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dimecres, 22 d’agost del 2007

El mensaje

EL MENSAJE

La taxista, una mujer joven con la nuca al aire, cambiaba de emisora de radio de forma compulsiva. Observé a través del espejo retrovisor que le faltaba una de las cejas, la derecha, seguramente porque se la afeitaba atendiendo a un criterio estético completamente nuevo para mí. Conducía de manera nerviosa, jugando excesivamente con la caja de cambios. Una vez que le di la dirección, me ignoró por completo, actuando como si fuese sola dentro del coche. Tenía memorizadas todas las emisoras de radio y cada diez o quince segundos apretaba un botón y la cambiaba de un modo un po co desesperado, como si le aburriera lo que se decía en todas. Y eso que eran las ocho y media de la mañana, cuando el espectro radioeléctrico echa chispas.

Le pregunté si buscaba algún programa especial y dijo que estaba harta de la existencia y que necesitaba un motivo para continuar viviendo. Cambiaba tanto de emisora porque había soñado que recibiría un mensaje.

-¿Un mensaje?, pregunté.

-Sí -dijo ella-, en el sueño, un locutor, sin dejar de hablar para los oyentes, encontraba el modo de dirigirse personalmente a mí y me daba un mensaje.

-¿Qué clase de mensaje?, pregunté.

-No se lo puedo decir, es muy privado, muy sexual, el caso es que me sacaba de la confusión en la que me encuentro.

Le expliqué que sólo los locos escuchan mensajes a través de la radio o de la tele y me respondió con una decisión extraordina ria que entonces quería volverse loca. Pero las personas que oyen voces, insistí, darían cualquier cosa por dejar de oírlas; alégrese de estar mentalmente sana.

La mujer me ignoró y continuó moviendo el dial, pero ahora de un modo menos apremiante. Daba la impresión de rumiar al go. Al poco, me buscó a través del espejo y me preguntó directamente si no sería yo el mensaje. A veces, añadió, no lo reconoces porque lo esperas por un sitio y llega por otro. Le pregunté sonriendo si tenía yo cara de mensaje y aseguró que sí, dándole las gracias a Dios por habérselo hecho llegar. Co mo la situación empezó a darme miedo, saqué el móvil y fingí hablar por teléfono. No tenemos ni idea de lo que representamos pa ra los demás, de ahí el peligro.

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