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diumenge, 31 de juliol del 2011

Menos tu autopsia

MENOS TU AUTOPSIA

Seguí a Amy Winehouse de reojo hasta que el otro día me tropecé con ella de frente. Pero estaba muerta. No conoces a la gente hasta que se muere. Amy no era guapa ni sabía vestir, o bien era una guapa a la contra y una especie de dandi a la contra también. Menos tu autopsia, todo es confuso, podríamos decir de ella parafraseando a Miguel Hernández. Menos tu autopsia, todo es oculto. Amy era una guapa inversa y una modelo inversa, lo sé porque esta chica le gustaba mucho a mi lado raro, o sea, que era mi alma gemela, mi Rimbaud, si yo hubiera tenido el talento maldito de Verlaine. Pero Amy Winehouse tenía otra virtud, también contradictoria, y es que fue toda su vida el vivo retrato de su cadáver.

Eso es lo que más me gustaba de ella. Me gustaba y me daba miedo, claro, porque lo suyo no era la parafernalia teatral de Lady Gaga, era una cosa más profunda, más diabólica, más sórdida, más solitaria (en el sentido de tenia). Resulta más auténtica una falsa Amy que una verdadera Gaga. La pena es que la Amy fallecida era la original, la auténtica, más auténtica cuanto más se enredaba con el cable del micrófono, cuanto más se caía en el escenario, cuanto más tropezaba con sus adicciones. Era más Amy cuanto más tarde llegaba a los conciertos. Por eso no se entiende, que es a lo que íbamos, que sus fans se enfadaran cuando había que suspender el espectáculo. Pero si el suspenso, por Dios, era el rasgo esencial de su carácter. Nos gustaba por sus suspensos y le reprochábamos que suspendiera: he ahí una contradicción burguesita.

«¡Hemos pagado por oírla cantar!», se quejaban los pijos con la entrada en la mano, preguntando por la ventanilla donde devolvían la pasta. Nada de eso, amigos. Los conciertos de Amy no eran para verla cantar, sino para observar de cerca su ebriedad, que cultivaba con el esmero con el que un poeta de provincias cuenta las sílabas de un endecasílabo. En cada actuación, con independencia de que cantara o no, daba una clase práctica de descenso a los infiernos. Pobre chica, no sabía subir escaleras, sólo bajarlas. Y las bajaba como podía, como Dios le daba a entender, con unos taconazos como dos puñales. Menos tu autopsia, todo inseguro.

dissabte, 30 de juliol del 2011

Habitaciones sin alma

HABITACIONES SIN ALMA

Llego a la habitación de un hotel de nivel medio que tiene todo lo que se le supone: la cama, desde luego, las mesillas de noche, una mesa, una tele, y hasta una butaca en la que descansar o leer. No hay en ella, digamos, nada raro, distinto a aquellas otras habitaciones en las que he pasado tantas noches. Sin embargo, me dan ganas de dar la vuelta y salir corriendo. No lo hago. Coloco disciplinadamente la maleta sobre el mueble destinado a ello y la abro para que respire, pero lo dejo todo dentro, como con miedo a que la ropa se contamine de la atmósfera reinante. De todos modos, me acerco al armario, corro la puerta y lo huelo conteniendo el ataque de angustia que se anuncia desde el estómago. Un armario vacío, con perchas tristes, tristísimas, perchas como costillas sin carne. Hay en la parte de debajo de este vacío de madera una caja fuerte de hierro con la puerta abierta. Me acerco a la ventana, descorro las cortinas, y miro afuera. Aunque la habitación no da a un parking (lugar triste donde los haya), se observa un paisaje ciudadano que conduce también a la desolación. Como ha comenzado a anochecer, acciono todos los interruptores, todos, provocando una sensación contradictoria, pues cuantas más luces se encienden más oscura está la habitación. Los vatios se restan en vez de sumarse.


Te dices: «Total, por una noche…», que viene a ser como decir en la ruleta rusa: «Total, por una bala…» Esa bala te puede matar. Esa habitación puede permanecer en la memoria el resto de tu vida. No hay nada peor que abandonar una habitación de hotel llevándosela dentro. Pero la cuestión es ésta: ¿Por qué este cuarto, siendo idéntico a tantos otros por los que he pasado, me provoca esta tristeza infinita? ¿Por qué este cuarto de baño, que posee una disposición habitual, da miedo? ¿Es distinto el bidé, la ducha, el retrete, el secador del pelo? Pues la verdad, no. Lo que le ocurre a esta habitación, en fin, es que carece de alma. De hecho, si me miro en el espejo, me devuelve el rostro de un individuo también desalmado porque se trata de un espejo afligido, enlutado, incapaz de reflejar otra cosa que no sea el dolor. ¿Cómo se le insufla el alma a la habitación de un hotel? Ni idea. Bastante tiene el viajero con que no le arrebate la propia.

divendres, 29 de juliol del 2011

Biología y crimen

BIOLOGÍA Y CRIMEN

Miércoles. Enciendo la tele y hablan de Francisco Camps, que acaba de dimitir como presidente de la Comunidad Valenciana. Finjo que no sé nada de él, que no lo conozco, para ver qué deduzco de la información. Lo que deduzco es que se trata de un héroe. Así hablan de él Rajoy y Rita Barberá y Trillo y González (o Fernández, ahora no caigo) Pons, que viene a ser el portavoz. El señor Camps dimite de su puesto porque es una persona ejemplar, un dechado de virtudes (qué rayos significará dechado), un hombre cabal y todo eso. Investigo un poco más y me entero de que dimite porque no tiene más remedio, pues está acusado de corrupción. Le han grabado también unas conversaciones en las que llama “amiguito del alma” a un presunto gánster. Luego está el asunto de una trama Gürtel, también de corrupción, en la que la comunidad presidida por Camps está metida hasta las cejas. Todo muy raro, más raro si pensamos que también en ese telediario hablan de un comisario de policía que ha sido fundamental en la lucha contra ETA y al que acusan de colaboración con banda armada.

Jueves. Dadas mis dificultades para comprender la realidad política, vuelvo mi vista a la realidad biológica. He observado que la buhardilla en la que trabajo es la tumba de los moscardones que entran en casa por el piso de abajo, quizá por la ventana del salón. Según vengo observando, permanecen en ese piso un par de días, a veces tres, pero llega un momento en el que algo les impulsa a subir como para alcanzar, igual que nosotros, su techo de incompetencia. Ascienden por el hueco de la escalera y una vez arriba ya no saben bajar. Obsesionados por las ventanas del techo abuhardillado de mi despacho, que jamás se abren porque tengo aire acondicionado, perecen intentando traspasarlas mientras yo escribo o navego por internet acompañado por su zumbido. Por lo general, sólo hay un moscardón a la vez (dos, de forma excepcional). Recojo sus cadáveres utilizando una cuartilla a modo de paleta y les doy sepultura en un tiesto grande que tengo cerca de la mesa de trabajo, con un cactus gigantesco al que sirven de alimento. Las visitas siempre me preguntan qué le doy al cactus para que se desarrolle tan bien, pero no cuento lo del cementerio de moscardones. Creo que puede resultar desagradable.

