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dilluns, 8 de setembre del 2008

Crisis de confianza

CRISIS DE CONFIANZA

La vida diaria está montada sobre una serie de sobreentendidos. Si entro en la panadería, encontraré pan y no tornillos (para eso está la ferretería, me parece). Si voy al Ministerio de Hacienda y hago cola en una ventanilla, el funcionario se dirigirá a mí en mi idioma y no en tagalo. Si introduzco la llave en el coche arrancará. Si voy todos los días a la oficina, cobraré a final de mes. Si dejo de fumar, este otoño no me acatarraré. Si sigo la dieta mediterránea, adelgazaré. Si voy a ver más a mi madre, la haré feliz. Si me lavo las manos, no cogeré ninguna infección. Si creo en los extraterrestres, tarde o temprano acabaré teniendo una experiencia paranormal. Si introduzco la tarjeta en el cajero automático y marco los números adecuados, obtendré unos euros. Si el semáforo está verde, cruzaré sin peligro. Y así de forma sucesiva.

Podríamos decir que las relaciones con la realidad son de confianza. Sin esa confianza, el sistema se vendría abajo. Si no tuviéramos confianza en que los bancos nos devolverían el dinero cuando nos apeteciera, guardaríamos los ahorros en casa y los bancos se hundirían. Si los bancos se hundieran, la realidad se iría al carajo porque es imposible imaginar una realidad sin bancos. En Argentina, después del corralito, que habría acabado con cualquier otra institución, continúan funcionando y la gente, mayormente, confía en ellos.

Las crisis económicas tienen también algo de crisis moral. La desconfianza se instala entre los ciudadanos. ¿Cobraré a final de mes? ¿Continuará funcionando mi empresa al año que viene? ¿Me pagará el seguro del coche este golpe de aparcamiento? ¿Vendrá el fontanero si le llamo? ¿Me quiere mi mujer?

La crisis económica implica una crisis de confianza. Las declaraciones del ministro de Trabajo acerca de los contratos en origen son una muestra más de esa desconfianza (éstos vienen a quitarnos el puesto de trabajo). En situaciones de crisis moral (es decir, económica), los poderes públicos deben empeñarse en demostrar que los sobreentendidos moralmente buenos siguen funcionando. Corbacho pretende que funcionen los moralmente malos.

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