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divendres, 2 de juny del 2006

Bidé

BIDÉ

Pongamos una palabra cualquiera, la primera que se nos venga a la cabeza: Pañuelo, ya está. No la he buscado yo, lo juro, se me ha metido dentro, como un ratón por un agujero, y ha vuelto a salir por la yema de los dedos, al golpear las teclas del ordenador. Lo que quiere decir que las palabras vienen a por nosotros todo el rato. Son el único invento del hombre al que no es preciso ir a buscar (al contrario, por ejemplo, del dinero). Vas por la calle y no te sale al paso un solo billete de cien euros (ni siquiera una moneda de uno), pero las palabras te atraviesan como agujas de hielo, procedentes de lugares misteriosos. En el tramo que hay de tu casa al quiosco de periódicos, te han asaltado no menos de cincuenta o cien palabras: Café, nubes, calor, hijos, vacaciones, árbol, dolor, mamá, hígado, médico, análisis de sangre.

Lo curioso, como digo, es que no es necesario buscarlas. Te tienes que esforzar, sí, en ganarte la vida, pero las palabras, de momento, son gratis. Cierto que no se te puede ocurrir una palabra que no conozcas previamente. Es muy raro que a alguien sin estudios se le aparezca el término hipotenusa, por ejemplo. Pero una vez que habéis sido presentados la palabra y tú, ella volverá, tarde o temprano volverá. Quizá en sueños, o el lecho de la muerte. A lo mejor es lo último que dices antes de expirar. Hipotenusa.

Siendo así, ¿por qué los escritores se pasan el día buscando palabras? Pues porque vienen de cualquier modo, como si a un albañil se le aparecieran mezclados los materiales de construcción. Un conjunto de palabras sueltas no son una oración. Un conjunto de ladrillos sueltos tampoco son una casa. Hay que colocarlos de manera que den lugar a un cuarto de baño. La ventaja de las palabras, frente a los ladrillos, es que sugieren. Si yo digo «el bidé tenía una mancha de sangre», usted ve un cuarto de baño entero, lo cual es increíble porque yo no he dicho que el bidé con sangre estuviera en un cuarto de baño. De hecho, me refería a uno que vi hace poco en un vertedero. Las palabras provocan malentendidos todo el rato. ¿Que a cuento de qué venía todo esto? No sé, yo había salido a comprar el periódico y las palabras me asaltaron.

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