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dilluns, 6 d’abril del 2009

¡Va a arder Troya!

¡VA A ARDER TROYA!

Si buscas en Google la expresión ‘gen quimérico’, aparecen decenas de miles de entradas. Ello se debe a que el gen quimérico, pese a su nombre, existe. Había una novela de Roland Topor titulada El quimérico inquilino sobre la que hizo una excelente y rara película Roman Polanski. El quimérico inquilino también existía. Quiere decirse que hay muchas cosas quiméricas que tienen una existencia real, aunque parezca contradictorio. La economía financiera, que era un modelo de economía quimérica, existía de todas todas. Y no sólo existía, sino que de su buen funcionamiento dependía la marcha de la economía real. Los analistas dicen ahora que nada funcionará hasta que el sector financiero (el quimérico) se ponga en marcha y los bancos puedan comenzar a prestar de nuevo dinero falso.

¿Puede el dinero real ser falso? Parece que sí. Dicen también los expertos que, si existiera la peseta, esto se arreglaría con una devaluación. La devaluación era en otro tiempo el modo más rápido de regresar a la realidad. O sea, que donde usted guardaba cien tenía de repente 30. Las 70 pesetas restantes era quiméricas, mera basura genética. Dicen los técnicos que más del 98 por ciento del genoma es basura. Pero sin esa basura la vida resultaría imposible. La basura debe de significar algo que no logramos descifrar, en fin. Lo cierto es que revisa uno su plan de pensiones, sus ahorros, su hipoteca, su vivienda habitual, su apartamento de Torrevieja, etc., y tiene la impresión de que todo eso se ha vuelto quimérico, como si hubiera sido el producto de un sueño, de un delirio. Y no es que el piso de Torrevieja, por centrarnos en una sola propiedad, no exista. Existe, sí, pero de un modo quimérico. El último fin de semana que pasamos en él parecía un fin de semana inexistente. Ya el propio viaje tuvo algo de irreal. Recuerdo que pusimos gasolina antes de salir y que la gasolinera parecía una estación de servicio de película, un decorado. Qué raro, me dije, estoy aquí, con la manguera en la mano, introduciendo al monstruo este de metal un líquido cuyos efluvios me aturden. Qué raro alimentar al coche, darle de comer (o de beber, porque sólo admite líquidos). Y mientras yo introducía la dura boca de la manguera en el culo del coche, los niños en su interior se peleaban por ver quién llevaba el gato en su regazo. Y es que viajamos al apartamento de Torrevieja con un gato. ¡Qué gato más quimérico!, me dije. ¿Por qué un gato, que es un animal fiero, primo hermano del león, soporta a una familia como la nuestra? Recuerdo también que observé el perfil de mi mujer, tan distante y quimérica como yo mismo. Qué raro, qué raro, qué raro. Y cuando terminé de poner gasolina y colgué la manguera en su sitio, la máquina me dio las gracias. De nada, respondí yo en voz baja, un poco avergonzado.

Luego me vi avanzando hacia el cajero con la tarjeta de crédito en la mano. Se trataba también de una tarjeta de crédito quimérica, pues no tengo con qué respaldarla. Pero funcionó, lo mismo que el gen quimérico, ya ves, que no existe, pero que actúa, que hace su trabajo tan bien como los genes reales, a veces mejor. Podríamos decir que pagué el combustible con un dinero quimérico. Llevo meses defendiéndome de ese modo de las acometidas de la realidad y, mal que bien, voy saliendo adelante. Total, que cuando llegué a la autopista tenía ya una sensación de irrealidad que en otras circunstancias me habría dado miedo. En las actuales, en cambio, me pareció muy estimulante la idea de ser un conductor quimérico de camino a un lugar tan fantástico o legendario como Torrevieja. Recuerdo que en algún lugar de aquel trayecto imaginario me detuvo una pareja de la Guardia Civil para ponerme una multa por algo que había hecho mal. La multa era de 600 pavos y tres puntos. Pero me dio igual porque la pareja de la Guardia Civil era también quimérica, lo mismo que los 600 euros y los tres puntos.

Pasamos un fin de semana imaginario fabuloso en el apartamento de Torrevieja, en plan de inquilinos quiméricos. Ya me ha dicho el banco que si vuelvo a retrasarme en el pago de la hipoteca, me quitan el apartamento y lo subastan. Pues que lo subasten, a mí qué más me da si es un apartamento falso. Es lo que yo le digo al director de la sucursal: “Ustedes me concedieron un crédito artificial porque sabían que no podía devolverlo. Lo que no sabían es que el apartamento para el que se lo pedí también era irreal”. Total, que me he acostumbrado a vivir de este modo ilusorio, y hasta me gusta. A mi familia también. Por eso digo que lleven ustedes cuidado con Obama, porque si arregla las cosas y tenemos que dejar esta realidad quimérica por una de verdad, va a arder Troya.


Interviu 1719

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