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dilluns, 29 de setembre del 2008

No hay final bueno

NO HAY FINAL BUENO

Poco antes del verano me encontré con un viejo amigo al que veo tres o cuatro veces al año. Por lo general quedamos para comer o para cenar y procuramos hablar de temas neutros, pues estamos distanciados en multitud de cuestiones de orden político y existencial. Nunca he logrado averiguar el porqué de este empecinamiento en mantener una relación absurda, pues ni a él ni a mí nos enriquece este contacto. Cuando pienso en ello, concluyo que se trata de una especie de fidelidad al pasado. Pero también creo que hay en estos encuentros una suerte de necesidad de vigilar cómo envejece el otro, lo que constituye un modo de vigilar cómo envejece uno.

Me encontré con él -decía- antes del verano y almorzamos juntos en el restaurante donde solemos encontrarnos. La comida discurrió de acuerdo al guión habitual hasta llegar a los postres, donde me preguntó si escuchaba a un locutor de radio que dirige un programa de gran audiencia. Le dije que sí y me preguntó si no me había dado cuenta de que le imitaba.

-¿Cómo que te imita? -dije.

-Pues eso, que me imita, que habla como yo. No me digas que no te has dado cuenta.

-Pues la verdad es que no -respondí algo confuso.

A los dos días de este encuentro, mi amigo me telefoneó para preguntarme si me había fijado. Le dije que sí, que me había fijado, pero que no lograba ver la semejanza entre uno y otro, lo que pareció disgustarle. Colgó tras insinuar que no le decía la verdad. Supe más tarde que un día esperó al conocido locutor a la puerta de la radio para reprocharle que imitara su manera de hablar. Más tarde lo denunció en comisaría y luego empezó a enviarle cartas amenazantes.

Mi amigo fue finalmente detenido y sometido a un examen psiquiátrico. Ahora está a tratamiento. Su mujer, con la que hablo regularmente, me dice que la obsesión se ha extendido a otros locutores, también de la televisión. Está empeñado en que todo el mundo imita sus inflexiones, sus giros, verbales, su pronunciación. Lo más probable es que no podamos volver a comer juntos. No hay final bueno.

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