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divendres, 28 d’octubre del 2005

Calorías

CALORÍAS

Cuando usted, al despertar, tiende la mano hacia el sexo de su cónyuge, provocando un acoplamiento eventual, de martes o jueves, se inflama dentro de sí el carburante que en forma de ensalada o huevo frito ingirió durante la cena. Y cuando una hora después atraviesa corriendo la calle, para no perder el autobús, todo el oxígeno de sus células arde, como el gas de una caldera, al servicio de ese esfuerzo muscular. Pero también cuando permanece sentado, silencioso, en la butaca del salón, levantando una fantasía venérea, una ilusión económica o un teorema, está usted consumiendo una energía de la que previamente se ha cargado a través de la boca. Hasta las imágenes de cinematógrafo que se proyectan en las paredes de su cráneo, mientras duerme, precisan de una llama piloto que siempre está encendida, por si acaso, y que se alimenta de ese yogur o ese bombón que tomó antes de acostarse.

De acuerdo con la información difundida por Médicos sin Fronteras, hay en el mundo 800 millones de personas desnutridas, es decir, sin reservas energéticas para follar, para cruzar la calle, para subir las escaleras, para levantar a sus hijos en brazos, para idear un teorema, para soñar. El grado de agotamiento, en algunos casos, es tal que cuando encuentran algo que meterse en la boca, y al carecer el estómago de recursos para metabolizarlo, el alimento permanece como un bulto insoluble en esos territorios abisales del organismo. Cuando caminan, cuando se levantan, cuando se apartan las moscas de los labios, en vez de quemar grasas, que no tienen, las personas desnutridas queman sus propios músculos. Se queman a sí mismos, que es tanto como quemar la olla para calentar el potaje.

Médicos sin Fronteras califica esta situación de "emergencia silenciosa" porque estos 800 millones de personas no se encuentran en la azotea de un edificio inundado, levantando los brazos hacia los helicópteros, ni permanecen bajo los escombros de un edifico derrumbado. Son 800 millones de fantasmas mudos, casi invisibles, cuya salvación no precisa de actos heroicos. Se concentran, principalmente, en el Sahel, la región de África compuesta por Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger, Chad, Sudán, Etiopía...

divendres, 21 d’octubre del 2005

Haro

HARO

Ni capilla ardiente, ni funeral, ni catafalco, ni velatorio, nada. Pura disolución. Sus humores, sus músculos, sus entrañas, sus órganos, servirán para que los estudiantes jueguen a los médicos o presuman de haber cortado su cerebro en láminas. Me pregunto si consideró la posibilidad de que lo incineraran. La cremación fue al principio una afirmación de ateísmo. De hecho, la Iglesia tardó años en aceptarla, quizá por miedo a que el día de la resurrección de los muertos fuera más difícil reunir las cenizas de un individuo que los pedazos de un jarrón roto. Acabó admitiéndola por economía, quizá por higiene. Un nicho, no digamos un panteón, cuesta más que una solución habitacional de 30 metros, y es un criadero de bichos.

Pero la incineración ha devenido ya en una suerte de rito religioso, a la manera ecologista si ustedes quieren, pero religioso al fin. A los deudos les queda la enojosa tarea de viajar hasta el mar y aventar los restos, o de distribuirlos laboriosamente por los lugares donde el difunto se hizo un hombre. Cuando el viento no colabora, las cenizas se vuelven contra el que las arroja (como la saliva contra el que escupe contra el cielo) buscando los ojos, la boca, los oídos. No tienen gérmenes, de acuerdo, están desinfectadas, limpias, pero al probarlas resulta que poseen el sabor del futuro, cuando uno creía que pertenecían al pasado... La cuestión es que lo que comenzó siendo un acto de laicismo había adquirido, con la evolución de estas liturgias, un aroma espiritual indeseable.

Nada de eso. Haro Tecglen, como empezamos a llamarle antes de que se convirtiera en Eduardo Haro, o Haro a secas, ha donado sus dos metros de estatura a la ciencia. Es un modo de no incordiar en alguien que, curiosamente, no hizo otra cosa en vida. Sin duda, juzgó que hay formas de molestar que no tienen sentido. La capilla ardiente es muy aparatosa, pero carece de significado, y el whisky de la cafetería del tanatorio sabe a madera de pino. Posiblemente, no pensó que su cuerpo fuera importante para la ciencia, pero como coartada para desaparecer sin ser visto / oído podía funcionar. No hay nada después de la muerte, quizá antes tampoco. Tomamos nota de su mutis por el foro y evitamos las frases de rutina.

