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dimarts, 9 de desembre del 2008

Gustos raros

GUSTOS RAROS

Estábamos cenando un grupo de amigos cuando salió a relucir en la conversación el nombre de un escritor del que no sabíamos nada desde hacía mucho tiempo.

«Creo que murió», sentenció alguien sin que nadie lo corrigiera, pues todo el mundo ignoraba qué había sido de él.

Ese «creo que murió» me dejó un poco confuso, como cuando tropiezas con una piedra en un plato de lentejas. El resto de la noche, mientras prestaba una atención mecánica a la conversación, estuve tratando de digerir aquella frase diabólica. «Creo que murió». Quizá, en fin, estaba vivo, quizá no. Tal vez estaba de forma simultánea vivo y muerto, como el célebre gato de Schrödinger.

Cuando llegué a casa, antes de meterme en la cama, investigué en Internet y descubrí que el escritor de marras (qué rayos significará marras) no nos había dejado todavía. ¿Pero cómo evitar, después de aquella cena, que estuviera un poco muerto? Me acosté preocupado. ¿Cuántas personas (políticos, actores, presentadores de televisión) se encontrarían en esa bruma, en esa frontera que separa la vida de la muerte? Mientras venía el sueño, hice una lista de personajes que habiendo estado tiempo atrás muy presentes en mi vida, no sabría decir ahora de ellos si vivían o no. Me salieron siete, cuatro hombres y tres mujeres. Los imaginé haciendo equilibrios en los límites que separaban el más acá del más allá, unas veces en este lado y otras en aquél, unas veces tomando una copa y otras de cuerpo presente. Me dormí con esta idea y esa noche no soñé, o no recordé nada al despertar.

Pero continué dándole vueltas al asunto a lo largo del día siguiente. Imaginé que alguien decía lo mismo de mí («¿Millás?, creo que murió») y sentí una paz infinita. Qué bueno ese deambular entre un lado y otro. En cierta ocasión me encontré en la calle con un pariente lejano de mi mujer al que creía fallecido y hablamos con naturalidad durante algunos minutos.

Al llegar a casa se lo comenté a mi esposa y me dijo que estaba equivocado, que el fallecido era un hermano suyo. A mí, sin embargo, no se me quitó de la cabeza la impresión de haber estado hablando con un muerto. Y me gustó, si quieren que les diga la verdad.

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