YA SON LAS DOCE
Dos empresarios y los sindicatos llevan dos años negociando la reforma laboral. El Constitucional, cuatro tratando de decidir sobre el Estatut. Hay ayudas relacionadas con la Ley de la Dependencia que llegan cuando el dependiente ha fallecido. Si vas a urgencias con un esguince, puedes pasar 24 horas haciendo solitarios. Si llegas muerto, lo mismo tardan un mes en hacerte la autopsia, que también en esto hay listas de espera. Las probabilidades de que un avión salga con puntualidad son tan remotas como las de que nos toque la lotería. Y así de forma sucesiva. Sin embargo, todo el mundo dice que vivimos en un mundo en el que las cosas van demasiado deprisa. Irán demasiado deprisa las innecesarias, porque las ineludibles se desperezan como tortugas al sol. A mi barrio, por ejemplo, llegó el metro cuando llevábamos 15 años esperándolo. La mayoría de los que lucharon por él murieron sin verlo. Recuerdo que la asociación de vecinos hizo una boca de metro falsa frente a la que nos manifestábamos mientras esperábamos el autobús, que jamás llegaba cuando debía. No es todo: pida usted hora para sacarse el DNI electrónico: se la darán con un mes. Haga un escrito de reclamación a Hacienda: tardarán, con suerte, un año en responderle. Etcétera.
La idea de que vamos corriendo a todas partes es un mito. Vamos pisando huevos. Cuando al Constitucional se le preguntó si no sería sensato, después de cuatro años de trabajo, declararse incompetente en el asunto del Estatut, el alto tribunal respondió con una afirmación de competencia que le dejaba a uno anonadado. Pues si son competentes y no lo sacan adelante, les ocurrirá otra cosa que no nos atrevemos a mencionar. La patronal y los sindicatos deberían ser competentes para llevar a cabo una reforma laboral, y seguramente ellos creen que lo son. Pero dos años sentados a la mesa de negociación son demasiados. Si fueran sensatos, se declararían incompetentes. Al final, va a ser el Gobierno el que les haga el trabajo sucio a unos y a otros, que continuarán sus rituales lentos hasta que se jubilen. ¿Quién se habrá inventado lo de la sociedad del agobio? Escribo estas líneas en una notaría en la que me han citado a las diez, pero ya son las doce.
Dos empresarios y los sindicatos llevan dos años negociando la reforma laboral. El Constitucional, cuatro tratando de decidir sobre el Estatut. Hay ayudas relacionadas con la Ley de la Dependencia que llegan cuando el dependiente ha fallecido. Si vas a urgencias con un esguince, puedes pasar 24 horas haciendo solitarios. Si llegas muerto, lo mismo tardan un mes en hacerte la autopsia, que también en esto hay listas de espera. Las probabilidades de que un avión salga con puntualidad son tan remotas como las de que nos toque la lotería. Y así de forma sucesiva. Sin embargo, todo el mundo dice que vivimos en un mundo en el que las cosas van demasiado deprisa. Irán demasiado deprisa las innecesarias, porque las ineludibles se desperezan como tortugas al sol. A mi barrio, por ejemplo, llegó el metro cuando llevábamos 15 años esperándolo. La mayoría de los que lucharon por él murieron sin verlo. Recuerdo que la asociación de vecinos hizo una boca de metro falsa frente a la que nos manifestábamos mientras esperábamos el autobús, que jamás llegaba cuando debía. No es todo: pida usted hora para sacarse el DNI electrónico: se la darán con un mes. Haga un escrito de reclamación a Hacienda: tardarán, con suerte, un año en responderle. Etcétera.
La idea de que vamos corriendo a todas partes es un mito. Vamos pisando huevos. Cuando al Constitucional se le preguntó si no sería sensato, después de cuatro años de trabajo, declararse incompetente en el asunto del Estatut, el alto tribunal respondió con una afirmación de competencia que le dejaba a uno anonadado. Pues si son competentes y no lo sacan adelante, les ocurrirá otra cosa que no nos atrevemos a mencionar. La patronal y los sindicatos deberían ser competentes para llevar a cabo una reforma laboral, y seguramente ellos creen que lo son. Pero dos años sentados a la mesa de negociación son demasiados. Si fueran sensatos, se declararían incompetentes. Al final, va a ser el Gobierno el que les haga el trabajo sucio a unos y a otros, que continuarán sus rituales lentos hasta que se jubilen. ¿Quién se habrá inventado lo de la sociedad del agobio? Escribo estas líneas en una notaría en la que me han citado a las diez, pero ya son las doce.
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