UN ROBOT IDIOTA
Hace unos días, intentaba registrarme en una página web, cuando una leyenda me advirtió de que antes de realizar la operación necesitaban saber que yo era un ser humano, para lo que debía teclear, en un recuadro ad hoc (qué rayos significará ad hoc), un texto que la propia página me facilitaba. Dicho texto tenía la particularidad de que sus caracteres, de trazo ancho, aparecían un poco agrietados. Hice lo que se me pedía y la operación se completó. Pero me quedé inquieto y telefoneé a un amigo experto en estos asuntos. Me explicó que la red está infectada de robots que recorren el mundo digital haciéndose pasar por seres humanos con identidades, evidentemente, falsas. Esos robots son incapaces, por ahora, de leer un texto un poco defectuoso, de ahí la artimaña.
Regresé a mis rutinas, pero no me olvidé del asunto. Recordaba, sobre todo, la satisfacción que me había provocado el hecho de superar la prueba, de demostrar, en fin, que no soy un robot. Se trataba de la primera vez en mi vida que lograba sacar adelante un formulario sin parecer un idiota, o un robot, o quizá un robot idiota. Cuando viajo al extranjero, tengo que rellenar varias veces los impresos de entrada al país, pues no soy capaz de acertar a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Por lo general, acaba echándome una mano la azafata. Estoy también completamente inutilizado para la compresión de las leyes y decretos. Estos días, precisamente, he intentado leer el texto de la Reforma Laboral sin conseguir atravesar más de dos párrafos. Todo me suena a la parte contratante de la primera parte. Se comprenderá mi orgullo de ser humano al superar la prueba descrita más arriba.
El caso es que ayer mismo, intentando registrarme en otra página web, volvió a salirme la misma leyenda, frente a la que sonreí con suficiencia. Pues claro que soy un ser humano, dije, y me apliqué a teclear el texto solicitado. ¿Qué ocurrió? Que lo hice mal, o eso me advirtió la severa página web, denegando mi petición. Durante la cena, observé con desconfianza a mi familia sin notar en ellos nada raro. No se han dado cuenta de que soy un robot. Probablemente, un robot idiota.
Hace unos días, intentaba registrarme en una página web, cuando una leyenda me advirtió de que antes de realizar la operación necesitaban saber que yo era un ser humano, para lo que debía teclear, en un recuadro ad hoc (qué rayos significará ad hoc), un texto que la propia página me facilitaba. Dicho texto tenía la particularidad de que sus caracteres, de trazo ancho, aparecían un poco agrietados. Hice lo que se me pedía y la operación se completó. Pero me quedé inquieto y telefoneé a un amigo experto en estos asuntos. Me explicó que la red está infectada de robots que recorren el mundo digital haciéndose pasar por seres humanos con identidades, evidentemente, falsas. Esos robots son incapaces, por ahora, de leer un texto un poco defectuoso, de ahí la artimaña.
Regresé a mis rutinas, pero no me olvidé del asunto. Recordaba, sobre todo, la satisfacción que me había provocado el hecho de superar la prueba, de demostrar, en fin, que no soy un robot. Se trataba de la primera vez en mi vida que lograba sacar adelante un formulario sin parecer un idiota, o un robot, o quizá un robot idiota. Cuando viajo al extranjero, tengo que rellenar varias veces los impresos de entrada al país, pues no soy capaz de acertar a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Por lo general, acaba echándome una mano la azafata. Estoy también completamente inutilizado para la compresión de las leyes y decretos. Estos días, precisamente, he intentado leer el texto de la Reforma Laboral sin conseguir atravesar más de dos párrafos. Todo me suena a la parte contratante de la primera parte. Se comprenderá mi orgullo de ser humano al superar la prueba descrita más arriba.
El caso es que ayer mismo, intentando registrarme en otra página web, volvió a salirme la misma leyenda, frente a la que sonreí con suficiencia. Pues claro que soy un ser humano, dije, y me apliqué a teclear el texto solicitado. ¿Qué ocurrió? Que lo hice mal, o eso me advirtió la severa página web, denegando mi petición. Durante la cena, observé con desconfianza a mi familia sin notar en ellos nada raro. No se han dado cuenta de que soy un robot. Probablemente, un robot idiota.
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