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dilluns, 29 de setembre del 2008

No hay final bueno

NO HAY FINAL BUENO

Poco antes del verano me encontré con un viejo amigo al que veo tres o cuatro veces al año. Por lo general quedamos para comer o para cenar y procuramos hablar de temas neutros, pues estamos distanciados en multitud de cuestiones de orden político y existencial. Nunca he logrado averiguar el porqué de este empecinamiento en mantener una relación absurda, pues ni a él ni a mí nos enriquece este contacto. Cuando pienso en ello, concluyo que se trata de una especie de fidelidad al pasado. Pero también creo que hay en estos encuentros una suerte de necesidad de vigilar cómo envejece el otro, lo que constituye un modo de vigilar cómo envejece uno.

Me encontré con él -decía- antes del verano y almorzamos juntos en el restaurante donde solemos encontrarnos. La comida discurrió de acuerdo al guión habitual hasta llegar a los postres, donde me preguntó si escuchaba a un locutor de radio que dirige un programa de gran audiencia. Le dije que sí y me preguntó si no me había dado cuenta de que le imitaba.

-¿Cómo que te imita? -dije.

-Pues eso, que me imita, que habla como yo. No me digas que no te has dado cuenta.

-Pues la verdad es que no -respondí algo confuso.

A los dos días de este encuentro, mi amigo me telefoneó para preguntarme si me había fijado. Le dije que sí, que me había fijado, pero que no lograba ver la semejanza entre uno y otro, lo que pareció disgustarle. Colgó tras insinuar que no le decía la verdad. Supe más tarde que un día esperó al conocido locutor a la puerta de la radio para reprocharle que imitara su manera de hablar. Más tarde lo denunció en comisaría y luego empezó a enviarle cartas amenazantes.

Mi amigo fue finalmente detenido y sometido a un examen psiquiátrico. Ahora está a tratamiento. Su mujer, con la que hablo regularmente, me dice que la obsesión se ha extendido a otros locutores, también de la televisión. Está empeñado en que todo el mundo imita sus inflexiones, sus giros, verbales, su pronunciación. Lo más probable es que no podamos volver a comer juntos. No hay final bueno.

divendres, 26 de setembre del 2008

Despido voluntario

DESPIDO VOLUNTARIO

Estoy hablando con mi jefe, de nada en particular y de todo. Yo estoy a este lado de la mesa, porque nos encontramos en mi despacho (ha entrado a tomarse un café, dice) y él al otro, como un visitante. Se ha quemado la punta de la lengua con el café, pero insiste en abrasarse: no tiene paciencia, no espera, ni siquiera sopla antes de acercarse el vaso a los labios. Seguramente cree que el café debería obedecerle, pero los líquidos son muy rebeldes. Le digo eso mismo, que los líquidos son muy rebeldes. En qué sentido, pregunta. No sé en qué sentido, pero afirmo que es más manejable una tormenta de sólidos que de líquidos. Se queda meditando y luego pregunta por un expediente. Mientras hablamos, comienzo a mirar con apariencia furtiva una esquina de la mesa donde hay una bandeja con papeles, como si ocultara algo en ella. Mi jefe lleva sus ojos a la bandeja. Ha picado. Cuanto más mira, más violento me pongo yo, como si debajo de los papeles escondiera una pistola. Resulta tan fácil fastidiarle que da pena. Al poco, se levanta, finge que estira las piernas yendo de un lado a otro del despacho con el vaso de plástico en la mano y en una de esas, al pasar cerca de la bandeja, mueve con apariencia casual los papeles. No hay nada, claro. Yo, de todos modos, me pongo a toser teatralmente, como para distraer su atención. Al tío no se le quita de la cabeza que oculto algo. Finalmente se va. El juego ha salido tan bien que yo mismo me levanto, rodeo la mesa (es muy grande) y me acerco a la esquina sospechosa. Revuelvo los papeles y doy con uno que no es mío. Se trata de una carta del Director de Recursos Humanos dirigida a mi jefe. En ella se le recomienda prescindir, para hacer frente a la crisis, de una serie de trabajadores, yo entre ellos. Al rebobinar recuerdo que fue mi jefe el que comenzó a mirar con inquietud hacia la bandeja, no yo. Fue él el que me indujo a pensar que entre aquellos papeles había algo inquietante, y no al revés. Podría romper la carta, fingir que no la he visto, hacerme el distraído, pero lo cierto es que se me ha puesto cara de muerto. Espero dos, tres, cuatro días, a recibir la notificación de despido y como no llega, presa de la impaciencia, me largo de forma voluntaria. Todas las historias están escritas al revés.

