TRADUCE ESTA PAGINA

Visites

Contadores Gratis
Contadores Web
contadores de visitas

dilluns, 30 de març del 2009

Vida cotidiana

VIDA COTIDIANA

Víctima de esa forma de desaliento estacional que llamamos astenia, me aplico con lentitud y estupefacción a la lectura del periódico, donde lo único nuevo que aparece es la captura de Pepe el del Popular. Algo es algo. Este hombre hizo al banco en el que trabajaba un agujero de 6.000 millones de pesetas y huyó a México, estableciéndose con una identidad falsa en la ciudad de Veracruz, donde trabajó como representante comercial de diferentes empresas. Le acompañaba en el destierro su mujer, que se esfumó también, sin dejar rastro, a los pocos días de la desaparición de su esposo. En el momento de ser detenido llevaba 18 años fuera de la circulación. Un récord.

Visto con la perspectiva que da el tiempo, 6.000 millones de pesetas son una minucia. Ahora se estafa de otra manera, más a lo grande, y los estafadores, después de haber arruinado a media humanidad, reciben primas por su buena gestión. Pepe no arruinó a nadie, puesto que el banco reintegró a todos los estafados hasta el último céntimo. En cuanto a la entidad para la que trabajaba, qué quieren que les diga, debe de seguir ahí, si no se ha fusionado con otra.

O sea, que Pepe el del Popular es un santo, además de un modelo de discreción y un paradigma de fidelidad conyugal (compárenlo, por poner un ejemplo, con El Dioni). Es probable que en Veracruz se levantara todos los días temprano para ir al tajo, aunque tenía sus ahorros.

Lo que nos preguntamos, precisamente, es cómo sería su vida cotidiana. ¿Se acostumbró a que no le detuvieran o se extrañaba de ello cada vez que sonaba el despertador en su casa de Veracruz? Dieciocho años son casi siete mil días, uno detrás de otro, pin, pan, pin, pan, pin, pan. Cabe suponer que, aparte de su mujer, no se relacionaba con nadie de su familia ni de sus amistades antiguas. Estrenó vida como el que estrena un traje. ¿Cómo era esa existencia nueva? ¿Le venía grande o estrecha? ¿Le cambió el carácter? ¿Tuvo alteraciones psicosomáticas? ¿Sentía nostalgia de la identidad antigua? Si este hombre hubiera llevado un diario íntimo de esa especie de cautiverio inverso en el que ha vivido durante los últimos años, yo daría mi mano izquierda por leerlo.

divendres, 27 de març del 2009

¡A trabajar, coño!

¡A TRABAJAR, COÑO!

En lo que la acción política tiene de relato, comienza a dar muestras de agotamiento insoportables. No se puede ofrecer a los espectadores (a eso hemos quedado reducidos los votantes) el mismo guiso narrativo, recalentado al microondas, durante dos semanas (véase, por ejemplo, el asunto de Kosovo). Pónganse ustedes, los actores (a eso han quedado reducidos los políticos), en los zapatos de un ciudadano en paro que lleva siete días escuchando que si Kosovo sí, que si Kosovo no, que si las formas, que si el fondo, que si ahora estamos de acuerdo, que si ahora discrepamos. Y así un día y otro, una hora y otra. Parece una serie de TV atascada, una serie de repetición, una mierda. Si eso ocurre en un asunto en el que están de acuerdo, ¿qué tortura no nos infligirán cuando disientan? No hay nada peor para un relato que la previsibilidad y son ustedes más previsibles que un mal chiste.

Tan previsibles son que nos acaban de confirmar lo que sospechábamos: que de 350 diputados sólo 34 tienen dedicación exclusiva (el resto va cuando hay votaciones). Por lo visto, cuarenta y seis millones de ciudadanos no se merecen 350 representantes a jornada completa. Resulta que el escaño es una llave para abrir puertas, para sacarse un sobresueldo. Eso sí que es un escándalo, eso sí que merecería dos semanas de debate. Ahí tienen a Michavila forrándose, a Pizarro forrándose, a López-Amor forrándose, a Ángel Acebes forrándose... Comprende uno que les falte tiempo para construir nuestro bienestar, que (hablando de incompatibilidades) es incompatible con el suyo. ¿Pero ustedes conocen la situación? ¿Están al tanto de lo que nos pasa? ¿Tienen idea de lo que es el miedo a quedarse sin trabajo, el pánico a la cola del paro, el terror a que el cajero automático te devuelva la tarjeta de crédito? Ya está bien, coño, pónganse a trabajar.

