TRADUCE ESTA PAGINA

Visites

Contadores Gratis
Contadores Web
contadores de visitas

dilluns, 31 d’octubre del 2011

Siempre hay un agujero

SIEMPRE HAY UN AGUJERO

Piensa uno en un volcán submarino como el de El Hierro, cuyo cráter tiene, por lo visto, 120 metros, y le vienen a uno a la cabeza todos los monstruos con los que ha soñado de niño y de mayor, con los que todavía sueña. Se dice pronto, una boca irregular gigante, sin labios, que respira desde las profundidades del océano, arrojando con su aliento gases y fluidos de diversa naturaleza y de colores llamativos, entre los que predomina el verde, como en el vómito de una comida de Navidad. Si una boca de esas características da miedo en un cuento de tapa dura, imaginarla en el fondo del mar produce pánico. Aun sabiendo que se trata de un fenómeno natural, de carácter geológico, piensa uno en ella como si se tratara de una boca humana, o inhumana, pero de carne, en fin, pura biología al servicio del terror. Para añadir más desasosiego al asunto, resulta que esta boca se encuentra en una zona llamada Mar de las Calmas. Todo cuadra. El infierno se manifiesta con frecuencia en el pasillo de la propia vivienda. Cuando en una película policiaca no pasa nada, o es muy mala o está a punto de ocurrir algo atroz. Ignoro si el nombre Mar de las Calmas es irónico, pero merecería serlo, dada la situación.

Las profundidades marinas se han utilizado con frecuencia como metáfora del mundo subconsciente. No nos extraña. También en ese Mar de las Calmas de la geografía psíquica aparecen a veces cráteres de una actividad inusitada que acaban conduciéndole a uno al diván del psicoanalista o a la consulta del psiquiatra. Por las rendijas del subconsciente llegan a las superficie consciente gases, materiales y fluidos que alteran la existencia cotidiana de cada uno como el cráter de El Hierro ha alterado la vida colectiva de los habitantes de La Restinga que era, hasta el momento, un lugar paradisíaco para los aficionados al buceo. ¿Qué habrá ahí abajo?, se preguntaban estos exploradores submarinos ante la belleza de lo que atisbaban. Pues ahí tienen lo que había. Es lo mismo que se pregunta el espectador ante el rostro impasible de algunos personajes de Hitchcock tipo Marnie la ladrona. ¿Qué habrá ahí debajo? Pues un cráter, siempre hay un cráter, un agujero, el agujero que nos constituye.

diumenge, 30 d’octubre del 2011

El espacio de la imagen

EL ESPACIO DE LA IMAGEN

Dos hombres, en la mesa de al lado, hablaban de la diferencia de peso entre el texto y la imagen en el disco duro del ordenador. Se ve que uno era fotógrafo y el otro escritor. El fotógrafo se quejaba de las continuas ampliaciones de memoria que debía ejecutar en la memoria de su PC, a lo que el escritor, perplejo y feliz, respondía que él llevaba cinco años con el mismo portátil y no había llenado ni el 25%.

-Es que el texto apenas ocupa sitio —sentenció el otro— el texto es humo.

De modo que el texto es humo, me dije mientras daba el primer sorbo a mi gin tonic de media tarde. El texto es humo. El texto apenas necesita memoria, quizá la memoria sea hasta un estorbo para el texto. Precisamente, estaba leyendo las declaraciones de Mariano Rajoy sobre el reciente comunicado de ETA y me pareció que había dado un giro de 180 grados respecto a su discurso anterior sobre el mismo asunto. Ahora se refería a la cuestión como un hombre de Estado, signifique lo que signifique ser un hombre de Estado. Es más, reprendía con dureza a quienes en su partido se habían quedado atascados en los argumentos de la semana pasada. Pero los periódicos apenas daban cuenta de este cambio espectacular de posición porque el texto, en efecto, ya sea hablado o escrito, apenas ocupa espacio en la memoria. El texto es humo.

Pero cuidado con la imagen. Figúrense que después de haber visto a Gadafi destrozado por las hordas, apareciera una foto del dictador libio tomando café al día siguiente de su muerte. ¡Pero si lo hemos visto muerto ayer mismo!, diríamos, y no pararíamos hasta dar con una explicación razonable. La imagen ocupa mucho espacio en la memoria. Todos tenemos en la cabeza, por ejemplo, el cadáver de Che Guevara, pero ni idea de lo que se dijo entonces acerca de su muerte. Por eso los americanos no publicaron foto alguna sobre el ajusticiamiento, o lo que fuera aquello, de Osama Ben Laden, porque la imagen pesa mucho en la memoria. Quiere decirse que el fotógrafo y el escritor de la mesa de al lado, creyendo hablar de informática, estaban departiendo sin embargo de política.

divendres, 28 d’octubre del 2011

Brazos cortos

BRAZOS CORTOS

Lunes. Huelo la depresión como un buitre la carroña. He ahí un hombre deprimido. Se encuentra en la estación de Atocha, en Madrid, a unos pasos de mí, que finjo leer el periódico mientras le observo. Tiene en los párpados la pesadez que proporciona un cóctel de ansiolíticos. Se ha levantado a las siete de la mañana (ahora son las diez), se ha sentado en el borde de la cama y ha observado el día que tenía por delante como si fuera un túnel negro, negro, negro, cuya luz, paradójicamente, aparecería al cerrar de nuevo los ojos, por la noche. Lleva un traje gris que se le ha quedado estrecho (está un poco hinchado por la medicación) y sostiene en la mano izquierda (es zurdo) una cartera absurdamente amarilla. El hombre va de un lado a otro, sin separarse más de tres o cuatro metros del panel de información, al que consulta con ansiedad en cada una de las vueltas, como si no se fiara de él. También mira el reloj cada poco, como si recelara de su modo de dar la hora. Desconfía del reloj, del panel de información y de su propia capacidad para sincronizar los movimientos de su cuerpo y de su mente con los de una realidad que se ha tornado líquida, aunque espesa, como el mercurio, una realidad mercurial. Todo a su alrededor se mueve con la pereza de un metal blando, a punto de fundirse en frío. En esto anuncian la salida de mi tren y abandono el seguimiento.