Viernes. También tengo hormigas en la buhardilla, no muchas, la verdad, y poco molestas. Salen de detrás de una biografía de Freud, como si vinieran del inconsciente, pero a mí me parecen más reales que los moscardones. El caso es que entré en un foro sobre hormigas en el que, por las características que detallé, me dijeron que debía de tratarse de la Tapinoma. Si quería comprobarlo, no tenía más que aplastar una entre los dedos. “Si huele como a queso rancio –me dijo el experto–, no hay duda”. Tomé una al azar, la aplasté entre los dedos y olía a queso rancio, de modo que investigué en Wikipedia y resulta que hay 63 especies de Tapinoma. No tuve paciencia para averiguar a cuál pertenecían las mías. En cualquier caso, el foro sobre hormigas resulta apasionante. Una mujer cuenta en él que debajo de las tablas del parqué de su casa hay varias colonias con millones de hormigas cuya actividad produce un rumor sordo permanente. Por lo visto, ha probado todos los venenos sin resultado alguno. Dice que cuando va a haber tormenta, salen a cientos y ella las observa atravesar la alfombra mientras ve el telediario. Telediario y hormigas, una combinación curiosa. A todo esto, me entero de que a las reinas de las hormigas se les caen las alas después de que han sido fecundadas, como si el destino las castigara por follar. La biología es muy interesante.

Sábado. Me acuesto pensando en los misterios de la biología y me desayuno al día siguiente con la noticia sobre los atentados terroristas de Oslo, pura biología también, aunque menos interesante, de modo que vuelvo a mis hormigas, a mis moscardones, a mi cactus, a mis novelas pendientes. Si por mí fuera, no saldría de esta buhardilla hasta septiembre, por ejemplo, pero los seres humanos tenemos unos hábitos a los que no soy capaz de escapar. Por el momento.

El tiempo en porciones

EL TIEMPO EN PORCIONES

Mi padre decía que siempre faltaba un cuarto de hora para algo. A lo mejor acabábamos de cenar y ya nos disponíamos a ver la tele en familia, cuando él se quedaba detenido en medio del salón y decía con gesto grave:

–Falta un cuarto de hora.

–Un cuarto de hora para qué –preguntaba yo, ingenuo de mí, indefectiblemente.

–Para que se muera alguien, o para que haya un terremoto, o para que se ponga a llover.

Siempre faltaba un cuarto de hora para que sucediera una desgracia, pues rara vez citaba algún suceso bueno. Yo le daba vueltas al asunto durante la clase de matemáticas y tenía que reconocer para mis adentros, que en efecto, mirabas el reloj, comprobabas la hora, y al cabo de 15 minutos los sucesos irrumpían en la realidad. Parecía un milagro. Un día, al cuarto de hora de haber mirado el reloj me sacaron a la pizarra e hice el ridículo. Pero otro día, transcurrido ese tiempo, se acabó la clase. O sea, que sí ocurrían cosas buenas. Pero para mi padre lo bueno era transitorio, frágil, y sólo existía para que lo malo, por comparación, se hiciera más evidente.

Por otra parte, un día, en medio de aquellas reflexiones infantiles, descubrí que de los cuatro minutos se podía predicar lo mismo que del cuarto de hora. ¿Quién pone en duda que dentro de cuatro minutos expirarán en el mundo miles de personas, se levantarán de la cama millones de niños y cometerán adulterio decenas de miles de hombres y mujeres? Se lo dije a mi padre:

–Dentro de cuatro minutos también sucederán muchas cosas.

–Sí, hijo, sí, pero un cuarto de hora es un cuarto de hora.

Llevaba razón, un cuarto de hora es un cuarto de hora. El cuarto de hora tiene un prestigio del que carece cualquier otra porción de tiempo. Estoy ahí en un cuarto de hora. Ponlo al fuego un cuarto de hora. Voy a dar una cabezada de un cuarto de hora. A veces decimos 15 minutos, que viene a ser lo mismo: Sofreír a fuego lento durante quince minutos. Ya en el lecho de muerte, mi padre dijo un día: Me voy a morir. Yo miré disimuladamente el reloj y, créanme ustedes, al cuarto de hora expiró. De ahí mi respeto al cuarto de hora y a los cuartos en general.

dimecres, 27 de juliol del 2011

Los peligros del parque

LOS PELIGROS DEL PARQUE

Volvía de mi paseo matinal (7,30 horas de la mañana) cuando, ya cerca de la salida del parque, se me acercó una señora de unos cincuenta años. Pensé que me pediría la hora, que me pediría fuego, no sé, que me pediría algo que yo pudiera darle. Pero no.

—¿Te ha costado mucho? —me preguntó con una voz profunda, intensa, extraña.

—¿Cómo dice? —pregunté aproximándome, por si no había oído bien.

—Que si te ha costado mucho.

La repetición de la frase fue acompañada ahora por unas lágrimas. Advertí entonces también en su rostro una expresión como de extravío y tuve miedo. Dada la hora, estábamos ella y yo solos en medio del camino que conducía a la salida del parque. Durante unos segundos permanecí envarado, sin tomar ninguna resolución. Después dije:

—Creo que me confunde con alguien, señora.

A lo que respondió:

—¿Era necesario que destrozaras mi vida y la de mis hijos?, ¿era realmente necesario?

Volví a balbucear que me confundía con alguien y comencé a caminar de nuevo, con ligereza, hacia las puertas del parque. Cuando ya me encontraba fuera, miré hacia atrás y no vi a la señora. O había desaparecido o había cambiado la dirección de su marcha. Yo me quedé muy mal, muy mal, como si realmente hubiera destrozado la vida de esa mujer, y la de sus hijos.

Me acerqué al quiosco, como todos los días, cogí los periódicos y me metí en la cafetería donde suelo desayunar mientras reviso la prensa por encima. Pero no lograba concentrarme en nada.

Pensé que quizá en alguna dimensión paralela de la realidad la señora del parque y yo habíamos estado casados y que yo no me había portado bien. También pensé que quizá estaba loca, lo que no me proporcionó un gran consuelo, pues en tal caso debería haberla ayudado. El asunto, en todo caso, me arruinó la jornada. Y aunque sucedió hace seis o siete días, a veces, dentro de mi cabeza, veo de nuevo a la mujer acercándose a mí para preguntarme si era necesario que arruinara su vida y la de sus hijos.

dimarts, 26 de juliol del 2011

El prospecto es un peligro

EL PROSPECTO ES UN PELIGRO

Todas las medicinas tienen efectos secundarios. El problema es que hay algunas que solo tienen efectos secundarios. En eso, las medicinas se parecen a algunas guerras: que las mires por donde las mires no hay forma de encontrarles el lado bueno. Pienso en todo esto mientras me meto en la boca la pastilla que, por recomendación médica, sustituye al gin tonic de media tarde. La pastilla de media tarde. Suelo llevarla en el bolsillo del vaquero destinado a la calderilla, que he desplazado a uno de los bolsillos de atrás. Cuando era joven, me reía de los efectos secundarios de las pastillas. Ahora me río de sus efectos curativos. La risa no va por barrios, va por edades, como queda demostrado con la medicación y la automedicación. Cuando era joven me automedicaba mucho. Ahora no me fío ni de la prescripción facultativa. En Panamá caen como moscas por culpa de un jarabe para la tos cuya glicerina contenía dietinleglicol tóxico, lo que a simple vista parece una redundancia, pues aun sin saber qué rayos es el dietinleglicol, uno intuye que no puede hacer bien alguno. Total, que te tomabas el jarabe y lejos de dejar de toser escupías los pulmones con la tos. La glicerina había sido adquirida en China por unos laboratorios españoles que la enviaron a su vez a Panamá, donde confeccionaron el jarabe. A mí me volvían loco los jarabes para la tos con codeína, porque me colocaban un poco, como el antiguo optalídón. Pero ahora, sabiendo que llevan también glicerina, y que ésta puede proceder de China, me voy a cortar un poco. Es a lo que nos referíamos al hablar de los fármacos que sólo provocan efectos colaterales. A veces provocan un solo efecto colateral: la muerte.

