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divendres, 25 de març del 2011

Ese charco

ESE CHARCO


Si un día, al cepillarte los dientes, comprendes que tu dentadura no es tu dentadura, es porque se trata en efecto de una dentadura extraña. Y ni siquiera es preciso que te la hayan cambiado por la noche para que por la mañana haya dejado de ser tuya. No es tuya y listo, incluso en el caso de que sigas sintiendo como propia la cavidad bucal. El problema de estar formado por tantas piezas, y tan diferentes, es que no siempre se reconocen entre sí. De hecho, hay días en los que tu cuerpo no es tu cuerpo, en los que ni siquiera tú eres tú, signifique lo que signifique ser tú, aparte de una rara manera de ser yo. Pero quien habla de la dentadura de carne y hueso (lo de la carne es un decir), habla de la lengua entendida como el sistema de comunicación verbal en el que habitualmente te manejes, por ejemplo, el español.

Si un día, al levantarte, notas que la lengua que se habla a tu alrededor, y en la que tú respondes, no te pertenece, es que ha dejado de ser la tuya, aunque no conozcas otras. Si dices "muerte" y te suena tan raro como si dijeras mort, o pronuncias "angustia" con la extrañeza (y el esfuerzo) con el que pronunciarías distress, significa que lo que era tu lengua ha devenido en una prótesis, seguramente una prótesis de excelentes calidades sintácticas, y dotada de un vocabulario muy rico, pero una ortopedia al fin. Quizá descubras al mismo tiempo que eres tú el que está al servicio de la prótesis y no ella al tuyo, por eso dices "buenos días" o "buenas tardes" cuando lo que querrías decir es "me cago en tus muertos". Ahora bien, si un día te levantas y te das cuenta al mismo tiempo de que la lengua con la que te comunicas y el cuerpo con el que desayunas, lejos de ser posesiones tuyas, son tus propietarios, estás listo. No es fácil vivir entre los hombres cuando se ha metido el pie en ese charco.

dilluns, 21 de març del 2011

Ah, el progreso

AH, EL PROGRESO

Los enemigos de la energía nuclear se la han cargado por tener razón. No hay tertulia radiofónica en la que no se les acuse de eso mismo, de tener razón, responsabilizándolos así, y en cierto modo, de lo sucedido allá lejos (aunque tan cerca). Los partidarios de la energía atómica, lejos de arrugarse, se han crecido con la catástrofe, escupiendo por la ondas que no hay nada seguro. Es cierto, no hay nada seguro, excepto que las consecuencias de un accidente nuclear son infinitas. En cierta ocasión vi cómo sometían a una mosca a un bombardeo radiactivo inmisericorde. La mosca no sentía nada (las radiaciones no duelen), pero mientras iba de un lado a otro del tubo de ensayo, las emisiones de radio desencuadernaban su ADN. Trasladada de nuevo al laboratorio, comenzó en pocos días a llenarse de tumores y tuvo una prole a la que le faltaban brazos o le sobraban ojos. Los efectos de aquella radiación masiva no se detenían en un punto ni en una generación, no se trataba, en fin, de una catástrofe lineal, de efectos, previsibles y medibles, sino de un horror exponencial, que se disparaba hacia un futuro indeterminado.

Estos días me acuerdo de aquella mosca. Ya entonces sabía que uno es responsable de lo que ve, de modo que el sentimiento de culpa por haber asistido a aquel espectáculo (quizá por haberlo provocado) no se ha ido del todo (la culpa, como la radiactividad, permanece). Pero decíamos que los enemigos de la energía atómica se la han cargado por llevar razón. De súbito, si escuchas algunas tertulias y lees algunos artículos, los antinucleares parecen los responsables de que no haya una solución segura para los residuos de esa energía. También se les acusa, si bien de forma velada, de habernos aguado la fiesta del crecimiento sin límites.

