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dimarts, 5 de setembre del 2006

La invasión de los kilos

LA INVASIÓN DE LOS KILOS

Que la obesidad fuera a constituir una de las plagas más graves de la humanidad no se le ocurrió ni al autor del Antiguo Testamento. Entre las siete plagas de Egipto no figura, en efecto, la de las grasas, de la que los médicos hablan ya como de una peste. Cardiólogos de todo el mundo, reunidos recientemente en Barcelona, pronostican lo peor si no cambiamos de hábitos. Cambiar de hábitos significa que pasemos menos tiempo sentados, que dejemos de fumar (incluso en locales de más de cien metros) y que comamos frutas y verduras. El 20% de los adultos españoles es obeso, el 40% tiene sobrepeso, el 60% es sedentario. Las encuestas no dicen si los sedentarios coinciden con los gordos, pero sería absurdo que los gordos se pasaran el día caminando mientras los delgados ven la tele. O sea, que sí, que coinciden.

Recuerdo como si hubiera sucedido ayer la clase de Religión en la que el profesor nos contó las siete plagas de Egipto. Las describió con tal realismo y tal viveza que la mayoría de los alumnos pudimos ver cómo las aguas se convertían en sangre y cómo las ranas primero y los mosquitos después invadían el país. Cuando los tábanos llenaron el aire, cerramos la boca por miedo a que se nos metieran en el cuerpo. Leyendo las noticias sobre el congreso de cardiólogos, no pude evitar asociar aquellas plagas a esta otra, la de los kilos. Los médicos describieron con tanto entusiasmo negativo la situación que me fue dado ver cómo los kilos se adueñaban cruelmente de los cuerpos, de nuestros cuerpos. Y es verdad: pasas siete meses sin ver a un amigo y cuando te encuentras con él se ha convertido en un gordo.

Los médicos no han calculado cuántos seres humanos se podrían fabricar con los kilos sobrantes en EE UU y Europa, pero seguro que saldrían varios millones. Aunque lo más sensato sería devolvérselos a sus legítimos dueños, concentrados en el continente africano. Allí, la plaga es la ausencia de kilos. Cada día se despiertan más delgados porque la globalización o el capitalismo o la mala suerte, vaya usted a saber, les roba los kilos por la noche. Quizá sea bueno para su corazón, pero es fatal para su estómago. Entre morir de hambre y morir de infarto, elegimos el infarto.

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