Como aún no me he tragado la pastilla, a la que doy tontamente vueltas en la boca mientras el camarero me trae el agua con gas, la escupo sin disolver apenas. A ver si me va a producir más daño del que pretendía aliviar. Total, que cambio la medicación de media tarde por el gin tonic de media tarde y me quedo tan fresco. El gin tonic, tomado con moderación carece de efectos secundarios. Solo posee efectos curativos. Por eso te lo dan sin prospecto. Todo lo que viene con prospecto constituye una amenaza. Es otra de las cosas que aprendes con los años.

dilluns, 25 de juliol del 2011

Alucinaciones

ALUCINACIONES

Para ir a casa de mi madre en metro he de hacer trasbordo en la estación de Ventas. El otro día, agotado por una noche de insomnio alcohólico, me dormí al poco de entrar en el vagón, en todo caso antes de Ventas. Cuando me desperté estaba sin embargo en Retiro, mi estación de destino. Quiere decirse que hice el trasbordo en sueños. Como todo suceso inexplicable, me persiguió durante todo el día, incluso durante toda la semana. Llegué a elaborar una hipótesis según la cual el metro es en realidad (¿en realidad?) una fantasía alucinógena. Significa que cuando desciendes diez peldaños en dirección a las profundidades respiras una droga cuyo objetivo es hacerte creer que viajas. Pero el tren no se mueve, se mueve tu cabeza.

No hace mucho, estuve en un museo que reproducía una mina de carbón. Alcanzado el vestíbulo, entrabas en un ascensor donde durante varios minutos de angustia te precipitabas hacia el centro de la tierra. La caja, al vibrar, producía en el vientre una sensación de caída que despertaba los sentimientos claustrofóbicos de los que todos, en mayor o menor medida, somos portadores. Finalmente, salías a una galería angosta en la que te mostraban las penalidades de una jornada laboral minera. Lógicamente, efectuabas aterrado la visita, imaginando qué ocurriría si se desprendiera de súbito sobre tu cabeza, y las del resto de los turistas, una pequeña porción de las toneladas de tierra que nos cubrían. A medida que avanzabas, te faltaba la respiración. Tres o cuatro personas del grupo pidieron ser rescatas y conducidas cuanto antes a la superficie, yo entre ellas.

Lo increíble era que nos encontrábamos en la superficie. El viaje del ascensor había sido falso. Entrabas en una caja de madera, sí, y la maquinaria se ponía en movimiento sin moverse casi del sitio. Tu cuerpo apenas había cambiado de nivel, pero tu cabeza sí. Como lo que manda es la cabeza, cuando se abrían de nuevo las puertas creías encontrarte a 500 metros de profundidad, medio kilómetro. Medio kilómetro de tierra sobre ti es mucha tierra, más de la que se precisa para enterrarte vivo. ¿Y si los trasbordos que vengo efectuando en el metro desde hace años han sido el producto de una alucinación de este tipo?

diumenge, 24 de juliol del 2011

A enemigo que huye...

A ENEMIGO QUE HUYE...

Si lo que cuentan los periódicos es cierto, las horas previas a la dimisión de Francisco Camps debieron de ser una novela. Otra cosa es que fuera una novela buena o mala. Parece ser que el interfecto (¿qué rayos querrá decir interfecto?) cambiaba cada cinco minutos el traje de culpable por el de inocente (los dos le salían gratis). Ahora sí, ahora no, como en el chiste sobre los intermitentes. En esa duda de horas y horas sobre qué le convenía más, si declararse arcángel o corrupto, su cabeza tuvo que ser una especie de batidora contable, una productora infinita de monólogos de conciencia, un fluir enloquecedor de decisiones y contradecisiones. Según las crónicas, cuando el juzgado estaba ya a punto de cerrar, llamó por teléfono para que le esperaran, y le esperaron, pero al poco volvió a llamar para que no le esperaran.

Entre tanto, Federico Trillo, Rita Barberá y el propio Rajoy iban de arriba abajo en sus despachos, pendientes de la espada de Damocles que pendía sobre sus propios cuellos. Al PP, según los analistas, le habría convenido que se declarara culpable, para cerrar el caso de una vez. Pero tuvieron que aceptar la dimisión y celebrarla como un éxito. ¿Qué clase de éxito: político, económico, personal? Nada de eso, como un éxito de orden moral. Ahí es nada. Vean ustedes en lo que va quedando la moral a medida que se acercan las elecciones. Esta historia nos recuerda aquel otro momento glorioso en el que Esperanza Aguirre presumió de llevar pocos imputados en sus listas. Lo decía muy bien un personaje de John Le Carré: hoy tienes que pensar como un héroe para portarte como una persona honrada.

A enemigo que huye, puente de plata, tal es lo que deben de haber pensado en Génova. El contribuyente ingenuo o poco informado habrá sufrido oscilaciones semejantes a las del encausado, es decir, que durante cinco minutos le parecería un corrupto (presunto) y durante los cinco siguientes un arcángel (también presunto). Ahora sí, ahora no. La intensidad y la duración del melodrama han alcanzado tales cotas de saturación narrativa que el propio Camps dudará seguramente acerca de si es culpable o inocente. A ver qué dice el jurado popular.

dissabte, 23 de juliol del 2011

A ver si nos animamos

A VER SI NOS ANIMAMOS

También Obama ha pronunciado ya la frase-mantra inventada en España: «No somos ni Grecia ni Portugal». Ya que no podemos exportar otras cosas, exportamos frases, frases que nos compra el mismísimo presidente de los EE UU. Ahí tienen al gobernante más poderoso del universo mundo comparando a su país con dos naciones de la periferia de Europa. A sus compatriotas, poco duchos en geografía, les habrá sonado a chino. Como si Zapatero dijera aquí que no somos Zupalacablán, suponiendo que Zupalacablán existiera y que se tratara de una aldea remota de la India. No somos ni Grecia ni Portugal. Curiosa afirmación negativa, sobre todo por aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces. Desde que nosotros comenzamos a recitar esta mantra, hace ya meses o años, no hemos hecho otra cosa que acercarnos a Grecia y a Portugal. Somos hoy más Grecia y Portugal que ayer, pero menos que mañana. Tendría gracia que los EE UU devinieran asimismo en una especie de Grecia y Portugal. Nunca se sabe. Uno acaba por parecerse a lo que más teme.

Así las cosas, quizá haya llegado el momento de dejarse de afirmaciones negativas para señalar con orgullo lo contrario. Por qué no proclamar a los cuatro vientos que «somos Grecia y Portugal». Al modo en que cuando nos solidarizamos con alguien nos colocamos en la solapa la chapa famosa de «Todos somos fulano de tal», nos deberíamos colocar ya el cartel de «Todos somos Grecia y Portugal». Sin olvidar, claro, que también somos Irlanda e Islandia y hasta Italia, con la vergüenza que da ser paisano de Berlusconi. El hecho es que a todos nos está haciendo polvo la política de la señora Merkel. Si no podemos ser Alemania, como ingenuamente veníamos creyendo, reivindiquemos sin miedo nuestra verdadera identidad.