Piedad

PIEDAD

Una señora se presentó en un hospital de Madrid diciendo que le dolía la tripa. Tras examinarla, los médicos advirtieron que acababa de parir. Pero cuando le preguntaron por el niño, ella aseguró que no había niño; había soltado una cosa, sí, y luego había sufrido una hemorragia. Tras varias horas de interrogatorio, admitió que había alumbrado un niño muerto al que había arrojado a un contenedor de la basura. La policía rastreó todos los cubos del barrio sin ningún resultado. Tres días más tarde encontraron al bebé en un armario de la casa donde vivía la mujer. Estaba muerto, claro. La sentencia metafórica según la cual todo el mundo guarda un cadáver en el armario se convirtió, de súbito, en un pronunciamiento literal.

La mujer, ecuatoriana, no tiene en España otra familia que una hija pequeña. Hasta su detención, trabajaba de cajera en un supermercado donde nadie advirtió que se encontraba encinta. Compartía piso con una compatriota que tampoco sabía nada de su estado. Quiere decirse que durante los nueves meses del embarazo, la detenida fue en sí misma un armario oscuro en el que se escondía, además del bebé, el pánico a tenerlo. Iba y venía de trabajar, llevaba a su hija al colegio, la recogía, intercambiaba cuatro frases corteses con los clientes del supermercado? Quizá los domingos acudía a un parque donde la niña se deslizaba por el tobogán. Y mientras todo eso ocurría por fuera, dentro de sí, como en el interior de un armario, crecía el miedo, la confusión, el delirio. Tal vez imaginaba que un día, al despertarse, ya no estaría embarazada. Tal vez pensó en dejar al bebé en la puerta de un convento. Tal vez calculó que lo más eficaz sería arrojarlo al cubo de la basura, o al retrete, y tirar luego de la cadena.

Finalmente lo introdujo en el armario del dormitorio que compartía con una compatriota. Vistas las anteriores posibilidades, casi parece un acto de piedad. La piedad y el horror se llevan bien, van de la mano con más frecuencia de la que somos conscientes. Personalmente, la lectura de este suceso local me produjo primero horror y luego piedad. Más tarde, la piedad prevaleció sobre el horror.

dimecres, 25 de març del 2009

Restricciones lingüísticas

RESTRICCIONES LINGÜÍSTICAS

Soñé que el lenguaje común, el que utilizamos usted y yo todos los días para comunicarnos o descomunicarnos, procedía de una especie de pantano donde se almacenaban los sustantivos, los adjetivos, las construcciones sintácticas, las frases hechas, los verbos, los adverbios, las preposiciones y las conjunciones. Ustedes y yo éramos los conductos, las tuberías por las que fluían diariamente tales reservas. Así, del mismo modo que al abrir el grifo salía agua, al abrir la boca salían palabras. El sistema de conducción era complejo, tanto o más que el del gas, por lo que con frecuencia se producían fugas de significado.

En un momento dado, aconteció una suerte de escasez gramatical que afectó tanto al lenguaje oral como al escrito. Las reservas lingüísticas empezaron a disminuir sin que se diera un fenómeno que contrarrestara tales pérdidas. Siguiendo el modelo aplicado a las épocas de carestía de lluvias, el Gobierno impuso restricciones muy severas al uso de la lengua. No se podía hablar más que entre las siete y las nueve de la mañana, por ejemplo, y las siete y las nueve de la noche, limitaciones que afectaban tanto a las personas físicas como a la radio o a la televisión. En el Parlamento, las intervenciones de los oradores quedaron reducidas a la cuarta parte de lo habitual, siendo prohibidas las metáforas, que acusaban la escasez más que cualquier otra figura retórica. Los periódicos, por su parte, tuvieron que buscar el modo de decir en 40 páginas lo que antes decían en 80, lo que afectó principalmente a las columnas de opinión.

Al verse obligados a formular en poco tiempo lo que antes podían pronunciar a lo largo de las 24 horas del día, los ciudadanos se pasaban la mitad de su existencia ensayando mentalmente el modo de expresarse. Así, los amantes llegaban a sus citas con las palabras elegidas; los políticos procuraban decir algo cada vez que abrían la boca; los vendedores describían las excelencias de sus productos en dos frases. Los teólogos, por cierto, se callaron. A los pocos meses de la puesta en vigor de estas medidas, los pantanos de la lengua recuperaron los niveles anteriores al desastre y se levantaron las restricciones. Pero los ciudadanos abrían ahora el grifo (o la boca) con prudencia.

dilluns, 23 de març del 2009

Surrealismo cotidiano

SURREALISMO COTIDIANO

Vi una pegatina en un farol: «Señora muy seria se ofrece para cuidar niños y planchar.» Me pareció extraña la especialización: cuidar niños y planchar. Nada de quitar el polvo, hacer camas, preparar la comida, atender las llamadas. Sólo planchar y cuidar niños. Y la señora era muy seria. ¿Qué se entiende por señora muy seria, una mujer antipática, sin sentido del humor, muy cumplidora? Cuando había dejado el farol atrás regresé a él, por si no hubiera leído bien. Pero ponía lo mismo. Me pareció una de esas pequeñas muestras de surrealismo que ofrece la vida cotidiana y que se nos escapan por no estar atentos. De modo que cuidar niños y planchar. ¿Todo al mismo tiempo o una cosa después de otra? De otro lado, decía planchar, pero no decía qué. La ropa, dirán algunos. ¿Y por qué una mujer tan quisquillosa no lo especificaba?
Total que arranqué el número de teléfono y continué andando hasta el quiosco, donde compré el periódico. Ya en el bar, con el café delante, saqué el móvil y telefoneé a la señora muy seria.

