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dilluns, 19 de desembre del 2011

La pila voltaica

LA PILA VOLTAICA

Lunes. Llevo días sin escuchar ninguna conversación de interés en la cafetería donde tomo el gin-tonic de media tarde. Me pregunto si el problema está en los otros o en mí. Tal vez he perdido sensibilidad para escuchar lo que se dice por debajo de lo que se dice. Hoy, por ejemplo, me coloqué al lado de una pareja de novios que solo hablaban de lo que hablaban. En otras palabras, hablaban sin doble intención. Cuando él señalaba que se les iban a echar las fiestas encima sin haber comprado ningún regalo, solo quería decir que se les iban a echar las fiestas encima sin haber comprado ningún regalo. No había en su observación ningún otro matiz, tampoco sentimiento de culpa o de agobio. Y ningún reproche, por supuesto. Pero si ella respondía que este año le daba más pereza que otros, solo pretendía señalar eso, que este año le daba más pereza que otros. Tenían algo de robots, pues se manifestaban sin sentimiento alguno, como si llevaran la cinta de la conversación grabada dentro de sí. Me desazonó escucharlos, pues me pareció que, de repente, el mundo era únicamente lo que veíamos de él. Salí a la calle y comprobé que los edificios solo eran edificios y las personas solo personas y los escaparates solo escaparates. Y yo un tipo opaco que recogía conversaciones sin sustancia, sin fondo, sin magia. En cuanto a los adornos de Navidad, no eran más que bombillas de colores.

Martes. Veo por la calle a dos niños de nueve o diez años que caminan solos, de la mano, sin dar la sensación de haberse perdido. Van muy bien trajeados, con abrigos de paño idénticos, de color azul, y unos zapatos negros muy relucientes. Me pregunto si solo los veo yo, porque nadie los mira pese a que son objetivamente raros. Son dos niños que no son dos niños, lo que por un lado me alegra (la realidad, al contrario de ayer, ha dejado de ser lo que parece), y por otro me inquieta. Más que inquietarme, estos críos me dan miedo. Los sigo por Gran Vía hasta Callao, donde se meten, por improbable que parezca, en un sex shop. No me atrevo a seguirles (jamás he reunido el valor suficiente para entrar en uno de estos establecimientos), pero aguardo un rato en la acera, esperando que de un momento a otro los devolverán a la calle, cosa que no sucede. Vuelvo sobre mis pasos mordiéndome la cara interior de la mejilla, cuya sangre sabe a electricidad, y pensando en los niños. ¿Habrán sido una alucinación de mis sentidos?

Miércoles. Tengo invitados a comer. Preparo colas de cangrejos de río con vinagreta. Las colas de cangrejo de río vienen ya peladas, en salmuera. Se trata de un aperitivo con el que por lo general triunfo. En esta ocasión, uno de los invitados (editor de libros científicos) dice que el cangrejo le sabe a batería.

—¿Cómo que sabe a batería? –digo yo un poco molesto.

—Más exactamente –dice él–, a pila de un voltio y medio, de las del mando a distancia de la tele.

La cosa queda ahí, pero cuando se van busco en Google la palabra salmuera y averiguo que en 1800 Alessandro Volta usó la salmuera junto al cobre y al cinc para crear la pila voltaica. Desde entonces, tengo en la boca un sabor como a electricidad que no logro quitarme con nada y que me trae a la memoria a los niños que el lunes desaparecieron en un sex shop de la Gran Vía. Busco en Google la expresión “niños solos cogidos de la mano”, y aparecen casi siete millones de entradas. En una de ellas se asegura que esas parejas infantiles, relativamente frecuentes en las calles de las grandes ciudades por esta época, son demonios de Navidad.

Jueves. Resulta que estoy debajo de la ducha, con los ojos cerrados, cuando veo dentro de mi cabeza a los dos niños o los demonios de los que hablábamos ayer. Al principio no le doy mucha importancia, ya se irán, me digo frotándome el pelo con el champú. Pero como los niños no solo no se van, sino que comienzan a hacerme muecas, abro asustado los ojos y veo al otro lado de la mampara traslúcida una silueta que los evoca. Corro en un movimiento nervioso la mampara y al otro lado no hay nada. Los ojos me escuecen, por el champú. Los tendré irritados el resto del día.

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