Avatares

AVATARES

Apunte: Jorge llega a casa a las cuatro de la mañana y encuentra a sus padres muertos en el sofá, con la televisión, donde en ese momento pasan una película porno, encendida. Se ha tomado dos pastillas y se ha bebido siete litros de cerveza, de modo que tiene muy disminuidas sus capacidades. En el cuerpo de los padres no se aprecian, a simple vista, síntomas de violencia. Quizá, piensa, los ha matado alguna sustancia que ha salido de la tele. Cuando ellos le reprochaban su afición a los opiáceos, él solía advertirles de los peligros del Diario de Patricia, y de los telediarios masivos. Al final, piensa apartando un poco la mano de la madre para tomar asiento, iba a tener razón yo.

Mientras en la tele una chica jadea sin pasión, Jorge piensa en los avatares de la vida. Leyó esta palabra, avatares, en un periódico, siendo un crío, y se le metió en la cabeza como una aguja en la vena. La utilizaba en todas las redacciones, sólo que escribía atavares, por error, lo que le costó más de un disgusto con el profesor de Lengua. Ahora lo dice bien, avatares, pero no obtiene tanto placer. Pues eso, los avatares de la vida. Tal vez debería llamar a la policía, pero si le hacen un control de alcoholemia y drogas quizá piensen lo que no es, de modo que decirse marcharse a la cama, como si no hubiera visto nada, y mañana Dios dirá. Al día siguiente, le despierta su madre a la hora de comer. ¿Y papá?, pregunta él. En el garaje, trabajando, contesta la madre. Comen todos juntos y después se sientan a ver la tele. Durante la comida, su padre le hace un par de gestos cariñosos a su madre.

Aun llamándole la atención que estén vivos, a Jorge le extraña todavía más que no discutan, como si físicamente estuvieran en una dimensión y sentimentalmente en otra. A media tarde se va a su cuarto, enciende un cigarrillo y se pone a pensar.

Avatares

AVATARES

Apunte: Jorge llega a casa a las cuatro de la mañana y encuentra a sus padres muertos en el sofá, con la televisión, donde en ese momento pasan una película porno, encendida. Se ha tomado dos pastillas y se ha bebido siete litros de cerveza, de modo que tiene muy disminuidas sus capacidades. En el cuerpo de los padres no se aprecian, a simple vista, síntomas de violencia. Quizá, piensa, los ha matado alguna sustancia que ha salido de la tele. Cuando ellos le reprochaban su afición a los opiáceos, él solía advertirles de los peligros del Diario de Patricia, y de los telediarios masivos. Al final, piensa apartando un poco la mano de la madre para tomar asiento, iba a tener razón yo.

Mientras en la tele una chica jadea sin pasión, Jorge piensa en los avatares de la vida. Leyó esta palabra, avatares, en un periódico, siendo un crío, y se le metió en la cabeza como una aguja en la vena. La utilizaba en todas las redacciones, sólo que escribía atavares, por error, lo que le costó más de un disgusto con el profesor de Lengua. Ahora lo dice bien, avatares, pero no obtiene tanto placer. Pues eso, los avatares de la vida. Tal vez debería llamar a la policía, pero si le hacen un control de alcoholemia y drogas quizá piensen lo que no es, de modo que decirse marcharse a la cama, como si no hubiera visto nada, y mañana Dios dirá. Al día siguiente, le despierta su madre a la hora de comer. ¿Y papá?, pregunta él. En el garaje, trabajando, contesta la madre. Comen todos juntos y después se sientan a ver la tele. Durante la comida, su padre le hace un par de gestos cariñosos a su madre.

Aun llamándole la atención que estén vivos, a Jorge le extraña todavía más que no discutan, como si físicamente estuvieran en una dimensión y sentimentalmente en otra. A media tarde se va a su cuarto, enciende un cigarrillo y se pone a pensar.

dimecres, 24 de setembre del 2008

Ataques de angustia

ATAQUES DE ANGUSTIA

En un aeropuerto norteamericano funciona, de forma todavía experimental, un aparato que detecta la temperatura corporal, el pulso y la frecuencia de la respiración de los pasajeros. Con todos esos datos debidamente organizados, la policía deduce el grado de ansiedad de la gente. Cuando ésta alcanza un valor equis, detienen al que la padece porque está a punto de poner una bomba. Eso dicen. Desde una perspectiva europea, y habiendo leído a Sartre, los síntomas descritos se corresponden con los de un ataque de angustia. Yo tengo varios al mes, la mitad de ellos en los aeropuertos, mientras me desnudo delante de los seguratas, pero jamás se me ha ocurrido atentar contra nadie. Pessoa, como autor del Libro del desasosiego, no habría podido viajar a EE UU sin sufrir tantas detenciones como aeropuertos pisara. Era muy sensible a las agresiones de la vida cotidiana.

