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divendres, 12 de desembre del 2008

Aire

AIRE

El radiador del cuarto de baño estaba hemipléjico, pues la mitad de él permanecía fría. Deduje que tenía aire y que convenía purgarlo, por lo que busqué el destornillador, que no hallé en su sitio, así que tomé un cuchillo de la cocina y caminé con él por el pasillo. Me sobrecogió la imagen de mí mismo, armado, en la soledad de la casa. Por asociación con el cuchillo (y con la fontanería) pensé en mis venas y recordé una película en la que el protagonista se abría las muñecas transversalmente, como casi todos los suicidas frustrados, pues por lo visto hay que cortar en sentido longitudinal. Al aflojar el tornillo del radiador, la espita emitió un silbido. Cuando comenzó a expeler agua con apariencia de saliva, cerré de nuevo la válvula y recogí el agua que había caído al suelo con un pedazo de papel higiénico que arrojé al váter, aunque no tiré de la cadena.

Al regresar con el cuchillo a la cocina pensé en la palabra purgar, tan polivalente. Funcionaba en la fontanería con la misma eficacia que en la moral. De haber en el cuerpo un tornillo que al aflojarlo dejara escapar las impurezas, ¿dónde se encontraría? Era una pregunta retórica, claro, para defenderme del miedo al pasillo y del silencio de la casa. Ya en la cocina, encendí la radio y dijeron que en estos momentos era un deber patriótico consumir. Me pareció rara la idea de una patria (significara lo que significara esa palabra tan siniestra) basada en el hecho de gastar, incluso de malgastar. Por mi parte al menos, lo que necesitaba era lo contrario, una purga. Coloqué el cuchillo cuidadosamente en el cajón, apagué la radio, tomé un bolígrafo y allí mismo escribí estas líneas junto a las que salió un poco del aire -no todo- que ensuciaba los circuitos -con perdón- de mi alma. Al día siguiente encontré el destornillador, que estaba, como yo, fuera de sitio.

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