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divendres, 30 de setembre del 2011

Finjamos que

FINJAMOS QUE

Finjamos que las elecciones se han convocado de buena fe, como si no hubiera habido ya un traspaso de poderes ni Rajoy hubiera sido tocado por el dedo de Zapatero como en su día fue tocado por el de Aznar. Simulemos que Zapatero no ha transmitido al electorado la idea de que la solución a la crisis es de derechas, incluso de extrema derecha. Hagamos como que no hemos oído decir a Felipe González, por poner un ejemplo, que el mejor Zapatero es el anti-Zapatero de los últimos meses. Comportémonos como si a Rubalcaba no le hubieran hundido el barco desde la mismísima Moncloa apenas iniciada su singladura. Aparentemos que el PSOE ha apurado su programa electoral hasta las heces y que no ha tomado ninguna decisión importante que se encontrara fuera de él. Proclamemos que la reforma fraudulenta de la Constitución fue de verdad para calmar a los mercados (que siguen de los nervios) y no para decirnos de forma subliminal quién manda aquí. Guardemos las formas, por favor. Acudamos a las urnas como si quienes se presentan son quienes se presentan y quienes ganan son quienes ganan, procedamos como si fueran a mandar aquellos a los que votamos, como si viviéramos en una democracia en la que la política da órdenes a la economía y no la economía a la política. Vamos a imaginar que el heredero, al que llamaremos vencedor, no será el chico de los recados de un Gobierno de facto formado por especuladores. Que a nadie se le ocurra tirar de la manta, poner las cartas boca arriba, aguarnos la fiesta. Creámonos que los candidatos pueden decir al pueblo la verdad. Afrontemos en fin la campaña con el espíritu entre resignado e ingenuo de quien se dispone a jugar una partida de parchís en un día de lluvia. Respetemos las reglas, por estúpidas, bobas o arbitrarias que parezcan. Sale el que saca cinco y si te como cuento veinte. Venga.

dijous, 29 de setembre del 2011

La gallina tuerta

LA GALLINA TUERTA

Martes. He soñado que cuando iba a ducharme la bañera estaba llena de peces muertos, peces muy grandes, quizá atunes, con un cerco plateado alrededor de los ojos. Había en el cuarto de baño un policía al que solicitaba que hiciera algo. Entonces él sacaba la pistola y disparaba contra los peces muertos.

—No me refería a eso –le decía yo.

Entonces el policía sacaba la porra y la emprendía a golpes contra los animales. Yo, comprendiendo internamente que el asunto no tenía solución, decidía dejar las cosas como estaban y salía del cuarto de baño en dirección a la cocina, donde me lavaba por partes, como cuando éramos pequeños y pobres. Luego, en vez de desodorante, me ponía fuagrás en las axilas. El sueño era muy pastoso, sueño de ese modo desde que empecé a tomar la melatonina. Al despertar, estuve un rato sentado sobre el borde de la cama meditando acerca de mi vida y de la vida de los demás. Sentí piedad por todos nosotros. Afortunadamente, no había ningún policía en el cuarto de baño.

Tras el desayuno, me acordé del estanque. Tengo, al fondo del jardín, uno muy pequeño del que a temporadas me olvido. Viven en él unos 18 o 20 peces y una tortuga que durante los meses de invierno desaparece en el fango del fondo. Al acercarme a ver cómo iba todo, comprobé que el nivel del agua estaba muy bajo, quizá tuviera alguna pérdida. El caso es que los peces habían comenzado a boquear. Rápidamente, apliqué la manguera, que dejé abierta hasta rellenar lo que faltaba. Los peces recuperaron enseguida su actividad habitual. Les eché también un poco de comida y enseguida comenzaron a picotear. La tortuga, en cambio, no apareció. Mientras observaba a los peces, recordé de nuevo el sueño preguntándome si no habrían sido ellos los que, de un modo misterioso, lo habían provocado para que no me olvidara del estanque. No es la primera vez que me ocurre algo así. Con el paso de los años, entre el estanque y yo ha ido estableciéndose una suerte de sometimiento mutuo. Los peces dependen de mí, desde luego, pero también yo de ellos. Tengo la superstición de que si murieran por un descuido mío, yo sufriría un castigo. El estanque tiene forma de hígado.

Miércoles. Ceno en casa de un amigo que ha viajado mucho a lo largo de su vida. Quiero pedirle consejo acerca de un viaje largo que estoy a punto de emprender.

—Ya no viajo –me dice con el mismo tono con el que un alcohólico confesaría que ha dejado de beber.

—Pero me podrás aconsejar –insisto yo.

—Creo que no, porque no solo no viajo sino que he comenzado a desviajar.

Como me asusta un poco el tono dramático con el que habla, cambio de conversación y me retiro pronto. Días más tarde, por un amigo común, me entero de que le han diagnosticado alzhéimer y entiendo lo del desviaje. ¿Habrá desviajes iniciáticos? ¿Se podrá desviajar de incógnito, de punta a punta, de un tirón…?

Jueves. Salgo al jardín, para comprobar que todo está en orden en el estanque, y tropiezo con una gallina. No tengo ni idea de cómo puede haber llegado hasta allí, pues las vallas que separan mi jardín de los de mis vecinos son altas, insuperables en todo caso para el vuelo corto de una gallina. La melatonina, me digo, a ver si estoy soñando. Pero no, estamos despiertos la gallina y yo. Quizá alguien la ha abandonado, como el que abandona un bebé, para que me haga cargo de ella. Mientras el animal y yo nos observamos con desconfianza, advierto que le falta un ojo, o sea, más espeso todo, como si la melatonina hubiera comenzado a afectar también a la vigilia. ¿Cómo se deshace uno de una gallina? Podría matarla, mueren miles de gallinas al día sin que la realidad se altere lo más mínimo. Durante mi infancia, resultaba normal retorcerles el cuello, lo hicieron decenas de veces en mi presencia, pero son especulaciones bobas, sé que no tengo valor, de modo que la dejo picoteando el césped, donde ha encontrado una lombriz larguísima.