Pero cuando el diablo y el FBI no tienen nada que hacer, con el rabo matan moscas. McCain sufrió un ataque de ansiedad cuando le preguntaron si, en caso de ganar las elecciones, recibiría en la Casa Blanca a Zapatero, el presidente de España. El hombre no sabía quién era Zapatero ni qué era España, por lo que se le alteró la respiración, empezó a sudar en exceso y se le aceleró el pulso, como a un terrorista de ficción. Bush, en cambio, bombardeó Iraq acabando con la vida de miles de inocentes sin mover un músculo. Quiere decirse que los terroristas de verdad tienen la sangre muy fría. La angustia existencial requiere algún grado de complejidad intelectual. Un tipo capaz de poner una bomba en un supermercado no se altera por nada.

McCain, en cambio, tartamudeó. El hombre, en vez de confesar su ignorancia, habló del presidente de México, lo que no venía a cuento de ninguna manera. Empezó a caerme bien entonces, no porque fuera ignorante, sino por la vergüenza que le proporcionaba su ignorancia. Ya ven, un militar curtido en mil guerras sudando frente a una periodista latinoamericana como un claustrofóbico en el ascensor. No merece ganar las elecciones, pero tampoco ser tratado de terrorista. A ver si mejoran el detector de las narices.

dilluns, 22 de setembre del 2008

Sociedades primitivas

SOCIEDADES PRIMITIVAS

Ha causado gran conmoción la noticia de que en los países desarrollados el suicidio es la tercera causa de muerte entre los niños de 10 a 14. Sin embargo, nos ha parecido normal que la primera sean los accidentes de automóvil. A mí casi me parece más escandalosa la primera causa que la tercera. De otro lado, en un mundo en el que resulta normal expirar dentro de un coche -bien por asfixia, bien por trauma físico- no es raro que la gente se suicide antes de que le den el carné. Después entras en la lógica de los adultos y te parecen normales las muertes más atroces.

En las ceremonias militares de toma de posesión, tanto el general saliente como el entrante tienen un recuerdo para los caídos por las diversas causas por las que mueren los soldados. A veces he imaginado una ceremonia en la que el consejero de delegado de una marca de automóviles, al acceder a su cargo, hace un sentido discurso de gratitud a los que han muerto al volante de sus automóviles. No sé si hay estadísticas acerca de los fallecidos en cada una de las marcas, quizá no, porque los fabricantes de coches se anuncian en los periódicos y a lo mejor se enfadaban (para qué vamos a enfadar, digo yo, a un cliente). De todos modos, si hay una marca con más muertos que otra, no estaría mal que lo supiéramos, por su interés periodístico y todo eso.

Total, que el automovilista, verdadero héroe de nuestros días, permanece olvidado, cuando todos sabemos que es más peligroso ir al trabajo en coche que a la guerra en tanque. No lo digo yo, lo dicen las estadísticas, las mismas que aseguran que la primera causa de muerte entre los niños de 10 a los 14 años es el automóvil. Se le ponen a uno los pelos de punta. La primera causa, no la segunda ni la tercera ni la novena ni la décima? La primera. ¿Es o no es como para mandar el coche al desguace? ¿Cuántos niños son sacrificados anualmente al dios Tráfico? ¿Hay parangón en las sociedades primitivas aficionadas a las inmolaciones? Seguramente no. Quizá algún día nos escandalice tanto que alguien se meta en el coche con un crío como ahora nos escandaliza que alguien fume delante de su prole. Mata más el automóvil, pero de momento la hemos cogido con el tabaco.

divendres, 19 de setembre del 2008

La mala fe

LA MALA FE

Estremece la carga de maldad contenida en la última frase de Rajoy ("hay 180.000 extranjeros cobrando el seguro de desempleo"); asombra la mezquindad que le ha llevado a contarlos uno a uno; da miedo la naturalidad con la que afirma no haber dicho lo que dijo. El extranjero, el extraño, el que no es "de aquí". No hay miedo más atávico ni menos racional que el que se profesa al que tiene distinto el color de la piel, al que habla un idioma diferente, al que practica unas costumbres desconocidas, al otro, en fin, que viene a arrebatarnos el alma, la cultura, el dinero, el asiento del autobús, la cama del hospital... No por casualidad el término bárbaro, que originalmente significaba extranjero, ha devenido en sinónimo de bruto.