-¿Hace usted otras cosas, además de planchar y cuidar niños?

-¿Y cuida a los niños mientras plancha?

-Tampoco, una cosa después de otra, pues la plancha provoca muchos accidentes.

Le di las gracias, colgué y hojeé el periódico por encima, sin prestarle mucha atención, enganchado como estaba al asunto de la señora seria. Esa tarde, en casa, preparé unos cartelitos en los que escribí: «Señor serio escribe necrológicas y da de comer a las palomas.» Anoté mi móvil y pegué diez o doce por los faroles de mi barrio. Lo curioso es que no han dejado de llamarme, unas personas para que les escriba la necrológica, otras para que dé de comer a las palomas, y unas terceras para que haga las dos cosas a la vez. Pido 12 euros la hora, lo que no sabía si era caro o barato hasta que volví a llamar a la señora seria, que cobraba 20 euros por planchar y quince por cuidar niños. O sea, que pone más atención a la ropa que a los niños. El mundo es un lugar hermoso y extraño, pero sobre todo terrorífico.

divendres, 20 de març del 2009

La soledad

LA SOLEDAD

Estamos solos. Los usuarios del Estado estamos solos. La Iglesia lo sabe y ataca. La Iglesia jamás ha excomulgado a un violador (tampoco a ninguno de sus pederastas), pero se ceba en una niña violada. ¿Por qué no una publicidad en la que aparezca la niña violada y excomulgada (dos veces violada, cabría decir) junto a su agresor? ¿Y los derechos de ella? Cuando la gente se queda sola, las sectas avanzan, las hermandades crecen, la oscuridad progresa. Las sectas miden al milímetro cada uno de sus movimientos. Saben cuándo atacar y cuándo retirarse. Y aunque no son demócratas, se aprovechan de la democracia. Por eso la Iglesia no había hecho hasta ahora ninguna campaña contra el aborto. En cuanto a la derecha, si se encuentra tan crecida pese a su podredumbre, es porque sabe que estamos solos. Trillo, el del Yak 42, se crece porque estamos solos. Camps, el de los trajes a medida, se crece porque estamos solos. Esperanza Aguirre, la de la novela de espías, se crece porque estamos solos.

La soledad se nota en esas cenas de amigos en las que cada uno pregunta al de al lado si sabe algo sobre el final de la crisis. Está el Apocalipsis de Krugman. Está el Apocalipsis de Francisco González. Está la versión del jefe de la Reserva Federal norteamericana, que ahora no caigo cómo se llama. Está la del ministro de Finanzas alemán, cuyo nombre tampoco me viene a la memoria. Está la del director de una sucursal bancaria que ha acudido a la cena. Está la de un historiador en paro. La de los obispos creo que no está (no les preocupa, al contrario, les viene bien). Tampoco la de Rajoy ni la de Montoro, que predican generalidades. En cuanto al Gobierno, transmite la impresión de no tener ni idea. Solbes quiere irse y el resto del Gabinete ni está ni se le espera. Lo dicho, estamos más solos que la una. ¡Cuidado con las sectas!

Poetas sin carné

POETAS SIN CARNÉ

Según Federico Trillo, José Tomás no tiene el título de sastre. ¿Se trata de una acusación pintoresca o no? ¿Y cómo lo sabe él?, cabría preguntarse. Un hombre que no tenía ni idea de las condiciones en las que volaba el Yak 42, que a lo mejor ni siquiera preguntó si los pilotos tenían licencia, sabe sin embargo que el sastre de Camps carece de título. No me hago los trajes a medida, pero lo último que se me ocurriría decirle a mi sastre, caso de tenerlo, sería que me enseñara el título. Es como pedirle a un novelista el diploma de novelista, aunque un amigo mío asegura que en esta profesión (en la de novelista) hay mucho intrusismo. En la de poeta también. Hay gente que escribe versos sin título de versificador. Y actores que no han hecho la carrera de actor. Y directores de cine que no han pasado por la Escuela de Cine. Y pintores que no conocen Bellas Artes. Un escándalo.