Ignoro cuántos habitantes sumamos entre los países citados más arriba, incluido el nuestro, pero seguro que pasamos de los 170 millones. Somos muchos, oiga. No es más que una idea, pero podríamos construir una segunda Europa, un segundo euro, una segunda deuda soberana, un segundo modo de hacer las cosas. Ya está bien de ir con la lengua fuera detrás de Alemania. A ver si nos animamos.

divendres, 22 de juliol del 2011

Una peineta inesperada

UNA PEINETA INESPERADA

Desde el ventanal de la cafetería, veo a una chica que tiene aparcada su moto (muy grande) en la acera. Ha abierto el cajetín de la parte de atrás del que ha sacado un casco en el que introduce su cabeza. La operación lleva su tiempo, por la melena, que ha de recoger previamente de un modo especial. La chica actúa sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Creo que le gustan los ritos previos al arranque y que se gusta a sí misma. Da la impresión de moverse para un público imaginario (¿o me habrá detectado?). El casco, de color negro, tiene algo de ataúd en la medida en que resulta hermético. Recuerda también la cabeza de un insecto, no una mosca, quizá una libélula. La sensación se acentúa porque ella es muy delgada, sólo le faltan un par de alas frágiles. El camarero trae mi gin tonic de media tarde y cuento hasta 30 antes del primer sorbo, para dar tiempo al hielo.

La chica se monta ahora en la moto, introduce la llave, hace un giro y se enciende la luz, pero el motor no arranca. Desconcertada, apaga la luz para evitar un consumo inútil de batería y vuelve a intentarlo con idénticos resultados. Así hasta cuatro veces. Se baja de la moto, se quita el casco, se ordena la melena, enciende un cigarrillo y mientras fuma observa a la moto como intentando comprender su psicología. Parece comunicarse mentalmente con ella, como si le dijera: «Te doy el tiempo de un cigarrillo para que reflexiones». Ni idea de lo que le responde la moto, que permanece ensimismada y bella en sus cromados mudos. He dado ya cuatro sorbos a mi gin tonic, todos muy pequeños. El hielo, de muy buena calidad, aguanta.

Tras acabar el cigarrillo y deshacerse de la colilla en una papelera, la chica vuelve a montarse en la moto e intenta arrancarla de nuevo sin colocarse el casco. Aunque el motor se pone en marcha a la primera, ella no hace gesto alguno de satisfacción, como si todo fuera normal. Tras esperar el tiempo que yo he tardado en dar el primer sorbo (unos treinta segundos), y sin bajarse de la moto, se coloca el casco con gestos idénticos a los de la primera vez, libera a la máquina de la pata de cabra, y baja con suavidad de la acera. Una vez en la calzada, se vuelve hacia mí, me hace una peineta y se pierde. Pido otro gin tonic.

dijous, 21 de juliol del 2011

Prueba a la banca

PRUEBA A LA BANCA

Las pruebas de resistencia aplicadas a la banca, de las que tanto se habla estos días, parecen un juego de niños. De entrada, cada país presenta los bancos que quiere. Alemania, por ejemplo, ha dejado fuera casi al 40% de los suyos, mientras que España ha presentado el 95%, quizá el 100%, ahora no caigo. Aun así tiene más credibilidad Alemania que España, de otro modo no se entiende que su economía constituya el parámetro fijo desde el que se juzga el resto de las economías europeas. ¿Qué credibilidad tienen entonces estas pruebas? Pues la misma que la que poseen las famosas agencias de calificación. Ninguna. Pese a ello, el mundo marcha o desmarcha (con perdón por el verbo desmarchar, que se me acaba de ocurrir) a impulsos de estos juegos.

–¿Vale que yo era médico y que tú tenías tos ferina?

–Vale.

–Pues empieza a toser.

La niña empieza a toser, para que el médico la ausculte y como una cosa lleva a otra, la niña acaba tosiendo de verdad.

Esto es lo que nos ocurre a nosotros.

–¿Vale que yo era una agencia de calificación y que tú tenías una deuda?

–Vale.

–¿Vale que yo certificaba que esa deuda era impagable y que te tenías que ir a la ruina?

–Vale, pero luego jugamos a que tú eras un banco y yo un experto en pruebas de solvencia.

Como es sabido, en los juegos infantiles manda el que manda, por eso siempre les toca a los mismos hacer de indios. Yo tenía de pequeño un amigo que si no era americano no jugaba. Y había que tragar porque era el dueño del fuerte y de los muñecos. A veces no es preciso ni ser el dueño de fuerte, basta con tener más carácter. Yo, como tengo poco carácter, me pasé la infancia (y quizá la vida) haciendo el indio. Cabe preguntarse si presentar a los test de estrés el 100% de tus instituciones bancarias, cuando Alemania presenta las que les da la gana, no es hacer un poco el indio. Lo malo va a ser el día en que la señora Merkel quiera jugar a los médicos. Ya sabemos a quién le va a tocar ser el enfermo.

dimecres, 20 de juliol del 2011

Un traje para un muerto

UN TRAJE PARA UN MUERTO

Jueves. El presidente Camps asegura que pagó sus trajes, pero que si no los pagó da lo mismo. Yo no maté a Fulano, pero si lo maté no importa. Yo no atraqué ese banco, pero si lo atraqué no me di cuenta. Etc. Llama la atención montar una defensa sobre la base de aceptar y negar al mismo tiempo que se cometieron los hechos por los que uno ha sido llevado a juicio. Lo que viene a decir el presidente Camps es que él pagó y no pagó los trajes, todo a la vez, porque él es todopoderoso y puede llevar a cabo simultáneamente una cosa y su contraria. Quiere decirse que Camps está loco y no está loco, como la sociedad que le vota. Ahora bien, tanto su locura como su cordura tienen un peligro de muerte. Si uno es capaz de no hacer una cosa en el momento de hacerla, todo está permitido. A partir de esa premisa se puede robar, violar, asesinar… Sobre esa premisa puede uno corromperse hasta las cejas. ¿Por qué? Porque en el acto de corromperse está, misteriosamente, no corrompiéndose.

Viernes. El juez, tras escuchar con atención los fundamentos de la defensa de Camps (pagó y no pagó los trajes), ha decidido sentarlo en el banquillo. El reo ha salido en libertad bajo una fianza de equis euros. Quiere decirse que el juez ha utilizado la lógica. Alguien que acepta haber hecho una cosa a condición de que el otro crea que no la ha hecho, se está haciendo el loco o quiere volver loco a su interlocutor. Y podría haberlo conseguido. De hecho, Camps ha vuelto ya locos a todos sus votantes y quizá a todo el PP, que en el momento de escribir estas líneas no ha dicho esta boca es mía. La verdad es que Rajoy lleva meses, quizá años, asegurando que apoya y no apoya a Camps. Lo apoya con una parte de la boca y lo desapoya, con perdón, con la otra. O lo apoya con las palabras y lo desapoya con los gestos. En esto, Rajoy y el PP se parecen a Camps, que es capaz de corromperse y de no corromperse en el mismo acto.

Sábado. Leo con interés todo lo relacionado con ese trasplante de dos piernas llevado a cabo en Valencia. Me impresiona la idea de que los nervios del paciente hayan de “colonizar” la pierna nueva. De hecho, si lo hemos entendido bien, no andará hasta que se produzca esa colonización. Significa que en estos momentos hay una frontera muy clara entre el territorio antiguo y el nuevo. Todas las fronteras plantean problemas de orden táctico, pero también de orden moral. La vida es muy confusa.