Viernes. La gallina ha puesto un huevo, como para pagarme el hospedaje, de modo que lo frío y me lo como con arroz blanco. Estaba fresquísimo, claro. ¡Qué raro es todo!

diumenge, 25 de setembre del 2011

Evolución involutiva

EVOLUCIÓN INVOLUTIVA

Nos duele Grecia, aunque no al modo en que a Unamuno le dolía España, y es que el dolor tampoco es lo que era. Durante los años del existencialismo viajé a Grecia con barba y cachimba, para ver el Partenón. Entonces no había en mi vida prima de riesgo ni deuda soberana ni cash flow, no había nada de lo que ahora abunda. Onassis se había casado con la viuda de Kennedy y el mundo era, dentro de lo que cabe, un sitio amable y confiado. De hecho, tuve un amigo que estudiaba para indigente (clochard, decíamos entonces) porque cierta clase de indigencia era una salida intelectual, más o menos. Ahora, para mendigar no necesitas titulación. En EE UU hay ya 40 millones de personas que viven en la miseria. Cuarenta millones, se dice pronto, los juntas todos y te sale un país más grande que Grecia, con su deuda soberana, su PIB, su economía sumergida, sus gramáticos, sus peluqueros y demás constantes vitales.

Volví a Grecia años después, esta vez de hippy, con flores en el pelo, para asistir a la caída del sol en el golfo de Corinto. Acudíamos cada día cinco o seis personas, de distintas nacionalidades, todos con flores en el pelo y barba. Cuando la puesta de sol se completaba, asentíamos con la cabeza, como tras recitar un poema de Baudelaire, y nos retirábamos a la pensión, para leer a Sartre. Entonces se hacían las cosas así. Un martes oías hablar del Machu Pichu y el jueves de la misma semana cogías la mochila y te ibas al Machu Pichu con dos pesetas en el bolsillo. Para entonces, ya habíamos descubierto que el dolor de España de Unamuno, tan magnificado por los libros de historia, eran en realidad gases. Los problemas de España han sido fundamentalmente digestivos, por eso aquí se ha consumido tanto bicarbonato. El desarrollo empezó con el advenimiento de la sal de fruta Heno, que era un bicarbonato sofisticado.

Desde la flatulencia evolucionamos hacia las enfermedades coronarias. Por eso ahora nos duele Grecia, porque la situación es de infarto. Cuando Unamuno, el colesterol ni se había inventado, de modo que las anginas de pecho carecían de prestigio. Decir ahora en una reunión que te duele Grecia queda bien. No paramos de evolucionar hacia la nada.

divendres, 23 de setembre del 2011

La hormona de la juventud

LA HORMONA DE LA JUVENTUD

Jueves. El impuesto a los ricos, o como quiera que se llame, es un hueso y nosotros somos los perros encargados de roerlo. En algunas películas, cuando los ladrones entran a robar en una casa, distraen a los canes con el peroné de un choto que les hace olvidar sus obligaciones. A veces, el hueso está envenenado, de forma que los animales perecen mientras los cacos revientan la caja fuerte sin problemas. Durante los días anteriores y posteriores a la aprobación de la norma por la que se decidió gravar los patrimonios superiores a 700.000 euros, la prensa no hizo otra cosa que roer y roer ingenuamente la noticia mientras los ricos nos robaban la cartera. Nos la continuaban robando en realidad, pues tenemos una fiscalidad hecha a su medida. Los ricos pueden ocultar su patrimonio, pueden defraudar sin ir a la cárcel, pueden pagar impuestos de risa en comparación con los que pagan sus chóferes… Tal es el corazón del asunto y del que era preciso desviar la atención. Lo lograron, enhorabuena. Nuestros políticos son malos pero astutos.

Viernes. Todos los periódicos tienen suplementos: de cultura, de ocio, de economía, de salud… El suplemento viene a ser como esas medicinas que se venden bajo el epígrafe de “complemento alimenticio” y que carecen de efectos secundarios. El suplemento, cabría decir, es un producto de parafarmacia. Con lo que hay que llevar cuidado es con las páginas diarias, repletas de contraindicaciones. Por cierto, que llevo días escuchando por la radio una campaña de publicidad sobre un fármaco, de nombre Dormidina, aconsejado para el “insomnio ocasional”. Me pregunto a qué podríamos denominar insomnio ocasional, ¿al que dura una semana, un día, un mes? El caso es que servidor se tomó en cierta ocasión una de esas pastillas para el insomnio ocasional y al día siguiente no lograba recordar el número secreto de su tarjeta de crédito. Recuerdo haberme quedado absurdo frente al cajero automático, pidiéndole a mis dedos que hicieran un ejercicio de memoria. Tuve que entrar en la sucursal e identificarme sin género de dudas para que me echaran una mano. La Dormidina, como el periódico diario, es un medicamento con su prospecto y sus efectos colaterales, qué le vamos a hacer. Pues bien, resulta que ceno en casa de unos amigos donde me entero de que ya se permite en España la venta de la melatonina, también conocida como la hormona del sueño. En América llevaba mil años ofreciéndose en los supermercados, casi al por mayor, de manera que no se entendía lo de aquí. El caso es que, me dicen, ya está entre nosotros, sin prospecto (sin amenazas) y sin receta médica (sin necesidad de andar pidiendo favores a los médicos amigos). Se comercializa bajo el epígrafe de “complemento alimenticio”. Quiere decirse que hemos pasado de tenerle pánico a considerarla un caramelo. Vale.

Sábado. Entro en la farmacia de mi calle y pregunto con cierta inhibición de drogadicto si es verdad lo de la melatonina. Me dicen que sí, de modo que compro una caja de pastillas de 1,95 miligramos (el máximo autorizado es 2) y espero impaciente la hora de meterme en la cama. Esa noche duermo mejor y tengo sueños de una calidad hipnagógica. Llamo a un amigo, consumidor habitual, y me dice que la siga tomando, que sus efectos verdaderos no se notan hasta pasados quince días de comenzar el tratamiento. Creo sinceramente que la melatonina va a cambiar mi vida. Quizá deje de ser el fantasma nocturno en el que me había convertido desde hace años. Una persona despierta a las cuatro de la madrugada, dando vueltas por el pasillo, es lo más parecido a un espectro. Y eso era yo.

Domingo. Compro cuatro periódicos, cada uno con sus típicos suplementos dominicales (o complementos alimenticios) y me paso el día leyéndolos, despreciando en cambio el diario que los acompaña. Noto una cierta extrañeza corporal, no desagradable, que atribuyo a la melatonina, sobre la que descubro casualmente un artículo que habla de ella como de un poderoso antioxidante. La hormona de la juventud, la llaman algunos. Este es el primer domingo, en mucho tiempo, que no me provoca efectos secundarios indeseables.

¡Cuidado!

