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dilluns, 31 de gener del 2011

A modo de diario

A MODO DE DIARIO

Cuando yo era pequeño la introversión tenía más prestigio que la extroversión. Los padres querían hijos extrovertidos pero preferían a los introvertidos al modo en que preferiríamos que nos gustara más Tolstoi que Corín Tellado. Se pensaba que el niño introvertido era poco apto para la vida, pero al mismo tiempo se le suponían ciertas virtudes necesarias en un mundo debidamente equilibrado. El niño extrovertido era con frecuencia peleón, chulo, provocador, pendenciero… El introvertido daba pocos problemas (o solo se los daba a sí mismo). Cuando en una familia había dos hermanos, lo ideal era que uno fuera introvertido y otro extrovertido, de ese modo se complementaban como si fueran uno. Al introvertido se le enviaba con frecuencia al seminario, pues se le suponía más dotado para relacionarse con el misterio. En ningún caso se admitía que pudiera haber idiotas introvertidos. Se les atribuía, para compensar su timidez, un talento del que no siempre disponían. Como cuando el profesor tachaba al alguien de poco inteligente, pero memorioso, o viceversa. Hubo un momento en la existencia de mi generación en el que sólo había niños introvertidos y extrovertidos, además de tontos, pero con memoria o listos sin ella.

Yo era introvertido y memorioso (o sea, dos veces tonto), pero con el tiempo se me descubrió una virtud también muy de moda por aquella época: la fuerza de voluntad. No sé en qué momento escuché por vez primera esa expresión, fuerza de voluntad, pero me impresionó vivamente. Durante los primeros años de mi vida, la única fuerza existente era la física, la fuerza bruta si ustedes quieren. Pensar que la voluntad, que carecía de músculos, podía ser fuerte también nos redimía de ser débiles del mismo modo que la memoria nos redimía de ser tontos o la espiritualidad de ser introvertidos. Me pregunto de quién es el mundo ahora, si de los que viven hacia fuera o de los que viven hacia dentro. ¿Puede ser introvertida una estrella de la televisión? ¿Se puede ser extrovertido y poeta? La verdad es que todas aquellas categorías de mi infancia se han confundido un poco, o mucho. Y los huevos vienen con dioxinas, que no sabemos lo que son.

diumenge, 30 de gener del 2011

Impostores literarios

IMPOSTORES LITERARIOS

Resulta curioso que se hable de escritores fracasados y no de lectores fracasados. Los riesgos en ambas actividades son enormes. También la decepción que provoca no superarlos. La diferencia es que a un escritor fracasado siempre le queda el recurso del malditismo, que es un fracaso al revés. El escritor maldito puede ciscarse en los autores entronizados acogiéndose además al juicio de la historia.

En la literatura, como en la vida, todo es provisional. Esa provisionalidad proporciona esperanzas mientras uno se autodestruye con láudano, alcohol o sexo sado-maso. El escritor fracasado siempre tiene alguna salida, por estrecha que sea. A lo mejor no ha sido capaz de escribir Ana Karenina, pero quién le dice que ese cuento que publicó hace años en una revista municipal (y espesa) no sea rescatado por las generaciones venideras. El relato de la Torre de Babel, que apenas ocupa 15 líneas en el océano literario de la Biblia, continúa cosechando éxitos en la actualidad. ¿Pero qué pasa con el lector fracasado? ¿Qué ocurre con el lector que no ha sido capaz de leerse el Quijote, el Ulises, Guerra y Paz o 2666?

De esta gente se ocupan poco o nada los ensayos literarios, los suplementos de cultura de los periódicos, los espacios de libros de la tele. No sabemos tampoco de ningún programa de radio que haya invitado a un lector fracasado para que hablara al público de sus frustraciones lectoras.

-En efecto, no pude con Crimen y Castigo ni con Madame Bovary, ni con la Eneida.

-¿Y con la Iliada?

-Tampoco, con la Iliada tampoco.

-¿Pues qué es lo que lee usted?

-Me gusta mucho la serie sobre Ripley, de Patricia Higsmith.