Domingo. La expresión ataques a la deuda se va estableciendo insensiblemente entre nosotros. La última deuda atacada ha sido la italiana, lo que ha obligado a Berlusconi a privatizar las empresas de todos y a rebajar las pensiones. La mayoría de los mortales no sabemos cómo se puede atacar a una deuda (¿cómo podría ser atacada mi hipoteca?), pero entendemos el significado de privatizar lo público y de recortar las pensiones. Se ejecutan acciones inteligibles con coartadas ininteligibles. ¿A quién favorecemos? A los mercados, desde luego. Pero no sabemos quiénes son los mercados.

Paso la tarde del domingo dormitando, con un libro entre las manos, un libro al que me conecto y del que desconecto, un libro que se enciende y se apaga como una bombilla con una conexión defectuosa. La verdad es que no sé si se enciende y apaga el libro o me enciendo y apago yo, quizá cuando el libro se enciende yo me apago, y viceversa. La situación es placentera, mucho. Hay en ese abandonarse, en ese apagarse, una necesidad de penetración en mí mismo, lo que significa que llevo mucho tiempo fuera de mí. En una de las desconexiones tengo un sueño raro, valga la redundancia. Resulta que soy sastre y que un hombre alto y delgado me encarga un traje negro. Le tomo alegremente las medidas, pues la hechura del cliente va a permitir que me luzca con ese traje. De hecho, cuando días después viene a recogerlo y se lo prueba, llegamos a la conclusión de que he confeccionado una obra de arte. Al día siguiente, el hombre muere y es enterrado con el traje que acabo de hacerle. La idea de haber trabajado sin querer para un muerto me sobrecoge. Significa algo, pero no sé qué.

divendres, 15 de juliol del 2011

Beber o haber bebido

BEBER O HABER BEBIDO

Viernes. La expresión más utilizada en relación al Códice Calixtino, sustraído de la catedral de Santiago, es “valor incalculable”. Cuando se dice de algo que posee un valor incalculable, es como cuando se afirma de un escritor que es eximio, o sea, que no sabemos qué rayos significan eximio ni incalculable.

Sábado. Tropiezo de nuevo en la prensa con un anuncio a todo tren de Bankia, la banca con ka de okupa en la que los directivos se forran. La publicidad nos invita a convertirnos en bankeros, con ka de kale borroka. Desde 1.000 euros, una bagatela, puedes jugar a ser Rato. Bankia es la antigua Caja Madrid pasada por una clínica (quizá una clínika) de cirugía estética (o estétika), pero ha quedado peor que Belén Esteban. Miren ustedes, si esas acciones que intentan colocarnos fueran el chollo que pretenden vendernos, se las estarían repartiendo Rato y sus amigos, que nunca (o nunka) pierden. Los anuncios de Bankia son tan invasivos como en otro tiempo los de la familia Ruiz-Mateos. No se dejen ustedes colonizar.

Domingo. El domingo es un día tóxico que puede empeorar con el gin-tonic. Cuidado con el gin-tonic de la media tarde del domingo, capaz de hundirte en pensamientos como ciénagas, en ideas como arenas movedizas, en obsesiones suicidas. En la cafetería en la que me encuentro, a la que suelo acudir porque se llama Lunes, hay una mesa ocupada por una familia compuesta por los padres y tres hijos, de edades comprendidas, más o menos, entre los diez y los quince años. Aunque rodeados de gente, dan la impresión de encontrarse en Marte, o de venir de allí. No tienen nada que ver con el mundo, parecen espías. Mientras los observo, caigo en el delirio de que todos ellos, los padres y los hijos, toman lo mismo: gin-tonic con almendras. La familia Gin Tonic, me digo, un excelente título para un cuento de terror. En esto, reparo en un matrimonio de la mesa que se encuentra a mi derecha. Ambos tienen en torno a cuarenta años y hacen tiempo para entrar en un cine cercano. Él señala a un señor acodado en la barra.

—¿No te suena de algo? –dice.

—Sí, pero no sé de qué –responde ella.

Miro al individuo al que se refieren y, no sin esfuerzo, acabo reconociéndolo. No recuerdo cómo se llama pero fue ministro de Industria hace quince o veinte años. Sorprende la caducidad de la fama de los ministros una vez abandonada su función. Pasas de verlos todos los días en el telediario a olvidarlos por completo. Me concentro y transmito mentalmente la información a los miembros de la pareja. Al medio minuto, ella, que parece más receptiva que él, dice:

—Ya me ha venido. Fue ministro de Industria, creo que con Felipe González, pero no me acuerdo de cómo se llama.

Si supiera quién le ha pasado la información, y de qué forma, se quedaría espantada. Yo regreso al espionaje de la familia Gin Tonic, hasta que el matrimonio de mi derecha vuelve a llamarme la atención por una frase de ella:

—Ser ministro –dice– está bien, pero haber sido ministro es un rollo. Pierdes todos los beneficios y a los cuatro días no te reconoce nadie. En cambio, escribir es duro, pero haber escrito es estupendo.

—No sé qué tiene que ver una cosa con otra –dice él.

—Yo sé lo que me digo –responde ella.

—¿Quieres decir que haber escrito es mejor que escribir?

—Exacto. Yo no escribo para escribir, sino para haber escrito.

Me fijo en ella y me parece reconocer a una escritora de poca obra cuyo nombre no me viene a la cabeza. Me viene, en cambio, el del exministro de Industria. A veces, luchando por recordar una cosa, recuerdas otra. El caso es que no me queda más remedio que preguntarme si yo mismo prefiero escribir o haber escrito, para lo que necesito otro gin-tonic. Hombre, haber escrito está bien, como está bien haber subido una montaña desde cuya cima observas el panorama. Haber escrito te proporciona la sensación del trabajo cumplido, pero lo bueno es el hecho de escribir, por duro que resulte. Al abandonar la cafetería, en un estado más bien regular, me pregunto qué es mejor, si beber o haber bebido. Beber, sin duda.

dilluns, 11 de juliol del 2011

Un pueblo pintoresco

UN PUEBLO PINTORESCO

El asunto de las caras de Bélmez atraviesa la historia o la historieta de España al modo de un ritornelo. Cuando estamos a punto de desfallecer, porque nos ataca la idea de que el relato de nuestra existencia carece de estructura, acuden en nuestro auxilio las famosas caras, que se repiten como el estribillo de una canción. El estribillo es en un poema lo que la clase media en una sociedad: la argamasa. Con él se articulan las estrofas o los párrafos, en torno a él se nuclean las ideas, pocas o muchas, de un texto que pretende ser poético. La historia de España es poco poética, por eso le va tan bien el tipo de estribillo representado por las caras de Bélmez. Las he visto (en fotografía, claro, me da mucha vergüenza acercarme a Bélmez), y dan la impresión de pertenecer a la España negra. Negras son sus miradas, sus pelos, sus bocas, su nariz. Recuerdan un poco a los protagonistas de Puerto Hurraco. Por eso mismo constituyen el estribillo perfecto para recordarnos quiénes somos, de dónde venimos, y quizá hacia dónde vamos.