¡CUIDADO!

¿Puede una sutileza ser brutal y sutil una brutalidad?

Sin duda. La andanada de Esperanza Aguirre contra la gratuidad de la enseñanza pública pertenece a este género paradójico. En política, la brutalidad sutil recibe también el nombre de globo sonda. Lancemos un poco de metralla y luego, si la reacción es muy fuerte, decimos que se trató de un lapsus, incluso de un lapsus linguae, que queda culto. La sutileza brutal desarma a sus víctimas, que no saben a qué carta quedarse. Una brutalidad sutil es que quienes pretenden acabar con el Estado provengan en gran parte de sus filas. Opositan, se apuntan a un partido, pillan escaño, se largan de excedencia y una vez fuera de la estructura, aunque con la carta del regreso en la manga, vuelven a entrar, en esta ocasión como termitas. La termita es un bicho sutilmente brutal. Durante años, solo aprecias de ella esos pequeños cerritos de viruta que hasta tienen su gracia. Es sutil, porque no se deja ver y es brutal porque te arruina el esqueleto. Cuando la termita asoma, el edificio se ha venido abajo. Otro ejemplo de brutalidad sutil es el de ensalzar por las mañanas las virtudes de los profesores para calificarlos de vagos por las tardes. O proclamar el martes que la enseñanza es una inversión fundamental para tratarla el miércoles como un gasto superfluo. La brutalidad sutil sume al oyente en la parálisis propia de quien recibe órdenes contradictorias. Rajoy, experto en sutilezas brutales como la de los hilillos de plastilina, echa pestes del impuesto sobre el patrimonio, pero no lo eliminará de ganar las elecciones. ¿A qué juega? A la termita, a sondear al electorado, que si no responde hoy a esta contradicción comulgará mañana con ruedas de molino. Las palabras de Aguirre sobre la gratuidad de la educación parecen eso, un montoncito de serrín. ¡Pero cuidado!

dimarts, 20 de setembre del 2011

Una resaca de autómata

UNA RESACA DE AUTÓMATA

Miércoles. Asisto a una cena en la que me comporto como un robot, aunque no me doy cuenta de que estoy programado hasta el segundo plato, cuando la señora de al lado me pregunta qué pienso sobre el impuesto especial a los ricos y le respondo lo que he leído en el periódico de esa mañana. Luego saca el tema del azar y lo mismo: tiro de mis archivos y le proporciono cuatro tópicos almacenados en mi encéfalo acompañados de una cita culta, nada menos que de Borges: “El azar es un modo de causalidad cuyas leyes ignoramos”.

—¡Qué bello! –exclama la señora.

—Sí –digo yo, y permanecemos en silencio, rebuscando material para continuar hablando. Entonces advierto que la señora es también un robot. Ella sin embargo no lo sabe y ahí es donde la conversación se descompensa, pues yo siento asco de mí al tiempo que la autoestima de ella crece. Me disculpo y voy un momento a los servicios, que están muy limpios, pues nos encontramos en un restaurante de lujo. Mientras hago pis, reviso mis circuitos. Todo en orden, incluida la próstata, quizá la tensión un poco baja. También percibo una ligera obstrucción en la fosa nasal derecha, tal vez el preludio de un catarro. Como soy uno de esos robots programados para lavarse las manos después de tocarse el pene, coloco mis manos bajo el grifo, que es electrónico, y dejo que el agua discurra entre mis dedos y a continuación me seco con una pequeña toalla que arrojo a un cesto de mimbre. Entre tanto, reflexiono sobre mi condición mecánica, recién descubierta, y siento nostalgia de no ser completamente humano. ¿Pero en qué consistiría ser humano?

Regreso al comedor y ocupo mi sitio junto a la señora robot, que es muy atractiva. Tiene un escote en pico que al moverse deja ver el borde de su ropa interior, de color calabaza. Continúa comiendo y hablando a la vez, sin que lo uno le impida lo otro, posee una mecánica de primera calidad. Dice que vivió ocho años en Australia y que está pensando en escribir un libro sobre su experiencia. Yo tengo una hija que vive en Australia, pero prefiero no decírselo.

—¿Qué clase de libro? –pregunto.

—Un libro de cuentos –dice ella.

—¿Y cómo se titulará?

—Ocho cuentos australianos.

Asiento con la cabeza, fingiendo que el título me parece un acierto, pero como estoy programado para lamentar la escasa repercusión de ese género cada vez que escucho la palabra cuento, añado:

—El cuento no está suficientemente valorado en España.

—¿Y eso?

—Los lectores creen que es más rentable invertir en la lectura de las novelas.

Me doy cuenta entonces de que estoy hablando con una robot que no tiene, impresos en sus circuitos, tópicos literarios e intento cambiar de conversación, pero ella insiste en que continúe emitiendo lugares comunes sobre el relato breve y decido satisfacerla durante diez minutos de reloj al cabo de los cuales saco el asunto de la adopción de niños, sobre el que dispongo de siete u ocho opiniones que parecen originales. Casualmente, ella está pensando en adoptar, de modo que llegamos sin problemas al postre. Entonces, el organizador de la cena da unos golpecitos en la copa en demanda de silencio y suelta un breve discurso acerca del futuro de la edición digital. Inmediatamente, me doy cuenta de que es un robot también, y no solo él, sino todos los asistentes a la cena. Observo uno por uno los rostros recién comidos y bebidos y no hay uno solo que escape a esa condición. Abandono el restaurante aturdido por la revelación, aunque también por la ingestión masiva de alcohol, y tomo un taxi conducido por otro robot que saca el tema de Mourinho, sobre el que los dos disponemos de opiniones perfectamente acuñadas.

Jueves. Despierto con resaca, pero soy un autómata programado para esta posibilidad, de modo que diluyo un sobre de ibuprofeno en medio vaso de agua y al cuarto de hora no solo me encuentro bien, sino feliz. Estoy programado para que el ibuprofeno me proporcione dicha. Luego tomo la prensa y comienzo la labor diaria de introducir información tópica en mis circuitos, para hacer frente a la siguiente cena.

diumenge, 18 de setembre del 2011

Panaché de verduras

PANACHÉ DE VERDURAS

Barreda no es un contable, Fraga es un gran español, Rajoy no quiere a Rita Barberá y Fidalgo se enamora del PP. No se trata de una empanada mental, sino de un plato combinado obtenido de la prensa diaria. Lo de Barreda aparece en una entrevista en la que el expresidente de Castilla-La Mancha parece dar a la razón a las acusaciones de María Dolores de Cospedal de haberle dejado un agujero. No soy un contable, afirma. Es como si el presidente del Real Madrid justificara las derrotas de su partido aduciendo que no es un jugador. Ya lo sabemos, hombre, pero tu deber es crear las condiciones para que el equipo gane sin necesidad de arruinarse. José Bono, por su parte, ha despedido a Fraga Iribarne con una carta en la que lo califica de «gran español y patriota de bien». No nos queremos imaginar cómo calificaría, por comparación, a Franco. Gran español y patriota de bien, excelente ejemplo de escritura automática. ¿Cómo sería un español pequeño?