Entonces llega un señor que es "de aquí" de toda la vida, un señor que quizá es tonto, pero que es un tonto "de aquí", un tonto nuestro, y te sopla al oído: "Yo puedo acabar en dos patadas con toda esta gentuza que llena los servicios de urgencias, que hace cola en la ventanilla del paro, que cobra el seguro de desempleo, que lleva rastas o trenzas o que adereza la ensalada con salsas absurdas". Frente a un discurso de tal naturaleza, quién entra en complejidades intelectuales sobre el derecho a cobrar por lo que se ha pagado. No son de aquí y punto. Rajoy presume de señor de provincias, de sensato, de tener un sentido común excepcional y de odiar, lógicamente, al extranjero (una cosa lleva a la otra).

Si Ibarretxe hubiera pronunciado una frase como la del dirigente del PP, nos habríamos echado todos encima, y con razón, por nacionalista. Hay que ser muy nacionalista o muy malvado para decir que 180.000 extranjeros cobran el subsidio del paro (lo cobran -da vergüenza insistir- porque han cotizado previamente). O sea, que a lo mejor hay que ser muy nacionalista y muy malvado a la vez.

¿Catatonia o zen?

¿CATATONIA O ZEN?

Atravesé toda la sección de los grandes almacenes sin que me atendiera nadie. Eran las 10,30 de la mañana y daba la impresión de que había estallado una de esas bombas que liquidan a la gente, pero dejan intactas las cosas. Los maniquíes sonreían, las cajas registradoras relucían, la ropa estaba perfectamente expuesta. Pero no había un alma, sólo yo, en aquella sección de bebés (un amigo había tenido un hijo y quería regalarle algo). Me pareció normal que no hubiera compradores, por la crisis, pero me extrañó que tampoco hubiera vendedores (¿cómo superar, si no, la crisis?). Tras dar varias vueltas tropecé con una señorita a la que pedí que me echara una mano (necesitaba consejo), pero me dijo que estaba muy agobiada, que me diera una vuelta y volviera más tarde.

Me di una vuelta, volví más tarde y seguía agobiada, por lo que desistí de comprar en aquellos grandes almacenes. Ya en la calle, recapitulé alcanzando la conclusión de que había tenido, durante la última época, varias experiencias de este tipo. Hace un mes, por ejemplo, acudí a una famosa tienda de ocio y tecnología con la idea de cambiar de móvil y no logré que me vendieran uno. El dependiente (al que tuve que raptar) me hizo desistir tras una conversación completamente absurda en la que yo le pedía consejo y él respondía que todo iba en gustos. Hay gente, concluyó, a la que le gusta lo mejor y gente a la que le gusta lo peor. ¿Y qué es lo mejor?, pregunté esperanzado. Depende, dijo, lo que para unos es bueno para otros es malo.

Decidido a hacer un trabajo sociológico, entré en el concesionario de una conocida marca de automóviles, dispuesto a fingir que quería comprar uno. Dada la crisis, pensé que los vendedores se me echarían encima al entrar. Ni por asomo. Estuve vagabundeando entre los lujosos modelos sin que nadie me dijera ahí te pudras. ¡Qué rara indiferencia!, me dije abandonando a pie el establecimiento. Al llegar a casa telefoneé al número de servicio al cliente de aquella marca y no me atendieron. Me pregunto si la crisis provoca más crisis o si hemos entrado en una especie de estado catatónico (o zen) en el que nada importa. A mí, de hecho, me importa un pito ya el bebé de mi amigo (y el móvil mío)

dimecres, 17 de setembre del 2008

Peleas de novios

PELEAS DE NOVIOS

En la mesa de al lado, dos jóvenes (chico y chica) leían a medias un periódico.

- Aquí -señalaba ella- dice que el Papa ha condenado enérgicamente en París la pasión por el poder y el dinero.

- Pues se está condenando a sí mismo -respondía el chico-, porque el Papa es uno de los hombres más ricos y más poderosos del planeta.

- Si te oye mi padre, te echa de casa.

- ¿Tu padre cree que el Papa es pobre y humilde?

- Me parece que sí.

- Pues tu padre está loco.

La joven hizo un gesto de desagrado, como si le hubieran molestado las palabras de su compañero. Tras unos segundos de silencio, contraatacó:

- ¿Y qué me dices de tu padre?

- ¿Qué tengo que decirte de mi padre?

- Pues nada, que tu padre es juez. ¿Los jueces están bien de la cabeza?

La chica le mostró entonces una noticia en la que se hablaba de un magistrado que se metía el dedo en la nariz, se rascaba los genitales delante del jurado y dictaba resoluciones mientras meaba con la puerta abierta.