Martes. Regreso de Barcelona, donde he participado en una mesa redonda titulada Literatura e infierno. El tipo al que se le ocurrió el título nos llevó a cenar después del acto y nos dio su propia conferencia sobre el asunto de la mesa redonda. Se notaba a la legua que estaba deprimido, como el de la estación de Atocha, pero en este caso se trataba de una depresión eufórica, valga la contradicción. Sus invitados le escuchábamos sin intervenir porque daba un poco de miedo su grado de desesperación. En los postres se vino abajo y nos pidió consejo acerca de su madre, a la que no sabía si ingresar o no ingresar en una residencia. Comprendí que el mundo está mal, muy mal, y me juré (en vano) que el mundo no lograría contagiarme su malestar. En el tren ponen una película sin gracia con la que mi compañero de asiento se muere sin embargo de la risa. Me pregunto qué rayos habrá fumado.

Miércoles. Si todas las mangas de todas las chaquetas te están largas, lo más probable es que tengas los brazos cortos. Las mangas se pueden arreglar; los brazos, no. Sin embargo, creo que nos empeñamos en arreglar los brazos, lo que ocasiona un sufrimiento innumerable. A propósito de sufrimiento, en California acaban de prohibir el foie porque un hígado graso es una crueldad. Hay crueldades que con un poco de mermelada de grosella están para comérselas. La idea del foie me abre el apetito y decido comer fuera, en un restaurante cercano donde lo sirven con mucho gusto, se me hace la boca agua. Al ponerme la chaqueta para salir, veo que las mangas me quedan largas. Lo advertí al comprármela, pero me dio pereza solicitar que la arreglaran, lo que significaba volver a recogerla. Quiere decirse que arreglar las mangas tampoco está al alcance de cualquiera.

Jueves. Me deja un mensaje mi psicoanalista. Está enferma y no podrá atenderme hoy. Tengo un amigo cuya psicoanalista falleció en mitad del tratamiento. No es lo mismo, pero también molesta, claro. Le resta omnipotencia y yo, hoy por hoy, necesito una psicoanalista omnipotente, como mi madre. Sé que lo analizaremos en la próxima sesión, si no se muere (cruzo los dedos), y que ella me dirá por qué necesito recordar a mi madre como una mujer que lo pudiera todo. Yo le diré que mi madre lo podía todo y ella me preguntará si estoy seguro de lo que digo y entonces yo diré, al borde de las lágrimas, que no, que en realidad mi madre era muy frágil, pero que reconocerlo me fragiliza a mí. Para sustituir la sesión, me voy al baño turco, donde permanezco más tiempo del aconsejado. El baño turco, conmigo desnudo dentro, me recuerda el útero materno. Procuro ir una o dos veces por semana y salgo nuevo, aunque con la tensión baja, lo que me ayuda a relativizar las cosas.

Peronismos

PERONISMOS

En Argentina siempre ganan las elecciones los mismos que las pierden, los peronistas. Esto no sabemos si es bueno o malo para la sección de política, pero funciona muy bien en la de pasatiempos. La capacidad del peronismo para no significar nada al tiempo de significarlo todo es un jeroglífico de altura, una adivinanza imposible. Si inventáramos un objeto de regalo capaz de reunir la aceptación comercial del peronismo y su falta de sustancia, nos haríamos millonarios, pues podría venderse lo mismo en farmacias que en carnicerías y podrían prescribirlo por igual los médicos y los paramédicos, los psicólogos y los parapsicólogos. El peronismo serviría para el niño y la niña, para el joven y el anciano, para el militar y el estudiante, y se podría administrar indistintamente por vía oral, parenteral o intravenosa, aunque dispondríamos también de una presentación en forma de supositorio, para el culo.

Dicho así, parece que estamos hablando de un medicamento, lo que guarda más relación con nuestras limitaciones expresivas que con las cualidades del objeto, porque si el peronismo fuera una novela, por ejemplo, sería simultáneamente una novela de aventuras, de amor y de viajes, además de una metanovela culta y popular a la vez; lo sería todo, en fin, sería incluso una obra maestra sin dejar por eso de ser una basura y viceversa: la obra total con la que sueña todo creador desde el principio de los tiempos. Y si el peronismo fuera un bolígrafo resultaría tan útil para escribir como para desescribir. Hay que poner en marcha una Lotería Nacional Peronista que toque cuando no toque y que no toque cuando toque, pero sobre todo que toque y no toque al mismo agraciado, que será también, por eso mismo, un perdedor victorioso o un vencedor perdido. Ni idea de en qué categoría incluir a Cristina Fernández, quizá en las dos.