El mismo día, Rita Barberá se muestra despechada con Rajoy. No se trata de una decepción de carácter político o ideológico, sino de orden personal.

—Rajoy no nos quiere —vino a decir refiriéndose a ella misma y a Camps, el amiguito del alma de El Bigotes.

Al final, el factor humano es lo que cuenta. Ni pensamiento político, ni filosofía económica ni nada. Cariño. Tú dale cariño a alguien y comerá en tu mano, sea de derechas, de centro o de izquierdas. Aznar mimó un poco a Fidalgo, el ex secretario general de CC OO, y ahí está, animando a la derecha a llevar a cabo las transformaciones propias de su carácter. En una de ésas pide el carné, si no se lo han dado ya. FAES es mucha FAES y adonde no llega con las manos llega con el presupuesto.

Nada de empanada mental, en fin, sino realidad pura y dura, o sea, panaché de verduras, un poco de todo. Pero si echábamos en falta el picante de la demagogia, ahí tenemos la declaración pública de los bienes de sus señorías. Qué gusto verle la hipoteca a Fulano o el plan de pensiones a Mengano. Todas sus señorías con la intimidad al descubierto, no para evitar que se enriquezcan de forma ilegal, sino para aliviar un poco la presión de la lucha de clases.

dissabte, 17 de setembre del 2011

Un bosque de frases

UN BOSQUE DE FRASES

Esperanza Aguirre ha asegurado que la huelga de profesores es política por las mismas razones que podría haber dicho que es gastronómica. Lo que pasa es que la gastronomía no está desprestigiada. Vivimos en un bosque de frases imposibles ya de calificar. Al modo del que no sabiendo nada de botánica solo es capaz de ver árboles (no álamos ni pinos ni abedules...), nosotros solo vemos frases, sin distinguir las verdaderas de las falsas, las malas de las buenas, las de una o dos direcciones (o sentidos). Así que la huelga de los profesores es política. ¿Y la decisión de aplicar recortes a la educación de qué tipo es? ¿Se trata de una decisión religiosa, por ejemplo? ¿Quizá de una decisión psicológica? ¿Tal vez de una decisión ideológica? He aquí unas cuantas frases interrogativas para añadir al bosque de palabras en el que nos hallamos perdidos, aunque a punto de dar ya con la casita de turrón donde una bruja nos devorará tras engordarnos.

Hace poco, el ministro de trabajo aseguró que el paro iría a mejor para expresar que aumentaría. Es un modo de verlo.

—Esta bronquitis va a mejorar mucho.

—¿Qué quiere decir, doctor?

—Que se va usted a morir de ella.

Afirma Felipe González que si estamos al borde del precipicio, lo lógico es que digamos que estamos al borde del precipicio.

—Está usted al borde del precipicio.

—¡Qué frase tan bella!

—Lo importante ahora no es si resulta bella o no, idiota, lo importante es que va usted a despeñarse.

Es la diferencia entre distinguir una amapola de una ortiga. La ortiga hace daño. Con las frases ocurre lo mismo, que algunas hacen daño. ¿El impuesto sobre los grandes patrimonios constituye una agresión al ahorro? No sabríamos decir, pero lo cierto es que Rajoy gobernó ocho años sin tocarlo. El bosque, el bosque de frases simples, complejas, causales, disyuntivas, adversativas, etc. Para Esperanza Aguirre, si la huelga de los profesores fuera política quedaría descalificada. ¿Pero puede ser gastronómica? ¿Es ella, por su parte, una política politizada?

divendres, 16 de setembre del 2011

Galimatías

GALIMATÍAS

Pongamos que me levanto un día y me solicito a mí mismo un préstamo de 100 euros. Vale, me respondo, pero me lo devuelvo a la semana que viene con un interés del 5%. A la semana siguiente ingreso en mi cuenta, de forma puntual, 105 euros. Todo en orden. Un mes más tarde, vuelvo a pedirme otro crédito, también de 100 euros, pero por las razones que sea (quizá estoy deprimido) dudo de mi capacidad para devolvérmelo y me pongo un interés más alto, del 10%, no vaya a ser que. Si el riesgo es mayor, lo lógico es que los beneficios, de haberlos, sean pingües (qué rayos querrá decir pingües). Y así de forma sucesiva hasta que los intereses que aplico a los préstamos que me concedo me llevan a la quiebra.

¿Constituye un deber patriótico entonces para un español comprar deuda española? ¿Acaso no se le devolvería lo invertido con intereses sacados de sus propios impuestos? ¿Podrían ser los compradores españoles de deuda española quienes hicieran subir el diferencial al dudar de su propia capacidad para devolverse a sí mismos lo que se han prestado?

Además, si es cierto que los ricos españoles están invirtiendo en deuda española, habrá que deducir que nuestra deuda no es la suya, lo que significa que se puede ser español sin ser español a condición de podértelo pagar. Dado, por otra parte, que los millonarios (Buffet dixit) pagan menos impuestos que el resto de la población, será el resto de la población quien aporte los intereses de la deuda que compran los millonarios españoles.

Quiere decirse que todo esto, además de un sindiós lógico, constituye una sobreexplotación excesiva para las clases con necesidades.

Lo que habría que ver es si el impuesto de Rubalcaba a los ricos compensa de los beneficios que estos obtienen, al comprar deuda, gracias a los impuestos de los pobres.

dilluns, 12 de setembre del 2011

No sé qué le pasaba al mundo

NO SÉ QUÉ LE PASABA AL MUNDO

Jueves. Un hombre sentado frente a mí, en el metro, lleva una bolsa de plástico de unos grandes almacenes en la que pone: “Para evitar el riesgo de asfixia manténgase esta bolsa fuera del alcance de los bebés y los niños”. El mundo está lleno de bolsas de plástico. Y de niños. No sé cuántos bebés morirán accidentalmente asfixiados por ellas, no hay estadísticas, pero si yo tuviera hijos pequeños llevaría cuidado. Es el problema de leer los prospectos, que siempre se pone uno en lo peor. Sabemos que las tejas matan cuando se precipitan desde determinada altura, pero no imprimimos la advertencia sobre su superficie.

