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dimecres, 8 d’agost del 2007

Cenas de amigos

CENAS DE AMIGOS

Sabíamos que «no toda desgracia determina necesariamente que alguien deba responder de ella porque la vida comporta riesgos por sí misma», pero que lo diga el Tribunal Supremo sobrecoge. Es como si el Constitucional nos advirtiera de que las bañeras resbalan. Una vez me caí en la bañera de un amigo, pero no se me pasó por la cabeza denunciarle porque ducharse comporta riesgos por sí mismo. Cenar también. Es lo que le ocurrió a la señora que se torció el tobillo en una vivienda ajena, por culpa de un juguete fuera de sitio. No haber ido a cenar, por Dios. El mero hecho de salir a por el periódico sin que le ocurra a uno nada ya parece un milagro. Pero cuando sucede hay que cargar con las consecuencias y no culpar al vecino.

Nos debería servir de algo ver la tele. Estos días los telediarios aparecen llenos de monzones, con toda su carga de desplazados y muertos. ¿Acaso tiene alguien la culpa del monzón? En Occidente hemos alcanzado una esperanza de vida tan alta que cuando alguien se muere pensamos interiormente que algo habrá hecho. Pues no ha hecho nada, se ha muerto y en paz. Quizá el juguete con el que tropezó la señora del párrafo anterior estaba fabricado en China, pero eso no tiene nada que ver con que alguien lo hubiera dejado en medio del pasillo ni con que el pasillo estuviera mal iluminado. Hay cosas que suceden porque sí, porque forman parte del orden o del desorden universal en el que se desarrolla la existencia. No podemos obligar a los tribunales a fallar sobre estos asuntos.

Hay cosas que no tienen arreglo y que a uno no se le ocurre denunciar. Yo mismo cojo un catarro en los primeros días de septiembre. Es así desde que tengo uso de razón y ningún tratamiento médico ha logrado evitarlo. Pero ni se me ha ocurrido poner una denuncia. El hecho de vivir comporta el riesgo de acatarrarse, incluso el de perder la razón. Sin duda, es lo que le ha ocurrido a la señora del juguete. No tendría importancia si no hubiera estado a punto de volver loca también a la justicia, que en primera instancia falló a favor de su locura. En cualquier caso, nos lo pensaremos antes de invitar a alguien a cenar.

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