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divendres, 19 de setembre del 2008

¿Catatonia o zen?

¿CATATONIA O ZEN?

Atravesé toda la sección de los grandes almacenes sin que me atendiera nadie. Eran las 10,30 de la mañana y daba la impresión de que había estallado una de esas bombas que liquidan a la gente, pero dejan intactas las cosas. Los maniquíes sonreían, las cajas registradoras relucían, la ropa estaba perfectamente expuesta. Pero no había un alma, sólo yo, en aquella sección de bebés (un amigo había tenido un hijo y quería regalarle algo). Me pareció normal que no hubiera compradores, por la crisis, pero me extrañó que tampoco hubiera vendedores (¿cómo superar, si no, la crisis?). Tras dar varias vueltas tropecé con una señorita a la que pedí que me echara una mano (necesitaba consejo), pero me dijo que estaba muy agobiada, que me diera una vuelta y volviera más tarde.

Me di una vuelta, volví más tarde y seguía agobiada, por lo que desistí de comprar en aquellos grandes almacenes. Ya en la calle, recapitulé alcanzando la conclusión de que había tenido, durante la última época, varias experiencias de este tipo. Hace un mes, por ejemplo, acudí a una famosa tienda de ocio y tecnología con la idea de cambiar de móvil y no logré que me vendieran uno. El dependiente (al que tuve que raptar) me hizo desistir tras una conversación completamente absurda en la que yo le pedía consejo y él respondía que todo iba en gustos. Hay gente, concluyó, a la que le gusta lo mejor y gente a la que le gusta lo peor. ¿Y qué es lo mejor?, pregunté esperanzado. Depende, dijo, lo que para unos es bueno para otros es malo.

Decidido a hacer un trabajo sociológico, entré en el concesionario de una conocida marca de automóviles, dispuesto a fingir que quería comprar uno. Dada la crisis, pensé que los vendedores se me echarían encima al entrar. Ni por asomo. Estuve vagabundeando entre los lujosos modelos sin que nadie me dijera ahí te pudras. ¡Qué rara indiferencia!, me dije abandonando a pie el establecimiento. Al llegar a casa telefoneé al número de servicio al cliente de aquella marca y no me atendieron. Me pregunto si la crisis provoca más crisis o si hemos entrado en una especie de estado catatónico (o zen) en el que nada importa. A mí, de hecho, me importa un pito ya el bebé de mi amigo (y el móvil mío)

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