Sería fantástico escuchar en la radio o en la tele un diálogo de esta naturaleza. Lo que ocurre es que el lector malogrado oculta su fracaso. Dice con toda la cara que ha leído el Ulises sin que haya forma de negárselo. Quiero decir que si tú no escribes El Proceso se entera todo el mundo. Pero si no has sido capaz de leerlo sólo lo sabes tú. De modo que el lector fracasado es, por lo general, un impostor.

divendres, 28 de gener del 2011

True blood

TRUE BLOOD

La conquista de Internet empieza a adquirir caracteres épicos semejantes a los de la conquista del Oeste. De hecho, lo que cuentan los colonizadores situados en la primera línea de fuego posee las características de los relatos fronterizos. Hay allí un mundo raro que no podemos ni imaginar quienes holgamos en la retaguardia o avanzamos colocando los pies sobre las huellas de los valientes que nos han precedido. Un mundo poblado por seres de siete cabezas cuyas costumbres no se parecen en nada a las nuestras y a los que las leyes de aquí les suenan a chino. Hay que haberse jugado la cabellera para opinar sobre lo que conviene o no conviene hacer en ese mundo. A la espera del nacimiento de un Mark Twain capaz de escribir literatura de la buena sobre el asunto, tenemos que conformarnos de momento con los aventis de los exploradores que, sin afeitar y en traje de campaña, nos cuentan historias alucinantes de los nativos de la Red. Aunque a veces me molesta un poco su tono de superioridad (como el de los primeros amigos de la juventud que viajaron a Londres o leyeron a Sartre), los escucho, por lo general, embobado. Me sorprende que a los indígenas del mundo digital les gusten los contenidos del universo analógico tanto como la sangre humana a los vampiros. De hecho, nos los chupan sin piedad, porque no son capaces ya de vivir sin ellos. Eso sería una buena noticia si pudiéramos solicitarles a cambio alguna prestación. Podrían darnos baratijas digitales o botellas de whisky virtual, como hicimos nosotros en su día con los indios. Pero quienes han dormido en sus tiendas y han intercambiado con ellos material genético, aseguran que es una ingenuidad pretender que acepten nuestras normas. A ver si inventamos unos contenidos sintéticos que, al modo de la sangre artificial de True blood, los alimente sin desangrarnos.

diumenge, 23 de gener del 2011

Desventajas de la acción

DESVENTAJAS DE LA ACCIÓN

Según los expertos, la condición para que Rajoy gane las próximas elecciones es que no hable, que no se mueva, que no salga en la foto. Cuanto menos lo vea la gente, dicen todos, incluidos los suyos, mejor, ya que cada vez que se manifiesta baja su cotización demoscópica. Estas situaciones contradictorias sólo se dan en la política. Sería impensable que un arquitecto ganara concursos a los que no se presenta, que un escritor triunfara con novelas que no escribe, o que un opositor obtuviera una notaría por la que no ha luchado.

–¿Qué hay de comer?

–Esta paella de marisco que no hemos cocinado.

¿No sería fantástico que nos pudiéramos alimentar de exquisiteces inexistentes? Llevado el mismo esquema a la situación de los fumadores, estos devendrían en no fumadores a los que contemplaríamos a la puerta de sus empresas no fumándose el cigarrillo de media mañana. Lo bueno es que ese no cigarrillo les haría los mismos efectos neurotransmisores que el auténtico al modo en que la inactividad, a Rajoy, le produce más beneficios que la acción.

¿Y qué decir de las ventajas de disfrutar de la vida sin necesidad de nacer? Nacer, de hecho, se está poniendo imposible. De aquí a nada, y si las listas de espera aumentan, que aumentarán, a las embarazadas les darán hora para dentro de tres años. Un embarazo de tres años, se mire como se mire, va contra la naturaleza de las cosas. Los partos serían espantosos tanto para las madres como para los bebés. Solución: no nacer. Pero no nacer a la manera en la que Rajoy no necesita trabajar para llegar a La Moncloa, o sea, teniendo garantizado un lugar en la vida.

–¿A usted por qué le va tan bien si tiene la misma edad que yo y la misma carrera que yo y los mismos idiomas que yo?

–Porque yo no nací, que es una grosería.

En efecto, si Rajoy, de repente, decidiera conquistar el poder de un modo activo, no sólo provocaría asombro, sino que probablemente lo perdería. Es lo que le ha ocurrido a un amigo mío que ha fracasado con una película que ni siquiera ha logrado estrenar. Se lo he dicho como suena: esto te pasa por hacerla.

