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dimecres, 20 de juny del 2007

Gente que llamaba a la puerta

GENTE QUE LLAMABA A LA PUERTA

Cada vez viene menos gente a casa. Hace meses que no sé nada del empleado del gas que antes leía el contador. Quizá ahora lo examine a distancia o yo me haya vuelto tan regular en el consumo que no sea preciso comprobarlo mes a mes. El del agua también ha desaparecido. No sé cómo diablos averigua lo que gasto, porque los recibos continúan llegándome de forma puntual. Ahora dice el periódico que a partir de julio todos los contadores de la luz serán electrónicos, para leerlos por control remoto. Lo siento, porque había llegado a establecer una cierta relación con el trabajador de la central, cuyo hijo estudiaba periodismo. Siempre me preguntaba si esa carrera tenía alguna salida. Por cierto, que he ido al diccionario para ver la diferencia que hay entre lo eléctrico y lo electrónico, pero no está clara. Lo eléctrico es lo que funciona con electricidad, mientras que lo electrónico trata «del estudio y aplicación de los electrones en diversos medios como el vacío, los gases y los semiconductores, sometidos a la acción de los campos eléctricos y magnéticos». Es una diferencia poco clara, que sirve de excusa para la incomunicación. Uno puede entenderse con un circuito eléctrico, pero no hay forma de hacerlo con uno electrónico.

El caso es que todo el mundo nos abandona, incluidos los testigos de Jehová, que no llaman a la puerta desde hace 5 ó 6 años. En la antigüedad aparecían cada seis meses. Tengo un excelente recuerdo de algunas tardes pasadas en su compañía, compartiendo un café con pastas mientras me hablaban del fin del mundo. Yo fingía estar siempre a punto de convertirme para que no se fueran, porque mientras permanecían en casa no escribía. Me refiero a una época en la que estaba intentando quitarme de escribir y de fumar. Al final sólo pude dejar el tabaco. Estuve tres meses sin escribir, pero recaí y ya no he vuelto a intentarlo. El médico me dijo que era un error intentar dejar dos adicciones al mismo tiempo. Me queda el chico de la frutería, cuyo pedido hago por teléfono. El problema es que cada semana me lo trae uno distinto, ecuatoriano por lo general, y así no hay manera de establecer una relación duradera. A ver si me suscribo a algo.

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