Entretanto, en Japón la gente huye aturdida de ese enemigo invisible que son las radiaciones. Ingenuamente, se tapan la nariz y la boca con un pico de la bufanda o del pañuelo, como si de ese modo se pudiera filtrar el aire, evitando que el veneno penetre con él en los pulmones o en el útero de las embarazadas. Ah, las energías limpias, inocentes, seguras; ah, el progreso; ah, el apocalipsis; ah, esas fosas marinas donde guardamos los bidones de una basura mortal que permanecerá activa durante 500 años…

diumenge, 20 de març del 2011

Recetas infladas

RECETAS INFLADAS

Si a nosotros nos enseñaron a inflar el currículo (ya nadie lo escribe en latín, curriculum), nuestros hijos aprenden cómo devaluarlo. A menos formación, más posibilidad de encontrar trabajo. Si confiesas que eres ingeniero y que sabes dos idiomas, por ejemplo, no te dejan optar a puestos de escasa cualificación. La sabiduría ingresa en la clandestinidad. Ese barrendero con el que usted se cruza por las mañanas, cuando sale a comprar el periódico, es licenciado en Filosofía, pero no se lo ha dicho a nadie por miedo a perder el empleo. Lee a Kant y a Platón a escondidas y escribe, por las noches, una tesis sobre Schopenhauer, pero se lo oculta a todo el mundo para no tener problemas laborales. Aprendió a presentar currículos pobres en una página de internet dedicada a estos menesteres.

Quiere decirse que todo el mundo adultera su biografía, unos por arriba y otros por abajo. Nos preguntamos, por ejemplo, cuánta gente falsificará títulos de medicina. Decimos de medicina porque según un reciente estudio, llevado a cabo por la Universidad de Granada en nueve hospitales de referencia, más del 30% de los pacientes de urgencias están mal medicados. Es mucho error en un asunto tan sensible. Apliquen, si no, ese porcentaje a cualquier otra actividad. Supongamos que el 30% de las personas que trabajan en una central nuclear hiciera las cosas mal, o que el 30% de las personas encargadas de regular el tráfico programara mal los ordenadores, o, no sé, que el 30% de los pilotos de aviación no supieran aterrizar. ¡El 30%!, pone los pelos de punta, de verdad. Y hablamos de hospitales como el Clínic de Barcelona, el Gregorio Marañón de Madrid o el Virgen del Rocío de Sevilla. ¿Qué clase de currículos escribieron los responsables de ese 30% de desaguisados?

De momento, si usted acude a una urgencia, rebaje la importancia de lo que le ocurre, aunque se esté muriendo, para que le mediquen de forma menos agresiva. Está claro que para sobrevivir conviene que vayamos por la vida disimulando el nivel de nuestros conocimientos y rebajando la gravedad de nuestras enfermedades. Sólo a los médicos de urgencias, por alguna razón, les está permitido inflar en currículo. Y la receta.

dissabte, 19 de març del 2011

Una olla exprés

UNA OLLA EXPRÉS

Calculo que de las 30 personas que viajamos en este vagón de metro, a esta hora exacta de la tarde, 28 van pensando en Japón. Japón funciona dentro de nuestras cabezas como una de esas melodías que entran en las meninges un martes y no se van hasta el domingo. Formulada la estadística anterior, que carece de rigor científico (lo mismo que la seguridad de las centrales nucleares), me pongo a buscar a los dos viajeros capaces de no pensar en lo que piensa todo el mundo. Uno de ellos, imagino, es esa mujer de unos 40 años que lee un libro de poemas de León Felipe.

Antología rota, tal es el título del volumen, que regaló hace poco un periódico de ámbito nacional. Buen título. Se nota que la mujer mueve la lengua dentro de la boca, como si degustara los versos. El otro viajero que no piensa en Japón es un adolescente alucinado que mueve la rodilla al compás de la canción que escucha (lleva puestos unos enormes casos). Antología rota. Realidades rotas. Vidas rotas. Noches rotas. Parece que vamos a sufrir una suerte de corralito energético: menos horas de luz, apagones eléctricos, quizá una vuelta a las velas. Resulta que donde creíamos tener equis vatios, tenemos equis menos 30, o equis menos 40, no lo sé. De momento será una cosa voluntaria. Así, el próximo día 26, y dentro de la campaña La hora del planeta, mucha gente apagará las luces de su casa. Un acto simbólico en medio de estos excesos de la realidad. En la siguiente parada se apea la mujer de los versos que movía la lengua al leer y entra una pareja de inmigrantes asiáticos, arrastrando una maleta gigantesca cada uno, las dos a punto de reventar. Se nota que en esas maletas llevan sus vidas (sus vidas a punto de reventar, también eso se nota). Pesa más la existencia cuando cabe en una maleta que cuando necesitas, para transportarla, un tren de mercancías. Y pesa todavía más, diga lo que diga el tópico, cuando te cabe en los bolsillos del pantalón, sobre todo si están rotos.

