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diumenge, 28 de febrer del 2010

La naturaleza es muy hortera

LA NATURALEZA ES MUY HORTERA

No conocía a nadie que odiara las puestas de sol y los amaneceres hasta que ayer mismo, mientras me tomaba el gin tonic de media tarde sin meterme con nadie, un chico joven comenzó a despotricar de estos fenómenos naturales en la mesa de al lado. El chico, que había pedido una Coca Cola, estaba con su madre, que daba cuenta parsimoniosamente de un sándwich de jamón y queso mientras escuchaba con paciencia las imprecaciones de su vástago.

-Si es que no hay quien se crea una puesta de sol, por favor —decía en ese instante, como haciendo responsable de ellas a su madre.

-¿Es eso lo que os enseñan en Bellas Artes, que las puestas de sol son feas?

-No es que sean feas, mamá, es que son retóricas e inverosímiles, igual que los amaneceres.

-¿Y las auroras boreales?

-No tengo ni idea de lo que es una aurora boreal —respondía el hijo—. ¿Y tú?

La madre se quedó un poco desconcertada. Al fin dijo:

-No sé, creo que es una luz que aparece en el Polo Norte.

-Una luz que aparece en el Polo Norte. ¿No podrías ser más precisa?

-Pues no, hijo, ¿seguro que no quieres un sándwich?

-Seguro, mamá, no seas pesada.

Aunque la conversación era rara, los personajes eran normales. Quiero decir que el chico parecía un hijo y la mujer una madre. Me pregunté qué parecía yo, escuchando aquella conversación ajena, y no supe qué responderme. En todo caso, me sentía más cerca de él que de ella. Los amaneceres y las puestas de sol son una peste. A la gente le encanta fotografiarlos por eso mismo, porque son basura, como los programas de éxito de la tele. En cuanto a las auroras boreales, por las fotografías que he visto, son también vomitivas.

-La naturaleza es muy hortera —aseveró en ese momento el chico, como leyéndome el pensamiento.

-Lo que tú digas, hijo—respondió la madre, y pidió un gin tonic.

divendres, 26 de febrer del 2010

Daba miedo

DABA MIEDO

Un sujeto al que conocía vagamente se colocó a mi lado, en la barra del bar, y me dijo que había visto "algo". Entendí, por su expresión, que se trataba de algo sobrenatural, pero lo que había visto era el pánico en la mirada de Belén Esteban. ¿Cuándo?, pregunté por decir algo. Hoy mismo, dijo él, después de comer, en la tele, la cámara enfocó su rostro a traición mientras hablaba el moderador del programa, y juro que sus ojos despedían terror. ¿Terror a qué?, insistí yo. No sé, añadió mi interlocutor tras reclamar su gin-tonic, quizá a que todo lo que había conquistado se esfumara de repente, a que dejara de hacer gracia, a que el espectador cambiara de canal cuando abriera la boca, a que el espejismo se desvaneciera. No es un espejismo, argüí yo, se trata de una de las famas más concretas que he visto nunca. Pero ella, insistió él agitando los hielos, tal vez crea que puede desaparecer del mismo modo inexplicable en que se manifestó, lo vi en su mirada, una mirada con monólogo interior: no sé bailar, parecía decirse la pobre, no sé qué es el PIB ni el empleo neto ni el FED, no sé hacer juegos de manos ni contar chistes, no sé si soy del PSOE o del PP, de Comisiones o UGT, atea o agnóstica, católica o budista, no entiendo que produzca asombro el hecho de que sea capaz de matar por mi hija, como cualquier madre, ¿por qué se empeñan en hacerme millonaria?