Por no haber, hay periodistas que no son periodistas. Por lo general, se considera que periodista es el que escribe en un periódico, haya pasado o no por la facultad. En tiempos de Franco no se podía ser periodista si no tenías título. Tampoco podías dirigir una película sin carné. Trillo es también de los que piden el título para todo menos para lo esencial, como demuestra su currículum. Él mismo fue ministro del Ejército sin haber hecho la carrera de ministro del Ejército. En Perejil no nos matamos de milagro. Menos mal que los generales a sus órdenes sí tenían la carrera de general y actuaron prudentemente, sin provocar más de lo debido a las siete cabras que ocupaban la isla.

Durante todos estos días, la figura de Camps se nos ha hecho muy familiar. Lo hemos visto en todas las posturas y en multitud de situaciones. Transmite siempre un hieratismo que no es normal, como si fuera manejado por control remoto. Se trata de un hombre, en fin, con aspecto de maniquí de escaparate, de robot. Quizá esta suerte de parálisis se deba a los trajes que viste. En tal caso, la acusación de Trillo estaría justificada. Un sastre con título, con carné, un sastre con carrera de sastre, le habría quitado sin duda ese aire de muñeco. Lejos de eso, parece habérselo acentuado. No se coman ustedes un guiso de un cocinero sin título.

dimecres, 18 de març del 2009

Sastres e hijos

SASTRES E HIJOS

Las llamadas de Camps a su sastre mientras éste comparecía ante el juez eran de desesperación, como cuando te levantas de la cama, te asomas al dormitorio de tu hijo y no está. Dios mío, las nueve de la mañana y no ha vuelto a casa. Entonces empiezas a llamarle desesperadamente y él no te contesta porque se encuentra en el metro o lleva el móvil en la mochila, o quizá lo ha perdido. Cuando no había móviles, te mordías las uñas de desesperación e ibas y venías de la ventana del salón (que da a la calle) a la cocina y de la cocina a la ventana del salón, practicando por el camino ritos, brujerías, ceremonias privadas. Si hago esto, lo veré llegar tan tranquilo. Si permanezco sin respirar treinta segundos, sonará el timbre y será él, que regresará entero. Son tantos los peligros que acechan a un adolescente durante la noche...

A veces escuchabas la radio, por si daban cuenta de algún crimen de algún asesinato, de algún accidente en el que estuviera implicado un joven. Y atendías a la descripción, por si se tratara de tu hijo. Pasaron los años y a tu hijo no le ocurrió nada malo, pero él tiene ahora un hijo adolescente que llega tarde a casa para desesperación de sus padres. Es ley de vida. El sufrimiento va por barrios, por generaciones. No pasa nada, nunca pasa nada, pero si te despiertas a las cinco de la mañana y los hijos no están cada uno en su cama, mal asunto. Irás a la ventana del salón, a ver si llega. Lo curioso es que si le ves llegar te esconderás, para que no piense que eres un padre controlador. El chico (o la chica) entrará en casa canturreando, quizá se prepare un café o vea un rato la tele antes de meterse en la cama. Y tú ahí, escondido (o escondida), detrás de la puerta, preguntándote si se lo hiciste pasar así de mal a tus padres. Al día siguiente, el crío ve 18 llamadas perdidas en su móvil y se ríe de ti. Qué angustias eres, papi.

Qué curioso esto de la asociación libre. Fíjense a dónde me han llevado las llamadas desesperadas de Camps a su sastre. Una, dos, tres, cuatro?, y así hasta 10 ó 12. Pero el sastre no era su hijo, ni se encontraba en peligro. ¿Por qué entonces marcaba su número de forma compulsiva? Por un asunto de facturas, ya ves tú. Mal hecho. Esa forma de telefonear debe reservarse para los hijos.

dilluns, 16 de març del 2009

Boca abajo

BOCA ABAJO

Yo empezaba los periódicos por la última página y después viajaba hasta la sección de Cultura, donde hacía un trasbordo que me llevaba a Cartas al Director. Una vez exploradas estas secciones, iba a la primera página y acometía ya la lectura del diario en el orden convencional. Poco a poco, de un modo insensible, casi sin darme cuenta, he acabado leyéndolo todo del revés, de atrás hacia delante, página a página, noticia a noticia, golpe a golpe, verso a verso. ¿Cómo he llegado a esto? Ni idea, la verdad. El problema es que esta tendencia no se ha manifestado sólo en mi relación con el periódico. Comienzo la comida, por ejemplo, con la fruta. Nada me sienta mejor que una manzana antes del filete con patatas. Y el otro día me quedé a trabajar por la noche, porque tenía que terminar una conferencia que llevaba atrasada, y me dieron las siete de la mañana casi sin darme cuenta. Me acosté a las ocho, cuando mi casa empezaba a ponerse en movimiento y dormí como un crío sin necesidad de pastillas. Al día siguiente repetí la experiencia y resultó igual de placentera.

