa es la crisis y otra la fricción con la atmósfera al entrar en la realidad. Los pisos no valían lo que costaban, el Euríbor era una trampa, el petróleo tenía los días contados, los créditos al consumo llevaban veneno dentro, el coche con tracción a las cuatro ruedas decepcionaba al quinto día, aunque había que seguir pagándolo seis años. Resulta que esto no era jauja. La entrada en la realidad puede ser brutal si carecemos de los revestimientos cerámicos adecuados. En mi colegio, el profesor de gimnasia hizo creer a un compañero gordo que podía trepar por una cuerda hasta el techo del gimnasio, donde había dibujado una luna. Se trataba de tocarla y volver. El chico, espoleado por las promesas falsas del profesor, llegó hasta la mitad y se dejó caer, frenando la caída con las manos. Llegó al suelo (a la realidad) sin manos.

En esas estamos, descendiendo por la cuerda después de haber estado a punto de tocar la luna. Algunos la tocaron, pero a qué precio. Lo malo es que al despertar del sueño, al entrar en la atmósfera, vamos a conocer la crisis de verdad. Acuda usted a Urgencias con las manos abrasadas por el descenso y le darán hora para dentro de veinte meses. Vaya usted al juzgado de guardia para denunciar la situación y su caso se verá dentro de quince o dieciséis años. Busque un buen colegio público donde enseñen a su hijo a distinguir entre el sueño y la realidad y le dirán que la enseñanza pública de calidad ha desaparecido. Mientras subíamos a la luna, las termitas horadaron lo público, lo desprestigiaron, lo vendieron, lo manipularon, se alimentaron de lo público, que era de todos. No va a ser fácil colocar la frontera entre lo que llamamos crisis y lo que son, simplemente, los efectos del regreso a la realidad, pero deberíamos intentarlo, para recuperar el juicio. Y los espacios públicos.

dimecres, 11 de juny del 2008

La última renuncia

LA ÚLTIMA RENUNCIA

Así que hemos pasado del mileurismo a la crisis, que es como salir de la nada y llegar, a fuerza de trabajar y trabajar, a la más profunda de las miserias. Quiere decirse que algo no encaja. Un taxista me dice que antes, con 20 euros, cargaba 20 litros de gasóleo; ahora, con 30, pone 22. Me llama la atención que no llene nunca el depósito, con la pereza que dan las gasolineras, y me hace ver que si lo llenara llevaría más peso y el coche gastaría más. Me quedo atónito, pues jamás se me habría ocurrido hacer ese cálculo. El hombre, al observar mi expresión, recurre al argumento de autoridad, es decir, a Fernando Alonso, cuyo coche lleva un depó sito del tamaño de un mosquito.

Me bajo del taxi con la idea de que pienso poco en las consecuencias de mis actos. De hecho, me gusta ir con el depósito lleno, en plan nuevo rico. Cuando salgo de la gasolinera, y dada la identificación entre el automóvil y yo, me siento un poco lleno. A veces eructo, cuando el que debía hacerlo es el motor. Pero el motor de mi automóvil es más dado a la tos. Tiene un problema de bronquios. Y de nariz. Un día, en el taller, me dijeron que quizá fuera alérgico a la gasolina. ¿Pero cómo va a ser el coche alérgico a la gasolina?, pregunté en mal tono. Pues del mismo modo que hay gente alérgica a sus propios excrementos, respondió el mecánico de mala gana.

Jamás se me habría ocurrido que hubie ra gente alérgica a su caca. Pero me dijo el médico que sí, que era cierto. Da la impre sión de que todo lo aprendo en los taxis, pero lo de salir de la nada y llegar a base de trabajar y trabajar a la más profunda de las miserias me lo enseñó Groucho Marx en sus memorias, donde asegura que se en teró del crack del 29 en el ascensor, gracias al botones, que le aconsejó vender a toda prisa. Al día siguiente, los banqueros se arrojaban por las ventanas.

Las crisis de ahora ya no son como las de antes. Yo daría cualquier cosa por ver a los banqueros cortarse las venas. Lejos de eso, están anunciando beneficios históricos. ¿Pero no estábamos en crisis?, le pregunto a otro taxista en medio del atasco. Sí, dice, pero la gente a lo último que renun cia es al coche.

divendres, 6 de juny del 2008

La cosa

LA COSA

Rajoy lucha contra un enemigo informe, blando, gelatinoso, escurridizo, hipócrita, que ocasionalmente adopta las maneras de Esperanza Aguirre, de Juan Costa, de Gabriel Elorriaga, de Ángel Acebes, de Zaplana, de San Gil, de Astarloa, de Rouco, incluso de Aznar. El adversario de Rajoy es La Cosa, es decir, un ente cuya naturaleza proteica le permite cambiar de forma, de rostro, de apellido. Puede incluso desaparecer durante días, como Moby Dick, aquella bestia perteneciente al orden metafísico y a la que el capitán Acab perseguía inútilmente por el océano, cuando se hallaba en el interior de sí mismo.

El problema de Rajoy, como el del enfermo de depresión, que un día cree que tiene un tumor en la cabeza y otro en el estómago, no pertenece al orden orgánico. Y del mismo modo que el hipocondríaco pide de rodillas al médico un diagnóstico, incluso el peor de los posibles, para poner rostro a su enfermedad, el líder del PP acabará implorando la presencia de un adversario real, con nombre y apellidos, con cuerpo, con DNI, con sexo, con domicilio fiscal y dirección de correo electrónico. Él mismo le facilitará los avales, le dará el suyo si es preciso, con tal de que cese esta batalla contra un monstruo sin catalogar que un lunes aparece por babor y otro por estribor. Pero nadie puede escapar a su destino y el suyo, el de ese Mariano Rajoy cada vez más consumido, más triste, más oscuro, es el de morir abrazado a esa bestia sin órganos, sin forma, sin nombre, como el capitán Acab moría amarrado a la ballena blanca que habitaba en las profundidades de su conciencia. Después de todo, La Cosa forma parte de él, la creó él, la alimentó él, la vistió él. La Cosa presidía las manifestaciones convocadas por él y asustaba a los españoles en su nombre. Por eso conmueve tanto el modo en que ahora es devorado por ella.