diumenge, 23 d’octubre del 2011

Camisas de fuerza

CAMISAS DE FUERZA

En el último debate electoral entre Rajoy y Zapatero, se pactaron, entre otras cosas importantes, que las sillas ocupadas por los contendientes carecieran de brazos y de ruedas. Lo de los brazos, para evitar posturas relajadas; lo de las ruedas, para permanecer estáticos. Se habló también, claro, de la iluminación, de la temperatura del plató y quizá de la humedad relativa del aire. Desde aquel mítico enfrentamiento entre Nixon y Kennedy, que marcó el comienzo de la de Edad Moderna de la tele, todo el mundo confía más en la corbata que en las ideas. Si tienes un buen discurso, pero llevas el cuello de la camisa levantado, malo. Esta obsesión por las cuestiones formales ha conducido a los propios espectadores a fijarse más en la calidad del afeitado que en la de la sintaxis. No importa quién sea el mejor desde el punto de vista intelectual, lo interesante es si Rubalcaba logrará permanecer erguido (tiene tendencia a arquear la columna) o si Rajoy logrará mantener la mirada fija en un punto (se le va con frecuencia hacia el vacío). Ahora mismo, los expertos de uno y otro partido se encuentran inmersos en durísimas negociaciones acerca de la altura del atril (si debaten de pie) o la forma del respaldo de las sillas (si lo hacen sentados). Lo que buscan tanto los del PP como los del PSOE es la neutralidad máxima. Si no tienen más remedio que debatir, que la discusión sea lo más parecido a un no debate. En cierto modo, se trata de la cuadratura del círculo. Buscan un diálogo que no sea un diálogo, un programa de tele que no sea un programa de tele, un encuentro que no sea un encuentro. Esta tendencia, llevada al paroxismo (qué rayos significará paroxismo) nos conducirá en pocos años a que los candidatos exijan debatir en camisa de fuerza a fin de que ningún movimiento extraño les haga perder ventaja frente al otro. Más aún, solicitarán también salir con una careta de sí mismos superpuesta sobre su rostro, para evitar posibles tics nerviosos. Tampoco sería raro que decidieran no hablar. Al fin y al cabo, para no decir nada, mejor verlos callados durante media hora, el uno frente al otro, mientras los contribuyentes juzgamos la calidad de sus caretas y de sus camisas de fuerza, es decir, la calidad de su locura y de la nuestra.

dissabte, 22 d’octubre del 2011

Lo bueno es ser perro

LO BUENO ES SER PERRO

Uno ha querido ser tantas cosas que no será... Hemos deseado se Shakespeare, por ejemplo, pero nos hemos vengado de no serlo leyéndolo. A uno le habría gustado escribir, pongamos, La Divina Comedia, pero hemos compensado la frustración de no hacerlo pasando varios domingos por la tarde entre sus páginas. No hay fracaso ni pérdida para el que no exista un alivio específico. Pero uno también ha querido ser su propio perro. Estos días, por ejemplo, cada vez que en el telediario aparecen los implicados en la muerte y desaparición de Marta del Castillo, uno desea ser su propio perro. Al mío le sienta el telediario como un ansiolítico. Es comenzar la enumeración de malas noticias y dormirse. Entonces uno va de la pantalla al perro, del perro a la pantalla y anhela la suerte del animal. Escuchas las declaraciones de Carcaño y Cia y es que no te apetece ya ni ser Truman Capote, aunque pudieras contarlo en otro A sangre fría que tuviera tanto éxito como el anterior. No, sólo quieres ser tu perro, que además es un chucho.

A ver dónde hay que firmar para convertirme en mi perro, al que saco a pasear por la mañana, al mediodía y por la noche, a veces en contra de su voluntad, incluso en contra de la mía. Pero nos viene bien a los dos. A él le ha recomendado pasear y hacer ejercicio el médico y a mí el veterinario, o al revés, ahora no caigo, el caso que mientras recorremos el parque tonificamos los músculos y la cabeza. No diré que respiramos aire puro, pues la contaminación, en mi ciudad (Madrid), ha alcanzado niveles mortales. Respiramos veneno en forma de partículas, pero también mi chucho es en esto afortunado pues a la altura de su cabeza la contaminación es menor que a la altura de la mía.

La tele y la atmósfera están envenenados y los consumidores de aquella y ésta, también. En cambio, observas a los perros jugar en el parque, bajo la mirada envidiosa de sus amos, y te das cuenta de que no hemos aprendido a desear. Ni bombero ni piloto ni astronauta ni actor ni cocinero vasco ni diseñador de moda... Lo bueno ahora mismo es ser un perro, a ser posible tu propio perro, para no pedirle favores a nadie.

divendres, 21 d’octubre del 2011

Fin de época

FIN DE ÉPOCA

Rajoy y Rubalcaba son candidatos analógicos de pura cepa, lo que equivale a que en una sociedad de centauros solo se presentaran a las elecciones los caballos. La presencia del mundo digital en lo que va de campaña está resultando ortopédica, pues tanto el PP como el PSOE han tenido que dotar a sus aspirantes de prótesis virtuales que parecen, paradójicamente, fajas para las hernias inguinales. Internet es como un océano al que puedes ir a pescar o a bucear. Para lo primero basta con tener una caña, un buen cebo y un poco de quietismo oriental. Para lo segundo, si no eres nativo, necesitas un traje de neopreno o de ibuprofeno (ahora no caigo), y botellas de oxígeno, pues el aparato pulmonar solo funciona bien en la realidad analógica. Rajoy y Rubalcaba son políticos pulmonares. No vamos a decir que les faltan agallas, debido al doble sentido de la expresión, pero lo cierto es que si los dejas caer en la Red se ahogan en dos minutos, pues sus cuerpos y sus mentes están diseñados para otro ecosistema.