Al día siguiente encendí la tele, busqué a Belén Esteban y juro que también yo le vi, durante unas décimas de segundo, el pánico y en su pánico vi el mío, y el de los analistas políticos y el de las autoridades económicas y el de los gurús de la Bolsa y el de Benedicto XVI y, si me apuran, el de toda la humanidad. Quizá, me dije, el éxito sin parangón de la chica residiera en haber devenido en metáfora de la impostura en la que vivíamos todos. Daba miedo.

dijous, 25 de febrer del 2010

Terrorismo psicológico

TERRORISMO PSICOLÓGICO

En el aeropuerto de Madrid combinan la emisión de mensajes de miedo (no pierda usted de vista su equipaje, no acepte paquetes de extraños) con el lanzamiento de recomendaciones absurdas (les recordamos la conveniencia de estar en la puerta de embarque a la hora señalada). Esta mezcla de pánico y perplejidad desarma completamente al viajero, convirtiéndolo en un sujeto obediente hasta la sumisión.

-Quítese la chaqueta.

-Sí, señor.

-Y el cinturón, y los zapatos y el reloj.

-A sus órdenes, mi amo.

A pesar de que uno se ha desprendido de todo, el escáner pita al atravesar el arco de seguridad. A ver si voy a llevar una pistola escondida, se dice el pasajero con expresión de susto. Afortunadamente, no era una pistola, era la dignidad.

-Quítese también la dignidad.

-Perdón, creí que me la había dejado en casa.

En efecto, te quitas la dignidad y la maquinita deja de quejarse. Lo que más miedo da a los responsables de la seguridad aeroportuaria es la dignidad. Un individuo provisto de esta virtud puede organizar un motín a bordo. Se nota que los viajeros llegan al avión sin dignidad en que no protestan aunque los tengan una hora en la pista, a pleno sol, después del embarque.

Lo que pasa es que ya no analizamos nada ni pensamos nada ni nos conmovemos por nada. Que a uno le recuerden cada medio minuto que no pierda de vista su equipaje ni acepte caramelitos de extraños, está mal, pero tiene un pasar. Servidumbres de la seguridad y todo eso. Pero que le hablen a todo pulmón de la conveniencia de presentarse en la puerta de embarque a la hora señalada es directamente de locos, sobre todo porque quien no suele presentarse es el personal de la compañía. Oiga, que quienes se retrasan son los aviones, no los pasajeros. El miedo y el absurdo son una mezcla explosiva. No sabemos si nuestro avión será secuestrado. El terrorismo psicológico, en cambio, lo tenemos garantizado. Gracias.

diumenge, 21 de febrer del 2010

Hacer manitas

HACER MANITAS

En la mesa de al lado dos estudiantes (chico y chica) mantenían una discusión gramatical. Él se quejaba de que la palabra objeto no tuviera femenino y ella de que el término cosa careciera de masculino.

-Para mí —decía el chico—, una cajetilla de tabaco no es un objeto, sino una objeta.

-Pues para mí —aseguraba la chica— el pene no es una cosa, sino un coso.

-Si te empeñas en llamar coso al pene —replicaba el joven—, comenzaré a llamar objeta a la vagina.

-Pues te equivocarás: la vagina no es una objeta, ni siquiera una cosa, a ver si distingues.

La llegada del camarero con sus refrescos y mi gin tonic de media tarde los hizo callar. Cuando se quedaron solos de nuevo ninguno fue capaz de retomar la conversación. Yo di un primer sorbo a mi copa fingiendo permanecer ensimismado en mis asuntos (quizá en mis asuntas), pero atento a la posibilidad de que reanudaran aquella interesante conversación lingüística. Tras un rato de silencio ominoso (qué rayos significará ominoso), la chica dijo:

-¿En qué piensas?

-En nada, respondió el chico.

-Estoy segura —replicó ella— que la primera persona que habló fue para mentir, como tú ahora.

-¿Y qué mentira dijo?

-«Yo no he sido». Vamos, es que no me cabe la menor duda de que el lenguaje se inauguró con esa frase o una parecida: «Yo no he sido».

-A lo mejor —añadió el chico—, la primera persona que pronunció una frase entera fue para decir «te quiero».

-¿Me estás diciendo que me quieres?

-He dicho que a lo mejor fue la primera frase de la humanidad.

-¿Pero me quieres o no me quieres?

