EL AUTOMÓVIL
Creo que he captado el mensaje del gobierno (de los gobiernos, porque los autonómicos están de acuerdo): deberíamos comprar coches. Vale, estoy dispuesto a aceptarlo, y a actuar en consecuencia, si me explican por qué. Sé lo que ocurre cuando uno consume filosofía, cine, literatura, ensayo, fabada asturiana, jamón de Jabugo o tomates ecológicos. No me cuesta entender lo que sucede cuando uno adquiere la entrada para visitar un museo o un edificio histórico. Conozco los beneficios de pagar a los hijos una carrera universitaria o un ciclo de formación profesional. Cuando me compro un ordenador portátil o una lavadora, lo hago a sabiendas de los beneficios que proporciono al fabricante, al distribuidor y a mí mismo. Quiero decir que tengo una idea más o menos aproximada de las vueltas que da el dinero antes de regresar a mi bolsillo en forma de salario.
Pero a la pregunta de para qué comprar coches, sólo encuentro la siguiente respuesta: para comprarlos. De acuerdo en lo de los puestos de trabajo indirectos. No ignoro que un automóvil tiene electricidad y cristales y tela y caucho y gasolina y acero, además de tubos de escape y alfombrillas de goma. Pero también la filosofía y la literatura y el cine y la fabada asturiana dan trabajo a sectores en apariencia alejados de sus intereses. Sabemos, en cambio, adónde nos llevan los libros, el pensamiento y la comida, pero no tenemos ni idea de adónde nos llevan los coches (además de a la muerte). Quiere decirse que, puestos a incentivar la compra de algún producto para poner en marcha la rueda, cuesta entender la elección del automóvil. Es como si de repente nos hicieran descuento en el tabaco, que también proporciona muchos puestos de trabajo indirectos.
¿Deberíamos incentivar un mundo en el que cada vez hubiera más o menos coches privados? Creo que la respuesta es evidente y también es evidente que se trata de una respuesta ideológica. La ideología, como la humedad, se cuela por todas partes. Los incentivos a la compra masiva de automóviles estimulan también una ideología en la que se prima lo individual sobre lo público, además de la ignorancia sobre la cultura.
Creo que he captado el mensaje del gobierno (de los gobiernos, porque los autonómicos están de acuerdo): deberíamos comprar coches. Vale, estoy dispuesto a aceptarlo, y a actuar en consecuencia, si me explican por qué. Sé lo que ocurre cuando uno consume filosofía, cine, literatura, ensayo, fabada asturiana, jamón de Jabugo o tomates ecológicos. No me cuesta entender lo que sucede cuando uno adquiere la entrada para visitar un museo o un edificio histórico. Conozco los beneficios de pagar a los hijos una carrera universitaria o un ciclo de formación profesional. Cuando me compro un ordenador portátil o una lavadora, lo hago a sabiendas de los beneficios que proporciono al fabricante, al distribuidor y a mí mismo. Quiero decir que tengo una idea más o menos aproximada de las vueltas que da el dinero antes de regresar a mi bolsillo en forma de salario.
Pero a la pregunta de para qué comprar coches, sólo encuentro la siguiente respuesta: para comprarlos. De acuerdo en lo de los puestos de trabajo indirectos. No ignoro que un automóvil tiene electricidad y cristales y tela y caucho y gasolina y acero, además de tubos de escape y alfombrillas de goma. Pero también la filosofía y la literatura y el cine y la fabada asturiana dan trabajo a sectores en apariencia alejados de sus intereses. Sabemos, en cambio, adónde nos llevan los libros, el pensamiento y la comida, pero no tenemos ni idea de adónde nos llevan los coches (además de a la muerte). Quiere decirse que, puestos a incentivar la compra de algún producto para poner en marcha la rueda, cuesta entender la elección del automóvil. Es como si de repente nos hicieran descuento en el tabaco, que también proporciona muchos puestos de trabajo indirectos.
¿Deberíamos incentivar un mundo en el que cada vez hubiera más o menos coches privados? Creo que la respuesta es evidente y también es evidente que se trata de una respuesta ideológica. La ideología, como la humedad, se cuela por todas partes. Los incentivos a la compra masiva de automóviles estimulan también una ideología en la que se prima lo individual sobre lo público, además de la ignorancia sobre la cultura.
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