De momento, el ayuntamiento de Bélmez y la diputación de Jaén han decidido dedicar en torno a un millón de euros a esas caras negras de la negra historia o historieta de España. Quiere decirse que han visto futuro en ellas, lo que significa que el I+D+I les parece a estos responsables políticos pura filfa en comparación con los beneficios que podría reportar el esoterismo si se invierte en él con inteligencia. De momento han garantizado la inversión. La inteligencia ni está ni se la espera. Un vecino de la localidad decía en el telediario (porque ha sido noticia de telediario) que con ese dinero se podrían tapar muchos «agujeros». Y no se refería a agujeros metafóricos, sino reales. Mejora de las carreteras, por ejemplo. Pero el hombre lo decía con timidez porque su respuesta era una rareza. La mayoría de los vecinos estaban encantados porque las caras, una vez convertida la casa en la que se aparecen en museo, podría atraer el turismo. Somos un país fascinado con el turismo, no salimos de ahí. Lo malo es que el tipo de turismo que nos gusta es el aficionado a lo pintoresco, lo que nos obliga a ser, sin interrupción, un pueblo pintoresco. En una de estas, me pongo la boina y viajo a Bélmez.

diumenge, 10 de juliol del 2011

Credibilidad de risa

CREDIBILIDAD DE RISA

El móvil ha devenido en una especie de constante vital, que los padres utilizan para conocer el estado de salud de sus hijos. Si, a las cinco de la mañana del sábado, éstos no han vuelto a casa, les llaman. Lo más probable es que nadie responda, pero los significados de que el teléfono suene o de que esté apagado son distintos. Cuando el contestador, por ejemplo, tarda un segundo en hablar, quiere decir que su usuario está en el metro, quizá de camino a casa. Los padres de hijos adolescentes han aprendido a interpretar cada uno de los movimientos del teléfono móvil con una precisión sobrecogedora. Si a las cinco o las seis de la madrugada la cama del hijo o de la hija continúa vacía, los dedos se tornan huéspedes. Pocas cosas en este mundo producen tanta ternura como el desvelo de fin de semana de los progenitores. Cuando el adolescente llega, a las seis o las siete, con ganas de desayunar, se dan por bien empleados todos esos desvelos.

Leo que unos periodistas de las empresas de Murdoch mantuvieron artificialmente vivo el móvil de una niña muerta en busca de informaciones sensacionalistas con las que llenar de basura su periódico y las cabezas de sus lectores. No sé cómo lo harían, pues sin duda se requiere cierta habilidad técnica. El caso es que pincharon el teléfono para ver si había mensajes. A veces, ellos mismos los dejaban y, cuando el buzón estaba lleno, se ocupaban de vaciarlo. Tal actividad hizo deducir a la policía y a los padres que la niña se encontraba viva. Jugaban, en fin, sin escrúpulos con la esperanza de una pareja que se pasaba las noches en vela, interpretando cada ruido de la casa vacía, por si era la hija que regresaba. El periódico para el que se cometía tal vileza era News of de World, que el propio Murdoch ha decidido cerrar, dice que porque ha perdido credibilidad ante los lectores, pero es mentira: lo que ha perdido es la cartera de anunciantes.

La credibilidad, a esta gente, le importa un pito cuando se venden dos millones y medio de ejemplares. A alguien capaz de pinchar un teléfono en esas circunstancias, y de jugar con su buzón de voz sin pensar en el dolor de la familia, le da lo mismo la credibilidad. Murdoch ya daba un poco de asco como magnate. Como periodista, es vomitivo.

dissabte, 9 de juliol del 2011

El asco a la comida

EL ASCO A LA COMIDA


Eso de hacerse por las noches una tortilla de atún se va a acabar, porque el atún tiene mercurio, un metal pesado que destroza el cerebro. Y lo mismo decimos del pez espada, al que puede usted utilizar como termómetro, para ver si le sube la fiebre al niño, pero no como alimento sano. Hablando de niños, resulta que no se les puede dar ya purés de acelgas ni de espinacas, porque se mueren debido a los nitratos, que no sabemos lo que son. Quiere decirse que hemos acabado de golpe con Popeye, un clásico de los dibujos animados y de la alimentación infantil. Si el tabaco puso en cuarentena a Bogart, que se pasaba las películas fumando, las espinacas han dado al traste con el marino más famoso de todos los tiempos. Reacciones en cadena, en fin. Personalmente, habría sido un niño feliz con estas prohibiciones, pues siempre detesté las verduras (y a Popeye). En cuanto al pez espada, sólo me gustaba su nombre.

Lo mejor, con todo, de todo este asunto es la solicitud de «moderación en el consumo de las cabezas de los crustáceos». Dicho así, parece que pertenecemos a una cultura devoradora de cerebros. Si un extraterrestre captara por casualidad esta noticia con sus antenas, recomendaría a sus colegas evitar la Tierra:

—¡Los terrícolas son comedores de encéfalos!

La verdad es que comemos pocos crustáceos, y menos que vamos a comer aún con la crisis. Por lo visto, el cadmio, otro metal pesado que ni siquiera sirve para medir la fiebre, se infiltra en el cerebro de los centollos y desde ahí, una vez ingerido, ataca el hígado y el riñón de los seres humanos. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), de la que proceden estas recomendaciones, no dice que dejemos de consumir las cabezas de los crustáceos, sino que lo hagamos con moderación. ¿Cómo se come uno el carro de un buey de mar moderadamente? Ni idea. Lo que sí sabemos es que en el futuro nos lo comeremos con asco, por el cadmio. La anorexia empieza por la aversión a la comida, de modo que no sería raro que nos volviéramos una sociedad anoréxica. De momento, en casa hemos tirado a la basura las latas de atún, que eran tan socorridas para la tortilla de la cena frugal.

divendres, 8 de juliol del 2011

Paranoias caras

PARANOIAS CARAS

Me dirigía reflexivamente a la consulta de mi psicoanalista, cuando me llamó la atención, en el paseo de la Castellana, un edificio onírico y enorme protegido por una tapia altísima, de ladrillo rojo, en la que proliferaban las cámaras de vigilancia. ¿Quién rayos vivirá en esa suerte de fortaleza irreal?, me pregunté al tiempo que me acercaba a su entrada, donde leí: CESEDEN. Y abajo: Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional. ¿Daba para tanto nuestra defensa nacional? Rodeé en trance la manzana ocupada por el inmueble contando sus ventanas, pero abandoné la empresa a la mitad por cansancio y por miedo a que mi actitud resultara sospechosa a las cámaras. De vuelta a casa, el recuerdo que tenía del edificio era el de un sueño. Quizá, pensé, me he dormido brevemente en el diván. Recordé entonces que no había visto a un solo ser humano entrando o saliendo, como si se tratara de una construcción fantasma. ¡Qué extraño espejismo! Se comprende que un país tenga un CESEDEN porque hay que tener de todo, pero por qué uno tan grande, con lo que vale el metro cuadrado en esa zona. Entré en Google, tecleé las siglas y se me apareció. Existía tal y como yo lo había visto, no se trataba de un desvarío. La página web no decía nada de interés. Había a la entrada un general que te daba la bienvenida y luego podías curiosear un poco sin aprender nada. Sorprendía que en el apartado "Calendario y programa" las últimas actividades reseñadas fueran del mes de junio (tres clausuras de curso y una conferencia). Nada se decía de lo programado para los próximos meses. Será una tapadera, me dije, pero de qué. Si vas por la calle con los ojos abiertos, la realidad deviene en un sueño. ¿Cómo entender, si no, esa especie de Corte Inglés hueco de la defensa nacional? A mí, que soy paranoico, no me parece que estemos tan amenazados.

dijous, 7 de juliol del 2011

Fantasía y realidad

FANTASÍA Y REALIDAD

Lunes. Leo un curioso artículo acerca de la “burbuja inversa”. Del mismo modo que hubo una burbuja a secas que nos hizo vivir por encima de nuestras posibilidades, ahora padecemos una burbuja al revés que nos hace vivir por debajo. El firmante, un tal Olmo Ayres, se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha cambiado de coche pudiendo hacerlo, ha dejado de comer fuera de casa, y si antes cogía diez taxis al mes, ahora no coge ninguno. La burbuja inversa, dice, es tan peligrosa como la burbuja a secas porque frena la circulación del dinero, indispensable para que la economía de los pueblos prospere. No dice a qué velocidad debe circular la pasta, si a 110 o a 120, pero en los años de la falsa prosperidad iba a 140, y hasta las cejas de alcohol o coca, sin que las autoridades le dieran el alto. Como soy pesimista, prefiero la burbuja al revés, que no revienta nunca porque no lleva aire dentro.

