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dimecres, 2 de maig del 2007

Perversiones gastronómicas

PERVERSIONES GASTRONÓMICAS

Leo un libro de alimentación muy afamado en el que se asegura que hay que utilizar la comida como si se tratara de un medicamento. La idea es perturbadora, pues uno no ve, a primera vista, el modo de sentarse ante una paella de marisco con la misma actitud con la que se desenrosca el tubo de un antibiótico, ni siquiera el de un antidepresivo. El autor proporciona excelentes razones para apoyar su tesis. Explica cómo se metabolizan los alimentos y qué hace el cuerpo para convertir en energía lo que le introducimos por la boca. Produce un poco de angustia conocer la forma de trabajar del hígado, que es un obrero infatigable, pero también una bomba. Un hígado cabreado te monta una revolución proletaria en menos que canta un gallo. El libro convence por la vía del miedo a la enfermedad, pero no logra crear entre él y el lector una corriente de afecto. Lo siento porque me lo ha recomendado gente muy delgada y en cuyo criterio confío, pero me niego a sustituir el término ración por el de dosis.

Pensemos en la teta. Recordemos cómo el bebé se engancha a ella y se queda dormido dulcemente mientras la tibia leche atraviesa su garganta. ¿Sería sensato por parte de la madre pensar que le está dando a su hijo un medicamento? ¿La relación entre la madre y el crío es acaso la de una enfermera con un paciente, la de una farmacéutica con un hipocondríaco? Desde luego que no. Si algo enseña la madre en esos instantes es que la comida y la teta son una droga, de ningún modo una medicina. Cuando el niño no puede más de leche (ni de teta), se queda dormido o en estado delirante, como un yonqui después haberse metido un chute en las venas.

Conviene adquirir hábitos alimenticios saludables, no decimos que no, pero sin negar los aspectos emocionales asociados al hecho de comer, adquiridos en aquella época remota y feliz en la que la despensa era el cuerpo de mamá. Identificar los alimentos con las medicinas constituye, en fin, una perversión gastronómica de la peor especie. Pero si usted participa de esa idea enfermiza, sepa que uno de los efectos secundarios más molestos del hecho de comer es que se nos quita el hambre.

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