A medida que nos acercamos al centro de la ciudad, el vagón se va llenando de gente. Le cedo mi asiento a una embarazada y sigo jugando a imaginar cuántos de todos estos viajeros llevan dentro de la cabeza la imagen de una central nuclear silbando como una olla exprés enloquecida.

divendres, 18 de març del 2011

Dios

DIOS

Soñé que no era yo el que estaba dentro del mundo, sino que era el mundo el que estaba dentro de mí. Con los ojos cerrados, podía recorrer los continentes y los océanos que me habitaban. Aquí estaba Asia, aquí África, aquí Europa... Iba de un continente a otro como el que va de su corazón a su hígado Y percibía, con la intensidad de un dolor de muelas propio, el terremoto del Japón y el tsunami posterior, así como las grietas de aquella realidad que desde la televisión y los periódicos resultaba tan distante. Comprobaba dentro de mí el aumento de la temperatura de las centrales térmicas y sentía cómo se fundían sus soportes de acero y cómo la radiación silbaba al escapar por las llagas de los sarcófagos. Dentro de mí estaban Libia, y Egipto y Túnez. Me cabían todas las montañas, todos los ríos y los valles de la Tierra. Pero también dentro de mí podía escuchar, si me lo proponía, el silencio de un universo hueco, como las aulas de un colegio en pleno mes de agosto.

Comprendí dentro del sueño que cada día, al abrir los ojos, proyectaba hacia el exterior esa realidad interna creando la ilusión de que se encontraba fuera, de que me contenía: un efecto óptico, como el del Sol cayendo sobre el horizonte. Entonces, aún dentro del sueño, me di cuenta de que yo era Dios, un Dios triste y solo, un Dios abandonado, un Dios gordo y cutre y aburrido, que combatía su soledad, su miedo, su agonía, imaginando dentro de sí un universo que al abrir los ojos se colocaba fuera. Todas aquellas criaturas con las que me cruzaba, por ejemplo, en el Corte Inglés (una de mis invenciones más alucinantes) eran en realidad espejismos. El cosmos estaba desierto, vacante de todo cuanto no fuera yo. Desperté horrorizado y al atravesar la frontera entre el dentro y el afuera de mí mismo, el Dios cutre del sueño devino en un pobre diablo.

dilluns, 14 de març del 2011

Hasta nueva orden

HASTA NUEVA ORDEN

No me hago a la idea de lo que es una guerra. Y no por falta de voluntad. Leo en cuatro periódicos distintos lo de Libia y me digo: esto es una guerra. Pero me lo digo al modo en que me diría: esto es un galimatías. Una guerra. Observo con detenimiento las fotos de los heridos, de los muertos, tomo notas del secarral donde aparecen hombres andrajosos con bazokas polvorientos, intento imaginar a Gadafi a un lado y a los rebeldes al otro. Pienso en los hospitales atestados, en las transfusiones de sangre, en las amputaciones de brazos y piernas, logro ver un suelo de cemento lleno de gasas empapadas de sangre… Pongo muy buena voluntad, en fin, pero no me hago a la idea. Y no soy el único. Naciones Unidas, por ejemplo, y las autoridades europeas llevan más retraso que yo. Por eso les cuesta tanto intervenir. Lo más que ocurre es que si Gadafi llama a Zapatero, no se pone.