Nos encontramos, en fin, ante las que quizá sean las últimas elecciones generales analógicas, ya que quienes les sucedan, y dado que la generación que les sigue ha dimitido, tendrán ya medio cuerpo analógico y medio virtual: apurando el símil del centauro, medio cuerpo de hombre y medio de caballo. Cuál de las dos realidades corresponderá a la cabeza y cuál al tronco constituye un misterio, por lo que no sabemos si cocearán más de lo que pensarán o viceversa. En todo caso, los centauros y su versión femenina, las centáurides, constituyen una mezcla prodigiosa de instinto y cultura, de fuerza y precisión, de oscuridad y luz, de sexo brutal y filigrana erótica: todo lo que quisiéramos para nosotros en este fin de época marcado por una contienda electoral en la que, más que programas, nos venden medias para las varices.

Qué me dicen de la realidad

QUÉ ME DICEN DE LA REALIDAD

Martes. Al poco de establecer amistad con alguien, mi amigo Ricardo comenzaba a imaginar su muerte. Le gustaba recrear su dolor frente a aquella situación hipotética. Disfrutaba viéndose en el tanatorio, junto al cadáver de su amigo, dando consuelo a los familiares del difunto, pronunciando para ellos frases de ánimo, recordándoles las virtudes del fallecido, que a veces, como sucede en los funerales, exageraba un poco. Luego recreaba también los meses de duelo provocados por la pérdida y la salida paulatina del luto, el olvido. Sus fantasías mortuorias alcanzaban tal intensidad que terminaba por distanciarse del amigo supuestamente fallecido, ya que en su interior había muerto de verdad. Esto le obligaba a frecuentar nuevos ambientes en los que reponer las amistades extintas.

Un día, se enamoró de una mujer a la que tardó en matar un año, mucho tiempo para sus hábitos. La pérdida imaginaria de esta novia fue especialmente dolorosa porque la quería con locura y porque imaginó para ella un final horroroso, que no viene a cuento detallar ahora. Terminado el duelo imaginario, no se atrevió a romper con la mujer real, la que continuaba viva, porque había intimado mucho con su familia y había comprado un piso en el que acabaron viviendo juntos. Esa mezcla de inversiones sentimentales y económicas lo mantuvo atado a una persona que para él, de manera fantástica, estaba fallecida. Pasado el tiempo, tuvieron un niño muy débil, medio muerto podríamos decir, que para mi amigo era el fruto lógico de aquel ayuntamiento entre un hombre vivo y un cadáver. Cuando el niño tenía doce o trece años, fue ella quien pidió el divorcio a Ricardo utilizando, a modo de justificación, esta frase:

—Es que tú para mí has muerto.

¡Qué ironía! Todo esto me lo contó Ricardo ayer, en el funeral de un antiguo compañero de estudios. Volví a casa perplejo. Crees que conoces a las personas y ya ves.

Miércoles. Mi psicoanalista dice que mis dificultades con el sueño se deben a que duermo en “estado de alerta”, como si fuera a ocurrir durante la noche algo para lo que debo estar preparado. No había caído, pero lleva razón (siempre lleva razón). Durante una temporada, en el primer apartamento en el que viví solo, daba por supuesto que una noche u otra entrarían los ladrones. Me compré un puñal falso, de esos que incluyen una mancha de sangre, que me colocaba en el pecho cuando escuchaba el menor ruido, fingiendo haber sido asesinado. Suponía que si los cacos, al entrar en casa, se encontraban con semejante espectáculo, huirían despavoridos. No llegué a utilizarlo porque nunca entraron, pero creo que fue entonces cuando comenzaron mis problemas con el sueño. Ahora no temo a los ladrones, sino a los fantasmas. Quiere decirse que he evolucionado, soy más espiritual. La amenaza actual es de carácter metafísico, por lo que jamás se concreta en algo que me ayude a descansar. El problema no es que duerma en estado de alerta, como las matronas, sino que vivo también en estado de alerta, como los espías. Cuando suena el teléfono, me sobresalto porque estoy convencido de que esta vez sí, por fin, suena para darme una noticia de esas que llevamos esperando toda la vida. La de que Dios existe, por ejemplo. Imagino que al descolgar el aparato y decir diga, oigo al otro lado:

—Soy César Alierta y le llamo para comunicarle que Dios existe.

Lo de César Alierta es un ejemplo, pero serviría también Emilio Botín o Isidoro Álvarez, cualquier persona, en fin, que pertenezca a una dimensión de la realidad inalcanzable para mí.

—Hola, soy Amancio Ortega y estoy en disposición de asegurarle que Dios existe.

Dado que las posibilidades de que me llame el dueño de Zara son tan remotas, si eso ocurriera, caería de rodillas, como Pablo de Tarso, y me volvería creyente. ¿Es o no es como para vivir en estado de alerta?

Jueves. Parece que Rajoy y Rubalcaba mantendrán un único debate público por la tele, pese a los deseos agudísimos de ambos de mantener dos. Yo no estoy muy bien de la cabeza, de acuerdo, pero qué me dicen de la realidad.

diumenge, 16 d’octubre del 2011

Rarezas críticas

RAREZAS CRÍTICAS

Cuando llegó la crisis, un pintor famoso, cuyo nombre no viene al caso, decidió combatirla pintando mal, pues de ese modo ahorraba luz, calefacción y materia gris. Al principio no pintaba muy mal, solo un poco, pero a medida que las cosas declinaban, fue haciéndolo peor. Adquiría colores de mala calidad y lienzos arrugados y pinceles que impedían la precisión en el trazo. A veces dudaba acerca de ese modo de afrontar el problema, pero era lo que hacía todo el mundo. En las tiendas, como habían despedido a la mitad del personal, trataban al cliente a patadas; en los restaurantes, le echaban a uno la sopa por encima; las televisiones emitían refritos insufribles y las radios, tras prescindir de sus mejores guionistas, hacían programas basura... Hasta algunos periódicos que vivían lógicamente del periodismo, dejaron, para abaratar costes, de hacer periodismo.

