REPRESENTACIÓN
La pregunta es quién manda. La respuesta es que manda el dios Mercado y su corte celestial de arcángeles financieros, beatos mercantiles y santos bursátiles. Pero quizá sea más eficaz enumerar quién no manda. No manda el Gobierno ni la oposición ni los sindicatos, es decir, ninguna de las personas que salen en los periódicos o se presentan a las elecciones. En consecuencia, tampoco mandan los ciudadanos. Unos y otros somos correas de transmisión de ese dios invisible cuya caridad nos mantiene en pie al modo en que las marionetas se sostienen gracias a los hilos de su operador. La representación, hasta ahora, era más o menos del gusto de todos. Los políticos fingían hacer política, los sindicatos fingían hacer sindicalismo, los ciudadanos fingíamos elegir a nuestros representantes…
Los dioses financieros, por su parte, fingían dormir hasta el punto de que las marionetas olvidamos los hilos que nos conducían a los concesionarios de automóviles, a los restaurantes de cuatro tenedores, a las inmobiliarias de pisos con piscina, a los prestamistas, a los notarios, a las estaciones de esquí… Creíamos que era nuestra voluntad la que nos dirigía a estos lugares. No había una sola voz que desde fuera del teatrillo nos avisara de lo que ocurría entre bastidores. Si la había, tampoco queríamos escucharla. Todos éramos cómplices de aquella locura, aunque unos más que otros, claro: los políticos, por ejemplo, que trabajaban en el corto plazo, como si la fiesta no fuera a acabar nunca.
Pero hete aquí (qué rayos significará hete aquí) que los títeres empezaron a caer como moscas a nuestro alrededor. El lunes, alguien cortaba los hilos de Juan; el martes, los de Rafael; el miércoles, los de Cristina; el jueves, los de Rosa; el viernes, tú mismo notabas que te fallaba un brazo o una pierna. ¿Qué pasa aquí?, te preguntabas, ¿dónde está el dios mercado, dónde sus arcángeles financieros, sus beatos mercantiles, sus santos bursátiles? Lo sensato, en ese momento, habría sido rebelarse, aun a costa de acabar con el teatrillo, de cargarse el tinglado, pero aquí seguimos, en plan títere, pidiendo piedad, a las bolsas. A ver si alguien, desde fuera del sistema, nos proporciona un discurso.
La pregunta es quién manda. La respuesta es que manda el dios Mercado y su corte celestial de arcángeles financieros, beatos mercantiles y santos bursátiles. Pero quizá sea más eficaz enumerar quién no manda. No manda el Gobierno ni la oposición ni los sindicatos, es decir, ninguna de las personas que salen en los periódicos o se presentan a las elecciones. En consecuencia, tampoco mandan los ciudadanos. Unos y otros somos correas de transmisión de ese dios invisible cuya caridad nos mantiene en pie al modo en que las marionetas se sostienen gracias a los hilos de su operador. La representación, hasta ahora, era más o menos del gusto de todos. Los políticos fingían hacer política, los sindicatos fingían hacer sindicalismo, los ciudadanos fingíamos elegir a nuestros representantes…
Los dioses financieros, por su parte, fingían dormir hasta el punto de que las marionetas olvidamos los hilos que nos conducían a los concesionarios de automóviles, a los restaurantes de cuatro tenedores, a las inmobiliarias de pisos con piscina, a los prestamistas, a los notarios, a las estaciones de esquí… Creíamos que era nuestra voluntad la que nos dirigía a estos lugares. No había una sola voz que desde fuera del teatrillo nos avisara de lo que ocurría entre bastidores. Si la había, tampoco queríamos escucharla. Todos éramos cómplices de aquella locura, aunque unos más que otros, claro: los políticos, por ejemplo, que trabajaban en el corto plazo, como si la fiesta no fuera a acabar nunca.
Pero hete aquí (qué rayos significará hete aquí) que los títeres empezaron a caer como moscas a nuestro alrededor. El lunes, alguien cortaba los hilos de Juan; el martes, los de Rafael; el miércoles, los de Cristina; el jueves, los de Rosa; el viernes, tú mismo notabas que te fallaba un brazo o una pierna. ¿Qué pasa aquí?, te preguntabas, ¿dónde está el dios mercado, dónde sus arcángeles financieros, sus beatos mercantiles, sus santos bursátiles? Lo sensato, en ese momento, habría sido rebelarse, aun a costa de acabar con el teatrillo, de cargarse el tinglado, pero aquí seguimos, en plan títere, pidiendo piedad, a las bolsas. A ver si alguien, desde fuera del sistema, nos proporciona un discurso.
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