EL CAMARERO ME MIENTE
En la mesa en la que el gin tonic de media tarde me consume a mí, más que yo a él (a esta situación hemos llegado), un cura le pregunta a una monja:
—Si tuvieras la posibilidad de elegir entre ser Obama o la mujer de Obama, ¿qué preferirías?
No sé qué me deja más patidifuso, si el hecho de encontrar a dos religiosos de distinto sexo en un bar o la pregunta que el del sexo masculino hace a la del sexo femenino. Para colmo, toman chocolate con picatostes, como las señoras gordas de mi infancia. Hay algo que no encaja. ¿Estaré soñando? Pues no, no estoy soñando. La pregunta se las trae. ¿Obama o Michelle? Yo mismo no sabría qué elegir, cada uno tiene sus ventajas y sus desventajas. Estos días Obama está de Rodríguez mientras su esposa suda la camiseta en Marbella o por ahí (no sé si ha vuelto a casa). Lo de Marbella es durísimo. Con muchos viajes de ese tipo, las crías pueden salirles terroristas, con toda la razón. A mí me someten de niño a esa visita idiota y me hago de Al Qaeda para el resto.
Quiere decirse que en el verano preferiría ser Obama, para enviar a la familia a Marbella y quedarme con toda la Casa Blanca para mí. El cura de la mesa de al lado, sin embargo, dice que preferiría ser Michelle, para cenar con Banderas y toda la basca (pónganme basca con be, no vayamos a herir susceptibilidades). La monja, en cambio, asegura que prefiere ser Obama todo el año. Nadie está contento con su sexo, ni con su religión, pues la monja asegura también que le gustaría, además de ser Obama, practicar el hinduismo. El cura, al descubrir que los observo, me guiña un ojo, lo que me da confianza para preguntarle si es cierto que van a cobrar por entrar en misa (lo acabo de leer en el periódico). Me dice que no tiene ni idea:
—Pero si hay una compañía aérea -añade- que cobra por utilizar el cuarto de baño de los aviones, no sé por qué no. En esto, viene el camarero y me informa espontáneamente de que el cura y la monja son en realidad actores que estudian en un centro cercano de interpretación. Cada día, por lo visto, aparecen disfrazados de una cosa. Pero creo que el camarero me miente: esta ginebra no es Beefeater.
En la mesa en la que el gin tonic de media tarde me consume a mí, más que yo a él (a esta situación hemos llegado), un cura le pregunta a una monja:
—Si tuvieras la posibilidad de elegir entre ser Obama o la mujer de Obama, ¿qué preferirías?
No sé qué me deja más patidifuso, si el hecho de encontrar a dos religiosos de distinto sexo en un bar o la pregunta que el del sexo masculino hace a la del sexo femenino. Para colmo, toman chocolate con picatostes, como las señoras gordas de mi infancia. Hay algo que no encaja. ¿Estaré soñando? Pues no, no estoy soñando. La pregunta se las trae. ¿Obama o Michelle? Yo mismo no sabría qué elegir, cada uno tiene sus ventajas y sus desventajas. Estos días Obama está de Rodríguez mientras su esposa suda la camiseta en Marbella o por ahí (no sé si ha vuelto a casa). Lo de Marbella es durísimo. Con muchos viajes de ese tipo, las crías pueden salirles terroristas, con toda la razón. A mí me someten de niño a esa visita idiota y me hago de Al Qaeda para el resto.
Quiere decirse que en el verano preferiría ser Obama, para enviar a la familia a Marbella y quedarme con toda la Casa Blanca para mí. El cura de la mesa de al lado, sin embargo, dice que preferiría ser Michelle, para cenar con Banderas y toda la basca (pónganme basca con be, no vayamos a herir susceptibilidades). La monja, en cambio, asegura que prefiere ser Obama todo el año. Nadie está contento con su sexo, ni con su religión, pues la monja asegura también que le gustaría, además de ser Obama, practicar el hinduismo. El cura, al descubrir que los observo, me guiña un ojo, lo que me da confianza para preguntarle si es cierto que van a cobrar por entrar en misa (lo acabo de leer en el periódico). Me dice que no tiene ni idea:
—Pero si hay una compañía aérea -añade- que cobra por utilizar el cuarto de baño de los aviones, no sé por qué no. En esto, viene el camarero y me informa espontáneamente de que el cura y la monja son en realidad actores que estudian en un centro cercano de interpretación. Cada día, por lo visto, aparecen disfrazados de una cosa. Pero creo que el camarero me miente: esta ginebra no es Beefeater.
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