Pasa con todas las guerras que no son de uno, creo yo. Por la superficie nos meten discursos morales y por debajo de la mesa cuentan con los dedos los barriles de petróleo. Los usuarios de la información nos quedamos encandilados con los discursos morales, que molan cantidad, y se nos escapa el truco. De acuerdo, ya han condenado ustedes a Gadafi, ya han logrado que tengamos de él una opinión distinta de la que teníamos cuando nos regalaba caballos. Ahora ya sabemos que es malo. ¿Pero cuántos civiles mata cada día? ¿De qué manera han logrado las autoridades mundiales que nos asomemos a ese horror como el que se asoma a un vídeo-juego en 3D?

Obama, ¿se acuerdan ustedes?, iba a cerrar Guantánamo en diez meses. Pero sigue ahí, veinticuatro horas al día siete días a la semana. Es el único sitio donde funcionan las urgencias. Te colocan el mono naranja al minuto de entrar y comienzan a torturarte al siguiente. Guantánamo es una maqueta del horror, un mapa de la tortura, la casa de muñecas de un perverso sexual llamado Bush. Pero el llamado Obama, cuya sexualidad parece más saludable, no se atreve a cerrarlo. Total, que si a usted le crea problemas de conciencia lo de Libia, no se ponga al teléfono cuando le llame Gadafi. Con eso, hasta nueva orden, basta.

dissabte, 12 de març del 2011

La realidad como montaje

LA REALIDAD COMO MONTAJE

Siete segundos, siete, entre la realidad y su emisión, bastan para modificar o falsificar los hechos. Es lo que ocurrió en la pasada edición de los Oscar, que se emitían en falso directo, con un retraso de siete segundos, por si a una actriz se le caía un tirante del escote o un presentador decía algo inconveniente. Lo que ocurrió en este caso fue que Javier Bardem y Josh Brolin se dieron en la boca un beso que formaba parte de la representación, pues acababan de interpretar para el respetable un baile agarrao. Pues bien, el beso no salió. El asunto carece de importancia, pero da que pensar (como todos los asuntos que carecen de importancia). Como televisión y realidad están cada vez más hermanadas, más fundidas, más identificadas, la supresión de ese beso transformó la realidad, la perturbó. No se trata tanto de un caso de censura como de falsificación.

Quienes han pasado por una sala de montaje cinematográfico saben que el relato se juega tanto o más en la edición de la película que en su rodaje. Ahí es donde se crea la realidad narrativa, ahí es donde decides si dejar un beso o quitarlo, si suprimir de esta toma siete fotogramas o ninguno. De pequeñas decisiones de ese tipo depende que la película respire o no. El montaje implica «manipular» el material preexistente para logar los fines que guionista y director se habían propuesto. Admitimos la necesidad de esa «manipulación» en el cine, pero también, por ejemplo, en un reportaje periodístico, donde uno ha de seleccionar primero, y ordenar después lo obtenido en el trabajo de campo al objeto de presentar un texto accesible, sensato. La diferencia es que el cine trabaja con la imaginación y el reportaje con la realidad. Quiere decirse que en el reportaje no puedes incluir nada que no hayas visto.

El asunto es complicado. La edición de un texto periodístico implica un compromiso moral con la verdad. No es lo mismo suprimir algo para que ésta resplandezca que para ocultarla. La supresión del beso entre Bardem y Brolin fue una ocultación. La pregunta es hasta qué punto lo que llamamos realidad (no realidad cinematográfica ni realidad periodística), realidad a secas, no es ya producto de una edición, es decir, de un «montaje».