Más aún: llegué a casa de la librería con cuatro o cinco novedades entre las que seleccioné una novela policíaca que comencé a leer por el final, un párrafo después de otro. De repente, advertí que no podía dejar de leerla de ese modo. Aquella especie de navegación corriente arriba era realmente apasionante. Todos los cabos de la acción se iban atando o desatando, no sé, con una naturalidad increíble. Al cerrar el libro y tropezar con el título comprendí su pertinencia. ¿Y si hubiera sido el autor quien la hubiera escrito del revés sin darse cuenta? ¿Y si lo estuviéramos haciendo todo así?

En cuanto al perro, era ya muy evidente desde hacía tiempo que es él el que me saca a pasear a mí, pero a la luz de los nuevos descubrimientos, este acto ha cobrado un significado especial. Ahora son las siete menos cinco de la tarde. En unos minutos, vendrá con la correa en la boca y comenzará a gemir de un modo desgarrador, haciéndome creer que es él el que necesita salir. Todo, de repente, se ha puesto en mi vida boca abajo. Prueben a leer estas líneas desde el final, a ver qué pasa.

divendres, 13 de març del 2009

Inestabilidad

INESTABILIDAD

Nos encontrábamos ya cerca de mi casa, cuando el taxista fue avisado por un colega de que había en nuestro camino un control de alcoholemia. Como resultara imposible dar la vuelta o escapar por una calle lateral, el conductor me confesó que llevaba dos copas, pues había comido con unos amigos de la infancia a los que hacía años que no veía. ¿Y qué quiere que le haga?, pregunté. Que se ponga al volante, respondió, como si usted fuera el taxista y yo el pasajero. Me pareció una propuesta absurda a la que respondí con una sonrisa de desconcierto. Mientras sonreía, vi en sus ojos, a través del espejo retrovisor, un movimiento de pánico que produjo también en mí alguna inquietud. En cuestión de segundos me puso al corriente de su situación, responsabilizándome del drama familiar que se le vendría encima si le retiraban la licencia. Aunque intenté defenderme, lo cierto es que al cabo de un momento, dada mi debilidad de carácter, estaba al volante del taxi, con el conductor detrás.

Alcanzado el control, un guardia hizo señas de que nos echáramos a un lado. Luego se acercó, me informó acerca de sus propósitos y me pidió que soplara, lo que hice con miedo, pues aunque no había bebido creo que el organismo puede, en situaciones de estrés, producir todas las sustancias existentes. Por fortuna, estaba limpio y me dejaron seguir. Como no era cuestión de detenerse a unos metros del control para realizar el cambio, y dado que mi domicilio se encontraba muy cerca, continué conduciendo hasta el portal, donde el taxista, tras mirar el contador, sacó un billete, me lo dio, abrió la puerta, salió del coche y se metió en mi casa, todo con una rapidez tal que no fui capaz de reaccionar. Además, apareció enseguida otro cliente que me pidió que lo llevara a toda mecha al aeropuerto. Qué inestable es la realidad, pensé arrancando.

Discursos hechos

DISCURSOS HECHOS

Pocos aniversarios han provocado el ruido del de la Barbie. Sus cincuenta años de existencia han servido de tema de discusión por igual en programas frívolos y en programas con barba. El cumpleaños de la célebre muñeca ha abierto telediarios y ha sido objeto de discusión en tertulias políticas de gran calado. Por general, las tertulias serias han despachado el asunto en dos patadas, asegurando que la Barbie ha contribuido a fortalecer el estereotipo de una feminidad caduca y todo eso. Quizá sea cierto, pero huele a recurso excesivamente manido. Alguien capaz de mantenerse 50 años en la primera línea de la actualidad tiene que poseer algún misterio que se nos escapa. Otra cosa es que ese misterio sea bueno o malo. Hay perversiones que no pasan de moda. Quizá la Barbie sea una de ellas.

Para empezar, carece de sexo y de pezones, dos asuntos de verdad diabólicos. Phil K. Dick se enamoró de la primera Barbie que cayó en sus manos por esta ausencia. Enseguida se hizo con un Kent (su novio) y resultó que tampoco tenía sexo. Colocabas a uno al lado del otro y parecían la pareja ideal. Ambos perfectamente arreglados, limpios, con el pelo brillante y suelto, queriéndose como sólo los muñecos pueden amarse. Pero sin sexo. Cabe pensar que Barbie y Kent representan uno de los deseos más profundos del ser humano. Cuenta Buñuel en su autobiografía que una de las cosas más placenteras de la vejez era la atenuación de la libido. Y sabía de lo que hablaba.

