RUTINAS
Escuché un frenazo, me asomé a la ventana y vi a un grupo de personas detenidas junto al morro de un coche. Miraban al suelo, donde presumiblemente había un cuerpo que la aglomeración de curiosos no me permitía distinguir. Me puse la chaqueta y bajé no tanto por asistir al espectáculo como por dejar de trabajar. La víctima era un gato que yacía junto a las ruedas delanteras del coche. El conductor trataba de justificarse asegurando que el animal se había arrojado debajo del automóvil con una determinación suicida. En esto, una mujer se abrió paso y, tras identificar al felino, se puso a llorar con desesperación.
Yo permanecía pasivo, aunque preguntándome qué rayos hacía allí cuando debía de estar arriba, trabajando. Observé que el conflicto conmigo mismo no me permitía empatizar ni con el gato muerto ni con su dueña, de la que alguien dijo que convenía administrarle un calmante.
–¿Hay algún médico? –preguntó el espontáneo que se había hecho cargo de la situación.
Me he visto a lo largo de la vida en varias ocasiones en la que se necesitaba un médico y siempre sale uno de entre la gente. Una de dos, pensé, o hay médicos por todas partes, o hay mentirosos por todas partes. Después de todo, no se arriesga uno a nada levantando la mano. Estuve a punto de levantarla, pero me reprimí temiendo que hubiera algún conocido entre la gente, cada vez más numerosa. Dos hombres –uno de ellos médico (o eso dijo)– arrastraron a la mujer a la farmacia de la esquina mientras otro reordenaba el tráfico. Daba la impresión de que todo el mundo sabía qué hacer, como si hubieran vivido esa situación en otras ocasiones. Sólo yo permanecía pasivo, pues no me encontraba allí, como la mayoría, ni por solidaridad con el gato (o con su dueña) ni porque disfrutara espectáculo, sino porque no me apetecía trabajar. Cuando llegó la policía, subí de nuevo y me enfrenté a la novela que tenía entre manos. Había abandonado al protagonista en una habitación, sin saber qué hacer con él. Entonces decidí que escuchara un frenazo y que al asomarse a la ventana viera a un grupo de personas detenidas frente al morro de un coche. Etcétera.
Escuché un frenazo, me asomé a la ventana y vi a un grupo de personas detenidas junto al morro de un coche. Miraban al suelo, donde presumiblemente había un cuerpo que la aglomeración de curiosos no me permitía distinguir. Me puse la chaqueta y bajé no tanto por asistir al espectáculo como por dejar de trabajar. La víctima era un gato que yacía junto a las ruedas delanteras del coche. El conductor trataba de justificarse asegurando que el animal se había arrojado debajo del automóvil con una determinación suicida. En esto, una mujer se abrió paso y, tras identificar al felino, se puso a llorar con desesperación.
Yo permanecía pasivo, aunque preguntándome qué rayos hacía allí cuando debía de estar arriba, trabajando. Observé que el conflicto conmigo mismo no me permitía empatizar ni con el gato muerto ni con su dueña, de la que alguien dijo que convenía administrarle un calmante.
–¿Hay algún médico? –preguntó el espontáneo que se había hecho cargo de la situación.
Me he visto a lo largo de la vida en varias ocasiones en la que se necesitaba un médico y siempre sale uno de entre la gente. Una de dos, pensé, o hay médicos por todas partes, o hay mentirosos por todas partes. Después de todo, no se arriesga uno a nada levantando la mano. Estuve a punto de levantarla, pero me reprimí temiendo que hubiera algún conocido entre la gente, cada vez más numerosa. Dos hombres –uno de ellos médico (o eso dijo)– arrastraron a la mujer a la farmacia de la esquina mientras otro reordenaba el tráfico. Daba la impresión de que todo el mundo sabía qué hacer, como si hubieran vivido esa situación en otras ocasiones. Sólo yo permanecía pasivo, pues no me encontraba allí, como la mayoría, ni por solidaridad con el gato (o con su dueña) ni porque disfrutara espectáculo, sino porque no me apetecía trabajar. Cuando llegó la policía, subí de nuevo y me enfrenté a la novela que tenía entre manos. Había abandonado al protagonista en una habitación, sin saber qué hacer con él. Entonces decidí que escuchara un frenazo y que al asomarse a la ventana viera a un grupo de personas detenidas frente al morro de un coche. Etcétera.
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