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divendres, 9 de desembre del 2011

Mañana más

MAÑANA MÁS

Lunes. Me llama Luis, un amigo de la infancia. Dice que el otro día se quedó dormido en el tren y se despertó en el avión. El tren iba a Sevilla y el avión a Barcelona. Se trata de un relato arquetípico que a veces sucede en la vida real, como el mendigo que sueña que es príncipe (o viceversa) y la mariposa que sueña que es gusano (o al revés). Quiere decirse que el hecho de que despertara en el avión no significaba mucho. Por lo visto, fue un falso despertar, un despertar soñado, porque donde acabó finalmente fue en Sevilla. A mi amigo le turbó mucho esta historia. Es un hombre práctico, que generalmente no entiende las cosas que escribo (ni siquiera las lee) y de repente aquella confusión le hizo pensar que quizá en la vida había algo de misterio.

—Lo hay –le dije yo–, hay misterio, pero el misterio no la hace más llevadera, sino más confusa.

Martes. Le cuento a mi psicoanalista la historia de mi amigo Luis, lo que me conduce a hablar de los mundos paralelos, los multiversos, que dicen los científicos, pues he leído antes de acudir a sesión un reportaje sobre el tema. La idea de llevar mil vidas idénticas en mil dimensiones diferentes me agobia un poco.

—¿Qué es lo que le agobia del asunto? –dice mi psicoanalista.

—La repetición –digo yo–.

—¿No le gustaría estar repetido?

—La verdad, no.

—¿Puede eso traducirse por que le gustaría ser único?

—Tal como lo dice usted parece que se trata de una cuestión vanidosa. En realidad, preferiría ser desúnico.

—¿Qué significa desúnico?

—No tengo ni idea.

Permanezco en silencio y pienso en los libros con cuya reedición soñamos los escritores. En cierto modo, los libros llevan vidas paralelas. El mismo título, con idéntico formato, puede ocupar las estanterías de un palacio o de una casa modesta. Un libro mío puede estar siendo leído en estos instantes, de forma simultánea, en un hospital o en una biblioteca pública. La idea me inquieta. Imagino un lector de hospital, mejor dicho, una lectora. La han operado hace dos días de un pólipo en las cuerdas vocales y las cosas se han complicado un poco, no mucho, pero lo suficiente como para que se retrase la salida del hospital. Ahí está, leyendo una novela mía, la misma, y en idéntica edición, que lee una adolescente en la biblioteca pública de su barrio. Imagino que la mujer del hospital da una cabezada y sueña que es una chica joven que se encuentra en una biblioteca pública leyendo la misma novela que ha abandonado sobre su vientre al cerrar los ojos. La adolescente de la biblioteca tiene por su parte un microsueño en el que se ve de mayor, sobre la cama de un hospital donde la acaban de operar de las cuerdas vocales. ¿Cuál de las dos es más real? ¿Quién sueña a quién?

—¿Qué piensa? –dice mi psicoanalista sacándome del ensueño.

—Nada –digo yo y nos da la hora.

Por la tarde, al llegar a casa, busco en Google las palabras “descripción del universo” y aparecen más de ocho millones de entradas. Casi todas ellas se refieren al tamaño, al color, a la forma del mundo. Se describe, claro, lo tangible, lo que se puede medir. No localizo ninguna en la que se hable de los sueños. Comienzo un relato sobre alguien que se duerme en el diván de su psicoanalista y despierta en la cama de su juventud, con fiebre, una fiebre que le hunde en un sueño según el cual acabará, de mayor, en el diván de una psicoanalista. El asunto me desasosiega y lo abandono. Mañana más.

Miércoles. Mi vecino ha instalado en su casa una alarma que suena cuando le da la gana y nos tiene en un ¡ay! Pero no puedo dejar de llamarle cada vez que salta, por si acaso.

—¿Te están robando, violando o arrancando las uñas para que confieses dónde se encuentra la caja fuerte que no tienes?

—Qué va, es que esta alarma es muy sensible.

—¿Sensible en qué sentido?

—En el de que se asusta por nada.

—Yo también me asusto por nada y son las tres de la mañana.

Mi vecino se enfada y dice que no tengo por qué llamarle cada vez que suena. Vuelvo a la cama, pero ya no cojo el sueño hasta la hora de levantarme.

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