Decía Freud que no somos dueños de nuestros deseos (descubrimiento estremecedor, cuando no terrorífico) y llevaba razón, no sabemos quién manda en ellos, de quién son. El problema es que sí somos responsables de nuestros actos. Es un milagro que hayamos conseguido compatibilizar las dos cosas. Pero nos habría costado menos esfuerzo si hubiéramos carecido de sexo y de pezones, incluso de recto. Y esta es una de las grandes virtudes de la Barbie, y de su novio. Quizá por eso no han tenido una sola riña de novios en todos estos años de relación. Hay que dedicar un Informe Semanal al cumpleaños de la muñeca, prohibiendo los discursos hechos, a ver si nos enteramos de lo que nos pasa.

dimecres, 11 de març del 2009

Peligros del tiempo libre

PELIGROS DEL TIEMPO LIBRE

En El factor humano, el excelente libro de John Carlin sobre Nelson Mandela, se nos explica que en la Sudáfrica del apartheid se reconocían cuatro grupos raciales diferentes: blancos, mestizos, indios y negros, por este orden de importancia. Había leyes para todos en general y para cada uno en particular. Entre las que afectaban a todos, se encontraba la Ley de Inmoralidad, que prohibía el matrimonio y las relaciones sexuales entre sujetos de distintas razas. Cabe imaginar el aparato burocrático dedicado a la vigilancia y al cumplimiento de esta ley que hoy, en cualquier parte del mundo, incluida la propia Sudáfrica, se reconoce como absurda. Sin embargo, estaba en vigor no hace tanto tiempo. Asombra la capacidad del ser humano para adaptarse al sinsentido. A veces, nos relacionamos mejor con él que con la lógica (sea lo que sea la lógica).

En Cuba, por ejemplo, todavía se practica la autocrítica. El vicepresidente Carlos Lage y el ministro de exteriores, Felipe Pérez Roque, recientemente cesados, fueron forzados a confesar públicamente sus culpas mientras interiormente se cagaban en la revolución. La autocrítica es una práctica absurda, además de humillante, que la sociedad cubana ha aceptado, al parecer, sin problemas, como en la Sudáfrica de hace nada se aceptaba la división de la ciudadanía en razas. Pero ahí los tenían ustedes, dos hombres como dos castillos auto-inculpándose de los crímenes que el Buró Político les había pasado en una nota por debajo de la mesa. Qué remedio, si pretendían continuar viviendo.

Lo bueno del absurdo es que cuando parece haber alcanzado su cénit, llega un funcionario y logra darle otra vuelta de tuerca. Así, en el apartheid sudafricano, siempre según Carlin, se podía aspirar a cambiar de raza legalmente. Si usted superaba una serie de pruebas (todas delirantes), podía pasar de indio a negro, o de negro a mestizo, o de mestizo a blanco. No tenemos ni idea de cómo dar una vuelta de tuerca a la autocrítica cubana para que resulte más humillante y para que produzca más vergüenza ajena. Pero es que nosotros no somos funcionarios. Ya se le ocurrirá a alguno, si no, al propio Castro, que ahora tiene mucho tiempo libre.

dilluns, 9 de març del 2009

Aura luciferina

AURA LUCIFERINA

Si se insiste tanto en que Michael Jackson vuelve por dinero, es porque parece imposible que regrese por amor. El hombre está arruinado física, psicológica y económicamente, pero de momento sólo va a poner un parche en la cuenta corriente. Acabaremos queriéndole o cogiéndole miedo. O ambas cosas al tiempo. Pretendiéndolo o no, se ha convertido en un maldito, que va dejando por donde pasa un rastro oscuro, una sombra, una baba blanca. En la comparecencia de Londres para anunciar los conciertos de toma el dinero y corre, se tapaba el rostro con la melena lacia. Pero cuando la melena se agitaba, aparecía detrás la calavera. Es un ángel sin trono, un rey sin cetro, un artista sin arte. Quizá sea también una mala persona. ¿Quién lo sabe?

Tras ser absuelto de abusos sexuales a menores en EE UU, Jackson encontró refugio en un país petrolífero por el que dicen que se paseaba con un burka, para observar el mundo desde la oscuridad. Hace muchos años que este hombre nos mira como a través del ojo de la cerradura, quizá a través del ojo de la calavera. Lo ves en la tele o en el periódico y te sientes mirado por él, escrutado por él, perseguido por él. Luego desaparece durante unos meses, pero tarde o temprano su ojo se activa como una cámara de video-vigilancia. Por cierto, que en Alicante un profesor de instituto ha arrancado en un acceso de ira las cámaras que controlaban sus idas y venidas por los pasillos. César Leante, que así se llama, es también novelista. Si tienes un poco de imaginación, las cámaras, a las que parece que nos hemos acostumbrado, resultan terroríficas. La dirección del instituto dice que las ha puesto para evitar actos vandálicos, como si la vigilancia permanente de todos y cada uno de nuestros movimientos no fuera en sí mismo un acto vandálico.