divendres, 14 d’octubre del 2005

Clandestinos

CLANDESTINOS

Un amigo íntimo me pidió que acudiera el sábado por la noche a su casa para mostrarme algo. Al llegar, abrió la puerta con aire de misterio y me hizo pasar sigilosamente a su cuarto de trabajo. Mientras yo curioseaba entre sus libros, él iba de acá para allá, ofreciéndome té, café, whisky, como si le diera miedo entrar en materia. Tras dejar transcurrir un tiempo prudencial, le pregunté si tenía algún problema. Respondió que no estaba seguro y a continuación, colocando el dedo índice sobre los labios, me arrastró al pasillo, desde donde nos dirigimos con movimientos furtivos al salón, cuya puerta estaba entreabierta. Al asomarme, vi a su hijo, de 18 años, instalado en el sofá, leyendo tranquilamente Madame Bovary.

De vuelta a su estudio, me miró con expresión interrogativa. "¿No te parece alarmante?", preguntó. "¿Preferirías que leyera Ana Karenina?", pregunté a mi vez. "Por Dios", gritó, "es sábado por la noche y tiene 18 años; debería estar tomando cervezas con los amigos". No le dije nada, pero lo cierto es que la imagen del joven, devorando aquella obra clásica, me había perturbado. Quizá no fuera un psicópata, pero tampoco se podía negar que le ocurría algo. Se empieza con rarezas de este tipo, que al principio hacen gracia, y se acaba leyendo a Samuel Beckett. "La lectura es buena", le tranquilicé, "en eso está de acuerdo hasta el Ministerio de Cultura". "La lectura", respondió mi amigo, "es buena cuando tus amigos leen, como pasaba en nuestra época. Ahora es un síntoma jodido. Si al menos le diera por El Código Da Vinci, que no hace daño a nadie...".

Me pidió que hablara con su hijo. "Después de todo", añadió, "lo conoces desde que era un niño y te escuchará mejor que a mí". A los pocos días, me hice el encontradizo con el chaval y entramos en un bar. Hablamos de literatura y me pidió algún consejo para abordar la lectura de los clásicos latinos, que se le resistían. Le recomendé una edición bilingüe de la Eneida y me ofrecí para que la comentáramos juntos. Pagó él y, al despedirnos, me guiñó un ojo, diciéndome: "De todo esto, ni una palabra a mi padre, que está muy preocupado conmigo". Así que llevamos dos semanas leyendo clandestinamente a Virgilio. ¿Adónde vamos a llegar?

divendres, 7 d’octubre del 2005

Lectura

LECTURA

Lectura El País 07.10.2005

Una chica iba leyendo en el autobús Si esto es un hombre, el primer tomo de las memorias de Primo Levi, donde narra su estancia en un campo de concentración nazi. Eran las ocho de la mañana, de manera que la mayoría de la gente se dirigía al trabajo. La chica, también. Iba un poco maquillada y con el pelo recién lavado. Exhalaba el mismo perfume que le olí hace dos o tres meses a una pasajera de Iberia que viajaba en primera. Me fijé en sus uñas, que iban pintadas de un color levemente morado, como sus ojos. La del dedo gordo llevaba dibujada, además, una pequeña flor. Parecía un esmalte en cobre, un trabajo de orfebrería. Sus zapatos hacían juego con su bolso. Todo en ella estaba meticulosamente estudiado para que conjuntase. Todo, menos el libro de Primo Levi, una edición de bolsillo algo gastada.

Recordé algunas de las atrocidades que se relataban en aquel volumen. Evoqué la imagen de su autor, desnudo, famélico, enfermo, sobre la nieve del campo de concentración. Intenté imaginar cómo penetraba toda aquella información en la cabeza de la chica. El libro describe con una objetividad implacable, y muy eficaz, la vida cotidiana en los barracones, los estragos del hambre, de las enfermedades, la lucha por la supervivencia. La chica se encontraba en dos lugares a la vez: por un lado, en el autobús, junto a todos nosotros, personas de un país en paz que habíamos dormido en una cama confortable y habíamos desayunado bien, quizá demasiado bien; pero por otro, estaba en Auschwitz, hacia 1943, compartiendo con Primo Levi, que se suicidaría en 1987, una experiencia aterradora. Qué versátiles somos.

Recordé entonces la situación en la que yo mismo había leído el libro. Fue en verano. Por las mañanas, escribía y bajaba a la playa; por las tardes, leía y caminaba; por la noche, salía a cenar. Me pregunté cómo era posible alternar aquellos placeres con la lectura de Si esto es un hombre y no encontré respuesta. ¿No es sorprendente la facilidad del ser humano para vivir en dos lugares incompatibles a la vez? En la siguiente parada, la chica cerró el libro, se levantó del asiento (era muy alta) y abandonó tranquilamente el autobús.