- Lo habrán echado sus propios compañeros -dijo el chico.

- Qué va, sólo le han puesto una multa.

Hubo otro silencio rencoroso durante el que pedí un gin tonic (el de media tarde, que es el único). Daba la impresión de que los jóvenes habían tocado fondo.

- Bueno -dijo él finalmente-, yo no hablaré del Papa en tu casa y tú no hablas de los jueces en la mía.

- De acuerdo -concluyó ella-, pero que conste que la mayoría de los jueces creen en el Papa.

- Que conste -concedió él para cerrar la discusión.

Tras este intercambio verbal, los jóvenes, que parecían quererse de verdad, buscaron entre las páginas del periódico una zona neutral, para no amargarse la tarde con peleas. Pero no daban con ella ni en los anuncios por palabras. Finalmente recalaron en las necrológicas y ahí se pusieron de acuerdo.

dilluns, 15 de setembre del 2008

Cosas que no cambian

COSAS QUE NO CAMBIAN

En la esquina había una madre muy joven con una niña de la mano. Esperaban el autobús del cole y tanto la madre como la hija tenían frío y miedo. A lo mejor el frío era una consecuencia del miedo. Merodeé con el perro por los alrededores, sin perderlas de vista, y advertí enseguida que había entre ellas el pacto implícito de no exteriorizar el temor que les provocaba separarse. Se hablaban con monosílabos, refiriéndose exclusivamente a cuestiones de orden práctico, procurando no mirarse a la cara. En una de las ocasiones en las que pasé cerca de ellas, la niña me preguntó si podía tocar al perro. Le dije que sí, claro, y yo mismo guié su mano para que no tuviera miedo. El animal, ajeno a nuestro pequeño drama, se dejó hacer dócilmente.

Es frecuente que los niños me pregunten si pueden tocar al perro. Los adultos no. Bien pensado, se trata de una pregunta extraña. ¿Por qué nos gusta acariciar a los animales? ¿Qué clase de comunicación se establece en ese acto? Los niños y los perros, dado el modo en que se relacionan, lo saben. Es evidente que algo que no pasa por la palabra ocurre ahí. En mi barrio de infancia había un pipero que tenía, junto al puesto de golosinas, una caja de cartón con un lagarto. Cuando la compra pasaba de determinada cantidad, te permitía deslizar un dedo por la espalda del animal. Hacíamos cola con nuestros ahorros en la mano para entrar en contacto con el reptil.

En esto, llegó el autobús y la niña se despidió. Tuve o quise tener la impresión de que el hecho de haber acariciado al perro había hecho menos doloroso el trámite. Me quedé hablando unos instantes con la madre, que ese primer día de colegio había pedido permiso para llegar tarde al trabajo. Desde mi perspectiva, no hacía tanto que aquella mujer había sido llevada de la mano por su propia madre. En un abrir y cerrar de ojos, había pasado de la condición de hija a la de progenitora. Dentro de nada, alguien con un perro como el mío tropezaría, paseando por los alrededores, con la niña de hoy convertida en madre. Ruedan los años y las generaciones a una velocidad de vértigo, pero el miedo y los niños son siempre los mismos. Los perros también.

divendres, 12 de setembre del 2008

Amortización

AMORTIZACIÓN

Al llegar a casa me di cuenta de que el cepillo de dientes que me acababa de comprar temblaba. Como me lo había despachado un farmacéutico amigo, le llamé.

-El cepillo de dientes tiembla -le dije.

-No tiembla, vibra -apuntó él-, pero si prefieres uno de los de toda la vida, te lo cambio.

Me preocupó no haber advertido la diferencia entre temblar y vibrar, de modo que colgué y acudí al diccionario. Temblar era agitarse con sacudidas de poca amplitud rápidas y frecuentes. Vibrar, por su parte, equivalía a producir un movimiento trémulo en algo delgado y elástico. Del cepillo se podían predicar, pues, las dos cosas, es decir, que temblaba y vibraba. Lo que ocurría era que lo tembloroso carecía del prestigio de lo vibrátil. Mi maquinilla de afeitar, por ejemplo, tiembla, pero la publicidad afirma que vibra. Los vibradores de uso venéreo no tendrían ningún éxito comercial si se dijera de ellos que tiemblan. Miento, quizá tendrían un éxito limitado entre personas enfermas como un servidor. Si me dan a elegir entre algo que vibre y algo que tiemble, elijo algo que tiemble, es mi carácter.