Viernes. He soñado que tenía una psicoanalista joven con la que un martes, al acudir a la consulta, coincidía en el portal, de modo que subíamos juntos en el ascensor hasta el tercero. Como ella arrastraba una maleta, le preguntaba si venía de viaje y me respondía que no.

—¿Y la maleta? –insistía yo.

—Nada –respondía ella.

La consulta tampoco era la de mi psicoanalista verdadera. La del sueño parecía más bien un dormitorio en el que se había colocado sin mucho acierto una mesa de trabajo, a uno de cuyos lados se sentaba ella y al otro yo. Advertí entonces que llevaba un escote muy amplio por que el asomaba a veces el sujetador, que era de color tabaco y tenía manchas como de leopardo. La psicoanalista había dejado la maleta junto a un sofá cama y de vez en cuando le echaba un vistazo, como si le preocupara su contenido. En esto, giré la cabeza y vi un armario empotrado abierto, con toda la ropa de ella cuidadosamente ordenada.

—¿Qué mira? –me preguntó.

—Nada –dije yo–, en realidad no he visto nada.

Nada más pronunciar esta frase, descubrí un pequeño charco de un líquido viscoso junto a la maleta. Se lo señalé.

—Sí –dijo ella–, está rompiendo aguas.

—¿Se refiere a la maleta? –insistí.

—¿A qué si no? ¿Tiene usted conocimientos de obstetricia?

—Para eso –dije yo– debería ser obstetra y no me veo, francamente, sobre todo porque la palabra obstetra me da miedo.

Mientras hablábamos, la maleta seguía perdiendo líquido.

—Perdone, pero tendremos que suspender la consulta, pues la maleta no aguanta más –dijo ella.

Me levanté y cuando ya me disponía a marcharme se quitó el sujetador de color tabaco con una habilidad increíble, sin necesidad de desprenderse de la blusa.

—Guárdemelo hasta el próximo día, por favor –dijo al tiempo de entregármelo.

Salí de la consulta con el sujetador, tomé el metro, donde todo el mundo llevaba bolsas de plástico que no avisaban del peligro de asfixia, y desperté al llegar a la estación en la que me bajo habitualmente para asistir a la consulta de mi psicoanalista verdadera, que es una señora mayor.

—Me he dormido en el metro mientras venía, y he tenido un sueño muy raro –dije nada más ocupar el diván.

—¿A qué llama usted sueño raro? –dijo ella–. ¿Acaso no lo son todos?

—Sí –dije como si me hubiera pillado en falta.

En esto, volví la cabeza y descubrí una maleta en uno de los rincones de la consulta.

—¿Y esa maleta? –pregunté.

—Salgo de viaje esta tarde –dijo ella.

Me mantuve en silencio unos instantes, asombrado por la coincidencia, luego dije:

—¿Cuándo sale de cuenta?

—¿Cuándo sale de cuenta quién?

—La maleta, ¿quién va a ser?

—¿Está usted de broma?

Entonces le relaté mi sueño y mientras lo relataba sentía que había tenido un grado de realidad muy superior al del resto de mis sueños. Estaba casi seguro de que si echaba la mano al bolsillo de la chaqueta encontraría allí el sujetador de color tabaco con manchas de leopardo. Pero no me atreví, más por miedo a hallarlo que a no hallarlo. Mi psicoanalista prefirió no interpretar el sueño y durante el resto de la sesión fuimos sin interés de un tema a otro, como para hacer tiempo, para quemar la hora (y su precio). Al llegar a la calle, tropecé con una mujer que intentaba llamar desesperadamente la atención de un taxi. Llevaba una maleta grande y estaba embarazada (la mujer, no la maleta). ¿Qué rayos le pasaba al mundo? No sabría decirlo.

dissabte, 10 de setembre del 2011

Sexo y Hegel

SEXO Y HEGEL

A veces, mientras pasa una cosa ocurre otra. Parece una obviedad, pero el asunto tiene su misterio. El otro día mientras Rafa Nadal daba una rueda de prensa de cintura para arriba, sufría un calambre horroroso de cintura para abajo. La parte de arriba quería seguir dando la rueda de prensa, pero la de abajo quería anularla. Ganó la parte de abajo, casi siempre gana la parte de abajo. Las palabras arriba y abajo, derecha e izquierda, delante y detrás poseen tanta carga metafórica que casi siempre aparecen connotadas moralmente. Pero lo que decíamos es que a veces, mientras pasa una cosa, ocurre otra. En ocasiones, su contraria. Es famoso el caso de un escritor que se murió el mismo día de recibir un premio literario al que se había presentado. El premio se fallaba por la tarde y él falleció por la mañana. Agonizó mientras el jurado votaba. Ganó de nuevo la parte de abajo, la tumba. Cuando llamaron a su casa para darle la noticia, ya estaba montada la capilla ardiente.

Cuando yo estudiaba filosofía, en una clase sobre Hegel fui atacado por una fantasía erótica que nada tenía que ver con el asunto que se discutía en el aula. El ataque fue de tal calibre que tuve que abandonar la sala, no era cuestión de empezar a retorcerme, como Nadal, delante del profesor y de los condiscípulos. Volvió a ganar la parte de abajo. Al día siguiente, el profesor me preguntó por qué había salido de aquel modo e, inexplicablemente, le dije la verdad:

-Fui atacado por una fantasía sexual imperiosa.

-A veces sucede -dijo él con gesto comprensivo.