El ejemplo del pintor famoso se extendió a otros ámbitos de la creación y algunos escritores, también para combatir la crisis, empezaron a escribir mal logrando un ahorro energético considerable. De hecho, apagaban la luz a las diez de la noche, cuando antes la tenían encendida hasta las tantas de la madrugada. La estufa de gas, que para escribir bien debía permanecer en funcionamiento las 24 horas, se ponía quince minutos al amanecer para caldear el ambiente y ya. La industria cinematográfica, por su parte, y también como contribución al alivio de la crisis económica, realizó las peores películas de su historia al llevarlas a cabo sin técnicos de sonido ni operadores de maquillaje ni actores principales.

No fatigaremos al lector con más ejemplos, pero le revelaremos que la crisis, con estas soluciones, empeoró, ya que la gente dejó de comprar pinturas, de acudir a los restaurantes, de ver la televisión, de escuchar la radio, de leer los periódicos, de adquirir novelas, y así de forma sucesiva, pues lo lógico es que las pastelerías quiebren cuando comienzan a hacer pasteles salados. Es lo mismo que si los ópticos empezaran a vender gafas sin cristales. Quiere decirse que estamos superando la crisis generando más crisis, lo que resulta un modo extraño de salir adelante.

divendres, 14 d’octubre del 2011

Todo estaba en orden

TODO ESTABA EN ORDEN

Jueves. Abrí los ojos, miré la hora. Eran las tres de la mañana y no me encontraba en mi cama, sino en la de la habitación de un hotel. Eso es que estoy soñando, me dije. Aún dentro del sueño, me levanté y recorrí la habitación, que era una suite compuesta de dos piezas: un salón con un mueble bar y un aseo, además de un dormitorio amplio, con vestidor y cuarto de baño incorporados. El mobiliario era negro, de líneas rectas, y las paredes estaban pintadas de un verde muy pálido, quizá un verde manzana que infundía sosiego. Tanto la ventana del salón como la del dormitorio daban a una avenida ancha, muy bien iluminada. La circulación, como correspondía a la hora, era muy escasa.

Enseguida reconocí la avenida y los edificios, así como la suite, pues la había ocupado en otras ocasiones, ya que viajo con frecuencia a Barcelona. Regresé a la cama, me tapé hasta las orejas, cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño. Justo en el momento de dormirme en Barcelona, me desperté en Madrid, pero no abrí los ojos inmediatamente para disfrutar durante unos segundos de aquel estado de indeterminación. ¿Dónde me encontraba en realidad?

Me encontraba en Madrid, en mi cama, en mi habitación, tal como comprobé al levantar los párpados. No obstante, el sueño había sido tan vívido que sin dejar de estar en Madrid, despierto, me encontraba al mismo tiempo en Barcelona, dormido. Me di la vuelta y cuando estaba durmiéndome de nuevo en Madrid, comencé a despertar en Barcelona. Pasé el resto de la noche en una especie de duermevela, viajando de este modo entre una ciudad y la otra.

Finalmente amanecí en Madrid, pero estuve pensando toda la mañana en la versión de mí mismo que había abandonado en Barcelona. Por la tarde, después de comer, me senté un rato en el sofá, delante de la tele, y al quedarme dormido volví a recuperar mi versión catalana. Ahora caminaba por el paseo de Gracia hacia la Diagonal, sin prisa alguna, deteniéndome frente a los escaparates de las tiendas, valorando la posibilidad de comprarme esto o lo otro. En Barcelona era la misma hora que en Madrid, la hora de la siesta, pero la mayoría de las tiendas permanecían abiertas. Parecía evidente que volvía de comer, pues sentía en el cuerpo los efectos del vino y aún tenía en la garganta y en la lengua el sabor del café. Me sentía bien, colmado, pero no lleno. Hacía sol sin hacer calor. Todo estaba en orden.

Entré en un establecimiento de ropa y pregunté si tenían chalecos. De repente, no sé por qué, decidí que necesitaba un chaleco de lana. El dependiente me llevó a una zona de la tienda donde había distintos modelos para elegir. Vi uno negro con el cuello de pico que me pareció bien. Me combinaría con las camisas azules y blancas que son las que más utilizo. También me compré una corbata de punto, azul con rayas blancas. Salí de la tienda reconfortado, optimista, como si el chaleco tuviera propiedades mágicas. Ya en la calle, tropecé con una mujer a la que di dos besos, como si nos conociéramos. Quizá había tenido tratos con ella en mi versión catalana, pero no desde luego en la madrileña. Hablamos durante unos instantes de cosas insustanciales y nos despedimos tras asegurarle que la llamaría para comer a la semana siguiente.

Seguí caminando hasta llegar al hotel catalán cuando sonó un ruido que me hizo despertar (en Madrid, claro). ¡Maldita sea!, dije. Pero cerré los ojos, cambié de postura y logré dormirme de nuevo, recuperando enseguida mi versión catalana. Al sacar de la bolsa el chaleco que me acababa de comprar, descubrí que no era negro, sino marrón. Desconcertado, me acerqué con él a la ventana y vi que parecía negro o marrón, según cómo le diera la luz. Todo mi optimismo anterior se vino abajo. Me sentía furioso contra mí mismo y contra el dependiente, que debía haberme advertido de aquella particularidad. La rabia me despertó. Me levanté del sofá, me preparé un té y mientras me lo bebía pensé que si yo fuera él (o sea, si yo fuera mi versión catalana), iría en ese mismo instante a devolverlo. Estuve toda la tarde a disgusto conmigo mismo y esa noche bebí.