En cualquier caso, el término vibrátil me gusta. Reparé en él en la escuela, cuando nos mostraron los seudópodos de las amebas, que eran asimismo vibrátiles, como las máquinas del sexo (y las de afeitar, además de los cepillos de dientes). Las colas de los espermatozoides vibran también para llegar al óvulo; si lo alcanzaran temblando, provocarían la impresión de que les da miedo. Yo juraría que el espermatozoide del que provengo, a juzgar por los resultados, llegó a su destino temblando más que vibrando. Y bien, aunque se pueden tener buenas o malas vibraciones, lo cierto es que el temblor está generalmente asociado a lo malo y la vibración a lo bueno. Cuando hay movimientos sísmicos, por ejemplo, los cristales de las ventanas no vibran, tiemblan, lo mismo que el suelo o las lámparas y los habitantes de la casa. En todo esto pensaba yo mientras me cepillaba los dientes con mi nuevo artefacto vibrátil. Cuando me enjuagué la boca, lo tenía prácticamente amortizado.

Buen provecho

BUEN PROVECHO

Aunque sospechábamos que el poder judicial era un chiringuito del poder político, tampoco era preciso que nos lo confirmaran de un modo tan grosero. Que asciendan a la jefatura de la empresa a una persona cuyo único mérito es haber difundido (con cargo al dinero de los contribuyentes) la tesis de que el bicarbonato (o el ácido bórico, ahora no caigo) era una peligrosa arma terrorista, es como decir que los Reyes, además de ser los padres, no traen nada a los niños pobres. Se deduce una cosa de la otra, no hay por qué explicitarla de forma tan brutal. Se queda uno con la sensación de que es todo una basura. De otro lado, quizá mejor así, ya sabemos a qué atenernos; sólo falta que lo ejecutado con alevosía en las alturas se aplique a las bases de tal modo que jamás un reo de izquierdas sea juzgado por un juez de derechas (o al revés). Tampoco un magistrado antiabortista debería aceptar casos relacionados con la interrupción del embarazo y así de forma sucesiva.

Hace años, Pedro Pacheco, a la sazón alcalde de Jerez, fue llevado a los tribunales por afirmar que la justicia era un cachondeo. El procedimiento no prosperó porque bastaba buscar la palabra cachondeo en un diccionario para caer del burro. Ha querido la casualidad que al mismo tiempo que conocíamos los nombres de los nuevos vocales del poder judicial, se sancionara con una multa de 1.500 euros al juez cuya mala práctica dejó fuera de la cárcel al tipo que luego asesinaría a una niña. Sabemos que los Reyes son los padres y que el corporativismo es inherente a la profesión del señor Tirado. Pero la magistratura, que tan torticeramente ha utilizado en otras ocasiones la figura llamada "alarma social", podría habérsela aplicado por una vez a sí misma. En cualquier caso, nuestra enhorabuena a la señora del bicarbonato y al resto de la basca. Buen provecho.

dimecres, 10 de setembre del 2008

Hacer pis

ACER PIS

A veces, leyendo los periódicos por encima, entiendes cosas que no son. Yo, sin ir más lejos, había entendido que en la Comunitat Valenciana pensaban impartir la asignatura de Educación para la Ciudadanía con dos profesores, uno que la daría en castellano o valenciano y otro que traduciría inmediatamente lo dicho por ese profesor al inglés. La escena me recordaba al célebre eskecht en el que Tip explicaba a la audiencia en castellano cómo se traspasaba el agua de una jarra a un vaso mientras su compañero, Coll, traducía sus palabras al francés. Me pregunté si las autoridades académicas obligarían a los profesores a vestir de frac, como los célebres humoristas, y me asombré ante mi invectiva. ¿De qué manera habría leído yo aquella noticia para deducir una escena escolar tan delirante? Pero hete aquí (qué rayos significará hete aquí) que llega septiembre, se aproximan las fechas del comienzo del curso escolar, y decido leer las noticias sobre este asunto de manera más reposada. Las leo una vez, dos, tres, me froto los ojos, me pellizco para comprobar que estoy despierto, y resulta que lo que yo había imaginado era cierto: un profesor dará la clase en castellano o valenciano al tiempo que un colega suyo traducirá sus palabras al inglés. No era un delirio mío, era verdad, va a ocurrir, quizá este ocurriendo ya. Por fin la enseñanza comienza a ser divertida. Por fin el humor entra en la escuela. Por fin los estudiantes estarán deseando que suene el despertador para acudir al espectáculo. Hace poco viajé en el AVE entre Barcelona y Madrid. A medio camino, los representantes de Renfe me invitaron a visitar la cabina del maquinista, con el que charlé unos minutos. Cuando le pregunté por el copiloto, me dijo que no había copiloto. ¿Y si tiene usted ganas de hacer pis? Me aguanto, dijo, tenemos que venir meados de casa. ¿Y si se desmaya? Hay un sistema automático que hace que el tren se detenga. Ya ven ustedes, unos tanto y otros tan poco. El AVE funciona con un solo maquinista y las clases de Educación para la Ciudadanía, en la Comunitat Valenciana, con dos profesores. Lo de los dos profesores tiene, además de su gracia, la ventaja de que uno de ellos se puede ir a hacer pis cuando quiera.