El chico miró a su alrededor, por si hubiera alguien escuchando, y dijo en voz baja que sí, que la quería, pero que no volviera a llamar coso a su pene. Ni tú objeta a mi vagina, concluyó la chica. Y se pusieron a hacer manitas.

divendres, 19 de febrer del 2010

80 millones

80 MILLONES

Tras abrirnos paso a machetazos por el interior de una selva de palabras a la que no llegaba ni la luz del sol, nos ha parecido entender que la solución a la crisis pasa por hacer recuento de cuanto poseemos (nuestro salario, nuestro paro, nuestra jubilación, nuestro piso, nuestro coche, nuestra Seguridad Social, nuestros ahorros), para valorarlo a la baja. Como no es posible devaluar la moneda, será preciso devaluar todo lo demás, incluida la autoestima. Donde creíamos que teníamos cien, deberemos aceptar que tenemos setenta. Quienes medían 1,80, tendrán que conformarse con 1,50. Quienes comían en restaurantes de cuarenta lo harán hasta nueva orden en tascas de diez. Y así de forma sucesiva hasta regresar al tamaño anterior, del que quizá, como de nuestro pueblo, no deberíamos haber salido. Pero no todo disminuirá. Si usted debía mil más los intereses, continuará debiendo mil más los intereses (deuda a la que tendrá que añadir los intereses de los intereses). Parecería lógico que si su piso vale ahora un 20% menos que cuando lo compró, la hipoteca se redujera en un porcentaje similar. Pero no intente usted introducir la lógica donde impera la explotación.

No nos engañemos, pues. Debajo de todos esos discursos enmarañados sólo late una pregunta: ¿a quién empobrecer para recuperar nuestro tamaño verdadero? ¿A quién recortar las piernas, los salarios, las pensiones, las medicinas, la enseñanza? Se trata, como ven, y por muchas palabras que se coloquen sobre el asunto, de una decisión ideológica. En este país hay mucho, muchísimo dinero, ya que la acumulación de capital fue obscena durante los años de la burbuja. Pero está concentrado en unas pocas manos. Déjense de discursos y digan cuánto van a poner de su bolsillo, en este duro regreso a la realidad, esos señores que se jubilan con 80 millones de euros.

Literatura y enfermedad

LITERATURA Y ENFERMEDAD

A primera vista, extraña que un 30% de los españoles se automedique y que un 50% consulte acerca de sus enfermedades en internet. Pero si lo piensan, es lógico. El doctor de la Seguridad Social dispone de poco más de un minuto para atenderte. Nadie en su sano juicio admitiría que en noventa segundos se puede establecer un diagnóstico y evaluar el tratamiento. En internet, en cambio, dispones de todo el tiempo del mundo y de más opiniones de las que necesitas. Resulta, además, un medio menos frío que la consulta, de manera que, a menos que tu mal requiera hospitalización y cirugía, lo que te pide el cuerpo, cuando te duele algo es entrar en la red y automedicarte.

De otro lado, hay muchos fármacos que se anuncian ya por la tele en el mismo nivel que un detergente. Es cierto que al final, de forma apresurada, se aconseja consultar al farmacéutico, pero como el que aconseja ir por la sombra, para cubrir el expediente. Con las enfermedades está pasando algo parecido a lo que ya ocurrió con los libros. En la antigüedad, uno tenía un librero de cabecera al que acudía una vez por semana y le contaba sus síntomas. En función de estos síntomas, el librero le aconsejaba Guerra y Paz, Ana Karenina o Poeta en Nueva York. Desaparecidos los libreros de cabecera o reducidos a la mínima expresión a la que han quedado reducidos también los médicos de cabecera, el lector —o el enfermo— ha de buscarse la vida. De modo que ahora entras en una librería gigantesca donde sabes que es inútil preguntar por un título y ¿qué haces? Te automedicas. La automedicación tiene sus ventajas también. Accedes a literaturas a las que en otra época ni se te había ocurrido acercarte y que resultan que no están mal. Descubres continentes nuevos, en fin, sabores diferentes, principios activos revolucionarios.