dijous, 20 de gener del 2011

Mi primera bronquitis

MI PRIMERA BRONQUITIS

No sabemos si es preferible un crucifijo colgado que no signifique nada o un crucifijo ausente que signifique algo. Pese a ello, no tenemos otro remedio que tomar decisiones. Quizá no debimos haber bajado de los árboles ni adoptar la postura erecta, que tantos dolores de cabeza nos ha traído. Pero lo hicimos. Cuando digo que "lo hicimos" quiero decir que lo hicimos usted y yo, literalmente. ¿Recuerda?, vivíamos en las ramas, viajando de copa en copa, de tronco en tronco. Sólo ocasionalmente llegábamos a la base de un árbol, como el que bucea, para regresar de inmediato a la superficie. Según los antropólogos, la adaptación a la tierra no fue sencilla, primero porque nuestro cuerpo no estaba preparado para caminar por la sabana; segundo, porque allá abajo (aquí abajo) había virus para los que no estábamos inmunizados. Quizá entonces cogimos las primeras bronquitis. No necesito ni cerrar los ojos para recordar aquellos ataques de tos. Un monotosiendo es un espectáculo lamentable.

Recuerdo que me volví y vi a mi familia de monos, todos tosiendo, porque todos habíamos pillado la bronquitis. ¡Qué pena de familia! Aquella inflamación de los bronquios es la de ahora, la de hoy. Aún no se me ha quitado. He tenido que cambiar el gin tonic de media tarde por una cucharada de jarabe con codeína. Ya saben ustedes que gracias a la codeína tengo alucinaciones reales, valga la paradoja. Un día, en Bogotá, me desperté a medianoche, con fiebre, y me pareció que la nevera de la habitación estaba viva. Me había metido, antes de acostarme, una poción cuyo prospecto preferí no leer. Y me quedé dormido profundamente hasta que desperté a las tres o cuatro horas para sufrir la visión de la nevera. Fue también entonces cuando descubrí en la pared, sobre la cabecera de mi cama, la señal de un crucifijo que había sido descolgado. Ya no pude dormirme pensando en aquella ausencia. Había sido preferible que estuviera el crucifijo, para quitarlo yo, porque a ver cómo descuelgas una mancha. Durante el insomnio, regresé por primera vez a la sabana, y a mi primera bronquitis. La vida, cuando se ha sido mono (lo que implica continuar siéndolo en alguna medida), resulta muy confusa.

dissabte, 15 de gener del 2011

Tiempo al tiempo

TIEMPO AL TIEMPO

Lo normal, con las experiencias, es que te las busques o que ellas vengan azarosamente a tu encuentro, no que te las regalen. Quedarse huérfano a los 10 años, por ejemplo, es una experiencia dura, de las que pueden marcar, para bien o para mal, una vida. Irse de casa de los padres a los 18 para recorrer Europa en auto stop es asimismo una experiencia que, aunque puede acarrear dificultades, sirve para iniciarse en la vida. El primer encuentro sexual (buscado o hallado casualmente) permanece en la memoria para el resto de la vida y quizá sirve de molde para el resto de los encuentros de ese tipo. La relación de uno con su propia experiencia es, en fin, de carecer íntimo, personal, inalienable. O lo venía siendo hasta ahora.

Parece que uno de los regalos estrella de las pasadas navidades fueron los «cofres de experiencia», que pueden contener desde un viaje en globo hasta una comida para dos en un restaurante japonés. El asunto comenzó hace tres o cuatro años. Alguien se dio cuenta de que no podíamos continuar regalándonos «cosas». ¿Qué entendemos por cosas? Un objeto gracioso, pero inservible. Un termómetro para medir la temperatura del vino, por ejemplo.

A mí, en los últimos años me han regalado cuatro o cinco, todos muy bien envueltos. Pero yo jamás he medido la temperatura del vino, pese a ser (junto al gin tonic) mi último refugio alcohólico. Es que no me veo, la verdad, comprobando que la botella está a los 18 grados recomendados por el fabricante. Pero quien dice termómetros para el vino, dice monjes franciscanos de cartón que señalan con una vara si hace humedad o no. La característica de todos estos objetos es que envejecen mal y carecen de valor económico o artístico. Pero una vez que entran en casa no salen ni por la puerta de atrás.