La respuesta me sorprendió y me alivió al mismo tiempo. El caso es que desde entonces no puedo pensar en Hegel sin excitarme un poco. Le tengo miedo y afición a la vez. Quizá Nadal no acuda ya tranquilo, nunca, a las ruedas de prensa. La mente crea asociaciones terribles. En todo caso, mientras hable, estará pendiente de su pierna, por si el calambre ataca de nuevo con una violencia tal que no le dé tiempo ni a abandonar la sala. Pues eso, que cuando sucede una cosa, siempre sucede otra. A veces, mientras sucede una cosa buena ocurre una mala, o al revés. Lo normal es que gane la mala, la de abajo.

divendres, 9 de setembre del 2011

Profesores

PROFESORES

Lo lógico es que el cojo sea partidario de las muletas, el miope de las gafas y el dispéptico del Almax. ¿Quién no intenta mitigar sus carencias? Solo el ignorante contumaz se revuelca feliz en su pocilga. Si no logra disfrutar de Shakespeare, lo borra de la historia de la literatura. Si no ha podido con el Quijote, lo califica de coñazo insufrible. Si no comprende la filosofía, la tacha de entretenimiento inútil para vagos. Millán Astray, uno de los burros más notables y peligrosos de la historia de España, sacaba la pistola cuando escuchaba la palabra cultura. Nos recuerda un poco a Procusto, el célebre personaje de la mitología griega que cortaba o estiraba las piernas de los huéspedes que no se adaptaban a la longitud de su cama. El uno estaba convencido de que la medida canónica de todos los cuerpos era la de su lecho; el otro no soportaba que hubiera alguien con más conocimientos de los que poseía él.

Viene esto a cuento de la carta que Esperanza Aguirre ha dirigido a los profesores de la enseñanza pública de la Comunidad de Madrid. Plagada de faltas de ortografía, les anuncia en ella los recortes que ha decidido aplicar a la educación. La cama de Procusto. Si yo no sé colocar los acentos, que nadie de mi entorno sepa hacerlo. Es probable que Aguirre no haya escrito esa carta, quizá ni siquiera la leyó antes de darle curso (así están las cosas), pero seguro que fue revisada por la Consejería responsable de enseñar a escribir a los madrileños. No pasa nada, tenemos también un responsable de transportes que desconocía la existencia del Metrobús. Cuando saltó el escándalo, Aguirre resistió la tentación de eliminar ese billete a fin de adaptar la realidad al tamaño de su consejero, pero en lo de la ignorancia contumaz parece dispuesta a sacar la pistola. Dice que hacen falta más policías que profesores.

dilluns, 5 de setembre del 2011

El fascículo es la vida

EL FASCÍCULO ES LA VIDA

No se ven estos días muchos anuncios de fascículos, que es como no ver por San Blas a la cigüeña, ni a la golondrina en abril. La entrada del otoño estaba ligada hasta hace poco a las colecciones de pastilleros, de monóculos, a la de relojes, también a los cursos de inglés por entregas. En el otoño volvíamos cada día del quiosco con un muestrario innumerable de objetos plastificados y manuales de tapa dura. A veces volvíamos hasta con el periódico, aunque no lo leíamos. ¿Qué se hizo de aquella furia por acumular las imitaciones de todo aquello que no habíamos tenido de niños? Los auténticos perros de porcelana inglesa, la colección de perfumes de Dior, los vinos de California y Chile, el juego de servilletas de punto de cruz, las guillotinas del mundo, el auténtico muestrario de nudos marineros. Tapábamos la llegada de septiembre, porque septiembre duele, con esos pecios que arribaban al quiosco como los orinales a la orilla del mar, y así se hacían más llevaderos los primeros fríos, las primeras jornadas de trabajo, los llantos del pequeño de la casa al conocer la guardería.

De repente, se acabó todo. Un otoño sin fascículos, sin colecciones de saleros, sin las mejores novelas policíacas del siglo XX. Es como si a las siete de la mañana uno abriera brevemente los ojos y no viera aún luz en la ventana. No importa, se dice uno, los volveré a cerrar durante cinco minutos y al abrirlos de nuevo habrá comenzado a amanecer. Pero los cierra y los abre y son las diez de la mañana y todavía es de noche. Pues eso, que enciende uno la tele, se traga el telediario, el tiempo, el programa de concursos, se traga todo, y cuando llegan los anuncios no hay fascículos, no al menos en la cantidad normal. ¿Hemos caído en una noche eterna?

A lo mejor, te dices, es que vemos menos la televisión. Podría ser, no lo negamos. Podría ser que pasáramos las mismas horas delante de ella, pero que hubiéramos dejado de verla, incluso de mirarla. O que ella hubiera dejado de vernos y mirarnos a nosotros. Este otoño hay en la calle y en cada una de nuestras vidas suficiente cantidad de realidad como para andar perdiendo el tiempo con colecciones de idioteces o con refritos de programas prehistóricos de televisión. De repente, el fascículo es la vida.

diumenge, 4 de setembre del 2011

Cambio de programa

CAMBIO DE PROGRAMA

Lo del PSOE ya no sabemos si es disciplina o si son tragaderas. Quizá sea una combinación de ambas cosas, pues lo primero requiere ciertas dosis de lo segundo. Quienes hemos hecho la mili, donde la palabra disciplina se pronunciaba más que la palabra patria, lo sabemos. Al licenciarse, tenía uno que operarse de la garganta para que volviera a su tamaño natural. De lo que no había manera de curarse era de la humillación de aquellos meses eternos. Teníamos un sargento beato y alcohólico que al atardecer, ya completamente colocado, nos obligaba a rezar el rosario de rodillas. Y lo rezábamos, no sé aún si por disciplina o por tragaderas.

Al PSOE le han ordenado que ofrezca misas negras a los mercados financieros y ahí tienen a todo el grupo socialista, con la excepción de Antonio Gutiérrez, arrodillado ante el becerro de oro. Quiere decirse que Zapatero, cual un Moisés inverso, se ha tirado al monte y ha regresado de él con las Tablas de Ley, cuya disposición tipográfica es idéntica a la del Ibex 35 en las páginas de economía de la prensa diaria. Todos los hijos del PSOE se acercaron a ZP y vieron que la piel de su cara resplandecía y temieron acercarse a él. Pero el líder los llamó y todos se congregaron en torno a él y entonces les ordenó votar a favor de lo que a él le habían ordenado los mercados financieros. Y cuando terminó de hablar con ellos, puso un velo sobre su cara.