El futuro, si alguien no lo remedia, pasa por el autodiagnóstico y la automedicación. Quizá también por la autoeducación y, desde luego, por la autoayuda. En el mundo laboral, los autónomos son ya legión. El autónomo no tiene tiempo para ponerse enfermo. Pero si cae, ha de disimular porque cada día de baja es un día sin salario. ¿Qué hacer, pues? Entrar en internet y automedicarse. Mal asunto.

divendres, 12 de febrer del 2010

Descréditos

DESCRÉDITOS

Pregunté a un psiquiatra si el Papa, habida cuenta de que se cree el representante de Dios en la Tierra, era un delirante y me dijo que no, pues los delirios compartidos son, técnicamente hablando, otra cosa. Total, que si a usted se le aparece la Virgen es muy probable que lo ingresen y lo sometan a una o dos sesiones de electroshock. Pero si se le aparece en compañía de unos amigos o de unos pastorcillos no pasa nada. Se me olvidó preguntar cuántas personas deben participar de un delirio para que deje de serlo, así que lo siento, pero no puedo proporcionar en estos momentos esa información. En cualquier caso, mucho me temo que su cuñado de usted y usted no son suficientes para legitimar una quimera.

Provoca asombro que los delirios consensuados adquieran de inmediato el estatus de realidad. Si el Gobierno, los consumidores, los bancos y los notarios se ponen de acuerdo, por ejemplo, en que un piso de 90 metros cuadrados vale un millón de euros, el piso valdrá un millón de euros, aunque su valor real sea muy inferior. Al año siguiente, si alguien no detiene la bola, costará un millón cien mil, y así de forma sucesiva, hasta que el espejismo reviente como una pompa de jabón. Lo de los pisos no es un supuesto teórico, ha ocurrido en España, junto a otras alucinaciones de carácter económico. El delirio y la lucidez se trenzan de tal forma en la vida diaria que no hay forma de distinguir el uno de la otra. De modo que cuando en la faja de una novela se incluye la leyenda "basada en hechos reales", deberíamos tener en cuenta que los llamados "hechos reales" son producidos a su vez, en gran medida, por sucesos completamente imaginarios. En otras palabras: que cuando los teóricos hablan del descrédito de la ficción deberían aclarar si piensan que una ficción compartida deviene en una realidad homologable.

dimarts, 9 de febrer del 2010

El pacto

EL PACTO

Me telefoneó una amiga para decirme que había soñado conmigo. Íbamos en un tren, uno enfrente del otro, cuando se dio cuenta de que yo era extraterrestre.

-¿En qué lo notaste? –pregunté.

-En nada en particular y en todo. Fue como una intuición, como una revelación.

Como mi amiga y yo nos conocemos desde la adolescencia, reflexionó, siempre dentro del sueño, que llevaba engañándola a ella (y al resto de nuestros conocidos) durante muchísimos años. Entonces sintió miedo, pues le pareció evidente que mi misión en la Tierra no podía resultar beneficiosa para los humanos.

-¿Y qué hiciste? –pregunté.

-Disimulé, hice como que no me había dado cuenta de tu impostura, pero comenzaste a mirarme de un modo raro, como si sospecharas de mí. Entonces, presa del pánico, desperté.

El sueño, según me dijo, la había dejado algo turbada (también a mí, la verdad, pues aunque no soy extraterrestre, creo, tampoco tengo la sensación de ser muy de aquí). Y bien, el caso es que tras gastar unas bromas acerca del sueño, nos despedimos volviendo yo a lo mío, y ella, supuse, a lo suyo.