divendres, 11 de març del 2011

Yo era él

YO ERA ÉL

Estábamos 10 o 12 personas en el interior de la sucursal bancaria de la esquina, cuando entró un tipo fuera de sí blandiendo una pistola. Tras ordenar que nos sentáramos en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y las manos sobre las rodillas, exigió la combinación de la caja fuerte. Supe de súbito que aquel atracador era yo. Lo supe de un modo intuitivo, claro, no racional, pero sin lugar a dudas de ninguna de clase. Lo malo es que el resto de los clientes debieron de notarlo también, lo digo por la forma en que comenzaron a mirarme. Se me ocurrió, para disimular, interpelar con dureza al atracador, que me respondió con un tiro en el pie derecho. La bala atravesó el zapato, rompió los huesos que halló a su paso y salió por la suela, incrustándose en el suelo. No me dolió, pero me incomodó ver el agujero, del que comenzó a salir perezosamente una sangre más negra que roja. El tiro, lejos de disipar mi convicción de que yo era el que empuñaba la pistola, me afianzó en ello, igual que al resto de las víctimas, por lo que volví a encararme con el atracador, esta vez llamándole hijo de perra. La respuesta fue un nuevo disparo, en el otro pie. A ver si de este modo, me dije, he logrado desviar la atención de mí. Pero eché una ojeada a mi alrededor y comprobé, por el modo en que continuaban mirándome, que no. ¿Qué hacer? Sentía una vergüenza enorme. Pensaba en mi familia, en mis amigos; también, absurdamente, en los críticos literarios. Entonces me abrí teatralmente la camisa y pedí a gritos al atracador que me matara, suponiendo que mi muerte disiparía todas las sospechas. El tipo se volvió hacia mí, me pegó un tiro en el pecho y me morí.


No supe qué dijeron al día siguiente los periódicos, ni los críticos. Pero di por bien empleado el sacrificio si sirvió para que nadie se diera cuenta de que yo era él.

dilluns, 7 de març del 2011

Insuficiencias de la lengua

INSUFICIENCIAS DE LA LENGUA

Refugiado es el que ha encontrado refugio, no el que lo busca, al que deberíamos llamar «refugiante», palabra que no existe. Hay más palabras inexistentes que existentes, y muchas llegan a la vida o al diccionario con retraso. Toda esa muchedumbre hacinada en las fronteras de Libia, a la que los periódicos llaman «refugiados», son en realidad «refugiantes». El mundo está lleno de ellos. Usted y yo no lo somos de puro milagro, porque la condición del ser humano es la del «refugiante». Una vez abandonado el abrigo primordial (el útero), el resto de la existencia no es otra cosa que la búsqueda de una cuna, de una cueva, de un piso, de un chalé, de un país, de un pueblo que nos acoja.

Ahora que hemos rebajado la velocidad máxima a 110, podríamos subir la sensibilidad mínima a 120. Imagínese usted, con lo perezosos que nos hemos vuelto, que de repente tuviéramos que cargar con el colchón, con los abuelos y los niños para buscar refugio en un país que no fuera el nuestro, en una lengua que no fuera la nuestra, en unas costumbres que nos resultaran extrañas. Esas escenas que vemos con frecuencia en la tele, donde los «refugiantes» se agolpan alrededor de camiones de alimentos servidos por organismos internacionales, deberían tocarnos un poco más (no mucho, un poco). Piensa uno, desde la comodidad de su refugio con luz eléctrica y gas natural, que más valdría suicidarse que pasar por esas situaciones. Pero pasamos porque tal es nuestra condición. Por atravesar, hemos atravesado históricamente hasta los Pirineos. Y en elefante. Y con nieve.

De modo que cuando escuchemos la palabra «refugiado», pongamos todos los sentidos en alerta. Por lo general, nos engañan, pues se refieren a personas que no han encontrado refugio, aunque lo buscan con desesperación. La diferencia entre buscar y encontrar es la que va entre haber pagado la hipoteca o estar en ello todavía. La lengua, como la realidad, está llena de insuficiencias. El problema es que las de la lengua influyen sobre la realidad tanto o más que las de la realidad sobre la lengua. Cuando decimos cosas que no son, estamos mintiendo. La mentira nos tranquiliza, pero no convierte el mal en bien.

