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dilluns, 20 d’abril del 2009

Forenses turcos

FORENSES TURCOS

Uno. Corín Tellado representó el triunfo de la cantidad. Cuatro mil novelas, aunque sean malas, son cuatro mil novelas, mire usted.

Si sólo hubiera escrito diez (sus diez mejores, en el caso de que entre toda su obra haya diez novelas mejores), habría pasado sin pena ni gloria. Los periódicos, no sabiendo cómo enterrarla, se refirieron a ella como la “reina de la novela rosa”. Podrían haber dicho la “reina de la novela mala”, pero les pareció que no quedaba bien para un obituario. Se equivocaban: pasar a la historia como el peor de los novelistas de una época es un modo de éxito, un éxito al revés si ustedes quieren, pero los éxitos al derecho son, sin excepción, una mierda. Vi en la tele a varios escritores asegurando que era la mejor en su género, pero nadie les preguntó a qué género se referían, por si contestaban que al género malo. Raúl del Pozo señaló con acierto en El Mundo que la escritora asturiana sólo entró en las páginas de cultura de la prensa al fallecer. Y ella sin enterarse de este ascenso. Perra vida.

Dos. La hiperactividad gubernamental busca imagen y resultados, quizá por este orden. Está bien si no se pasan de rosca: a este ritmo, la gobernación podría quedárseles pequeña, lo que les llevaría a hacer también de oposición (de oposición a sí mismos, lógicamente). Hago esta reflexión al contemplar una foto de Trinidad Jiménez consolando a un dependiente que no se ha beneficiado de la Ley de Dependencia. La nueva ministra reconoce que hay muchos como él. Lo que decíamos: empiezan a oponerse a sí mismos. José Blanco roza, en alguna de las trescientas entrevistas que ha concedido estos días, tal peligro, pero logra frenar a tiempo. Enhorabuena. No es necesario que lean las entrevistas: todas sus respuestas son previsibles.

Tres. El perro de Obama es un regalo de los Kennedy, lo que no sabemos si lo convierte en un perro demócrata. A simple vista, tiene maneras de republicano. Lo importante es que su pelo, por razones que ignoramos, no produce alergia. Resulta llamativa esta tradición de que en la Casa Blanca tenga que haber un perro de compañía, como si los presidentes se sintieran solos. Más llamativo resulta aún que tenga que ser un perro de raza, un señorito, un imbécil en suma. No lo digo por insultar a los perros, que no tienen la culpa de su imbecilidad. Lo que pasa es que la endogamia acaba volviéndolos tontos. Uno de aquellos perros locos de Bush mordía a los periodistas en los tobillos y ellos tenían que reírle la gracia, a ver qué iban a hacer: mandaba más que muchos hombres, más que usted y que yo, por ejemplo.

Cuatro. Dando vueltas por internet tropiezo con unas fotos en las que aparece la princesa Letizia con sus hijas, Leonor y Sofía, en una misa (la de Pascua, creo), a la que asistió toda la familia real. El Rey no tiene ninguna obligación de creer en Dios. Podría ser ateo (y quizá lo sea), pero los Jefes de Estado tienen, por algún motivo ancestral, la obligación de creer o de fingir que creen. Seguramente no hay en la actualidad ningún jefe de Estado ateo, o que lo confiese. Ahora dicen que Dios es un asunto de redes cerebrales o algo así. O sea, que lo llevamos dentro, en la cabeza, como las obsesiones. Pues nada, que sigan yendo a misa. Yo, por mi parte, no tengo ningún inconveniente en declararme ateo.

Cinco. Lo de los forenses turcos va a traer cola y, si no, al tiempo. El término forense, a secas, resulta sobrecogedor, pero si le añades el adjetivo turco, ni te digo. El general Navarro, de quien los forenses turcos dedujeron que estaba borracho sin necesidad de hacerle la autopsia (sólo por el aliento y por el modo en que arrastraba las palabras), no ha dicho esta boca es mía, pero los forenses turcos están dispuestos a declarar en el juicio del Yak 42. A ver qué pasa, ya va siendo hora de que ocurra algo, porque las pruebas de que lo que hizo allí la gente de Trillo fue una barbaridad (además de una inmoralidad) crecen a un ritmo atosigante.

Seis. No sabemos si las cantidades ingentes de obra pública que Fomento va a poner en marcha son para combatir la crisis o para hacer tiempo mientras pasa. En otras palabras, no tenemos ni idea de si están pensadas para sofocar el síntoma o el origen del síntoma. Mucho nos tenemos que los orígenes del síntoma no estén aún lo suficientemente claros. No nos parece mal que se combata el síntoma (yo mismo, cuando tengo insomnio, me trago una pastilla). El problema es que las obras públicas, como los somníferos, provocan tolerancia y adicción. O sea, que cada vez se necesitan más y en menos tiempo. Personalmente, no he logrado averiguar a qué responde mi insomnio, que parece tener un fundamento psicológico, como la crisis de las narices.


Interviu 1721

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