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diumenge, 24 de setembre del 2006

Fuera de quicio

FUERA DE QUICIO

Pues nada, que también hay una página web donde puedes escuchar las últimas palabras de los condenados a muerte antes de pasar por caja. Se trata de un servicio de alguna institución de Texas, donde la pena de muerte ha devenido en deporte olímpico. Al público le produce mucha curiosidad saber qué se dice en esos momentos, cuando en esos momentos o se calla uno o pronuncia alguna banalidad. El fenómeno de las últimas palabras está estudiado a fondo y no parecen las últimas, sino las de en medio, o sea, las que diríamos cualquier jueves de cualquier semana en el autobús, viniendo de la oficina. Cela, en el lecho de muerte, gritó «¡Viva Iria Flavia!». Y era un Nobel de literatura, un hombre con imaginación, poco convencional y todo eso. De modo que imagínense lo que gritaría un Nobel de la Paz, obligado a guardar la corrección política.

Un desastre, en fin, al que no nos resignamos. Tenemos la convicción de que dos metros antes de la cámara de gas el lenguaje penetrará en el cuerpo del reo y le obligará a pronunciar una revelación. Pero el lenguaje sólo entra para decir tonterías. «Señor, perdóname mis pecados», imploró un reo frente a la mirada atónita, suponemos, de los perversos sexuales que acudían a la ejecución. Otros reos blasfemaban o se cagaban en tal, pero la página web ha eliminado esos testimonios por buen gusto. Llevan razón sus responsables. Un padre de familia interesado en contemplar una cosa tan normal como un tipo atado a una silla llena de cables, por los que le van a meter una tonelada de vatios, no tiene por qué soportar que la víctima empiece a decir cosas feas. Si carece de educación, que lo ejecuten en privado. No te digo.

Te permiten gritar Viva Iria Flavia o Viva Arkansas, pero no Viva la madre que te parió. Desde el punto de vista de la salud mental no hay mucha diferencia entre gritar una cosa u otra, pero las formas son las formas, amigo. Total, que hay más palabras que significados. El significado, cada vez más, está fuera de las palabras. Y por eso nosotros estamos, cada vez más, fuera de quicio. Buenos días.

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