La etiqueta

LA ETIQUETA

El abuelo tendrá unos 70 años; el nieto, cinco o seis. El parque, como todos los días de diario a esa hora (las ocho de la mañana), está casi vacío. La pareja me llama la atención y comienzo a seguirla con disimulo. Van de la mano y sostienen una conversación animada, como entre dos iguales. Imposible saber si el niño es muy viejo o el viejo muy niño. En estas, empieza a funcionar el riego automático de una de las parcelas de césped y el abuelo se pone a jugar con la trayectoria del agua, que sale con fuerza de un aspersor que da vueltas. El niño le dice que no haga el tonto, que se va a mojar, y el adulto recupera enseguida la cordura. Más tarde, se cruzan con un perro atolondrado (quizá se ha perdido) al que el pequeño se acerca sin temor alguno bajo la mirada aprensiva del mayor. No debes acercarte a animales que no conoces, le dice luego, al reemprender la marcha. Son ya las ocho y cuarto de la mañana y los colegios de la zona abren a las nueve y media. Supongo que a esa hora el abuelo y el nieto se despedirán a las puertas de la escuela. Continúo siguiéndoles, cada vez con más dificultades para no llamar la atención. En esto, se sientan en un banco y se quedan mirando a ningún sitio, como dos extraterrestres que acabaran de ser abandonados allí para una misión y estuvieran recibiendo órdenes telepáticas. Yo finjo hacer estiramientos en el banco de al lado. Pasado un rato, el abuelo saca del bolsillo un frasco de plástico al que ata un cordel. Luego se lo entrega al niño, que abandona el banco y juega a arrastrar el bote de un lado a otro, como el que tira de un cochecito de juguete. La etiqueta del frasco me resulta familiar, pero no logro verla desde mi posición. En una de sus carreras el crío pasa cerca de mí y logro leerla: Trankimazin. Las pastillas suenan dentro del bote con un efecto sonajero.

dilluns, 10 d’octubre del 2011

Aún no he llamado

AÚN NO HE LLAMADO

Dos hombres de mediana edad, uno de pelo plateado y otro calvo, conversan en la mesa de al lado a la mía, en la terraza madrileña donde me tomo el gin tonic de media tarde. La temperatura es tal que la realidad parece a punto de fundirse. Las palabras salen de las bocas con calentura, creo que es la primera vez que veo, u oigo, no sé, palabras con fiebre.

-Hace un año —dice ahora el hombre calvo— anillamos en Canarias a un indigente de unos cuarenta años.

-¿Qué quiere decir que anillasteis a un indigente?, pregunta el del pelo plateado.

-Pues que le colocamos una especie de pulsera en el tobillo y enviamos la información a todos nuestros centros.

-¿Y?

-A los tres meses fue atendido de una lipotimia en un ambulatorio de Madrid. A los seis meses, un voluntario de una ONG le dio de cenar en el centro de León. Quince días más tarde fue detectado en Cantabria, donde se apuntó en un curso de fotoshop gratuito ofrecido por un ayuntamiento de esa comunidad. Dos meses después, dejó rastros en un albergue para indigentes de de Sevilla. Fíjate el recorrido que llevó a cabo en apenas nueves meses.

-¿Y ahora?

-Le hemos perdido la pista, pero tarde o temprano volveremos a saber de él, vivo o muerto.

-¿Y si muere por ahí?

-Le harán la autopsia y le descubrirán la pulsera.

-¿Pero por qué anilláis pobres?

-Como otros anillan cigüeñas, para conocer sus rutinas, sus costumbres viajeras, su esperanza de vida.

-Ya, concluyó con perplejidad el hombre del pelo plateado.

Ya, dije yo para mis adentros mientras me llevaba el vaso a la boca. Una hora más tarde, al abandonar la terraza, tras el tercer gin tonic, tropecé con un indigente que dormía en el Paseo de la Castellana. Me fijé en su tobillo y llevaba una pulsera de plástico donde se solicitaba a quien la viera que telefoneara a un número que memoricé. Todavía lo recuerdo, pero aún no he llamado.

diumenge, 9 d’octubre del 2011

Sinónimos

SINÓNIMOS

Hace poco, un hombre del campo me aseguró que el futuro de Europa pasaba por la agricultura, a la que se refirió como la frontera entre la barbarie y la civilización. Hemos despreciado tanto ese mundo que sus palabras me produjeron el efecto de un golpe emotivo inesperado. El hombre me dejó un papel que guardé mecánicamente en el bolsillo y con el que volví a tropezar días más tarde, al ponerme la misma chaqueta. El primer párrafo de ese escrito, que era una declaración de principios, decía así: «Un país en el cual su Diccionario de la Real Academia conserva en pleno siglo XXI como acepciones ligadas al término rural las de tosco e inculto es un país en el que aún hay camino que recorrer para salvar la brecha de ciudadanía que permanece abierta entre el pueblo y la ciudad…»

Esa brecha, o herida, ha sido considerada durante mucho tiempo como saludable, y cuanto mayor era, más avanzada considerábamos la sociedad en la que se producía. Pero la misma expresión «herida saludable» resulta una contradicción en los términos. Por las heridas se pierde sangre y entran infecciones. La existente entre el mundo urbano y el rural es ya de tal magnitud que parece una gangrena. La distancia entre el sector terciario y el primario ha aumentado tanto que desde la ciudad resulta ya imposible distinguir el campo y desde el campo resulta imposible distinguir la ciudad. No hemos logrado construir una articulación entre uno y otro mundo. Los niños piensan que los huevos y la carne vienen de la nevera. La bisagra está rota. Una de las pruebas de esa ruptura son las granjas artificiales creadas para la organización de campamentos infantiles. Imaginémoslo al revés: un sucedáneo de ciudad para las vacaciones de los escolares del campo.

