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dimarts, 4 d’abril del 2006

Los muertos y los vivos

LOS MUERTOS Y LOS VIVOS

El diccionario dice del término fosforescencia: «Propiedad de emitir una luz muy débil que persiste cuando ha desaparecido su causa». En cierto modo, si lo entiendo bien, se refiere a la posibilidad de continuar existiendo cuando ya se ha dejado de existir. Ocurre con las estrellas que han muerto hace millones de años, aunque luz continúa viajando por el espacio, a través del tiempo, para llegar a los ojos del espectador ingenuo que una noche de verano se tumba boca arriba, sobre la hierba, y contempla el cielo. Este espectador no distingue las estrellas muertas de las vivas. Todas tienen el mismo color, la misma intensidad, la misma forma.

A veces, tiene uno la impresión de que la realidad más inmediata se comporta de un modo semejante. Cómo saber si las personas con las que nos cruzamos existen o no. Todas emiten luz, con independencia de que haya desaparecido o no su causa. Cuando éramos pequeños, en mi barrio, jugábamos a distinguir entre las personas vivas y las muertas. Se trataba de un juego extraño, que luego no he visto en otros barrios, en otras culturas. No tengo ni idea quién lo inventó, pero recuerdo que cuando uno creía ver a un muerto en el autobús, en la ferretería, en la iglesia, se lo comunicaba corriendo a los demás. Por lo general, nadie intentaba pasar gato por liebre. Si habías visto a un muerto, habías visto a un muerto. Y tus amigos, lo aceptaban. No logro recordar qué características tenía una persona muerta, puesto que hablaba y se movía como las demás. Pero nosotros sabíamos. Un día llegué a contar hasta 10 muertos y gané. El último era un niño de unos seis años que iba de la mano de su madre (una viuda).

Nunca se nos ocurrió pensar que nosotros mismos estuviésemos muertos, que continuáramos emitiendo luz después de que hubiese desaparecido su causa. Ahora pienso que sí, que quizá estuviésemos muertos entonces y que hubiésemos crecido muertos sin saberlo. Nos gustaba mucho el brillo que producía el fósforo. A veces, nos dibujábamos con él rayas en la cara y nos asustábamos en la oscuridad con aquella luz que persistía después de que hubiera desaparecido su causa. Qué raro es todo.

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