En ese sentido, Michael Jackson es un vándalo cuya proximidad produce miedo, incluso aunque te guste su música. Dirán algunos que él sufre más que nosotros. Quizá sí, pero nosotros no tenemos el aura luciferina de la que aparece rodeado. Y el aura luciferina, hoy, vale lo suyo. Hay gente que por obtenerla entregaría su alma al diablo. Quizá es lo que le ha ocurrido al cantante.

divendres, 6 de març del 2009

Un grumo

UN GRUMO

Llamó desde el hotel a su mujer, que en ese instante se estaba preparando un café. Pese a la distancia, la cobertura era excelente, pues le llegaban los ruidos domésticos con la misma claridad que la voz. Así, mientras charlaban, visualizaba sin esfuerzo lo que ocurría al otro lado. Tanto la conversación como los sonidos se atenían a una pauta, a unos clichés preexistentes. Hablaron de si hacía frío o calor, de si llovía, de la salud de un familiar enfermo, de si había aparecido por fin el fontanero... Todo ello al tiempo que la taza se encontraba con el plato, que la cafetera pitaba, que vibraba el cajón de los cubiertos... Tuvo la impresión de comunicarse con los objetos de la lejana cocina tanto como con su mujer. Le hablaban al mismo tiempo que ella, transmitiéndole también una información rutinaria. Ahora viene el golpe de la cucharilla contra los bordes de la taza. Ahora yo debo preguntar si Teresa ha vuelto del colegio...

Aunque todo se repetía de manera mecánica, como una coreografía mil veces ensayada, el hombre advirtió que aquel día, por debajo del cliché, sucedía algo distinto, como si la escena ocultara un misterio, un alma. Hazme un favor, dijo entonces, abre la nevera y mira si me quedan puros. Escuchó los pasos de su mujer, la puerta del frigorífico, el movimiento de la caja al ser removida de su sitio... Te quedan tres, dijo al fin ella. Le dio las gracias y comprendió que quería colgar porque el cliché se había agotado. Entonces preguntó si había vuelto el gato, que se había escapado la semana anterior, y ella dijo que no. Después, ambos permanecieron en silencio, con la sensación incómoda de haber agotado el guión. Incapaces de improvisar a partir de aquella ruptura, colgaron por miedo al vacío. Luego ambos sintieron que aquel vacío había sido real. Un grumo de realidad en medio de la nada absoluta.

Que venga Clark Kent

QUE VENGA CLARK KENT

La realidad y la ficción, una vez más, se trenzan, se fecundan, se confunden. Hacen diabluras, en fin. Si en alguna ocasión has sido personaje de novela, serás un personaje de novela el resto de tu existencia real. La vida diaria está, de hecho, llena de personajes de ficción. A mí mismo me ha constituido más el cuento que la realidad. No soy tanto el resultado de mis habilidades empíricas como de mis destrezas imaginarias. Han hecho más por mí las novelas que los libros de texto. Me he sentido más de verdad en la butaca del cine que en el pupitre del colegio. Y no soy una excepción. De personajes de novela están llenos el metro, el autobús, la calle, la oficina, el estanco, el bar, el burdel, la escuela... Y la existencia cotidiana tiene mucho de novela. No hay más que leer los periódicos, ver la televisión, escuchar la radio.

Para que lo real y lo ficticio convivan con cierta armonía, es preciso que ni la novela sea fenomenal ni la realidad excesiva. Se trata de un equilibrio complicado, pero que todos, con mayor o menor esfuerzo, logramos mantener. Hay quien se duerme imaginando que es Superman y se despierta atado al salario mínimo. Ambas situaciones resultan posibles si existe un mediador -Clart Kent, por ejemplo- capaz de poner acuerdo entre los dos extremos. Sin la figura del mediador, la cuerda se rompe y puede uno acabar esquizofrénico.

Esquizofrénicos parece que están Azhar y Rubina, los niños protagonistas de Slumdog millionaire, la película que triunfó en los Oscar y que ha dado el taquillazo (que no el gatillazo) en todo el mundo. Los pequeños fueron sacados de una chabola de Bombay y llevados a Hollywood (donde durmieron en hoteles de cinco estrellas) en primera clase. Han participado, en fin, de una novela excesiva, absolutamente incompatible con su realidad, y se han vuelto locos. Dicen que ella no se quita el traje con el que acudió a la ceremonia, que está ya repleto de manchas, y que él es víctima de fiebres altas, de vómitos, y que se niega a dormir en el suelo. Les ha hecho más daño la ficción en la que han vivido durante cuatro días que la realidad en la que habían nacido. ¿Dónde rayos está Clark Kent?