La expresión «economía productiva» debería escandalizarnos, pues implica la existencia de una economía que no lo es. La actividad agraria constituye un ejemplo de economía productiva al que deberíamos rendir culto. En épocas de crisis, tiene más capacidad para sobrevivir el que cultiva un pequeño huerto que el que juega en la bolsa. El término rural no es en efecto sinónimo de tosco o inculto. El término urbano, en cambio, empieza a serlo de despiadado y cruel.

divendres, 7 d’octubre del 2011

Habla vaga

HABLA VAGA

La frase "estoy mortalmente herido" debe de ser muy antigua en todos los idiomas, no tanto como los primeros hombres mortalmente heridos, desprovistos del habla, pero muy próxima a ellos. Estoy mortalmente herido. A veces se lo dice uno a sí mismo con la extrañeza que proporciona asistir al propio acabamiento y a veces al compañero de batalla, al médico castrense, al brujo, al sacerdote. La habrán pronunciado héroes y cobardes, creyentes y agnósticos, notarios y aparejadores, no siempre en su sentido literal, pues posee también una carga metafórica muy útil para expresar pérdidas sentimentales importantes. Ahora mismo, mientras usted lee la oración "estoy mortalmente herido", miles de seres humanos la estarán pronunciando también en las escaleras del metro de una gran urbe donde han sido apuñalados, al pie de un tanque donde han sido heridos o en el bar en el que acaban de ser abandonados. Estoy mortalmente herido. ¡Cuánta gente mortalmente herida mientras nosotros leemos el periódico!

El caso es que había un individuo que no pronunciaba bien dicha oración gramatical. En vez de "mortalmente herido", le salía "mortmente herido", por lo que acudió a la consulta de un logopeda que le recomendó un amigo de toda la vida. Una vez diagnosticado ("habla vaga" o algo semejante), se le recomendó la práctica de una serie de ejercicios que debía repetir cada día frente al espejo. Así lo hizo el hombre, que primero logró pronunciar algo parecido a "mortlmente" hasta que a base de trabajar y trabajar le salió un mortalmente normal, como el de usted (aunque no como el mío, pues tengo problemas con la ele). Cuando el logopeda, tras felicitarle por su tenacidad, le dio el alta, el hombre preguntó si ahora que decía bien la frase estaba más o menos mortalmente herido que antes, a lo que el especialista no supo qué decirle.

¡Viva la prensa esotérica!

¡VIVA LA PRENSA ESOTÉRICA!

Jueves. Me levanto de la cama, enchufo la radio y resulta que el Gobierno acaba de decidir no privatizar el 30 por ciento de los sueños, tal como se había decidido en un consejo de ministros. Trato de imaginar ese consejo. Habla el responsable de Hacienda:

—Si sacáramos a Bolsa el 30 por ciento de los sueños de los españoles, obtendríamos 7.000 millones de euros.

—Adelante –dirían todos al unísono.

Una vez tomada la decisión, se emprendió una campaña de publicidad costosísima en la que se venía a decir eso, que a partir de una fecha podríamos adquirir una porción de nuestros propios sueños y jugar con ellos en la Bolsa. La campaña era en sí misma delirante, pues reducía las aspiraciones del ser humano a la obtención de un dinero fácil, de casino. Era también un poco indecente para los tiempos que corren, para cualquier tiempo en realidad, pero no nos pongamos puritanos con la que está cayendo. El caso es que las Loterías Nacionales del Estado siguen en manos del Estado porque los inversores no parecían dispuestos a pagar por sus propios sueños lo que valían. Este año, la compra ritual del décimo de Navidad tendrá algo de pesadilla, pues estaremos adquiriendo por el precio de siempre un producto, onírico o no, rechazado por la Bolsa, que es la que manda.

Viernes. Voy a ver El árbol de la vida, la película de Terrence Malick que se llevó la Palma de Oro en Cannes y en torno a la cual se ha generado un fenómeno de marketing viral espontáneo que ha hecho de ella, misteriosamente, una de esas películas que hay que ver. Pregunto a un productor de cine cómo se logra crear esa necesidad y dice que no tiene ni idea, que si lo supieran repetirían la jugada. Ocurre con las películas como con los libros, que no se sabe por qué funcionan o dejan de funcionar. La fórmula del éxito es tan secreta como la de la Coca-Cola, solo que no está escondida en ninguna caja fuerte. La película dura 138 minutos, a lo largo de los cuales da tiempo a todo: a echar una cabezada, a repasar mentalmente la lista de la compra, a ensayar cómo le vas a dar a tu hijo la noticia de que estás a punto de quedarte en el paro… También da tiempo a disfrutar del filme, pues te conmueve lo cojas donde lo cojas. Quiere decirse que sus casi dos horas y media son geniales sin interrupción y sentimentales sin interrupción y costumbristas sin interrupción y místicas sin interrupción y de vanguardia sin interrupción. Lo tienen todo. Por si fuera poco, logra establecer un puente entre lo macro y lo micro, entre la creación del mundo y la vida cotidiana de una familia media americana, porque los extremos se tocan, que es a lo que íbamos. Al final, cuando sales del cine, no sabes si El árbol de la vida te ha gustado o no y lo bueno es que tampoco te interesa averiguarlo.

—¿Qué te ha parecido? –le preguntaba, ya en la puerta, una chica a su novio.

—Ni lo sé ni me importa –respondió él sin agresividad.