Estamos ahítos de cosas, en fin. Y de cosas absurdas, para más señas. A un vecino mío aficionado a la cocina le han regalado en Reyes 24 delantales de cocina, más de los que podría emplear en tres o cuatro vidas (nunca confieses una afición). Total, que, visto lo visto, hemos comenzado a regalar experiencias. Me parece bien, pero tiene sus peligros. ¿Qué peligros son estos? Los de la alienación, la enajenación, la locura. Tiempo al tiempo.

divendres, 14 de gener del 2011

Enredos

ENREDOS

La política actual es un vodevil en el sentido de que el escenario tiene varias puertas por las que aparecen y desaparecen personajes pintorescos que unas veces hacen de sí mismos y otras de sus contrarios. Nadie es lo que parece, o nadie parece lo que es, o todos son el mismo, no es fácil hacerse una idea ya que en cada escena se introduce un giro narrativo. Los guionistas han creado un enredo portentoso en el que los defensores del capital hablan como obreros y los representantes de los trabajadores se manifiestan como los jefes de personal del empresariado. Perplejos ante un espectáculo entretenido, aunque no siempre fácil de seguir, nos indignamos por la privatización de las hojas sin darnos cuenta de que el tronco (léase el Consejo de Ministros) lleva meses o años en manos del capital. Se ha hecho todo tan bien, con tal habilidad, que ni siquiera conocemos los nombres de los dueños, astutamente ocultos bajo el eufemismo de "los mercados".

Así las cosas, los socialistas dicen lo contrario de lo que dirían en la oposición y los populares lo contrario de lo que dirían en el Gobierno. Cada uno le hace el trabajo sucio al otro en una especie de hoy por ti, mañana por mí, pues ya sabemos que la democracia implica la alternancia en el poder y todo eso. Por si fuera poco, acaban de introducir en el guión la idea de que Zapatero se está inmolando por los parias de la Tierra, la famélica legión, etcétera. Comprendiendo que no hay alternativa al sistema (o que él no la ve), ha decidido sistematizarse y sistematizarnos ante la mirada libidinosa de Rajoy, al que sin comerlo ni beberlo le va a caer la empresa reconvertida. No se inmole usted, no por nosotros, hágalo si quiere por el sistema, pero déjelo claro. No añadamos a la deuda hipotecaria una deuda moral contradictoria. Incluso el vodevil tiene sus límites.

dimarts, 11 de gener del 2011

Un asunto grave

UN ASUNTO GRAVE

Romperse las narices, como mojarse el culo, son expresiones metafóricas que a veces dan el salto a la realidad literal. Soraya Saénz de Santamaría se ha roto las narices verdaderas después de haber protegido eficazmente las alegóricas durante todo el curso político. De donde se deduce que es más peligroso esquiar que debatir, incluso cuando el oponente es Rubalcaba. Se pregunta uno de dónde vienen las metáforas (y de dónde son los cantantes). ¿Por qué, por ejemplo el catarro común (¿hay catarros raros?) carece de esta capacidad alegórica? Nadie dice "me he acatarrado" para expresar que no ha logrado sacar adelante un proyecto. Y eso que el catarro sucede en las narices, ese lugar que nos rompemos metafóricamente cada dos por tres.

Al tiempo que Soraya Sáenz de Santamaría se rompía literalmente las narices en Formigal, yo cogía un resfriado verdadero en Madrid. Mientras operaban a la política del PP, un servidor se metía en la cama con una aspirina y un vaso de leche caliente con un chorro de coñá. Mi padre decía que los catarros había que "sudarlos", y para sudarlos nada mejor que la receta anterior. Me encontraba, pues, sudando canónicamente mi catarro común con la radio de la mesilla encendida, cuando escuché que Sáenz de Santamaría se había roto las narices. Al principio, claro, pensé que era una metáfora. Quizá había opinado en el asunto de Cascos y había recibido un tortazo moral del ex-general secretario. Tal vez había hecho un chiste malo sobre el Gobierno. No me imaginaba que hablaran de las narices de verdad porque es preciso, para rompérselas, poner mucho empeño. Pero sí, se trataba de las narices reales, lo que no sabía si implicaba una cierta incapacidad para las figuras retóricas o para el esquí.

En todo caso, mi catarro, pese a ser real (de carácter orgánico quiero decir), tenía fundamentos anímicos. Me había acatarrado porque estaba triste (mis depresiones siempre se traducen en enfermedades del cuerpo). Tal vez, me dije entre los vapores de la leche con coñá, Sáenz de Santamaria se había roto las narices porque estaba cabreada. En todo caso, el salto de la realidad alegóridca a la literalidad es un asunto grave que debería hacerse ver.