dimecres, 4 de març del 2009

Campos emocionales

CAMPOS EMOCIONALES

¡Qué decepción! Mario Conde no es budista. Estaba a punto de comprarme su libro cuando voy y me entero (no haber ido, dirán algunos) de que tiene un blog en el que culpa al ex ministro Bermejo del tumor cerebral que causó la muerte de su mujer. Eso no lo hace un budista, por favor, ni siquiera un sintoísta, eso sólo lo hace un miserable sediento de venganza. Ni la teoría del caos, con la imagen de la mariposa y el ciclón, se había atrevido a ir tan lejos como el exbanquero. O sea, que alguien redacta un oficio aquí y le sale un cáncer a una mujer allí. Mario Conde fue un delincuente por cuyas fechorías, que condujeron a la ruina a muchos accionistas, fue condenado a tropecientos años de cárcel. Mientras cumplía condena, su esposa falleció de un tumor cerebral. ¿Quién ocasionó ese tumor? Bermejo, vaya por Dios, que a la sazón era fiscal y que no estaba de acuerdo con que se concediera el tercer grado a ese delincuente económico experto en contabilidad creativa.

A Mario Conde ni se le ha pasado por la cabeza que tener un marido como él puede provocar sufrimientos infinitos a una esposa como Lourdes. No, no, sus delitos eran normales, su condena era normal, su desprestigio en todos los medios de comunicación era normal. En consecuencia, nada de eso podía provocar campos emocionales (así los llama él) capaces de crear tumores en los seres queridos. Llega en cambio un fiscal con barba, opina que no se le debe conceder un permiso de fin de semana y mata a la esposa del presidario. Lo dicho, una mariposa bate las alas en Hong Kong y se produce un terremoto en Brasil.

El problema de que Mario Conde no sea budista de verdad es que la gente empiece a huir como de la peste de esa religión que por fortuna no es una religión. Estaba uno precisamente dándole vueltas a la posibilidad de abrir esa puerta en su existencia, cuando comprueba que también las filosofías orientales están llenas de impostores. Dirán ustedes que qué tiene que ver una cosa con la otra. En apariencia ninguna, pero si el fiscal Bermejo fue capaz de provocar un tumor cerebral en una mujer a la que ni siquiera conocía, ¿por qué Mario Conde no puede acabar él solo con Buda? Después de todo, ya se cargó un banco sin ayuda.

dilluns, 2 de març del 2009

Misterios

MISTERIOS

Intento imaginarme en una agencia de viajes, comprando un billete para Sudáfrica. Todo va bien hasta que llega el momento de pagar y empiezo a sacar euros de los bolsillos, hasta ocho mil, que coloco sobre el mostrador. Ahí es donde me muero de vergüenza y se me corta el rollo. Como soy muy voluntarioso, me salto ese trámite y fantaseo con la idea novelesca de que he llegado a Johannesburgo, por donde me muevo como pez en el agua en compañía de unos amigotes. Ahora mismo estoy entrando con las manos cargadas de bolsas en un inmueble del que salgo al rato sin ellas. Pero como soy incapaz de imaginar qué rayos hay dentro de esas bolsas -¿droga, dinero negro, judías verdes?-, se me viene la película abajo y vuelta a empezar.

Me veo entonces de tesorero de un partido político. Tengo sobre la mesa unos informes acerca de la vida privada de un par de compañeros. Como soy muy mala persona, paso los informes al secretario general, que en vez de preguntarme de dónde provienen y quién los ha pagado, los mete en un cajón y dice que me olvide del asunto. Inverosímil también, se mire por donde se mire. Cambiemos de escenario. Intento escribir un diálogo entre un alcalde y una presidenta de comunidad que se odian a muerte, aunque tienen los mismos ideales. La escena transcurre en un ascensor. Ella le dice a él que cuando el jefe de ambos se estrelle, tendrán por fin una oportunidad. ¿Pero quién se traga que además de odiarse entre sí deseen la desaparición de su líder? Tampoco cuela. Lo de las adjudicaciones irregulares para la explotación de los campos de golf ni lo pruebo, pues desconozco ese deporte.

Trato de imaginar que soy un dirigente político cuyo principal argumento para que le voten es que su adversario es maricón. No me sale. Ahora soy el presidente de un país, pero me veo envuelto en un lío de trajes. Mientras mi sastre declara ante el juez, yo le telefoneo desesperadamente al móvil, para que diga que me aplicó el descuento normal. No funciona. El 96,5% de los novelistas en activo serían incapaces de sacar adelante cualquiera de estas tramas. Y sin embargo hay novelas. Claro que el 96,5% de los conductores en activo suspendería el carné de conducir y sin embargo hay tráfico.