Martes. Desde la ventana del hotel veo un gran pájaro negro atravesando el cielo al modo majestuoso en que una buena idea atravesaría la bóveda craneal. Cuando desaparece el pájaro, aparece un helicóptero. Estoy en el piso 15 y me he asomado a la ventana para calcular las posibilidades de huida en caso de incendio. Son nulas, pues la fachada del hotel es plana, sin una sola rugosidad a la que agarrarse. Aun anudando las sábanas, las mantas y las toallas, para escaparme como un preso de tebeo, no llegaría ni al piso 10. Me siento en el borde de la cama e intento razonar con mi locura: las posibilidades de que se produzca un fuego son remotas, los hoteles disponen además de sistemas antiincendios muy eficaces. Levanto la vista al techo y cuento los difusores de agua: hay un par, suficientes para esta habitación. No obstante, me incorporo y estudio el plano de la planta, colgado de la puerta, para aprenderme las rutas de evacuación. Hay dos, pero creo que a mí me conviene la de la derecha. Salgo al pasillo para comprobarlo y me pierdo, porque se trata de un hotel gigantesco, muy laberíntico. Quiere decirse que sufro un ataque de claustrofobia y empiezo a moverme de manera desordenada, como la mosca que en busca de la salida se golpea contra el cristal. Finalmente doy con una especie de escalera de incendios por la que desciendo al trote los quince pisos. En el vestíbulo me esperan mis anfitriones para llevarme a cenar. Al regreso, intento cambiar la habitación del piso 15 por una del primero, pero me dicen que el hotel está lleno por culpa de los congresos (uno de ellos, el mío).

—Es que tengo miedo a los incendios –digo estúpidamente.

—Ya –dice el recepcionista de noche sin ofrecer ninguna solución alternativa.

Avergonzado, me dirijo al ascensor, subo hasta el piso 15, doy de milagro con mi habitación y me meto en la cama vestido, atento a cualquier señal de fuego para salir corriendo en busca de las rutas de evacuación. Sobre las tres de la madrugada me vence el cansancio y me duermo y sueño que estoy despierto y que tengo todo bajo control. El pánico al descontrol me mata, así es mi vida. Siempre encuentro algo para no disfrutar de lo que hago.

Jueves. Ya de vuelta en casa, mi mujer me pregunta si he estado en un congreso o en una juerga, pues tengo cara de no haber pegado ojo. Le digo que sí, que he estado de juerga. Por la noche, trabajo hasta tarde, y luego me quedo mirando al techo un rato, organizando el material relacionado con el pánico al incendio para ver cómo se lo cuento a mi psicoanalista al día siguiente. Soy una persona tan ordenada que preparo las sesiones, lo que es una contradicción, pues el análisis se basa en la libre asociación y yo me tumbo en el diván con las asociaciones atadas.

Viernes. Al poco de comenzar a contar a mi psicoanalista mi aventura viajera, me vengo abajo porque me parece banal, pero no he traído material de recambio, de manera que permanezco en silencio. ¿En qué piensa?, dice ella. Me preguntaba, digo yo, si este edificio dispone de un sistema antiincendios. ¿A qué clase de incendios se refiere?, insiste. A los incendios fantásticos, respondo, y caigo en la cuenta de lo que me pasa.

dimarts, 5 de juliol del 2011

De dioses y hombres

DE DIOSES Y HOMBRES

Hillary Clinton ha pasado por aquí como una exhalación para darnos una palmadita en el hombro.

-Están ustedes reformando muy bien, pero deben seguir adelante.

Mañana o pasado vendrá un secretario de Estado sueco para ver cómo sigue nuestro plan de reformas y volverá a felicitarnos y a darnos ánimos para profundizar en los cambios emprendidos por Zapatero, «costosos para los ciudadanos y políticamente difíciles para el Gobierno», según la segunda o tercera dama norteamericana, ahora no caigo. El caso es que empieza uno a sentirse culpable, pues da la impresión de que el Gobierno lo pasa peor que los contribuyentes y eso no es cierto, mire usted, que diría González. Mire usted, los miembros del Gobierno tienen su trabajo y su salario y su seguridad para cuando pierdan las elecciones, de modo que dejemos de hablar de la «inmolación» del presidente como si lo hubiéramos llevado a la hoguera. En la hoguera está quien está, a ver si distinguimos. ¿Qué dirá el próximo ministro, no sé, finlandés cuando venga la próxima semana para revisar nuestras cuentas?

Clinton se reunió también con Rajoy, que habló de «reformas sustanciales» para que España pueda afrontar la recuperación económica y la creación de puestos de trabajo. No explicó en qué consistían las «reformas sustanciales» porque es de mala educación mencionar las vísceras, pero nos tememos lo peor. Aun así, mucha gente de izquierdas está deseando que gane Rajoy de una vez para saber a qué atenernos, porque esto es una agonía, un sinvivir, una muerte a plazos.

Zapatero nos había prometido la legalización de la eutanasia y en vez de eso nos ha metido en un proceso de reformas al que llama muerte digna. Luego está la cosa de la soberanía, que ya sabemos que es un mito, de acuerdo, pero podían disimular. Uno había aceptado ya que mandaran los mercados como había aceptado que existe un destino fatal. Después de todo, los mercados eran una abstracción y las abstracciones son, teológicamente hablando, más tolerables que las concreciones. No necesitábamos, en fin, que Hillary Clinton se concretara de ese modo, sobre todo porque no es una diosa.

diumenge, 3 de juliol del 2011

El evento comercial del siglo

EL EVENTO COMERCIAL DEL SIGLO

La visita del Papa a España: cincuenta millones de euros. En pesetas da tanta vergüenza que preferimos no ponerlo, para no parecer tendenciosos. Se podrían tapar millones de agujeros. Imaginen, si no, el número de panes y de peces que caben en esa cifra mareante. Por cierto, que un compañero del colegio al que saludo desde aquí (qué tal, Ricardo) tenía un problema de dislexia, o de dislalia, ahora no caigo, debido al cual se refería al milagro de la multiplicación de los panes y los peces como al «portento de las paces y los penes». Lo mezclaba todo, el pobre, por lo que era cruelmente castigado. Le curaron la dislexia, o la dislalia, a bofetones al tiempo de convertirlo en un ateo contumaz. A ver si le llamo. La visita del Papa a España deviene de este modo en un milagro inverso, pues en vez de utilizarse para multiplicar los panes y los peces, se derrocha en fastos absurdos.