dilluns, 8 de setembre del 2008

Crisis de confianza

CRISIS DE CONFIANZA

La vida diaria está montada sobre una serie de sobreentendidos. Si entro en la panadería, encontraré pan y no tornillos (para eso está la ferretería, me parece). Si voy al Ministerio de Hacienda y hago cola en una ventanilla, el funcionario se dirigirá a mí en mi idioma y no en tagalo. Si introduzco la llave en el coche arrancará. Si voy todos los días a la oficina, cobraré a final de mes. Si dejo de fumar, este otoño no me acatarraré. Si sigo la dieta mediterránea, adelgazaré. Si voy a ver más a mi madre, la haré feliz. Si me lavo las manos, no cogeré ninguna infección. Si creo en los extraterrestres, tarde o temprano acabaré teniendo una experiencia paranormal. Si introduzco la tarjeta en el cajero automático y marco los números adecuados, obtendré unos euros. Si el semáforo está verde, cruzaré sin peligro. Y así de forma sucesiva.

Podríamos decir que las relaciones con la realidad son de confianza. Sin esa confianza, el sistema se vendría abajo. Si no tuviéramos confianza en que los bancos nos devolverían el dinero cuando nos apeteciera, guardaríamos los ahorros en casa y los bancos se hundirían. Si los bancos se hundieran, la realidad se iría al carajo porque es imposible imaginar una realidad sin bancos. En Argentina, después del corralito, que habría acabado con cualquier otra institución, continúan funcionando y la gente, mayormente, confía en ellos.

Las crisis económicas tienen también algo de crisis moral. La desconfianza se instala entre los ciudadanos. ¿Cobraré a final de mes? ¿Continuará funcionando mi empresa al año que viene? ¿Me pagará el seguro del coche este golpe de aparcamiento? ¿Vendrá el fontanero si le llamo? ¿Me quiere mi mujer?

La crisis económica implica una crisis de confianza. Las declaraciones del ministro de Trabajo acerca de los contratos en origen son una muestra más de esa desconfianza (éstos vienen a quitarnos el puesto de trabajo). En situaciones de crisis moral (es decir, económica), los poderes públicos deben empeñarse en demostrar que los sobreentendidos moralmente buenos siguen funcionando. Corbacho pretende que funcionen los moralmente malos.

divendres, 5 de setembre del 2008

La trama

LA TRAMA

Aunque la realidad está hecha de partículas, las partículas no se comportan como la realidad. Traspasada la frontera del átomo, se entra en un universo completamente ajeno a las leyes de la física. Allí el tiempo no es el tiempo, la luz no es la luz, el espacio no es el espacio y las cosas no son lo que son. Hay partículas que se encuentran en dos lugares a la vez y partículas que están y no están de forma simultánea (en este nivel, el ser y no ser sustituye al célebre ser o no ser). Hay también partículas que llegan a su destino antes de haber salido de su origen y partículas que a ratos funcionan como materia y a ratos como energía. Por supuesto, olvídense ustedes de conceptos tan importantes como la causa y el efecto, el arriba y el abajo o la derecha y la izquierda. Estamos hechos de cosas que no somos, lo que, aparte de un misterio, es una limitación que nos impide dormir en el burdel y en casa al mismo tiempo. Y no podemos llegar a Soria antes de haber salido de Madrid. Y si tropezamos con una piedra nos caemos. Y si somos Fulano de Tal no podemos ser Mengano de Cual. Mientras tanto, los electrones y demás duendes de su pelaje hacen diabluras en el interior de nuestros átomos. Parece mentira que seamos tan aburridos por fuera y tan divertidos por dentro. La noticia es que hemos logrado fabricar un "dentro" enorme, con forma de tubo, en el que el miércoles próximo pondremos en danza a un conjunto de partículas elementales, para ver qué pasa. Aunque la noticia está funcionando en la prensa a modo de subtrama, constituye uno de los argumentos principales de la realidad. Y es que el día que nos expliquen como Dios manda (o sea, desde la literatura) lo que ocurre en el nivel subatómico (en el sótano) nos importarán un bledo (qué rayos querrá decir bledo) la mitad de las cosas por las que ahora perdemos el culo.