A los pocos días, coincidimos en un acto público (la presentación de un libro), y me di cuenta de que me evitaba. No de un modo descarado, ni siquiera, quizá, consciente, pero lo cierto es que al poco de que me acercara a ella, encontraba una excusa para alejarse. Por fortuna, con los demás invitados todo era normal (quizá no les había contado el sueño). A partir de aquel día, la situación se repitió en otros actos, incluso en la casa de un amigo común adonde habíamos ido a cenar. Por otra parte, dejó de llamarme y yo evitaba hacerlo para no violentarla. De un modo u otro, parecía convencida de que yo era un invasor. Pasado un tiempo, descolgué el teléfono, marqué su número y le dije que había soñado con ella. Eras, añadí, una espía de una potencia extranjera (en el sueño no se especificaba cuál). Me pareció que se quedaba un poco preocupada. Desde entonces, hemos recuperado el contacto. Hay entre nosotros un pacto tácito: ella no me denunciará a mí si yo no la denuncio a ella.

diumenge, 7 de febrer del 2010

Aterriza como puedas

ATERRIZA COMO PUEDAS

Lo mejor para combatir un dolor de cabeza es cortarse un dedo. Y, para no echar el dedo de menos, arrancarse un ojo; luego, el otro. Y así de forma sucesiva. las desgracias grandes nos hacen olvidar las pequeñas. El tamaño, además, es relativo. Perder una mano, por ejemplo, parece duro, pero resulta una fruslería (qué rayos significará fruslería) frente a la posibilidad de quedarse sin piernas. La crisis, desde los tiempos en que era una "leve recesión", viene administrándonos este tipo de medicina. Tres millones de parados eran muchos parados. Comparada esa cifra con la actual, la asumimos como perfectamente soportable. Tal vez, a no tardar mucho, jubilarse a los 67 nos parezca un chollo y cobrar la mitad de la pensión un privilegio. Parecemos insectos en manos de niños crueles que nos van arrancando un miembro tras otro a un ritmo tal que siempre envidiamos la situación anterior (cuando teníamos manos, brazos, piernas, ojos...). Y todas las voces (las autorizadas y las no autorizadas) insisten en que la amputación mayor está por llegar.

Vamos en estos momentos por la vida como el que conduce un coche cuyos frenos pueden fallar, de forma arbitraria, en cualquier momento. Es lo que ocurre, por lo visto, con algunos modelos de Toyota. De repente, el acelerador se queda atascado y el freno no responde. Montarse en uno de esos automóviles es lo más parecido a jugar a la ruleta rusa. Montarse en la vida en estos momentos, lo mismo. A ver qué pasa hoy, te dices cuando suena el despertador. Y siempre pasa algo (malo). Cuando no es el pensionazo es el déficit. El Toyota te lo cambian o te lo arreglan, ahora no caigo, si lo llevas a un servicio oficial. Pero con la vida no sabe uno qué hacer ni adónde llevarla para que le arreglen los defectos provocados por la crisis. Zapatero, de momento, se ha ido a rezar. Bush rezaba también antes de bombardear, así que nos tememos lo peor.

El gobierno debería dejar de transmitir esa impresión de "aterriza como puedas". Dan ganas de preguntar si hay algún piloto a bordo. Ahora bien, si no se trata una impresión, si están tan despistados como parece, que nos lo digan con toda sinceridad. Ya decidiremos nosotros qué órgano nos arrancamos.

divendres, 5 de febrer del 2010

Alevosías

ALEVOSÍAS

Ese individuo que a las cuatro de la madrugada, armado de un cuchillo, entró furtivamente en la vivienda de su ex esposa, carecía, por lo visto, de mala intención (alevosía, en términos técnicos). ¿Que actuó mal? De acuerdo. No se debe pisotear el cuello de una mujer hasta dejarla tetrapléjica, mucho menos en presencia de los hijos. Ahora bien, digámoslo todo: es cierto que allanó la morada, pero sin mala intención. Que portaba un arma blanca, pero sin mala intención. Que sorprendió a la víctima mientras dormía, pero sin mala intención. Que la golpeó y la arrojó al suelo, pero sin mala intención. Que le retorció el cuello hasta creerla muerta, pero sin mala intención... Por Dios, ¿qué leen en sus horas libres los jueces del Tribunal Supremo? ¿Qué tipo de publicaciones esconden entre las páginas de los voluminosos libros de consulta que tapizan las paredes de sus despachos? ¿Qué les ha hecho la vida? ¿Quién los trató mal?