dissabte, 5 de març del 2011

La pamela como metáfora

LA PAMELA COMO METÁFORA

Podría parecer que lo ideal para tener opiniones sería disponer de ideas, pero la verdad es que basta con poseer una boca, mejor una bocaza. Ahí están las opiniones de John Galliano sobre Hitler, por ejemplo. O las de Mourinho sobre Pellegrini. O las de Rajoy sobre el Estado del Bienestar. También las de Gadafi sobre sí mismo. Podría parecer que las opiniones sobre uno mismo son las que menos ideas necesitan, pero quizá sea al revés. A poco que hayamos meditado, sabemos que no somos mejores que el resto de la humanidad. Da un poco de asco pensar que uno pudiera tener algo de Galliano, pero si rebañamos algo encontraremos. Por fortuna, también tenemos algo de Vicente Ferrer, incluso de Teresa de Calcuta, por exagerar. Lo malo de tener ideas es que tarde o temprano te alcanzan como lo malo de tener una pistola es que tarde o temprano te pegas un tiro con ella (es un decir).

De momento, Gadafi está utilizando la suya (su pistola) para disparar contra la población civil. No sabemos quién viste al dictador libio, pero sus atuendos parecen salidos del taller de Galliano. Curiosa coincidencia. Y no es la única. El modisto llevaba trabajando para Dior desde 1997 sin que los responsables de la firma se dieran cuenta de a quién habían metido en casa, mientras que Gadafi entró en las casas de todos los líderes occidentales sin que ninguno de ellos advirtiera con qué clase de sujeto trataban. Paralelismos, la historia está llena de ellos. No vamos a continuar poniendo ejemplos para no herir sensibilidades, pero allá donde hay mucho boato, es decir, mucha pompa, mucha fastuosidad, mucho ropaje, etcétera, escasean las ideas y abundan las opiniones. La ausencia de ideas se tapa a veces con pamelas exageradas (no se nos había ocurrido hasta hoy esta función metafórica del ala ancha: la pamela como opinión).

Algunas opiniones sólo necesitarían datos. Para saber, por ejemplo, si la rebaja de 120 kilómetros por hora a 110 supone un ahorro estimable, bastaría con disponer de cifras. Pero nadie parece tenerlas a mano, pues lo mismo escuchas una cosa que otra, y con idéntica autoridad. Si obtener, en la era de la información, un dato resulta tan difícil, no nos extraña que sea tan arduo encontrar una idea.

divendres, 4 de març del 2011

Plagio

PLAGIO

Tú te llamas Karl Theodor zu Guttenberg, que es lo que le ocurre al exministro de Defensa alemán, y acabas creyéndote que eres Karl Theodor zu Guttenberg. Si Napoleón se creía que era Napoleón ya está todo dicho. No creo sin embargo que Cervantes se llegara a creer que era Cervantes ni Shakespeare que era Shakespeare (tal vez Borges sí cayó, en algún momento, en la ilusión de ser Borges). En todo caso, resulta imposible llamarse Karl Theodor zu Guttenberg (no nos cansamos de repetirlo) sin caer en el desvarío de ir por la vida de Karl Theodor zu Guttenberg, de ahí que el exministro alemán fuera también rico y guapo y noble, y que tuviera por delante un futuro que ahora solo tiene por detrás. Su error consistió en creer que llamándose de ese modo tenía también derecho al plagio, y yo se lo habría concedido, pues bien visto quizá no fuera un error. Es más, de haberme plagiado a mí, habría llamado enseguida a mi padre, para convencerle de que he llegado a algo. Papá, imagínate, me ha plagiado un libro entero Karl Theodor zu Guttenberg. No sé quién es, pero suena muy bien, hijo, enhorabuena.

De hecho, no estamos en condiciones de asegurar que lo de zu Guttenberg constituya un verdadero plagio, es decir, un plagio en toda la extensión de la palabra. Él lo ha calificado de "plagio involuntario" porque no se dio cuenta. Pensaba que todo lo que había escrito la humanidad lo había escrito para él. Estaba a su servicio, como el que dice. Es lo que tiene ser guapo y llamarse de ese modo, que acabas tratando a los escritores como la nobleza trata a los criados. Merkel ha lamentado mucho su dimisión, pero en el fondo piensa que es transitoria y que volverá cuando amaine el escándalo. ¿Por qué no? Ana Rosa, que está tan persuadida de ser Ana Rosa como Napoleón lo estaba de ser Napoleón, también volvió, y con enorme éxito.