diumenge, 9 de gener del 2011

Una buena historia

UNA BUENA HISTORIA

Los sociólogos insisten en la necesidad de poseer un relato para hacer cualquier cosa de provecho. Una generación sin relato, por ejemplo, es una generación inhábil para la cosa pública. Y es que los programas políticos pertenecen más al género de la ficción que al del ensayo. Todo lo que rodea a la política guarda más relación con el discurso novelesco que con el científico. Si usted va a un mitin, por ejemplo, va a que le cuenten un cuento, no a que le hagan una demostración. De hecho, si le hacen una demostración, saldrá decepcionado. Seamos conscientes de ello o no, concebimos la vida como un relato, como una construcción narrativa, porque ello nos produce sensación de sentido. No ha habido a lo largo de la historia ninguna novela de éxito que no consistiera en la producción de sentido (aunque no necesariamente de sentido común). La propia enfermedad, y su cura, es un relato. Vaya usted al ambulatorio de su barrio y pregunte qué le pasa al primer enfermo con el que se tropiece. Le contará un cuento. No hay nada más apasionante que seguir el rastro de una enfermedad: dónde empezó el dolor, qué estaba haciendo uno cuando lo sintió por primera vez, cómo lo que parecía una neuralgia se transformó enseguida en una malestar estomacal, etc. Lean, si no lo han hecho ya, La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, un historial clínico genial que (¿casualmente?) es una novela.

No hay vida sin relato, en fin. A veces, una vida contiene varios porque el protagonista cambia de caballo en mitad de la carrera. Es lo que acaba de hacer Álvarez Cascos. Siendo apasionante la telenovela de carácter costumbrista que venía protagonizando hasta el momento, lo bueno comienza ahora, convertido en el personaje noqueado de una historia de outsiders. Para este último género hay que tener más talento narrativo que para el primero, pero Cascos sale con algunas ventajas (su cara de boxeador sonado, su carácter imprevisible, su capacidad autodestructiva). Se agradece que en un panorama político donde todo era sota, caballo y rey, alguien haya introducido un giro narrativo de este calibre. Si logra escribir el segundo capítulo (el más difícil) tenemos garantizada una buena historia. Ánimo.

dissabte, 8 de gener del 2011

Un problema de límites

UN PROBLEMA DE LÍMITES

Poner fronteras resulta embarazoso. Siempre hay alguien que cae del lado malo, que unas veces es el de allá y otras el de acá. A veces, los que creen haber caído del lado bueno advierten con el tiempo que no. Aquellos a quienes en el reparto de Berlín les tocó el paraíso comunista, no tardaron mucho en jugarse la vida huyendo del Edén. Ahora hay más muros que entonces, algunos invisibles, y todos provocan desgracias sin cuento. Pero continuamos trazando líneas, poniendo límites espaciales o temporales.

Las madres que parieron el día 1 de enero, por ejemplo, se quedaron sin el cheque-bebé de 2.4500 euros. Cobrarlo o no dependió en muchos casos de minutos o segundos. Hasta aquí sí, hasta aquí no. Si la famosa ayuda se hubiera concedido sólo a los personas con unos ingresos equis, es decir, si se hubiera puesto un límite de renta, quizá no habría sido necesario suspenderla. A veces, las fronteras se ponen mal puestas, lo que a la larga provoca disfunciones más graves que las que se pretendían arreglar. Quiere decirse que el tiralíneaa y el compás no son siempre las mejores herramientas para delimitar territorios geográficos o morales. Algunos animales marcan su espacio conpis, que al funcionar como una frontera olfativa permite márgenes de actuación menos rígidos.

El problema del humo del tabaco, sin embargo, es precisamente ése, que no sabemos hasta dónde llega, lo que ha creado un problema de límites en determinados ámbitos. ¿Se puede echar un pito en el parking de un sanatorio? Ni idea, la verdad. ¿A la puerta de una guardería? No sabríamos decir. ¿En el andén de una estación? Ídem de ídem. ¿En una sala de autopsias donde la única persona viva es el forense? Tal es el tema de la tertulia radiofónica con la que amenizo mi paseo matinal de hoy. Individuos muy sesudos, todos con estudios superiores e idiomas, se preguntan dónde está el límite, dónde la frontera, en qué punto preciso de este espacio puedo o no puedo encender un cigarrillo. Ignoro si la ley es o no ambigua en los extremos mencionados,pero tampoco creo que se le pueda exigir una precisión imposible. Toda ley necesita del concurso del sentido común de quienes han de cumplirla. Ésta, también.

dimecres, 5 de gener del 2011

Mientras dormimos

MIENTRAS DORMIMOS

Una pareja de jóvenes donostiarras tuvo una niña muy deseada a la que que, por razones obvias, llamaron Desiré. La noticia fue recibida con enorme alegría por toda la familia y su entorno. Como es habitual en estos casos, Desiré recibió multitud de regalos, unos de carácter práctico y otros de orden inmaterial. La madre la amamantaba mientras el padre observaba con arrobo la escena, etcétera. Por las tardes abrigaban a la criatura, pues había nacido en pleno invierno, y salían a pasear deteniéndose ante los escaparates y entrando en las tiendas, donde los empleados hacían carantoñas a la criatura.