Viene todo esto a cuento de que en el cambio de programa socialista hay mucha revelación divina, muchas caídas del caballo, muchas conversiones milagrosas. Hace poco veíamos en la tele un reportaje sobre las apariciones de El Escorial y nos causaba asombro la cantidad de seguidores de la embaucadora. Ahora nos causa estupor la cantidad de militantes del PSOE dispuestos a tragarse las nuevas tablas de la ley socialdemócrata. Y no es, rectificamos, por tragaderas ni por disciplina, sino por beatería. Han visto la verdad, qué le vamos a hacer. Tradicionalmente, cuando alguien recibe una revelación de carácter transcendental, un pueblo entero se va al carajo. Y en esas estamos, en irnos al carajo. Dios nos ampare.

dissabte, 3 de setembre del 2011

Un icono universal

UN ICONO UNIVERSAL

Nada se nos regala, todo hay que inventarlo. Fíjense en el paso de cebra, uno diría que surgió espontáneamente, al modo de un efecto secundario de la calzada, como si calle y paso de peatones hubieran aparecido en el mismo paquete. Pues no: ese conjunto de rallas en el que a veces nos jugamos la vida salió de la cabeza del ingeniero británico George Charlesworth, también conocido como el doctor Zebra, y que ha muerto este verano. Descanse en paz. Antes de que su idea se llevara a la práctica, y pese a las diversas formas de señalización que se probaron aquí y allá, los peatones caían como chinches. El tráfico ha producido más muertes que las guerras, sin que por ello exista en ninguna parte del mundo, que nosotros sepamos, un monumento al peatón con una llama permanentemente encendida, como la del soldado desconocido. El tráfico, sin embargo, no fue preciso inventarlo. Formaba la parte más oscura de aquel conjunto de tinieblas sobre el que aleteaba el espíritu de Dios antes de la creación del mundo. El tráfico hubo que ordenarlo. Mucha gente piensa que los menhires fueron las primeras señales de tráfico, con eso está dicho todo. Debe de ser duro, y al mismo tiempo maravilloso, pasar a la historia por inventar una tontería como el paso de cebra. Lo miras y dices: ¡Si no es más que un conjunto de rayas blancas y negras que destacan sobre el asfalto! De acuerdo, pero esa tontería ha devenido en un grafismo universal. Imagina uno al ingeniero Charlesworth en sus últimos años de vida, atravesando la calle por un paso de cebra con uno de sus nietos.

-Estas rayas las inventó el abuelo, le diría.

Pierde uno la vida buscando la piedra filosofal, intentando escribir una novela única o descubriendo la vacuna contra el cáncer, y luego llega un ingeniero, da unos brochazos sobre el asfalto y pasa a la historia. ¡Pero qué brochazos! Han llegado al último rincón de la selva y los entiende todo el mundo, hable el idioma que hable. Un icono universal, vaya. Pese a todo, George Charlesworth no fue un hombre de suerte, primero porque hemos tenido que esperar a que se muriera para conocer su autoría y, segundo, porque ya puesto a inventar rayas se le podía haber ocurrido también el código de barras.

divendres, 2 de setembre del 2011

Otoño caliente

OTOÑO CALIENTE

Es muy de agradecer que los mercados hayan dado a Zapatero órdenes tajantes de adelantar las elecciones. De otro modo, y en vista de la pericia que está demostrando en la marcha atrás, podría cargarse las leyes relacionadas con la igualdad y los derechos civiles que él mismo impulsó durante la primera legislatura. Resulta impresionante la velocidad a la que conduce la locomotora en dirección contraria a sí mismo. Aspiraba a ser un presidente borgiano y ha devenido en un converso radical, de los que se comen a los caníbales. Si antes le molestaba que los poderosos votaran todos los días del año, ahora le irrita que no lo hagan cada hora. Pero él está dispuesto a enmendar ese error de la naturaleza, le va a hacer a Rajoy el programa de siete legislaturas, para que no tenga necesidad de salir del letargo que se le atribuye. Ha dejado sin espacio a los partidarios de la derecha económica y a los de la extrema derecha financiera. Y para que quede claro quién manda aquí, gobierne quien gobierne, comunica sus decisiones al líder del PP antes que a los órganos del PSOE y que al mismísimo Rubalcaba, cuyo pragmatismo felipista, en tal situación, parece un realismo de provincias. En todo esto hay muy poco Borges y mucho Lazarillo de Tormes, o sea, más picaresca española que metafísica rioplatense. Y democracia cero, claro, lo llaman democracia y no lo es. Menos mal, ya decimos, que los mercados, como los ricos franceses, tienen su sensibilidad y le han dado órdenes de dejar de romper piernas, que se estaba pasando. En todo caso, ha puesto contra las cuerdas a su propio partido, a IU, a los sindicatos y al 15-M, que están lógicamente a cinco minutos de tomar la calle. Esto es lo que se llama no decepcionar al respetable. En otras palabras, una biografía, literalmente hablando, de la hostia. El otoño caliente está servido.

dijous, 1 de setembre del 2011

Fracaso y cocina

FRACASO Y COCINA

Lunes. Hay sitios en los que siempre llueve del mismo lado. Lo decía mi madre, quejándose de un rincón de la cocina permanentemente húmedo. A mí me resultaba sorprendente aquella capacidad de la naturaleza para la rutina. Pero los días de lluvia miraba por la ventana y, en efecto, las gotas se inclinaban del lado derecho, castigando indefectiblemente aquel costado de la casa. Años más tarde, supe de un panteón familiar sobre el que llovía siempre del lado izquierdo. Como había muertos a derecha e izquierda, los dueños del sepulcro los cambiaban cada dos o tres años de lugar, para que los difuntos húmedos secaran. La simetría perfecta es imposible. Ni tenemos los dos brazos igual de largos ni las dos piernas igual de fuertes. A mí, todas las enfermedades me atacan en el lado derecho. El asunto es tan espectacular que puedo constiparme sólo de ese sector. Ahora mismo tengo un ataque de lumbago concentrado también en esa zona. Por eso me he acordado de la humedad de la cocina que tanto molestaba a mi madre.

Martes. En el supermercado he descubierto un pulpo entero, cocido y envasado al vacío, que me he llevado a casa con curiosidad. Buscando en internet un modo de servirlo, he averiguado que se trata un animal muy inteligente y dotado de gran memoria. Es capaz de aprender de la experiencia (al contrario que yo) y posee tres corazones y nueve cerebros, uno general, grande, y otro pequeño para cada uno de sus brazos, que actúan de forma independiente, como los dedos de un pianista. El tercer brazo derecho es también el órgano copulador, que introduce en la “cloaca” de la hembra para depositar los espermatóforos (no me ha gustado que llamen “cloaca” al órgano reproductor del pulpo hembra, pero he repetido varias veces el término espermatóforo, que sabe a erizo de mar). Se mimetiza con el medio y cambia de color cuando copula. Hay en la Red vídeos interesantísimos que muestran sus habilidades y abundantes foros sobre el modo de pescarlos. Al final, lo he preparado al ajillo, con unas patatas también precocidas, muy tiernas. Estaba bueno.