Podemos

PODEMOS

Se produce en todos los comienzos de curso una suerte de choque entre el sujeto y la realidad, entendida ésta como una novela en la que todos representamos un papel. ¿Pero qué hago yo aquí?, se preguntan algunos al regresar de vacaciones. La pregunta, que posee una carga retórica estimable, contiene sin embargo un aliento de sinceridad. ¿Qué hago yo aquí? ¿Quién me ha metido en este lío? ¿Qué saco de esta vida de perros a la que me he visto abocado sin querer? La respuesta aparece con frecuencia en forma de separación matrimonial. El otoño es pródigo en este tipo de determinaciones. Divorciarse es una manera de escapar de la novela en la que uno ha caído. Hay otras redes de las que resulta más difícil huir (el trabajo, el paro, la ciudad, los padres, los hermanos, etc.), pero un paso es un paso.

¿Qué hago yo aquí? Hace ahora un año que se separó un amigo mío, justo al volver de las vacaciones. Su entonces mujer y él vendieron la casa (su único bien), se repartieron el dinero y programaron las visitas del niño. Como con el dinero obtenido no podía adquirir un piso, mi amigo se compró una caravana fantástica, la instaló en un camping y ahí vive desde entonces, junto a otros divorciados en su situación. Dentro de la caravana no tiene más que lo imprescindible para la existencia. A veces recuerda con horror su antigua pasión por los objetos. Como persona viajada que era, tenía recuerdos de la India, de Vietnam, del Polo Norte, de Australia, de Japón... Su hogar era una especie de museo confuso y polvoriento. No quería esa vida y fue capaz de abrazar esta otra en la que se encuentra relativamente de acuerdo consigo mismo.

¿Qué hago yo aquí? Está bien ese movimiento de extrañeza. Se trata de un impulso que, bien aprovechado, nos puede dirigir hacia horizontes nuevos. Mucha gente se matricula estos días en una autoescuela, para sacarse el carné de conducir. Parece una metáfora: si obtenemos ese carné, quizá seamos capaces de conducir nuestras vidas. Pero los movimientos realmente importantes son los internos, los que en los primeros momentos no tienen una manifestación exterior, aunque con el tiempo se traducen en una especie de tsunami devastador. Ánimo. Podemos.

dilluns, 1 de setembre del 2008

Hermano Neandertal

HERMANO NEANDERTAL

Eran o no eran tontos los neandertales? Ahora toca decir que no, que eran distintos. A mí siempre me pareció que eran raros. Los imaginaba, tal como los pintaba la literatura científica, como unos sujetos algo opacos, torpes, poco habladores, metidos en sí mismos. Se movían de un lado a otro con la calidad de los bultos. Los veías venir y era como si vieras venir a un conjunto de mesillas de noche o de armarios de roble. Ahí vienen los armarios, decía el homo sapiens, y los niños salían, sobrecogidos, a verlos desfilar. Es posible que las madres sapiens metieran miedo a sus hijos con el neandertal. Si no comes, vendrá el neandertal y te raptará. Al niño sapiens se le ponían los pelos de punta frente a la perspectiva de vivir en una tribu de muebles. Pero los neandertales eran así de oscuros.

Luego nos enteramos de que entre el neandertal y el sapiens había habido intercambio genético y de herramientas. Lo del intercambio genético quiere decir que copularon los unos con los otros, lo que quizá no estuviera bien visto. ¿Sería un homo sapiens capaz de confesar que estaba enamorado de su mesa camilla? No es probable. El ayuntamiento entre las dos especies de hombres disparó mucho también nuestra imaginación. Desde el punto de vista del varón sapiens, la hembra neandertal debía de tener mucha vida interior (todo un armario), mientras que desde el punto de vista de la hembra, el hombre neandertal era tozudo y fiel. Quizá no fuera muy listo, pero a la media hora de salir de la oficina estaba en casa. No se paraba a beber con los amigotes. Y es que para beber con los amigotes hay que tener una imaginación que siempre le hemos negado al neandertal.

Pues bien, no eran tontos. O no eran más tontos que nosotros, descubrimiento que está creando más de un dolor de cabeza a los antropólogos. ¿Por qué se extinguieron si eran listos? Tal vez por eso mismo, nos atrevemos a decir, porque eran listos y vieron el panorama con antelación. En cualquier caso, un servidor, que siempre tuvo debilidad por el neandertal, se atrevería a decir que no se extinguieron: se convirtieron en nuestra sombra, o en nuestro hermano oscuro.