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dimarts, 27 de juny del 2006

Un respeto

UN RESPETO

Cuando escucho la expresión voz enlatada me acuerdo de las sardinas en aceite. A veces, hasta me viene a la boca su sabor. Hay gente que cuenta los ciervos que ha abatido o los besos que ha dado. Yo sé el número de latas de sardinas que he abierto con la respiración entrecortada por la emoción, como el niño que abre el cajón de la ropa interior de su madre o el buscador de perlas que descerraja una ostra. Jamás he encontrado dentro de una lata de sardinas unas bragas, ni siquiera una perla, pero una vez di con un yacimiento de mejillones. Mi madre dijo que se habían equivocado al colocar la etiqueta, pero yo mantuve que las sardinas se habían transformado. ¿Cómo saber lo que ocurre en el interior de un recipiente sellado, en el que no entra el aire, ni la luz, ni el tiempo, ni la humedad, ni la mirada, ni la lluvia?

El padre de un compañero del colegio patentó una lata de sardinas con mirilla, para que se pudiera ver lo que ocurría dentro. No tuvo ningún éxito porque, dada la oscuridad reinante, no se veía nada. Propuso entonces que se untara a las sardinas con alguna materia fosforescente, pero le dijeron que eso podía alterar sus propiedades. La idea de colocar una pequeña bombilla con un interruptor que se accionara desde el exterior hizo reír al empleado de la oficina de patentes. Dijo que nadie en su sano juicio comercializaría una conserva tan complicada. Que investiguen otros, le faltó añadir con esa suficiencia tan española. Y así seguimos, sin saber qué ocurre en las profundidades abisales de las conservas de pescado, tan parecidas a las de la conciencia.

La expresión voz enlatada sugiere la posibilidad de tomar una voz y envasarla al vacío, para que no pasen los meses ni los años por ella. Tengo en mi despensa latas de atún que caducarán más tarde de que terminemos de pagar la hipoteca. ¿No sería fantástico tener también latas de voces que no caducaran hasta dentro de 100 años? «¿Puedo abrir esta lata de voz de voz del bisabuelo?», preguntarían mis bisnietos. Y al levantar la tapadera, saldría mi voz de las profundidades de la lata, pronunciando, desde uno o dos siglos antes: «Me he levantado con jaqueca». Lo registraría si en la oficina de patentes fueran más respetuosos.

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