No obstante, y dada la madurez que se supone a estos profesionales de la justicia, cabe pensar que también ellos actuaron sin mala intención (sin alevosía, en términos técnicos). Estudiaron detenidamente el asunto, contaron las patadas propinadas a la mujer, calcularon su intensidad, quizá el grado de emoción que puso el maltratador en todas y cada una de ellas, y determinaron, con la mayor nobleza del mundo, que no había habido mala intención. Tal vez, añadimos nosotros, ni siquiera hubo, pese a la hora de autos, nocturnidad. ¿Cómo es posible que una ausencia tal de malas intenciones hiciera tanto daño? Si no hubo mala intención en el verdugo ni mala intención en quienes lo juzgaron, ¿dónde deberíamos buscar el origen de todo este cúmulo de desgracias? Lo han adivinado ustedes: en la víctima, sí, que debió de provocar de algún modo sutil a ese pobre ex marido cargado de buenas intenciones.

Una hija secreta

UNA HIJA SECRETA

En un mundo sin publicidad, ¿qué lugar ocuparía el Fairy en nuestros corazones? Lo digo porque el otro día soñé con este lavavajillas. En el sueño, habían venido a comer a casa unos amigos. Creo, por el modo en que vestían, que era domingo. Mientras comíamos, yo comenzaba a obsesionarme con la cantidad de vajilla utilizada. Habíamos puesto copas y platos delicados, de los que era preciso lavar a mano. Menos mal, pensé en el sueño, que tenemos Fairy. El problema es que cuando la gente se marchó y recogimos la mesa descubrí con espanto que la botella de detergente estaba vacía.

-¿Qué hacemos ahora? –preguntaba a mi mujer.

-No sé –decía ella-. Si quieres me acerco a los chinos.

-Deja, que ya voy yo.

De modo que me ponía el abrigo y me acercaba a la tienda, donde acababan de vender en ese instante la última botella que les quedaba de Fairy a una cría de 15 ó 16 años (bellísima, por cierto) a la que le propuse que me lo cediera a cambio de pagarle el doble de lo que le había costado. La chica aceptaba y se iba tan contenta. Yo regresaba a casa y me ponía a fregar, que es una actividad zen de la que siempre obtengo una gran paz espiritual. Mientras pasaba la esponja por el interior de las copas, caía en la cuenta de que la adolescente que me había vendido el Fairy era en realidad una hija mía de cuya existencia no tenía conocimiento. Me desperté aterrado, fui a la cocina a beber agua y no pude resistir la tentación de mirar debajo de la pila para comprobar, con sorpresa, que la botella de Fairy se encontraba vacía y no teníamos otra de repuesto. Regresé a la cama y dormí mal.

Al día siguiente me acerqué a los chinos a comprar el pan y, de paso, una botella de Fairy. No ocurrió nada anormal, pero yo tenía la sensación de estar aún dentro del sueño, de cuya turbación continuaba siendo víctima. ¿Cómo era posible, me pregunté, que un producto comercial se hubiera metido de este modo en mi intimidad? Pues lo era, ya ven. Y quizá no me ocurra sólo a mí. Tal vez por eso TVE está registrando unas audiencias históricas desde que no emite publicidad.

dijous, 4 de febrer del 2010

Más allá que acá

MÁS ALLÁ QUE ACÁ

El sector inmobiliario tiene una deuda estructural de más de 300.000 millones de euros. No me pregunten la diferencia entre deuda estructural o coyuntural. De otro lado, aunque fuese coyuntural, esas cifras afectarían a la estructura. En efecto, hay coyunturas estructurales (las que pasan de 300.000 millones de euros, por ejemplo). No recordamos ahora la cantidad que llevó a la ruina a Lehman Brothers Bank, pero por ahí por ahí. La situación, en fin, es de vértigo. Pues bien, parece que una de las propuestas para salir del lío consistiría en la creación de un banco «malo» al que se desviarían todos los activos tóxicos, es decir, la parte de la deuda que no va a saldarse. Los accionistas de ese banco «malo» serían, lógicamente, los bancos «buenos», cada uno en la proporción que le correspondiera.

