POLÍTICA DE TELETIENDA
La gripe A, que comenzó en forma de decreto, ha terminado del mismo modo. Entre el decreto que la alumbró y el que la dio por muerta ha discurrido un argumento malo, como de best-seller, pero muy comercial. Millones y millones de personas (entre ellas, un servidor) compraron, para felicidad de las farmacéuticas, una gripe de la que ahora sabemos que no existió. Y nos la tragamos como el que se traga una infecta novela de amor. Todo ello gracias al marketing viral, nunca mejor dicho. Hay libros y películas y productos de limpieza que se cuelan de este modo en la vida de las personas. ¿Quién no tiene, arrinconada en su casa, una máquina para los abdominales que nunca usó porque no servía, en realidad, para nada? ¿Qué país como Dios manda no dispone de dos o tres millones de dosis de una vacuna sin destino? Soy aficionado a los canales de teletienda. Me hipnotiza el discurso con el que nos venden una fregona giratoria, un cinturón eléctrico para desarrollar los músculos del vientre o un lápiz mágico para las ralladuras del coche. Cada producto va a acompañado de un cuento oral de enorme eficacia, tanta que miles de personas descuelgan en ese instante el teléfono y adquieren la oferta (siempre nos regalan algo). Pero he aprendido a defenderme de esos anuncios: ya sólo caigo en su trampa tres o cuatro veces al mes, y siempre con objetos pequeños, que no ocupan mucho espacio. Es un dinero, lo sé, pero hay ludopatías más graves. Me encuentro en la media. Lo sé porque cuando voy a cenar a casa de los amigos veo lo que hay. Recordado ahora con perspectiva el asunto de la gripe A, me vienen a la memoria algunas de las intervenciones de Trinidad Jiménez, ministra de Sanidad, en torno a la conveniencia de vacunarse. En mi recuerdo, la ministra actúa como los vendedores de la teletienda, no por mala fe, sino porque formaba parte, en esos momentos, de una cadena comercial empeñada en vender vacunas. La OMS, esa cosa tan seria, acaba de confesar que un tercio de los expertos que formaron parte, como consejeros, del comité de urgencia creado para la ocasión habían trabajado para farmacéuticas. Pero no pasa nada. Ahora bien, señora Jiménez, no nos monte en Madrid una campaña política de teletienda.
La gripe A, que comenzó en forma de decreto, ha terminado del mismo modo. Entre el decreto que la alumbró y el que la dio por muerta ha discurrido un argumento malo, como de best-seller, pero muy comercial. Millones y millones de personas (entre ellas, un servidor) compraron, para felicidad de las farmacéuticas, una gripe de la que ahora sabemos que no existió. Y nos la tragamos como el que se traga una infecta novela de amor. Todo ello gracias al marketing viral, nunca mejor dicho. Hay libros y películas y productos de limpieza que se cuelan de este modo en la vida de las personas. ¿Quién no tiene, arrinconada en su casa, una máquina para los abdominales que nunca usó porque no servía, en realidad, para nada? ¿Qué país como Dios manda no dispone de dos o tres millones de dosis de una vacuna sin destino? Soy aficionado a los canales de teletienda. Me hipnotiza el discurso con el que nos venden una fregona giratoria, un cinturón eléctrico para desarrollar los músculos del vientre o un lápiz mágico para las ralladuras del coche. Cada producto va a acompañado de un cuento oral de enorme eficacia, tanta que miles de personas descuelgan en ese instante el teléfono y adquieren la oferta (siempre nos regalan algo). Pero he aprendido a defenderme de esos anuncios: ya sólo caigo en su trampa tres o cuatro veces al mes, y siempre con objetos pequeños, que no ocupan mucho espacio. Es un dinero, lo sé, pero hay ludopatías más graves. Me encuentro en la media. Lo sé porque cuando voy a cenar a casa de los amigos veo lo que hay. Recordado ahora con perspectiva el asunto de la gripe A, me vienen a la memoria algunas de las intervenciones de Trinidad Jiménez, ministra de Sanidad, en torno a la conveniencia de vacunarse. En mi recuerdo, la ministra actúa como los vendedores de la teletienda, no por mala fe, sino porque formaba parte, en esos momentos, de una cadena comercial empeñada en vender vacunas. La OMS, esa cosa tan seria, acaba de confesar que un tercio de los expertos que formaron parte, como consejeros, del comité de urgencia creado para la ocasión habían trabajado para farmacéuticas. Pero no pasa nada. Ahora bien, señora Jiménez, no nos monte en Madrid una campaña política de teletienda.
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