Hay un foro de curas indignados con este asunto. Todos ellos trabajan en barrios marginales y tratan de ayudar como pueden a las familias de sus parroquias, que las están pasando canutas con la crisis. Estos sacerdotes, agrupados en el llamado Foro de Curas de Madrid, han difundido un documento titulado «Los mecenas de Rouco», en el que critican con conocimiento de causa a las empresas que se encuentran tras la fundación Madrid Vivo, patrocinadora de la Jornada Mundial de la Juventud 2011, encargada de la mencionada visita del Papa. Esas empresas desmultiplicadoras de los panes y los peces (o de las paces y los penes, como ustedes prefieran) son en gran medida responsables de la situación actual. Algunas de ellas, pese a presentar cuentas de resultados millonarias, se pasan el día despidiendo gente a la que luego han de atender los curas de barrio.

«No podéis servir a Dios y al dinero», dicen ingenuamente los sacerdotes indignados. Pero sí pueden. Es, de hecho, a lo que se dedican con la ayuda inestimable del cardenal Rouco. Nunca habríamos imaginado que Dios necesitara de patrocinadores, de padrinos, de publicistas. Tampoco que Dios deviniera en un producto de consumo. Sin embargo, la visita del Papa a Madrid se está tratando como el gran evento comercial del siglo.

divendres, 1 de juliol del 2011

El medio es el masaje

EL MEDIO ES ELMASAJE

Martes. Hoy he soñado con ratones muertos. Llegaba al lavadero y veía un barreño lleno de agua que no recordaba haber dejado allí. Al asomarme, contaba siete ratones muertos. El número siete me persigue, y no solo a mí. Hay mucha gente que tiene problemas o alegrías con este número, del que se dice que es mágico. De cada cien personas a las que pides que piensen en un número del uno al diez, setenta eligen el siete (o son elegidos por él). Por mi parte, de pequeño viví en el número 77 de una calle de Madrid. Ya de mayor, mis padres se trasladaron al número 7 de la calle de al lado. En todos mis números de teléfono ha habido al menos tres sietes, y así de forma sucesiva. Ahora había siete ratones muertos. Lo curioso es que a media mañana ha venido el jardinero, porque el riego automático no funciona desde hace un par de días, y ha encontrado un ratón muerto en los conductos. Me lo ha mostrado tomándolo del rabo al tiempo que decía:

—¿Cómo puede haberse metido en un sistema cerrado?

Me han dado ganas de decir que desde el sueño, pero me he callado, claro. Más tarde, tomándome una cerveza con el jardinero, he caído en la debilidad de contarle mi sueño de los ratones muertos.

—Entonces no eran siete –me ha dicho–, eran ocho, contando el de las tuberías. Ambos hemos reído para ocultar la inquietud.


Miércoles. Tengo que preparar una intervención pública sobre los miedos de la vejez, que en su mayoría son anticipativos. El tema me ha traído a la memoria un libro de Sándor Márai. Por concretar, sus Diarios, 1984-1989, donde da cuenta de sus últimos años de vida con una voluntad antiliteraria tal que al final resulta la más literaria de sus obras (los extremos se tocan). Se trata, quizá, del mejor libro que he leído en los últimos años, el que más me ha conmovido. Márai relata en él la muerte de su esposa y decide que él no llegará a esos extremos de dependencia, de modo que se compra una pistola con la que le entregan, creo recordar, 60 balas.

—No necesitaré tantas –dice al vendedor.

—Da igual, son gratis, vienen con el arma –le responde el empleado de la tienda.

El escritor húngaro, exiliado de su patria, vivía entonces en San Diego, donde es más fácil obtener un revólver que un somnífero. Allá que vuelve entonces el anciano Márai con su pistola y sus balas gratuitas, como cuando te compras un gel de baño y te regalan un champú. Tener un arma en la mesilla de noche da una tranquilidad increíble, y no porque con ella puedas abatir a un caco, sino porque en un momento dado te puedes meter el cañón en la boca y disparar. Márai, que era un viejo algo obsesivo, acude incluso a unas lecciones de tiro para, llegado el momento, no fallar. Y no falló. En 1989, cuando sus dificultades para coger el autobús comenzaron a resultar excesivas, se fue al otro mundo por sus propios medios. ¿Tenía miedo a la vejez?


Jueves. Entre los ratones muertos y el suicidio de Sándor Márai, llevo una semana más bien onírica, de modo que me cuesta mucho volver a la realidad, sobre todo, a la realidad española y de las JONS, que es la que más abunda gracias al debate sobre el Valle de los Caídos. Me fugo, pues, al cine y veo una película argentina titulada El rompecabezas. Trata de un ama de casa (marido insensible y un par de hijos adolescentes) que lleva una vida vulgar, plana, aunque no decididamente infeliz. Un día, por su cumpleaños, le regalan casualmente un puzle que resuelve con increíble rapidez. Parece que tiene un don, del que no era consciente, para colocar cada fragmento en su sitio. Ese descubrimiento en apariencia banal alumbra otros que acaban por modificar seriamente su vida. Salgo del cine conmovido, preguntándome si todos los seres humanos somos muy buenos en algo. De ser así, la educación consistiría en ayudarnos a descubrirlo.

Viernes. La realidad continúa cercándome y yo sigo defendiéndome de ella. Parte de esa realidad entra en mi vida a través de la tele, de la que no sabría decir si se trata de un género o un género de géneros. El medio ya no es el mensaje; en todo caso, el masaje.

Desahucio

DESAHUCIO

Los expertos llevan años asegurando que el precio de los pisos bajará. Y también que no bajará. Ahora toca que bajará, pero dentro de un mes que no bajará. Y si esperamos hasta septiembre volverá a bajar.

Lo de los pisos vale para la velocidad en carretera, para los brotes verdes y para la fecha de las elecciones generales, por poner cuatro ejemplos, que en realidad son tres. La lógica y la democracia, que se inventaron en Grecia, han empezado a desmoronarse por Atenas. Pero lo importante es el diferencial de la deuda de aquí, al que le viene de perlas que Grecia se pegue un tiro en la boca. Mientras Papandreu apretaba el gatillo, los jóvenes eran apaleados sin orden ni concierto en la plaza de Syntagma. Otro atentado contra la lógica, si pensamos en el significado del término sintagma, y una cruz más para los profesores de lengua. Y para los de literatura, porque del mismo modo que se ha roto la sintaxis, se ha roto el relato. El capítulo titulado "Nuevo plan de ajuste" no tiene ni pies ni cabeza porque implica el desahucio entero de un país. Nos hemos presentado con nuestros agentes judiciales y nuestros guardias de la porra y les estamos poniendo los colchones en la calle. Quiere decirse que los griegos son ya turistas de su propio país, lo que tiene un lado bueno: quizá eso les ayude a descubrir la Acrópolis como los que vivimos en Madrid descubrimos el Guggenheim y, los que viven en Bilbao, el Museo del Prado. El mejor modo de conocer un sitio es no ser de él, y los griegos han dejado de ser de Grecia. Ahora son del FMI o de los mercados, esa versión contemporánea de los dioses. Gracias al sacrificio de la lógica y de la democracia griegas, los españoles podremos seguir siendo españoles (y quizá demócratas) durante un tiempo, el que decida Zeus. Por cada muerto de hambre en Atenas, sube un punto el Ibex 35.