ESPEJISMOS CIENTÍFICOS
Nunca he entendido el interés de algunas disciplinas por formar parte del corpus científico, como si esa pertenencia produjera enormes beneficios o garantizara certidumbres esenciales. A Freud, por ejemplo, no le bastó con descubrir el inconsciente ni con escribir La interpretación de los sueños (entre otras obras geniales). Quería a toda costa, a cualquier precio, que la teoría por él formulada fuera aceptada socialmente como una ciencia. Quizá el pánico a no ser reconocido en este terreno fue lo que le llevó a romper con Jung. Él mismo, en uno de sus escritos, y al comprobar la relación evidente entre psicoanálisis y literatura, expresó este temor de pasar a la historia más como un constructor de mitos que de teorías.
Pues bien, la economía es una ciencia, nadie, nunca, lo ha puesto en duda (tampoco ahora, sorprendentemente). Se estudia como tal en todo el mundo, y los profesores que la imparten llevan barba (real o metafórica) y gafas (reales o metafóricas) y son invitados a dar conferencias en todas las cátedras y a hablar en todas las tertulias. Más aún: cada año, un economista recibe el premio Nobel, que cubre todos los campos del saber, excepto (si no me equivoco) el de la psicología. No hay premio Nobel de psicología ni de psicoanálisis, vaya por Dios.
Se supone que uno de los rasgos específicos de las ciencias es su capacidad para predecir acontecimientos futuros partiendo del estudio de los actuales. No parece sin embargo que la ciencia económica reúna esta condición. ¿Cómo, si no, habríamos llegado a la situación actual? Ningún economista es capaz, por el momento, de predecir cuándo o de qué modo saldremos a flote. El otro día, en la radio, dos economistas de prestigio, manejando idénticos datos objetivos, llegaban a conclusiones absolutamente dispares acerca del fin de la crisis. ¿Dónde está la capacidad de predicción? Yo se lo diré: en la literatura, que llevaba años anticipando, desde la intuición, lo que ahora ocurre. No deja de ser curioso, de otro lado, que muchos temperamentos sesudos recurran ahora a la psicología para explicar lo sucedido. La ciencia, en fin, tiene mucho de espejismo.
Nunca he entendido el interés de algunas disciplinas por formar parte del corpus científico, como si esa pertenencia produjera enormes beneficios o garantizara certidumbres esenciales. A Freud, por ejemplo, no le bastó con descubrir el inconsciente ni con escribir La interpretación de los sueños (entre otras obras geniales). Quería a toda costa, a cualquier precio, que la teoría por él formulada fuera aceptada socialmente como una ciencia. Quizá el pánico a no ser reconocido en este terreno fue lo que le llevó a romper con Jung. Él mismo, en uno de sus escritos, y al comprobar la relación evidente entre psicoanálisis y literatura, expresó este temor de pasar a la historia más como un constructor de mitos que de teorías.
Pues bien, la economía es una ciencia, nadie, nunca, lo ha puesto en duda (tampoco ahora, sorprendentemente). Se estudia como tal en todo el mundo, y los profesores que la imparten llevan barba (real o metafórica) y gafas (reales o metafóricas) y son invitados a dar conferencias en todas las cátedras y a hablar en todas las tertulias. Más aún: cada año, un economista recibe el premio Nobel, que cubre todos los campos del saber, excepto (si no me equivoco) el de la psicología. No hay premio Nobel de psicología ni de psicoanálisis, vaya por Dios.
Se supone que uno de los rasgos específicos de las ciencias es su capacidad para predecir acontecimientos futuros partiendo del estudio de los actuales. No parece sin embargo que la ciencia económica reúna esta condición. ¿Cómo, si no, habríamos llegado a la situación actual? Ningún economista es capaz, por el momento, de predecir cuándo o de qué modo saldremos a flote. El otro día, en la radio, dos economistas de prestigio, manejando idénticos datos objetivos, llegaban a conclusiones absolutamente dispares acerca del fin de la crisis. ¿Dónde está la capacidad de predicción? Yo se lo diré: en la literatura, que llevaba años anticipando, desde la intuición, lo que ahora ocurre. No deja de ser curioso, de otro lado, que muchos temperamentos sesudos recurran ahora a la psicología para explicar lo sucedido. La ciencia, en fin, tiene mucho de espejismo.
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