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dijous, 1 de setembre del 2011

La elección del odio

LA ELECCIÓN DEL ODIO

Lunes. En la cafetería, una niña de unos doce años pregunta a sus padres si son una familia desestructurada. La madre le dice que de dónde ha sacado eso y la cría responde que de una serie de la tele. El padre, entre tanto, da el biberón a un bebé que tiene entre los brazos sin perder de vista a un tercer vástago que corretea entre las mesas. Yo, en cambio, tengo toda la atención puesta en mí mismo. Soy mi padre, mi hija de doce años, mi segundo hijo (de unos siete) y también mi bebé. La posibilidad de concentrarse exclusivamente en uno mismo tiene sus pros y sus contras, que diría mi abuela. El pro es que no te agotas físicamente. El contra es que acabas descubriéndote enfermedades imaginarias. En cuanto a las familias desestructuradas, las hay de dos clases: las que permanecen unidas y las que no. Hay familias con un excelente aspecto exterior que están internamente corroídas por la termita.

—Pues no somos una familia desestructurada –responde al fin la madre–.

La cría pone cara de decepción y el padre dice dando unos golpecitos profesionales a la espalda del bebé: “¡Qué asco de niña!”.

Vuelvo a casa y tomo notas para un cuento sobre una familia desestructurada muy unida. No sé por qué, se me ocurre que el padre tiene cirrosis, aunque él todavía no lo sabe. Paso el resto del día dándole vueltas al por qué de la cirrosis en un relato de esa naturaleza y antes de acostarme busco un foro sobre esa enfermedad donde no dicen nada de interés. Ya en la cama, recuerdo cómo he ido de una cosa a otra y pienso una vez más que la vida es una locura.

Martes. Procuro estar de vacaciones, pero no me sale. No sé levantarme tarde ni pasar el día haraganeando ni ver la tele durante horas. Tampoco sé hacer las cosas despacio para que las horas pasen deprisa. Apenas son las diez de la mañana y ya estoy soñando con las siete de la tarde, por el gin-tonic. Se me ocurre de súbito la posibilidad de adelantarlo, de tomármelo ahora mismo. Nunca he bebido alcohol antes de las siete de la tarde, pues me parecía que era un modo de dejarse deslizar por la pendiente, pero qué carajo, estoy de vacaciones. La idea me atrae y me produce pánico en idénticas proporciones. Precisamente, ayer, en el foro sobre la cirrosis, muchos participantes hablaban mal del gin-tonic. Decían que se trataba de una mezcla diabólica, eso es lo que me gusta de él. El caso es que voy a la cocina, tomo un vaso bajo, de boca ancha, le meto cuatro piedras de hielo seco y dos dedos de ginebra, además de la tónica y se me hace la boca agua. Miro el reloj: son las diez y cuarto de la mañana. Pienso que este trago puede ser mi perdición, pero que también, de un modo misterioso, podría salvarme. Me llevo el vaso a los labios, lo inclino… Pero no soy tan transgresor, de modo que arrojo el contenido a la pila, regreso al salón y leo las primeras líneas de la Biblia. Me impresiona mucho aquello de que en el principio el espíritu de Dios se moviera sobre las aguas. Imagino un océano infinito y oscuro sobre el que baten unas alas invisibles.

Miércoles. Ayer me tomé una pastilla para dormir (en realidad, para no pensar) y hoy me he despertado tarde y con la saliva turbia. Me pregunto si leer el periódico en el ordenador o si salir a comprar uno de papel. Finalmente salgo a por el de papel y me entero de que esta noche hay un partido de fútbol importante, un Barça-Madrid. Podré ver las caras de Guardiola y de Mourinho y jugar a elegir. Tengo amigos que odian indistintamente a uno u a otro, pero yo soy muy indeciso, especialmente para odiar. El odio me provoca una pereza infinita, lo mismo que el amor. De todos modos, construyo un puente imaginario para llegar a las once de la noche, la hora del partido, y lo recorro hora a hora no sin dificultades existenciales. Finalmente, me quedo dormido a las 22.30 en el sofá, me despierto a las dos de la madrugada, sin saber quién ha ganado, y escribo estas líneas antes de irme a la cama.

Jueves. Regreso con pereza al cuento sobre la familia desestructurada que comencé el lunes. Resulta que el padre ya no tiene cirrosis, pero le pasa algo que no sé.

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