Miércoles. He comido un poco del pulpo que quedó de ayer y un huevo frito. El huevo frito me ha recordado, claro, a la gallina, de modo que por la tarde he buscado un foro sobre gallinas para enterarme que es uno de los animales más explotados de la creación. Uno de los participantes confesaba que tiene en uno de los armarios empotrados de su casa, en régimen de esclavitud, una docena de estos animales. Carecen de movilidad y viven con una luz permanentemente encendida, para que se crean que es de día todo el rato y pongan más huevos. Lo explicaba sin culpa alguna, como animando a los participantes en el foro a hacer lo mismo. Me ha dejado mal cuerpo.

Jueves. Pensando seriamente en la posibilidad de dejar de comer carne, he entrado en un foro de vegetarianos, donde se daban las siguientes razones para adoptar este modo de alimentación:

—Siempre tendrás tema de conversación a la hora de comer.

—Mejorarás la lectura debido a la cantidad de etiquetas que leerás en los supermercados.

—Aprenderás sobre nutrición.

—Sabrás quiénes son tus verdaderos amigos.

—Tendrás un buen tema de conversación para ligar.

—Quieras o no, se hablará más de ti.

—Mejorarás la memoria, ya que tienes que recordar las marcas buenas.

Al principio me ha parecido una broma, pero resulta que no, que iba todo en serio, de modo que he descongelado un chuletón de Ávila y me lo he preparado a la plancha. El chuletón sale de las vacas lecheras viejas. Al jubilarse, devienen en chuletones de Ávila. Lo que no he logrado averiguar es si para que el chuletón sea de Ávila la vaca debía ser de allí también. Lo digo porque tengo un reloj suizo made in China.

Viernes. Repaso los últimos días del diario y parece que sólo me he ocupado de la comida. Pero no es cierto. También he dedicado muchas horas a fracasar en un proyecto narrativo al que empecé a dar vueltas antes del verano. Cuando las cosas no me salen bien, me dedico a la cocina. Y a los foros, que entretienen lo suyo.

La elección del odio

LA ELECCIÓN DEL ODIO

Lunes. En la cafetería, una niña de unos doce años pregunta a sus padres si son una familia desestructurada. La madre le dice que de dónde ha sacado eso y la cría responde que de una serie de la tele. El padre, entre tanto, da el biberón a un bebé que tiene entre los brazos sin perder de vista a un tercer vástago que corretea entre las mesas. Yo, en cambio, tengo toda la atención puesta en mí mismo. Soy mi padre, mi hija de doce años, mi segundo hijo (de unos siete) y también mi bebé. La posibilidad de concentrarse exclusivamente en uno mismo tiene sus pros y sus contras, que diría mi abuela. El pro es que no te agotas físicamente. El contra es que acabas descubriéndote enfermedades imaginarias. En cuanto a las familias desestructuradas, las hay de dos clases: las que permanecen unidas y las que no. Hay familias con un excelente aspecto exterior que están internamente corroídas por la termita.

—Pues no somos una familia desestructurada –responde al fin la madre–.

La cría pone cara de decepción y el padre dice dando unos golpecitos profesionales a la espalda del bebé: “¡Qué asco de niña!”.

Vuelvo a casa y tomo notas para un cuento sobre una familia desestructurada muy unida. No sé por qué, se me ocurre que el padre tiene cirrosis, aunque él todavía no lo sabe. Paso el resto del día dándole vueltas al por qué de la cirrosis en un relato de esa naturaleza y antes de acostarme busco un foro sobre esa enfermedad donde no dicen nada de interés. Ya en la cama, recuerdo cómo he ido de una cosa a otra y pienso una vez más que la vida es una locura.

Martes. Procuro estar de vacaciones, pero no me sale. No sé levantarme tarde ni pasar el día haraganeando ni ver la tele durante horas. Tampoco sé hacer las cosas despacio para que las horas pasen deprisa. Apenas son las diez de la mañana y ya estoy soñando con las siete de la tarde, por el gin-tonic. Se me ocurre de súbito la posibilidad de adelantarlo, de tomármelo ahora mismo. Nunca he bebido alcohol antes de las siete de la tarde, pues me parecía que era un modo de dejarse deslizar por la pendiente, pero qué carajo, estoy de vacaciones. La idea me atrae y me produce pánico en idénticas proporciones. Precisamente, ayer, en el foro sobre la cirrosis, muchos participantes hablaban mal del gin-tonic. Decían que se trataba de una mezcla diabólica, eso es lo que me gusta de él. El caso es que voy a la cocina, tomo un vaso bajo, de boca ancha, le meto cuatro piedras de hielo seco y dos dedos de ginebra, además de la tónica y se me hace la boca agua. Miro el reloj: son las diez y cuarto de la mañana. Pienso que este trago puede ser mi perdición, pero que también, de un modo misterioso, podría salvarme. Me llevo el vaso a los labios, lo inclino… Pero no soy tan transgresor, de modo que arrojo el contenido a la pila, regreso al salón y leo las primeras líneas de la Biblia. Me impresiona mucho aquello de que en el principio el espíritu de Dios se moviera sobre las aguas. Imagino un océano infinito y oscuro sobre el que baten unas alas invisibles.

Miércoles. Ayer me tomé una pastilla para dormir (en realidad, para no pensar) y hoy me he despertado tarde y con la saliva turbia. Me pregunto si leer el periódico en el ordenador o si salir a comprar uno de papel. Finalmente salgo a por el de papel y me entero de que esta noche hay un partido de fútbol importante, un Barça-Madrid. Podré ver las caras de Guardiola y de Mourinho y jugar a elegir. Tengo amigos que odian indistintamente a uno u a otro, pero yo soy muy indeciso, especialmente para odiar. El odio me provoca una pereza infinita, lo mismo que el amor. De todos modos, construyo un puente imaginario para llegar a las once de la noche, la hora del partido, y lo recorro hora a hora no sin dificultades existenciales. Finalmente, me quedo dormido a las 22.30 en el sofá, me despierto a las dos de la madrugada, sin saber quién ha ganado, y escribo estas líneas antes de irme a la cama.

Jueves. Regreso con pereza al cuento sobre la familia desestructurada que comencé el lunes. Resulta que el padre ya no tiene cirrosis, pero le pasa algo que no sé.