Un día, al poco del feliz acontecimiento, el padre de Desiré se despertó a medianoche y no vio, junto a la cama de matrimonio, la cunita de la niña. Sorprendido por la ausencia, se dirigió a la habitación de al lado, por si su mujer la hubiera llevado allí por alguna razón que no se le alcanzaba. No la halló. Angustiado, volvió al dormitorio principal con la intención de despertar a su mujer. Pero una sospecha interior le detuvo. ¿Y si todo había sido un sueño? ¿Y si Desiré no existía? Como tenía complejo de inferioridad, nunca daba crédito a sus certezas, de modo que recorrió toda la casa en busca de los rastros típicos de un bebé sin encontrar ninguno. No había regalos, no había pañales, no había cremas ni colonias, no había patucos, no había en el salón un cochecito para salir de paseo... Tampoco olía a bebé ni a leche materna. Dios mío, se dijo, ¿habrá sido todo un delirio?

Sin hacer ruído, para no despertar a su esposa, se metió en la cama e intentó dormir imaginando que la luz del día pondría de nuevo las cosas en su sitio. Al sonar el despertador, dejó que lo apagara su mujer e hizo como que seguía durmiendo. Ella se levantó con naturalidad y no dijo nada pese a que la cuna, como el comprobó entreabriendo un poco los ojos, continuaba desaparecida. Finalmente salió de la cama y se dirigió a preparar un café. Al poco, apareció su esposa. Le pareció que había llorado, pero no se atrevió a preguntarle por qué. Desayunaron en silencio y cada cual se fue a su trabajo. Jamás pudo explicarse aquel misterio que guardó para sí mismo toda la vida.

diumenge, 2 de gener del 2011

El mundo está lleno

EL MUNDO ESTÁ LLENO

Visité en el hospital a una amiga que acababa de tener una niña de la que todo el mundo decía que era muy guapa (sus ojos, su boca, sus manitas…). Para no parecer machista, yo señalé que me parecía una niña muy inteligente. Todo el mundo me miró raro. Al salir del hospital, mi mujer me preguntó por qué había dicho aquella tontería. Por no quedar como un machista, dije. Pues has quedado como un idiota, dijo ella. ¿Por qué?, insistí yo. Porque un bebé no puede ser inteligente, ni tonto, ni simpático, un bebé sólo puede ser guapo o feo, pero cuando es feo se dice también que es guapo, por educación.

Yo me acababa de recuperar de una trombosis en la que había perdido parte de la información que poseía sobre el mundo. Recordaba que no estaba bien alabar en exceso la belleza de las mujeres (como si carecieran de otras cualidades), pero ignoraba que eso no contaba para los bebés. Un recién nacido también podía tener seis dedos, pero eso no se consideraba tampoco, sorprendentemente, una virtud. Pensé en ello durante la noche, tras tomarme la pastilla para dormir que no me durmió. Para ser inteligente o tonto, deduje, se requería un poco de biografía, aunque no mucha. Apenas los niños empiezan a ir a la guardería, los profesores comienzan a calificarlos de despiertos o de curiosos o de apáticos… Aprenden a ser lo que serán, quizá lo que les ordenamos que sean.

A las dos de la madrugada, y como la pastilla para el sueño continuaba sin actuar, pensé que me habían recetado un somnífero tonto. Guapo, porque tenía buen aspecto, pero tonto, porque no hacía su trabajo. A un somnífero sólo le pedimos que nos duerma y que no nos atonte demasiado al día siguiente. A un recién nacido sólo le pedimos que sea guapo. Bostecé al tiempo de preguntarme en qué consistía la inteligencia e intenté recordar a las personas más inteligentes que había conocido antes de la trombosis. Todas ellas aprobaban por lo pelos los test utilizados para medir el talento. Y es que hay (aparte del oficial) muchas clases de talento. De hecho, el bebé (guapo o feo) ha de ser muy inteligente para sobrevivir. Pero no hay inteligencia mayor que la de los que parecen listos siendo tontos. Y de esos está lleno el mundo.