Para los que no entendemos de finanzas, estas maniobras nos resultan fascinantes. Oyendo hablar a los expertos, uno deduce que al otro lado del espejo cada banco «bueno» tiene un banco «malo» en el que de vez en cuando se mira. Las relaciones entre el banco del lado de aquí y el banco del lado de allí son, lógicamente, especulares. Quiere decirse que todo lo que aquí está a la derecha, allí está a la izquierda. El banco del reflejo, en vez de dar beneficios da pérdidas. Y sus impositores, en lugar de ingresar sus nóminas, las desingresan. El director general de ese banco es un señor famélico vestido con harapos que duerme en un tonel y su consejo de administración está formado por un grupo de indigentes que se rascan las pulgas mientras toman decisiones.

Ver todo el mal junto y aislado resulta muy consolador, entre otras cosas porque permite distinguir la raya que separa el lado de acá del lado de allá. Pero no pasa de ser un ejercicio retórico. Los activos tóxicos no van a dejar de apestar por ponerlos en un montón aparte. Además, lo malo y lo bueno, en la banca especialmente, está entreverado de tal forma, que no se podría separar los tejidos enfermos sin arrancar los sanos. Todo eso sin contar con que a veces, de forma inconsciente, cruzamos el límite y nos vamos a vivir al otro lado del espejo. Quizá es lo que nos ocurre ahora, que estamos más allá que acá. Y allá también deberíamos cuidarnos.

dimecres, 3 de febrer del 2010

No sabe uno qué pensar

NO SABE UNO QUÉ PENSAR

Donde quiera que vayas, el personal hace cálculos para ver cuándo le tocará jubilarse. El capitalismo es muy raro. Hombres de 30 años que todavía no han accedido a su primer puesto de trabajo se preguntan muy seriamente si no podrán jubilarse hasta los 67. Y eso pese a que sus padres están prejubilados desde los 58. Decimos que el capitalismo es muy raro no ya por el modo en que maneja los dineros, sino por la forma en que manipula las preocupaciones. El capitalismo ha logrado que todas las pláticas del pasado fin de semana giraran en torno al pensionazo. Que si sí, que si no, que si es lógico, que no es lógico. Intentaba uno meter una cuña sobre la peli de Haneke y le tapaban la boca.

-¿Tú cuántos años tienes?

-Tantos.

-A ti no te toca.

-Muchas gracias.

Todo esto, según dicen, se debe a que le han leído la cartilla a Zapatero en Davos. La gente no pregunta qué es Davos porque da por su supuesto que se trata de una divinidad, como el FMI o la Banca Mundial. Pues bien, el oráculo de Davos le ha dicho a Zapatero que se le está poniendo cara de griego y que por ese camino no vamos a ninguna parte. Reacción inmediata: aquí no se jubila nadie hasta los 67. No se jubila nadie, excepto los que se prejubilan y los que no trabajan. Si sumas los últimos a los primeros, te entra un escalofrío. Es como cuando decides llevar la contabilidad de los gastos domésticos, que te dura el propósito lo que tardas en advertir que gastas más de lo que ganas. Y llevas así toda la vida. O sea, que vivimos de milagro. El pensionazo, como la ascensión de Oliart a la presidencia de RTV, ha puesto de manifiesto todas las contradicciones en las que chapoteamos.

Un amigo que por lo general hace buenos análisis políticos me dijo que en los bares se respiraba una irritación enorme hacia el gobierno, de modo que cogí el abrigo bajé al de la esquina y resulta que estaban comentado el gol de Guti, que ni siquiera lo había metido Guti. No supe qué pensar, francamente. Volví a casa haciendo cuentas con los dedos, para ver si me afectaba el pensionazo.