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divendres, 26 de setembre del 2008

Despido voluntario

DESPIDO VOLUNTARIO

Estoy hablando con mi jefe, de nada en particular y de todo. Yo estoy a este lado de la mesa, porque nos encontramos en mi despacho (ha entrado a tomarse un café, dice) y él al otro, como un visitante. Se ha quemado la punta de la lengua con el café, pero insiste en abrasarse: no tiene paciencia, no espera, ni siquiera sopla antes de acercarse el vaso a los labios. Seguramente cree que el café debería obedecerle, pero los líquidos son muy rebeldes. Le digo eso mismo, que los líquidos son muy rebeldes. En qué sentido, pregunta. No sé en qué sentido, pero afirmo que es más manejable una tormenta de sólidos que de líquidos. Se queda meditando y luego pregunta por un expediente. Mientras hablamos, comienzo a mirar con apariencia furtiva una esquina de la mesa donde hay una bandeja con papeles, como si ocultara algo en ella. Mi jefe lleva sus ojos a la bandeja. Ha picado. Cuanto más mira, más violento me pongo yo, como si debajo de los papeles escondiera una pistola. Resulta tan fácil fastidiarle que da pena. Al poco, se levanta, finge que estira las piernas yendo de un lado a otro del despacho con el vaso de plástico en la mano y en una de esas, al pasar cerca de la bandeja, mueve con apariencia casual los papeles. No hay nada, claro. Yo, de todos modos, me pongo a toser teatralmente, como para distraer su atención. Al tío no se le quita de la cabeza que oculto algo. Finalmente se va. El juego ha salido tan bien que yo mismo me levanto, rodeo la mesa (es muy grande) y me acerco a la esquina sospechosa. Revuelvo los papeles y doy con uno que no es mío. Se trata de una carta del Director de Recursos Humanos dirigida a mi jefe. En ella se le recomienda prescindir, para hacer frente a la crisis, de una serie de trabajadores, yo entre ellos. Al rebobinar recuerdo que fue mi jefe el que comenzó a mirar con inquietud hacia la bandeja, no yo. Fue él el que me indujo a pensar que entre aquellos papeles había algo inquietante, y no al revés. Podría romper la carta, fingir que no la he visto, hacerme el distraído, pero lo cierto es que se me ha puesto cara de muerto. Espero dos, tres, cuatro días, a recibir la notificación de despido y como no llega, presa de la impaciencia, me largo de forma voluntaria. Todas las historias están escritas al revés.

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