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dimecres, 23 de maig del 2007

Adversarios

ADVERSARIOS

Los curas nos contaban que un obispo, en cierta ocasión, había encontrado al salir de la catedral a un pobre diablo armado con un pico de juguete intentando derribar el templo por uno de sus costados. La expresión pobre diablo era en este caso literal, pues se trataba de un demonio menor, con sus cuernecitos y su pequeño rabo y sus orejitas puntiagudas.

-¿Qué pretendes? -preguntó el cura.

-Acabar con la Iglesia -respondió el diablo.

-¿Y cuántos tiempo llevas en el empeño?

-Veinte siglos.

-Pues sigue, sigue -finalizó el obispo con sorna.

Se me quedó grabada la anécdota porque yo tenía un familiar que estaba inventando un aparato para dominar las mareas. Murió sin haber logra do siquiera controlar su carácter, que tenía, como el mar, enormes altibajos. Ya de mayor, conocí a un tipo que había decidido dedicar su vida a acabar con la IBM a base de escribir cartas denigratorias a los directores de los periódicos. Cuando le expliqué que la IBM era una multinacional gigantesca, a la que su odio ni siquiera le haría cosquillas, me dijo que eso sólo significaba que tendría que escribir más cartas, a lo que se puso de inmediato. He conocido a gente convencida de que podía acabar con El Corte Inglés, con el protestantismo, con el banco de Santander, con MacDonalds, pero todos han muerto en el empeño. No digo que las grandes instituciones sean invulnerables o eternas, pero cuando se alcanza cierto tamaño sólo ellas pueden terminar consigo mismas.

En cualquier caso, estos enemigos imaginarios siempre representan a un enemigo interior no menos potente. He ahí los molinos de don Quijote. ¿Por qué necesitaba verlos como gigan­tes? Quizá porque eran la exteriorización de adversarios internos a los que el personaje de Cervantes intuía así de peligrosos. Tal vez no haya tarea más difícil (ni más urgente) que la de acabar con uno mismo. Nosotros somos nuestra propia Iglesia, nuestro propio IBM, nuestro verdadero Corte Inglés, nuestro MacDonalds. A ver qué hacemos.

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