En Estados Unidos, para potenciar la campaña de marketing viral espontáneo generada en torno al filme de C, te devuelven el importe de la entrada si no te ha gustado. Chicos listos.

Sábado. Abro el periódico e, intentando evitar las noticias fuertes, que me dan dolor de cabeza, me interno en las zonas blandas, donde leo que acaba de salir una aplicación informática de gran éxito que permite averiguar si tu hijo es gay. Si yo supiera algo de informática, sacaría inmediatamente otra aplicación que sirviera para averiguar si tu padre es gilipollas. Aunque, bien pensado, para detectar esto bastaría con saber si tu padre se ha bajado la aplicación anterior. Regreso al quiosco de prensa y digo que no me ha gustado el periódico y que se lo metan por donde les quepa. El quiosquero, que conoce mis prontos, acepta la devolución y me entrega a cambio una revista esotérica donde me entero del caso de un tipo que es tonto en español y genio en francés, como suena. Vive en Burdeos y es bilingüe porque su padre procede de Soria y su madre de Marsella. Cuando piensa en español se comporta como un idiota, mientras que cuando piensa en francés es un superdotado. ¡Viva la prensa esotérica!

dilluns, 3 d’octubre del 2011

La puerta

LA PUERTA

El hombre de las cavernas no sabía que era el hombre de las cavernas ni el de la Edad de Bronce que era el de la Edad de Bronce. Cuando Colón pisó América, ignoraba asimismo su extensión. En cambio, nosotros sabemos que nos encontramos en el paleolítico de la era digital. Somos sus neardentales. A un crío se le ocurre Facebook y se hace multimillonario en cuatro días, lo mismo que el que descubre Twitter o el que da con una aplicación ingeniosa para la tableta o el teléfono móvil. Así las cosas, debe de provocar un sentimiento de impotencia enorme la incapacidad para dar con un negocio nuevo cada semana. Es lo que me decía un chico joven empeñado en abrirse camino en ese territorio:

-Sé que hay algo esperándome ahí, detrás de una puerta, pero no sé qué puerta es.

Debe de haber varias novelas y películas tituladas de ese modo, «Detrás de la puerta». La puerta es uno de los grandes inventos de la humanidad, muy bien llevado luego a la literatura de terror. En cierto modo, la única tarea realmente trascendental en la vida del hombre es averiguar qué puerta debe abrir y si la abre para entrar o para salir. A veces pierde uno la existencia abriendo puertas que no son y entrando en sitios de los que debería salir o viceversa. La puerta presupone, claro, la existencia del pasillo, que es otra construcción metafórica fundamental. Conozco gente de sesenta años que no ha salido aún del de su infancia. A veces, la puerta para escapar de ese pasillo es invisible, inmaterial, falsa. A veces, la puerta falsa es la verdadera.

Cuando uno entra en Internet (en el caso de que no estemos dentro ya sin darnos cuenta), se abren ante él millones de puertas. No hemos conocido un pasillo tan largo ni con tantas entradas al desconsuelo, a la soledad, a la incomunicación, pues la mayoría de esas puertas no conducen sino al interior de la cueva prehistórica. Pero debe de haber alguna que se abra ante un panorama fantástico, ante una pradera gigantesca, una playa infinita, ante una Madame Bovary o una Guerra y paz del universo digital. El primero que dé con esa puerta se forra en todos los sentidos. Pero no sabemos si es real o imaginaria.

diumenge, 2 d’octubre del 2011

Todo concuerda

TODO CONCUERDA

En lo que el periódico tiene de espejo, tiene también algo de diagnóstico clínico, de modo que todos los días nos desayunamos con las transaminasas y los lípidos y el azúcar y el colesterol de esta enferma grave llamada Europa. No en vano el gráfico de la bolsa se parece tanto al de la fiebre. Ahora que se pone de moda la paleodieta, consistente en reproducir la alimentación del hombre de las cavernas (carne por un tubo y poca fruta), las relaciones económicas regresan también al tiempo de los bárbaros. Un ejército de parados está dispuesto ya a acudir a las plazas públicas para exponerse como mercancía a la mirada del patrón. Los neutrinos acaban de demostrar que se puede viajar a través del tiempo y en eso estamos, en una caída libre hacia el siglo XIX o por ahí, pasando por el crack del 29, que nos pilla de paso. Un viaje iniciático al revés.

Una migración de ese tipo puede provocar mucho dolor a menos que desaprendamos lo aprendido a lo largo del último siglo y medio de cultura. De ahí la necesidad de acabar con la escuela pública, de liquidar la pequeña igualdad de oportunidades que implicaba la existencia de la enseñanza gratuita. Cuando un servidor de ustedes hizo la mili (ayer, en términos históricos) el 30% de su compañía estaba formada por analfabetos. Nos costó más erradicar el analfabetismo que la polio, pero parece que regresan las dos en ese viaje marcha atrás hacia la dieta prehistórica y la ignorancia crasa (qué rayos significará crasa). Olvídense ustedes también de la sanidad pública, en vías de extinción en varias de nuestras comunidades. Quizá regresen las pústulas, las costras, las viruelas, Europa está repleta de ellas, da pena verla ahí revolcándose de dolor entre unas sábanas que no se cambian desde hace siete meses.

Lo que no nos falta es el equipo médico habitual, con gente tan pintoresca, por razones distintas, como Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, seguidos, en su viaje rutinario a través de las salas del hospital, por un grupo de becarios entre los que destaca por su sabiduría un tal Berlusconi. Me dicen que junto a la paleodieta regresa también una especie de paleogimnasia en la que se reproduce el esfuerzo físico de cazar un bisonte. O sea, que todo concuerda.